Fandom: Katekyo Hitman Reborn!
Claim: Kyouya Hibari/Hayato Gokudera.
Tambla:
Aquí.
Difícilmente existiría alguien tan entregado a Namimori como lo era Hibari, por no decir imposible. De hecho, el joven era conocido por todos en la ciudad precisamente por su devoción hacia ésta, que rayaba con el fanatismo, y por su fuerza, que iba más allá de lo humano. Debido a esto, era de conocimiento popular que si no querías tener problemas con él (lo que implicaría una larga estancia en el hospital, si corrías con suerte) lo último que debías hacer era algo que causara aunque fuese el más mínimo daño a Namimori. Por supuesto, este principio era aún más válido y tomado en cuenta en el mismo Instituto de Namimori, que de alguna u otra forma se había establecido como la base de Hibari; su tierra santa. Ahí, ostentando el cargo de Presidente del Comité Disciplinario, se encargaba de hacer cumplir sus leyes y de velar por el bienestar del lugar que tanto amaba.
Esa mañana hacía su ronda de vigilancia en el Instituto como tenía por costumbre, constatando que todo estuviese en orden. No era difícil, pues apenas aparecía en algún lugar lleno de personas, éstas se hacían a un lado y un silencio pesado se imponía de inmediato; claramente nadie deseaba causar la molestia del moreno, sobre todo sabiendo cuánto odiaba las multitudes.
Fue este silencio el que le permitió a Hibari oír al alumno que en ese momento se quejaba y maldecía porque la gaveta donde guardaba sus zapatos estaba atorada.
Alguien alteraba el orden; ergo, alguien debía ser castigado.
Avanzó con paso firme y las manos listas para alcanzar los tonfas que siempre traía consigo. A medida que se acercaba, los insultos adquirían más intensidad; cuando ya estaba a pocos pasos, se escuchó un fuerte crack. Le siguió más insultos, risas de una segunda persona, y balbuceos de una tercera. Cuando giró en la esquina y estuvo frente al sujeto en cuestión, fue recibido con un agudo “¡Hiie!”.
Frente a él se encontraban Tsuna, con una notoria expresión de pánico, Yamamoto, que lo miraba con sorpresa, y Gokudera, cuyo rostro estaba crispado en una mueca que buscaba parecer de tranquilidad, mientras que en una de sus manos mantenía la puerta de la gaveta, que se había salido de su lugar.
Los ojos de Hibari pasaron rápidamente por los tres, fijándose finalmente en el objeto que el italiano sujetaba en la mano. Éste, movido posiblemente por el miedo que buscaba ocultar, colocó la puerta de vuelta en el lugar que le correspondía; pero ésta, en vista de que aquel había sido destruido por la furia del joven mafioso, cayó al suelo ruidosamente.
El silencio se hizo absoluto, mientras las miradas de todos los que ahí había caían en aquella única persona cuya sola mirada te hacía desear no haber nacido.
Gokudera tragó saliva y retrocedió un paso cuando Hibari entornó los ojos y empuñó sus tonfas amenazadoramente.
-Aquellos que osan destruir el mobiliario de la escuela deben ser disciplinados; te morderé hasta la muerte.
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-No entiendo por qué estoy haciendo esto -murmuró entre dientes Gokudera.
-Haces esto porque el bebé lo propuso a cambio de que no te hiciera daño -explicó Hibari con voz monocorde, y sonriendo de un modo que Gokudera lo habría molido a golpes de no ser porque sabía que luego sería superado indiscutiblemente en fuerza-.Tienes suerte de que necesite una mascota para los recados.
-¿A esto llamas “no hacer daño”? -respondió con irritación, señalando los vendajes que cubrían su cuerpo. Recordaba con especial amargura las curaciones que él mismo debió hacerse debido a que Shamal se negó a atenderlo-. ¡Fue una maldita gaveta! ¡No pienso convertirme en tu jodida mascota por esto!
Hibari le dirigió una mirada feroz, señal de que era un buen momento para callar si no quería recibir otra paliza. Cuando Hibari comprobó que la señal había sido correctamente interpretada, sacó de uno de los cajones de su escritorio una carpeta que luego entregó a Gokudera.
-¿Qué es esto?
-Lo que tendrás que hacer mientras estás aquí.
El italiano tomó la capeta con brusquedad, abriéndola y leyendo los papeles que ahí habían. A medida que avanzaba con su lectura, la expresión de su rostro fue alterándose más y más; incluso apareció un pequeño tic sobre una de sus cejas.
-¿Limpiar la habitación? ¡¿Fregar el piso?! -Hizo una pausa, como si estuviese asegurándose de haber leído correctamente la lista. Cuando lo comprobó, miró a Hibari con indignación-. ¡¿Quién diablos crees que soy?! ¡¿Tu maldita criada?!
Hibari simplemente sonrió. Realmente está disfrutándolo, pensó Gokudera con resentimiento.
El moreno volvió a inclinarse para sacar otra cosa del cajón; esta vez se trataba una bolsa. Gokudera la miró con recelo.
-¿Y eso?
El hecho que Hibari no respondiera le pareció una mala señal. Metió su mano en la bolsa y sacó lo que contenía, y no pudo evitar mostrar su indignación al ver que se trataba del uniforme que todos los subordinados de Hibari utilizaban.
-Aún siendo miembro temporal del Comité Disciplinario, llevarás ese uniforme -explicó el presidente de éste-. El Comité es el orgullo del Instituto Namimori y por lo tanto no debe ser tomado a la ligera.
-¡Estás loco si crees que me pondré esta cosa! -exclamó Gokudera. Ya suficiente era tener que pasar el siguiente par de semanas a las órdenes del odioso Hibari; si a eso tenía que agregarle llevar ese atuendo tan pasado de moda, entonces…
Hibari se puso de pie, interrumpiendo el hilo de los pensamientos de Gokudera. La maliciosa sonrisa en su rostro dejaba en claro que sabía que el italiano reaccionaría así; lo esperaba.
Blandió sus tonfas amenazadoramente.
-Si lo deseas, ese punto puede ser negociado…
Gokudera apretó los dientes, dando un paso hacia atrás. Hibari tendría que pagar por esto; al menos, debería. Sin embargo, tragándose su orgullo, agarró la bolsa con el uniforme y salió disparado de la habitación, dando un portazo tras de sí.
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Los juegos eran parte importantes en la rutina de los miembros del Comité Disciplinario; no porque fueran muy seguidos, pues todo dependía simplemente de que Hibari sintiera deseos de “jugar”, pero si tenías la mala suerte de estar ahí en aquel momento, debías saber que no podías negarte. Después de todo, Hibari hacía cuanto quería, de modo que incluso sus juegos eran algo que debía ser respetado como algo sagrado, tal como cualquier palabra que saliera de su boca.
Apenas Gokudera ingresó al Comité Disciplinario en calidad de miembro temporal fue inmediatamente advertido acerca de esta costumbre. El italiano escuchó a sus superiores con algo de escepticismo al comienzo, pues le era difícil creer que a alguien tan serio como Hibari le gustara realmente jugar. Sin embargo, a causa de a la insistencia que los demás miembros mostraron acerca de este hábito, la curiosidad de Gokudera comenzó a despertar. ¿Qué tipo de juegos serían aquellos que al presidente del Comité le gustaban tanto?
Cuando en uno de los descansos comentó el asunto con Tsuna, éste comenzó a balbucear y a sudar, advirtiéndole torpemente que apenas Hibari mencionase la palabra “juego” debía salir corriendo.
Lamentablemente, el hecho que Yamamoto comenzara a reír ante la reacción del más pequeño desvió su atención de seguir preguntándole sobre los detalles, pero el asunto quedó firmemente grabado en su mente y su curiosidad no hizo más que aumentar.
De todos modos, fuera para su alegría o tristeza, Gokudera acabaría descubriendo qué era lo que hacía tan especial a estos juegos impuestos por Hibari más temprano de lo que hubiera esperado.
Como lo indicaba el itinerario hecho por el mismo Hibari, aquella tarde le correspondía limpiar el salón que el Comité ocupaba.
-¡No soy tu puta criada! -exclamó el italiano por décima vez en ese rato. Hibari permaneció sentado en su sillón mirado por la ventana en silencio como si él no existiera. Incluso Hibird, que descansaba sobre el hombro de su dueño, pareció ignorarlo.
Una vena se marcó en su sien.
-¡¿Me estás escuchando?! ¡¡Estoy harto de tener que aguantar esto!!
Sólo entonces Hibari lo miró.
-Eres escandaloso -murmuró con tono inexpresivo, aunque sus ojos eran de reproche.
Hibird comenzó a volar en círculos alrededor de Hibari, para luego posarse en su cabeza.
-Escandaloso, escandaloso -canturreó.
El italiano miró con odio al ave, y le hubiera gritado algo también de no haber sido porque Hibari se ponía lentamente de pie y lo miraba con aquella sonrisa que sólo podía significar una cosa: problemas.
-Si ya estás aburrido, entonces te propongo un juego -dijo, y un escalofrío recorrió la espalda de Gokudera-. Si vuelves a quejarte, te mataré…
Y sólo entonces, Gokudera comprendió por qué Tsuna le había recomendado huir apenas escuchara la palabra “juego” y por qué los demás miembros del Comité habían insistido en que debía tener cuidado; porque cuando Hibari proponía un juego, era imposible decir “no”.
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-Eres un maldito nazi del orden, ¿lo sabías? -comentó Gokudera ceñudo, mientras Hibari examinaba el informe que por cuarta vez le había mandado a escribir; las anteriores versiones habían sido rechazadas por cosas como que la letra no era lo suficientemente clara, la hoja tenía un pequeño manchón y otra simplemente porque sí.
Sin embargo, para pesar de Gokudera, la sonrisa que apareció en el rostro de Hibari dejó en claro que no había tomado su comentario precisamente como un insulto.
-No permitiré que el nombre de Namimori sea ensuciado -mencionó, fijando sus inescrutables ojos en el italiano-. Por supuesto, aquello aplica aún en el aspecto más insignificante.
Gokudera chasqueó la lengua, pero prefirió guardarse sus comentarios. Apenas iba en la mitad de su primera semana como miembro temporal del Comité, y si quería llegar a salvo al final, debía cuidarse de no molestar a Hibari.
Suspiró, mientras esperaba a que Hibari terminara de leer el informe y le pudiera fin a su agonía. Si tenía que hacerlo una vez más…
Hibari dejó escapar una exhalación, echando el susodicho documento al bote de la basura.
-¡¿Qué diablos haces?! -chilló Gokudera con espanto.
-No sirve.
Una sonrisa apareció en el rostro de Hibari, y Gokudera sintió más deseos que nunca de quitársela plantándole un cartucho de dinamita en el rostro. Apretó la mandíbula con indignación.
-¡¡¡Eres un jodido abusador!!!
Giró sobre sus talones y abandonó el salón, muy a su pesar, pesando en la redacción del informe que por quinta vez debía hacer. ¿Y cuál era la importancia del inventario en la cocina?
-Tus padres deben ser unos santos por aguantarte hasta ahora -murmuró por lo bajo cuando abandonó la habitación.
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-Uno de estos días mataré a Hibari, lo juro -murmuró entre dientes Gokudera en el almuerzo, uno de los pocos momentos en los que conseguía escapar de sus deberes como miembro del Comité Disciplinario para acompañar a quien sería el décimo líder de la familia Vongola. Se encontraban en la azotea del edificio principal como de costumbre, sentados en el suelo.
-N-No creo que eso sea bueno, no deberías -tartamudeó Tsuna con evidente nerviosismo.
Gokudera se encogió de hombros, sin saber si su jefe lo decía porque no quería que él se viera involucrado en un asesinato o porque secretamente temiera que acabase siendo Hibari quien lo matara a él.
La alegre risa de Yamamoto lo distrajo.
-¿Y para qué querrías matarlo? -preguntó entre risas-. Pertenecer al Comité Disciplinario parece ser muy divertido; me uniría de no ser porque el béisbol ocupa todo mi tiempo.
-¡No tienes idea de lo que dices, idiota! -gritó Gokudera claramente enojado-. Hibari es peor que el demonio. El mismo infierno es mejor que pasar un día bajo las órdenes de ese maldito; ni qué decir dos semanas.
Yamamoto volvió a reír, pero el italiano ya no le prestaba atención; ahora encaraba a Tsuna, inclinándose tanto que su frente prácticamente tocaba el suelo.
-Décimo, sé que Hibari es uno de los miembros de la familia Vongola por decisión de Reborn-san, pero aún así sigue siendo un peligro. Por favor, ¡permítame acabar con él!
-¡¡¿Eh?!!
Tsuna lo miró con los ojos abiertos de par en par, y su mandíbula pareció desencajarse a causa del grito que pegó. ¿Iba en serio al pedirle permiso para matar a Hibari? ¿A Hibari? Sólo pensar en él hacía que un estremecimiento recorriera su espalda. Tardó unos segundos en conseguir que de su boca salieran sonidos coherentes.
-¡D-De ninguna manera! ¡Absolutamente no! -chilló con la voz un par de octavas más alta a causa del pánico-. ¡N-No debes matar a nadie! ¡N-Ni siquiera a Hibari-san! ¡Matar está mal!
Gokudera hizo un pequeño puchero, pero sabía que Tsuna no cambiaría de opinión. A veces era problemático tener un líder con tan poca conciencia de mafioso.
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Gokudera sabía que a Hibari no le gustaba ser despertado; no sólo porque los demás miembros del Comité se lo habían advertido (y si habían estado en lo correcto con los “juegos”, ¿por qué no habrían de estarlo en este respecto?), sino porque el mismo Tsuna se lo había repetido hasta el cansancio. Jamás, jamás, JAMÁS debías despertar a Hibari, aún cuando el mundo se estuviese acabando.
Posiblemente debido al enfado que sentía, no supo interpretar las señales que indicaban que no era un buen momento para irrumpir en el salón del Comité Disciplinario; como por ejemplo, el hecho que Kusakabe estuviera esperando afuera de éste y la expresión de su rostro cuando Gokudera entró en el salón.
La puerta se abrió de golpe y ruidosamente.
-¡Oye, Hibari, tú…!
El ver a Hibari acostado en el sillón, con los ojos cerrados y las manos sobre el regazo fue suficiente para que el italiano comprendiera que se encontraba en un gran lío. En aquellas pocas milésimas de segundo, su mente trabajó con extrema rapidez: A Hibari no le gustaba que lo despertaran. Acababa de despertar a Hibari. Aunque después de todo por lo que tuvo que pasar por su culpa, era lo mínimo que se merecía.
Una pequeña sonrisa forzada apareció en el rostro de Gokudera.
Sin embargo, el ver a Hibari poniéndose lentamente de pie, empuñando sus tonfas y con una aterradora mueca en su rostro, le hizo replantearse la concusión a la que había llegado. A Hibari no le gustaba que lo despertaran. Acababa de despertar a Hibari. Hibari está enojado. Cuando está enojado, Hibari golpea personas. En ese momento, él era la persona más cercana (sin mencionar que era el culpable de todo). Hibari lo hará picadillos. Un escalofrío recorrió la espalda de Gokudera, quien instintivamente retrocedió un paso, sujetando con firmeza el pomo de la puerta. Hibird, que hasta el momento había estado posado sobre a cabeza de Hibari, ahora volaba en círculos sobre el de cabello negro, canturreando alegremente “Estás acabado, estás acabado”. No era lo que se podía decir una ayuda.
Sin embargo, consiguió mantener la suficiente calma como para idear un plan de escape.
-¡Por favor, continúa durmiendo! -exclamó, inclinando la cabeza para luego echar a correr a todo lo que daban sus pies.
Después de todo, no estaba en sus planes cercanos ser asesinado por Hibari.
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Algo bueno que tenía hacer la limpieza en el segundo descanso de la mañana, era que Hibari solía patrullar a esa hora, y eso implicaba que Gokudera estaría solo en el salón. Se encontraba mucho más relajado, y sabía que si llegaba equivocarse en algo, no tendría que enfrentarse a la furia de Hibari (siempre que pudiera arreglarlo en el tiempo en que éste se encontraba ausente).
Cuando sintió ruidos procedentes de la ventana, algo en su interior le dijo que no debía prestarle atención. Sin embargo, la curiosidad lo supero; se acercó cauteloso y para su sorpresa encontró a Dino, literalmente colgado de la ventana.
-¡¿Pero qué… ?!
Instantes después, Dino se encontraba dentro de la habitación, limpiando la suciedad de su ropa mientras Gokudera lo observaba con el ceño fruncido.
-Ah, me salvaste -exclamó Dino sonriendo-. Estuve a punto de caer.
-¿Y qué diablos hacías en la ventana, de todos modos?
-Tenía un asunto que hablar con Kyouya, pero éste les ordenó a sus subordinados que no me dejaran entrar; por eso debí colarme como pude, dejando a mis hombres en la entrada para no levantar sospechas, así que… ya sabes. Por cierto, Reborn me contó que estás ayudando a Kyouya, ¡buen trabajo!
Gokudera lo miró con molestia. Estaba todo sucio y rasmillado, aunque considerando lo torpe que era cuando estaba lejos de su familia, era todo un logro que alcanzara a llegar en una sola pieza. Ahora, los ojos de Dino comenzaron a recorrer la habitación, deteniéndose en una pequeña tetera.
-¡Té! -exclamó-. Es justo lo que necesito ahora. ¿Quieres un poco?
Gokudera se estremeció, pensando en la cara que pondría Hibari si el té que había preparado desaparecía para su regreso.
-N-no creo que sea una buena idea. Es el té de Hibari y…
-Bah, no se molestará -aseguró Dino sonriendo ampliamente.
Comenzó a servir el té en dos tazas, y por la expresión de su rostro, ponía especial interés en no desparramar nada. Debería quitarle la tetera, pensó Gokudera nervioso, pero no estaba seguro de los destrozos que podía causar la torpeza de Dino si intentaba hacer algo para detenerlo.
No obstante, Dino sí se detuvo. Ahora miraba hacia la puerta, donde Hibari acababa de hacer su aparición.
-¿Tú aquí? -murmuró al ver a Dino. Su mirada rápidamente cayó en las tazas, para luego fijarse en la tetera que sostenía en las manos. No tardó en figurar lo que sucedía-. Mi té…
-Ah, sí. Huele delicioso, ¿quieres un poco? Creo que todavía queda algo en la tetera.
Hibari no respondió; la forma en que empuñaba sus tonfas era respuesta suficiente. Gokudera sabía lo que venía. En condiciones normales, Dino podía contra la inhumana fuerza de Hibari, pero (nuevamente) en esta ocasión no había nadie de su familia cerca y sus habilidades estaban reducidas a cero.
El joven se encogió de hombros. Al menos, se alegraba de no haber sido él el sorprendido por tratar de robar el té de Hibari.
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No era ningún secreto que a Gokudera no le gustaba Hibari. Si bien hacía todo cuanto le pedía (de todos modos, no era que tuviera muchas opciones), dejaba claro con su actitud que no era de su agrado; ya se había vuelto costumbre a lo largo de esas dos semanas ver a Gokudera saliendo del salón del Comité Disciplinario maldiciendo en italiano y golpeando puertas. Por eso, Kusakabe no se sorprendió cuando uno de esos días, mientras lo acompañaba a acarrear unos bultos hacia el sector de bodegas, preguntó con molestia:
-¿Cómo es posible que soporten a un tipo así?
El vicepresidente rió despreocupadamente.
-Kyou-san es de esas personas a las que o llegas a amar o llegas a odiar; aunque la mayoría tiende a hacer lo segundo.
-Y no me extraña. Dudo que pueda agradarle a alguien con esa jodida forma de ser.
-Kyou-san tiene un modo inusual de mostrar interés, pero no es una mala persona -respondió él con afabilidad-. Los miembros de Comité tenemos claro eso, así que simplemente le seguimos el juego. Mientras podamos estar con él, es suficiente; le seguiremos siempre.
Gokudera pudo haber objetado, pero prefirió no hacerlo. Para él, un “siempre” al lado de Hibari era más de lo que podía soportar, sin embargo recordó que por lo menos nueve años y diez meses en el futuro los que ahora eran miembros del Comité Disciplinario aún seguirían a su lado. Al menos ellos no mentía respecto a sus intenciones de seguirle, y no pudo evitar pensar cuán afortunado era Hibari por contar con ellos.
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Quedaban sólo días para terminar con su castigo, pero para frustración de Gokudera no podía quitarse las palabras de Kusakabe de la cabeza. ¿Por qué debía perder el tiempo pensando en Hibari y su maldito “modo inusual de mostrar interés, pero no es una mala persona” cuando podría estar pensando en su tan cercana libertad? Ya sabía que no había forma de que aquello fuera verdad. Hibari era un ser egoísta que pensaba sólo en divertirse a costa de los demás; o al menos, eso era lo que demostraba.
Pateó la reja de seguridad de la azotea, mirando a través de ella hacia las dependencias del Instituto sin buscar nada en especial. Supuestamente debía estar de patrullaje, pero solía aprovechar esas instancias para escaparse y fumar tranquilo en un lugar lejos del alcance de Hibari.
El Décimo debe estar en clases, pensó con pesar Gokudera, acabando el segundo cigarrillo de la jornada. Yamamoto es un maldito afortunado. Botó la colilla y la pisó para ahogar las últimas brasas, mientras su mano ya buscaba el paquete de cigarrillos en su bolsillo para encender otro.
Un sonido agudo llamó su atención, y cuando bajó la mirada para ver de dónde procedía, notó que Hibari estaba recostado sobre la hierba de una de las zonas verdes, alejado del resto de los estudiantes. Hibird volaba a su alrededor, y de vez en cuando se posaba sobre él. Tuvo entonces la certeza de que el sonido agudo procedía de la pequeña ave, que parecía estar dedicándole a su dueño una función exclusiva.
Hibari permanecía con los ojos cerrados y las manos cruzadas por detrás de la nuca, y parecía estar hablando con Hibird. Él decía algo y el ave cambiaba de melodía (aunque el himno de Namimori era la más recurrente). Gokudera no pudo evitar sentir admiración por un momento; Hibari debía tener mucha paciencia y dedicación para enseñarle a la pequeña ave tantas melodías. Y no sólo era eso: viéndolo recostado en el césped, sin armas ni amenazando a nadie, sin sonrisas macabras y jugando con Hibird (o al menos ésa era la impresión que daba a la distancia), era más fácil pensar de Hibari como alguien distinto a lo que siempre mostraba. Casi como lo que había dicho Kusakabe…
Gokudera dio un pequeño salto al comprender hacia dónde lo llevaban sus pensamientos. ¿En qué diablos estaba pensando? Movió la cabeza de un lado a otro, como si pensara que esto le iba a ayudar a alejar todas esas ideas de su cabeza.
Recordó la cajetilla que aún seguía en su mano. La miró arqueando una ceja, pero finalmente la guardó en su bolsillo, dirigiéndose a las escaleras. Lo mejor es simplemente dejar de pensar en ello, se dijo; después de todo, su mente aún no estaba lista para pensar en Hibari de una forma distinta a la de un dictador…
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El hecho de poder devolver el uniforme que Hibari le había ordenado usar mientras estuviera sirviendo como miembro del Comité Disciplinario le resultó un gran alivio a Gokudera. Era despedirse de lo que habían sido dos semanas tormentosas, y que pretendía dejar en el olvido, y volver a la vieja rutina, junto a Tsuna e incluso el idiota de Yamamoto. Aún cuando las clases eran aburridas, era mucho mejor que deambular por el Instituto como recadero de Hibari.
En el momento en que el profesor entró al salón y se vio obligado a volver a su asiento a un lado de la ventana, apoyó el mentón en la mano y se puso a mirar hacia el exterior, olvidándose por completo del hombre que con voz monótona impartía la clase de álgebra. A lo lejos, podía ver a los alumnos que corrían en las canchas, los que estaban en otros salones e incluso un par que por la forma en que se agazapaban detrás de los arbustos, estaban tratando de evadir las clases. Se fijó en estos últimos con más atención.
Parecían nerviosos, y por sus gestos, parecían decirse el uno al otro que guardaran silencio. Incluso, pudo notar que sus rostros mostraban cada vez más y más pánico; exactamente la reacción que causaría encontrarse con Hibari en un momento como ese, pensó. Y efectivamente, no tardó mucho para advertir que Hibari caminaba cerca de ellos.
Continuó mirando, curioso de lo que sucedería a continuación. Hibari se detuvo repentinamente y, para su sorpresa, alzó sus ojos hacia él. Una macabra sonrisa surcaba su rostro, y Gokudera casi tuvo la certeza de que lo estaba saludando. Un escalofrío recorrió su espalda, pero supo mantener la calma. Ya había pasado todo y no tenía de qué preocuparse. No obstante, fuese tal vez por la costumbre que había adquirido a lo largo de las anteriores dos semanas, no pudo evitar mover apenas la cabeza en dirección al par que se esforzaba por pasar desapercibido detrás de los arbustos. La sonrisa en el rostro del presidente del Comité se hizo aún más evidente, y asintió con confianza. Gokudera supo que ya se había percatado de ellos.
El profesor levantó la voz para poner énfasis en lo que acababa de decir, y aquello fue suficiente para que el italiano desviara la vista y la dirigiera por un segundo al pizarrón. Cuando volvió a mirar por la ventana, Hibari había reanudado la marcha en dirección al susodicho par, posiblemente divirtiéndose pensando en algún castigo para ellos.
Suspiró, esta vez mirando las nubes y dejando que su mente deambulara por lugares más tranquilos. Tal vez su estadía en el Comité Disciplinario no había sido tan mala después de todo (haciendo a un lado los constantes abusos de su presidente), pero definitivamente no era una experiencia que quisiera repetir.
Hibari podía quedarse con sus juegos y sus hombres, que lo seguirían hasta el final; de alguna forma, estaba seguro de que se lo merecía a pesar de todo.