Me dio ayer, sobre las 14h. Estaba en la última hora de ensayo, y me viene la clarinetista para tocar la primera sonata de Brahms, cuyo primer movimiento me había estudiado en una hora libre y poco más. Brahms (hijoputa) tiene dos sonatas para clarinete y piano, que comparten número de opus: 120. Se trata de una de sus últimas obras, quizá la penúltima. Hablo de memoria, pero me parece que la última es una obra coral, con un texto que habla de la muerte o algo así (¡además era visionario el chaval!) (si alguien me quiere aportar algo de rigor musicológico, se agradece).
Pues empezamos a tocar, y no duré ni dos minutos. Tuve que parar porque los lagrimones no me dejaban ver la partitura. ¡Y la alumna descojándose de verme! Tengo que decir que es la primera vez que enseño mi lado flaco de esta manera este año, así que no os vayáis a pensar que soy una nenaza, ¿eh? Bueno, a lo que iba, ¡qué maravilla de obra! Es perfectamente lógica y absolutamente emotiva. ¿Os imagináis a un viejo (igualito que papanoel, para el que no haya visto afotitos), que después de haber compuesto las sinfonías, los conciertos... se pone a hacer música de cámara con el arrebato de un adolescente? No podía dejar de pensar en él, que no deja de ser la primera persona que escuchó esa música (que no es suya, porque ningún ser humano puede componer algo así) soltando lagrimones como los míos...
Os animo a escucharla (¡y también, desde luego, la op. 118, para piano sólo!). En la escala del flipor, que va del 0 al 10, este tiene un 8,5 (que es sobresaliente, a ver qué pasa). Desde luego, tocarla es un placer añadido, pero no es imprescindible para disfrutar como un marrano.
Bueno, el próximo día cuento lo del mote que dice
bodonisans, que el koala no se quiere bajar... ¡jeje!