crónica de una carga anunciada

Jul 20, 2012 16:18




“Mira, o sales de aquí, o aceptas las consecuencias luego”, me dice uno de los Nacionales con tono medio amenazante a la vez que intenta controlar el pequeño grupo de  manifestantes y curiosos que han logrado burlar el bloqueo policial de la Carrera de San Jerónimo a través de la Calle de Ventura de la Vega.

“¿Le importa si me pongo con mis compañeros?”, respondo, apuntando hacia un grupo de fotógrafos al otro lado de la calle. “Eres prensa; haz lo que te dé la gana”. Con paso rápido, cruzo entre los antidisturbios, que han empezado a bajar los protectores de sus cascos al caer las primeras botellas lanzadas desde el otro lado del cordón policial.

Entre las dos líneas del orden público estamos unos diez fotógrafos. Los que tenemos detrás van preparándose para la carga, y los que tenemos inmediatamente delante tienen sus escudos levantados para evitar el avance de la masa que ha bajado desde Sol, siguiendo el paso de unos cincuenta bomberos que cargan con una pancarta enorme que reza, ‘OS PROTEGEMOS / OS SALVAMOS’.

Desde el otro lado del cordón policial, los manifestantes chillan todo tipo de insulto, pero el que más se escucha es el de “¡ESQUIROLES!”. Cada rato, el coro: “¡Madero, madero, aprende del bombero!”.

Llegan más Antidisturbios de refuerzo, subiendo desde el Congreso, seguidos por lecheras.



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Es jueves, noche, y no se supone que esté en la Carrera de San Jerónimo, y mucho menos entre cordones policiales y ante una multitud de gente muy cabreada. Llevo despierto desde las seis de la mañana, y tras un día largo, mi plan era irme a la cama temprano. De hecho, ya estoy en la cama cuando ojeo la página web de uno de los periódicos nacionales, y veo la crónica de portada con título a doble columna: ‘LAS PRIMERAS MOVILIZACIONES MASIVAS EN CONTRA DE LOS RECORTES DEL GOBIERNO’.

Con un titulazo así, y viviendo en pleno centro de la ciudad, es criminal quedarse en casa y no bajar a sacar un par de fotos. Sólo unas poquitas. Así, en plan guay. Sólo son las 22.30; con bajar a la calle y dar una vuelta de media horita, hay tiempo de sobra.

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Media hora más tarde, después de tomar fotos de la masa que va subiendo por Alcalá, y de los muchos que ya se han congregado en Sol, preparo mi retirada a casa. Pero al último momento me llama la atención un grupo enorme de bomberos, cantando “AL CONGRESO, OÉ, AL CONGRESO, OÉ” y bajando la Carrera de San Jerónimo con paso rápido y firme. Gente se une a ellos espontáneamente, y de pronto somos montones. A la altura de la Casa Asia nos encontramos con un cordón de Antidisturbios. Parece que se va a producir un choque inmediato, pero los bomberos se desplegan ante nosotros y forman una cadena humana ante el cordón policial, evitando así el contacto directo entre los dos grupos.

Pese a ello, los Antidisturbios parecen estar bastante acojonados, ya que sólo hay los suficientes para formar una única fila cortando la calle. Unos cuantos flexionan sus porras, como si fueran preparándose para cargar. La gente sigue llegando de Sol, empujando, y poco a poco llego a primera línea. Voy hacia la derecha y junto al fotógrafo de EFE logro colarme entre la pared y los agentes justo antes que cierran el paso, sellándonos en tierra de nadie.

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El sello, sin embargo, sirve de poco. Aunque la calle está cortada, la policía se encuentra tan poco reforzada en esos momentos que pasa a poner toda su atención en la contención de la masa de Sol. No se da cuenta que van saliendo gente de los edificios de la calle, al igual que no perciben que una de las callejuelas periféricas ha quedado desatendida.  Gente sale tanto de los hostales de mala muerte, como también del ultra-chic Hotel Urban, y la zona ‘segura’ se está llenando de extranjeros curiosos y vecinas en batas de casa.

“¡Joder!”, exclama un ‘jefe’ policial, que llega corriendo desde el Congreso, rodeado por su séquito de señores policías. “¡¿Qué coño hace esta gente aquí?! ¡Todos fuera, ya!”. Su llegada coincide con la de tres o cuatro sindicalistas por la Calle Echegaray. “¡Esquiroles de mierda! ¡Luchamos por tus derechos, y vosotros protegéis al enemigo!”.

Apresuradamente, unos antidisturbios intentan evacuar la zona, y en el proceso casi me sacan a mí también.

“¡PRENSA!”, chillo.

“¡¿ACREDITACIÓN?!”, responde uno.

Increíblemente, la tengo en mano. Con cara de resignación, y tras advertirme de las “consecuencias” que podrían tener lugar, me dejan pasar, junto al resto del  grupo mixto fotógrafos y periodistas que ha quedado en la zona, entre los manifestantes y el Congreso.

Desde el otro lado del cordón policial, un representante de los bomberos lanza una oferta de negociación. “¡Compañeros! Ofrecemos retirarnos, a cambio de un gesto de buena fe. Pedimos que los compañeros policías se quiten los cascos; si lo hacen, nos vamos”.

Desde una de las lecheras, el ‘jefe’ de los Antidisturbios manda un delegado, que a la vez se encarga de informar a quienes forman parte del cordón policial: “Bajo ninguna circunstancias se quitarán los cascos”.

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Se queda la cosa frenada. Los cánticos y gritos siguen de un lado; la Policía sigue preparada -pero sin- avanzar, del otro. Entretanto, la gente se entretiene. Llamo al periódico y les cuento lo que ha pasado hasta ahora. “Vale. Llama de nuevo cuando estalle la Tercera Guerra Mundial”. Llegan más fotógrafos. Algunos tienen laptops; la situación ha quedado lo suficientemente estancada para que procedan a sacar laptops y aprovechen el tiempo para enviar fotos a las redacciones. Veo que uno se pone a ojear su página de Facebook. Otros conversan con los Antidisturbios, de manera amistosa. Todos están muy cansados, y se dedican a decir cosas como, “Aunque me lleve un porrazo en el proceso, que carguen, o que los otros se vayan a casa… ¡Que no son horas, joder!”. Se producen momentos de auténtico surrealismo. Inmediatamente detrás de las espaldas de los Policías Nacionales, a menos de un metro de distancia, un fotógrafo se lía un porro y procede a fumarlo, ofreciéndoles caladas a los otros periodistas presentes.

Delante del Urban, un agente interroga a una pareja que, de alguna manera misteriosa, también se ha quedado atrapada en tierra de nadie. La Policía ha sellado todos los accesos la zona y no les deja salir, pero no son huéspedes de ninguno de los hoteles de la calle, por lo cual tampoco pueden acceder a algún refugio. A nadie se le ocurre conducirles a través de los distintos cordones policiales. Bajo orden del policía, se quedan sentados en la acera delante del hotel.

Al otro lado del cordón, los manifestantes se ganan el apoyo del vecindario. En ambos lados de la calle, señoras se asoman por las ventanas para tirar cubos de agua sobre los bomberos asfixiados por el calor de esta noche de verano madrileño.  Otras salen al balcón con niños para saludar.

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Así va pasando el tiempo, empieza a correr el rumor que un bombero ha sido detenido. Vemos como uno de los delegados de ‘jefe’ de los Antidisturbios se acerca al cordón, pide hablar con el representante de los bomberos, y vuelve con el mismo. Ambos se meten en una lechera. Bastante rato más tarde, el bombero se dirige a los manifestantes a través de las bocinas del coche policial.

“¡Compañeros! A ver, me cuentan que se han llevado a uno de nuestros compañeros a Moratalaz. Todavía no sabemos si está detenido, ni si se enfrenta a algún cargo formal. Hemos negociado que tres de nosotros iremos a Moratalaz para ver al amigo. En cuanto sepamos algo, llamamos y lo contamos”.

Confusión absoluta. Ni a los periodistas, ni a los manifestantes les queda claro qué, precisamente, está pasando. El bombero sale de la lechera y se pira con unos agentes. Al otro lado, del cordón, parece haber bastante debate entre los bomberos. De pronto, bajan la pancarta, y empiezan a retirarse. Hay división entre los manifestantes; la mitad les proporciona un largo aplauso, mientras la otra mitad les insulta por retirarse. Los Antidisturbios comentan lo que va pasando. “Ahí se van los bomberos… Pues nada, ahora sólo quedan los aprendices”.

“¿Quiénes son los aprendices?”, pregunta uno de los fotógrafos. “Los de siempre”, responde un agente. “Los más gillipollas del 15-M, que no se van contentos hasta que carguemos”.

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En efecto, al retirarse los bomberos -y la cadena humana que habían formado entre los manifestantes ‘comunes’ y los Antidisturbios- la tensión escala.

Y, de pronto, llega la orden, y AVANZAN. En cuanto lo hacen, comienza la lluvia de botellas. Estoy corriendo detrás de los antidisturbios, intentando sacar fotos mientras intento narrar lo que está pasando a los de Últimas Noticias, que justo en ese segundo han llamado.

La carga, que inicialmente es sorprendentemente sistemática, rápidamente decae en un caos; hay demasiadas calles y frentes abiertos. Mientras parte de los agentes persiguen un grupo por la Calle de Echegaray, los otros llegan a la Plaza de Canalejas y se separan sin particular orden, intentando plantar cara a los manifestantes presentes en las entradas de las 5 calles que desembocan en la glorieta. A lo lejos, vemos que otro grupo de Antidisturbios sigue persiguiendo la gente, corriendo, hacia Sol.

En la Calle del Príncipe los manifestantes han armado barricadas improvisadas con latones de basura ardiendo. La Policía no sabe si seguirles o no, y en vez se planta al principio de calle y dispara pelotas de goma por la calle de manera bastante indiscriminada.

En la Plaza de Canalejas un latón de basura se quema al lado de varias motocicletas; un paseante le chilla a la policía: “¡Joder, ayudarme antes que esto explote!”. Le ignoran. “¡¿Dónde coño están los bomberos?!” gritan vecinos desde sus ventanas. A lo lejos, se ve humo en la Puerta del Sol.

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Tras más o menos asegurar la Plaza de Canalejas, la Policía se divide en grupos que se dedican a rastrear las calles periféricas a la Carrera de San Jerónimo.

En la entrada de Echegaray los Antidisturbios nos piden a los periodistas que, si vamos a seguirles, que les demos un poco de espacio en esta carga, pues necesitarán poder retirarse si resulta ser necesario. En medio de esta petición, el agente que nos habla para y mire entre nosotros, atónito.

Me giro y encuentro un cuarentón en pantalones cortos y camisa a mi lado, con un sombrero de Panamá y una copa de vino en su mano.

“¿Usted es periodista?”, le pregunta el agente. “What’d he say?”, responde el americano. El de AFP traduce, y le explica que debe abandonar la zona. “Nah, I’m fine right here”, insiste el guiri. Un agente le da un empujón. El americano se da por aludido y se retira.

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La carga por la Calle de Echegaray resulta ser mucho espectáculo para poca cosa. Aunque dejaron sus barricadas ardientes improvisadas, los manifestantes abandonaron la zona mucho antes. Avanzamos el largo trecho de la calle, llegando a Huertas, donde los extranjeros miran desde las puertas de los bares con caras de confusión máxima.

La Policía irrumpe en la Plaza de Santa Ana. Aunque un contenedor ardiente indica que algunos habrán pasado por la zona, no hay rastro de manifestantes. No queda claro si se trata de confusión o cabreo, pero los agentes proceden a desalojar la zona, dando empujones, de nuevo, a extranjeros que no logran comprender lo que está pasando. Igual de sorprendidos se quedan los que estaban de copas en el Hotel Meliá dela esquina, quienes bajan en trajes y vestidos de cóctel para ver que hacen los Antidisturbios preparando una carga delante del edificio.

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“El pescao ‘tá ‘tó vendío”, dice uno de los fotógrafos, así vamos terminando la ronda, volviendo a Sol. La Puerta está desalojada, ocupada sólo por policías, equipos de limpieza y algún que otro turista despistado. En la Carrera de San Jerónimo hay un par de fuegos, y hacia el final de la calle todavía quedan algunos de los manifestantes más persistentes, chillando barbaridades selectas. Un grupo de Antidisturbios les observa desde la esquina. Algún ‘jefe’ de los mismos se acerca [a los policías] y les grita, “¡Acabar con esto de una vez, coño! ¡Sobre todo, que ni uno más se vuelva a colar en Sol! ¡Tenemos ordenes!”. Aunque ya casi no queda nadie, avanzamos por la Carrera, dirección el Congreso, soltando disparos periódicos.

Pese a ello, la cosa ha terminado, y la normalidad ha vuelto a la Plaza de Canalejas. Entre Antidisturbios, por un lado, y los dos o tres manifestantes que quedan al otro extremo de la glorieta, ya hay un hombre intentando repartir entradas entre un grupo de americanas que, sin saber lo que ha tenido lugar, vienen deambulando desde la Calle de Alcalá.

“¡Vengan conmigo, chicas, que os llevo a una discoteca genial por la Gran Vía! ¡Entrada libre hasta la tres! ¡Dos copas por diez euros! ¡No vayan a Huertas, chicas, que ahí hay disturbios!”.

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