Íbamos rumbo a la casa de Totto. Ya se alcanzaba a ver el cartel del supermercado Súper Vea. Safo estaba contenta porque andaba estrenando un vestido verde mate con, según ella, onda medio hippie. Y entonces, por enésima vez en la tarde, un bicho (no me acuerdo si una avispa o una vaquita de San Antonio) vino a estamparse contra el vestido y quedar zumbando medio atontado entre los pliegues de la falda. Gritito y manotazo de por medio, Safo mandó a volar al insecto y descargó su enojo en una frase:
“No se que les pasa a estos bichos. Me confunden con una planta”
“Si, te deben confundir con un jazmín”
Se le dibujo una bonita sonrisa
“¡Ay, gracias! Que linda” Ojala se hubiera quedado callada ahí. Pero no, tuvo que darme el pie “Pudiste haber dicho cualquier otra cosa”
“Sí, tenes razón” ¿A dónde se fue esa parte de mi cerebro que me dice cuando parar de hablar? “Podría haber dicho que te confundían con una albaca”
Obviamente que Safo, acostumbrada a esos comentarios míos, me puteó de acá a la China.
Y aún así, las cuadras entre ese punto y la casa de Totto fueron suficientes para que yo volviera a meter la pata. Al parecer necesitaba que Safo me puteara un poco más.
“¡Tengo el pelo con un frizz!” aseguró Safo, más o menos a dos cuadras de nuestro destino “Seguro que parezco la imagen del ‘Antes’ de una publicidad de Sedal”
No negare el frizz (que dicho sea de paso yo también padezco), pero la queja de mi amiga era una exageración.
“¡Pero nada que ver! No tiene tanto frizz tu pelo”
“No, es idea mía nomás” ¿Porqué la tentación otra vez?
“Eh… No, tampoco es para decir eso. Seamos realistas…”
Fueron dos cuadras de Safo malhumorada y yo cagándome de risa, porque enojada, aunque peligrosa, no deja de ser divertida.
Me hace acordar a esa vez a fines de Febrero del año pasado. Ella estaba furiosa con el novio de una amiga que nos conocía de la pileta. El chico era del CECH y, como nos conocía, se había re colgado de nosotras y nos mandaba a hacerle los mandados dentro del grupo de primero. En fin, nos pedía que le hiciéramos la lista de asistentes, de los que iban a la peñas, la lista de mail y teléfonos, etc. Todas esas tareas aburridas que debería hacer él, pero que aprovechándose, nos encajaba a nosotras. Yo logré zafar con mi increíble (y a veces molesta) facilidad para ser forra sin esfuerzo. Pero Safo no sabe ser forra por naturaleza. Era el último día del cursado y el chico la había saturado. Digamos que no estaba del mejor humor.
La cosa empeoró cuando al chico se le ocurrió (en joda o no) retarla por ya no me acuerdo qué. Safo echaba humo y se mordía para no mandarlo de una buena vez a la mierda.
Para celebrar el fin del cursado el CECH organizó un asado en la universidad. Este chico debía guiar al grupo hasta “el bajo”, lugar de reunión por excelencia de los alumnos en tiempos de ocio y totalmente desconocido para nuestras jóvenes mentes. Pero en medio de eso también quería arreglar unos trámites para los alumnos que aún debían materias. El caso es que Safo y yo (por inercia) terminamos haciéndonos cargo de llevar un documento a la fotocopiadora. El resto del grupo pasaría a buscarnos. Cosa que no pasó.
Vale decir en defensa del chico, Matías creo, que nosotras no fuimos muy pacientes. Esperamos a lo sumo 2 minutos y al fin, el enojo de Safo que no lo quería ver ni en pintura y mis ansias de aventurera, pudieron más. Partimos solas en busca “del bajo”.
No hace falta decir que nos perdimos a los dos segundos. No perdidas en serio, sabíamos donde estábamos. Pero no teníamos la menor idea de a donde ir. Encima el campus estaba desierto. La única persona visible era una señora detrás de una ventana en el segundo piso de un edificio desconocido, y yo ya estaba barajando la idea de gritarle y preguntarle. Pero me contuve porque Safo no estaba de humor en ese momento. Ya había probado con otros chistes del tipo “¿Y no será este ‘el bajo’?” señalando un baño, pero recibí la simple respuesta de “No, Juli, no.” El humor de Safo no hacia más que incrementar el mío, que estaba a cada segundo más tentada.
Entonces vimos la salvación.
“Mira esos chicos tiene remeras verdes”
“Los del CECH usan remeras verdes ¿Serán del CEHC?”
Un pequeño grupo de chicos era escoltado por varios ‘remeras verdes’ hacia un rumbo desconocido.
“¿Y si los seguimos?”
Suspiro marca Safo de por medio “Y dale”
Así nos embarcamos rumbo a la aventura… o así lo imaginaba yo mientras me sacudía de la risa. ¡Y si que fue una aventura! Porque el grupo al que seguimos, anduvo y anduvo por caminitos entre medio de los yuyos y alejándose cada vez más del campus. Llegue a preguntarme si en realidad no estábamos siguiendo a alguna secta religiosa hacia su suicidio masivo lejos de la civilización.
A todo esto, suponíamos que nuestro grupo nos estaba buscando. Conforme pasaba el tiempo decidimos que había que dar señales de vida (sobre todo si tenía razón sobre lo de la secta). Pero había un problema. No teníamos los teléfonos de nadie del grupo. Habían quedado olvidados en algún cuaderno.
“Ya se, tengo el número de Totto en el celular”
Totto era con quien mejor me llevaba del grupo. Y como yo tenía algunos pulsos gratis para llamadas a celulares, nomás había que avisar que ya íbamos para allá (suponíamos) y listo.
“Hola, Totto”
“Hola…” me sorprendió la voz de una mujer “No, Totto no está. Está en la universidad”
Segundos de silencio hasta que los engranajes se mueven y entiendo la situación.
“E-Está bien… Disculpe”
Tuve que cortar de golpe para no estallarle a risotadas en el oído a la pobre madre de Totto. Safo debía pensar que estaba loca (más de lo normal).
“Llamé… llamé a…” Entre carcajadas intenté explicarme “Totto no tiene celular… Llamé un fijo… Me atendió la madre creo, debe pensarse que…” Y ahí me quebré.
Me quede parada, agarrándome la panza que ya empezaba a dolerme, muriéndome de risa literalmente porque cada dos por tres me faltaba el aire. Toda la tentación acumulada estalló de golpe. Para colmo Safo me miraba con cara de “¿Vos me estás jodiendo, no?” y sin una pizca de gracia. Al parecer toda la situación la enojaba cada vez más. Y yo desfallecía de la risa.
Al final, encontramos “el bajo”, a Safo se le paso el mal humor y logró resistir todo el día sin putear al nefasto chico, y yo después de que se me pasó el ataque de risa, le aclaré a Totto que si le decían que una loca había llamado a su casa, esa loca era yo.
Cosas así todos los días.
Como la última vez que fuimos a la pile (última vez que la vi hasta ahora). Estábamos echadas panza arriba en el pastito, disfrutando del viento y el simple ocio, cuando un gorrión fue a posarse en una rama por sobre mi cabeza.
“¡Mira el pajarito!” canturrié con aire infantil como hago a veces
“¿A dónde?”
“Ahí”
“Ah…” dicho con el tono de una persona que acaba de ver la luz en medio de la oscuridad “… ¿Dónde?” dicho con tono de nene de 6 años al que le explican la teoría de la relatividad.
Silencio de un segundo mientras asimilo la contradictoria respuesta.
“¡Pará! Poneté de acuerdo ¿lo viste o no lo viste al pajarito?” No tengo mucha paciencia cuando se trata de pajaritos.
Silencio dramático antes de que a las dos nos de un ataque de risa. Tanto nos reímos que seguro nos caeríamos al piso, sino fuera porque ya estamos tiradas en él, mirando lo azul del cielo, lo verde de los árboles y lo lindo de los pajaritos. Los pajaritos, dicho sea de paso, se espantan en seguida cuando alguien debajo de ellos estalla en un ataque de risas. (¡Pobre bicho!)
¿Dónde se habrá metido esta chica? Se que anda en varios quilombos pero no es como para ignorarme tan descaradamente. Sé que está en Córdoba, pero lo se a través de La Tana, no por ella. Me preocupa y me irrita a la vez. Pero buena, yo la banco, ella me banca, así es la cosa. No puedo funcionar bien sin los tornillos que me faltan.