Título: Such an american girl
Fandom: Axis Powers Hetalia
Claim: Rusia/fem!USA
Advertencias: Het... o algo así ?_?
Notas: Lento, pero seguro(?)
2
Ella lo miró, y Rusia le devolvió la mirada. Su primera reacción fue la incredulidad: aquello no podía ser más que una broma, puesto que… pues… no era posible. La incredulidad, sin embargo, dio paso al pánico, y después a un torbellino de emociones hasta ahora desconocidas para el ruso. Había pasado mucho -realmente MUCHO- tiempo desde que alguien había sido capaz de sorprenderlo, pero además… no, ni siquiera América podía ser tan idiota como para…
Y sin embargo, aquellos ojos profundos y brillantes no podían pertenecerle a nadie más.
Entonces, repentinamente y sin poder evitarlo, se echó a reír. La risa, pues, se le desbordó por las comisuras de los labios y a través de los pliegues de la larga bufanda que se enroscaba en torno a su cuello, y sobre la tela del jersey blanco que la mujer echada a cuatro sobre su regazo llevaba puesto. América -o quien quiera que fuese- frunció el cejo, poco complacida, y se removió encima de él con irritación, aunque aquello sólo consiguió que el castaño riera con todavía más ganas.
-“¡No te rías!”- clamó, y sus manos pequeñas y aparentemente frágiles se cerraron en torno a la tela de su camisa, estirando y apretando con fuerza. -“¡Todo esto es tu culpa, así que esperaría que al menos fueras lo suficientemente hombre como para tomar la responsabilidad de tus actos!”
Y Rusia, quien no comprendía ni una sola de las palabras de la enardecida rubia que lo sacudía con las manos, redobló aún más sus carcajadas.
-“No lo entiendo, América-kun, da? Pe-pero esto…” y ya no pudo hablar, porque el escenario frente a él, con todo y senos prominentes y ojos grandes y brillantes, no podía inspirarle nada más que risa.
No cabía duda de que, en cuestión de humillarse a sí mismo, Alfred F. Jones era el hombre. O la mujer. O lo que sea.
Para cuando consiguió dejar de reírse -y realmente le costó- había pasado ya un largo rato, y la joven se había sentado en el piso, con las piernas flexionadas y las rodillas apoyadas contra su propio pecho. Lo miraba con un gesto que claramente denotaba insatisfacción, ira, vergüenza, y otras cosas que Ivan no tomó demasiado en cuenta -porque de seguro que lo hubiesen hecho reír otra vez- y además, si no lo conociera tan bien como lo hacía, podría jurar que estaba a punto de echarse a llo-- -“Rusia, idiota…”. Y lo hizo: se echó a llorar -oh, bueno, tal vez no lo conocía tan bien como él creía-.
-“L-lo siento, ¿América-kun?”- le sonrió, conciliadoramente, y se sentó a su lado, en el piso. La rubia lo miró de reojo, con un puchero infantil remarcado en las facciones, y luego sorbió por la nariz. -“Me ha tomado por sorpresa, es todo… Quiero decir… Esto no es algo que se vea todos los días, ¿no crees?”
América inspiró profundamente y se abrazó las rodillas con más fuerza. Parecía asustada, y por primera vez en su vida Rusia pensó en esto, aunque ni siquiera se dio cuenta de ello: en que lucía pequeña y desprotegida, y en que, si las cosas fueran diferentes -y hace muchos, muchos años-, seguramente se hubiese empeñado en anexarle a su territorio.
A Rusia le gustaban los países pequeños y temblorosos, y que pareciera que iban a romperse con sólo ponerles un dedo encima. Justo como ella.
-“Ya, no voy a reírme más. ¿Está bien?”
La chica asintió, lentamente. Y luego soltó el aire que había contenido entre las mejillas inflamadas con un bufido pesado -y muy poco femenino-.
-“O-okay…”- pero nuevamente no dijo más y se dedicó a observarlo. Parecía querer que le interrogaran, y Rusia, que aún estaba de un marcado buen humor, decidió darle gusto.
-“Pero dime, ¿qué fue lo que…?”
-“Esperaba que preguntaras.”- repuso ella, antes de que el soviético lograra terminar de formular su pregunta, y arqueó las cejas con gravedad. La seriedad era una faceta del americano que al ruso siempre le había causado gracia -por no decir otra cosa-, y ahora, cuando era su rostro pequeño de niña el que se fruncía, el mayor de ellos tuvo que morderse la lengua para evitar echarse a reír otra vez. -“Después de que todo esto ha sido tu culpa, creo que es lo menos que…”
-“¿Mi culpa?”- bien, América solía pensar en un plano un poco distinto al suyo -si bien no demasiado-, así que no siempre conseguía captar el significado correcto de sus palabras, aunque no cabía lugar a dudas: lo estaba culpando a él, y Rusia, aunque hubiera querido aceptar el crédito de semejante travesura, tenía que negarlo esta vez. -“Lo siento, pero no creo que…”
-“Todo comenzó esta mañana…”
Bueno, pues, se veía que tenía ganas de explayarse, así que Rusia se rindió. Se reacomodó en una posición mucho más cómoda y se dispuso a escuchar su historia, con una sonrisa divertida en los labios y una mirada llena de curiosidad. Y América, a quien le encantaba la atención, adoptó una expresión que parecía incluso feliz.
-“Verás…”