Al principio, creí que alguno de mis vecinos me torturaba sin querer, poniendo precisamente un tema de L’Arc~en~Ciel que tenía una letra romántica y que en ese momento mucho bien no me hacía.
Segundos después, me di cuenta que no. Que probablemente me había quedado dormido y estaba imaginando que Hyde estaba al pie de mi balcón, cantando a cappella para mí.
Disfruté cada nota que salió de su garganta, privando a mi mente de pensar en si ese Hyde que estaba observando era real o fantasía. El análisis de la situación podía esperar. Y aunque hubiese querido hacerlo, su voz siempre me había parecido envolvente, imposible de pasar por alto.
Antes de que notara que estaba sonriendo de oreja a oreja y de que considerara siquiera los riesgos de tirarme desde un primer piso directamente hacia abajo, ya había aterrizado como un gato en mi patio junto a él. Me puse a reír al ver su mandíbula completamente caída y si alguna parte de mi cuerpo no había recibido bien mi acrobacia, no fui conciente de ello en ese momento.
- ¡Gacchan! ¡Podrías haberte matado! - me regañó tras acercarse a mí y habiendo palpado con manos pequeñas pero firmes todo espacio de mi cuerpo que pudo, sin parecer atrevido - ¿Por qué hiciste eso?
- No quería hacerte esperar
- Baka - siseó, exhalando con tanta pesadez que pude convencerme de que lo había asustado en serio - ¡Me asustaste, eres un malvado!
- ¿Quieres pasar? Está helando - ofrecí, observando sin parpadear cómo se disipaba la nubecilla de vaho que había creado, la temperatura bajo cero ayudando a enfriar lo suficiente mi cabeza como para que dejara de actuar como un adolescente enamorado - “No es un sueño, sé que no. ¿Estaré volviéndome loco?”
- Hai
No mucho tiempo atrás, además de haberme disculpado, le habría asegurado que no volvería a hacer algo semejante. No sé de dónde saqué el aplomo para aparentar entereza y cambiar de tema, a pesar de que por dentro me sentía profundamente perturbado.
Escucharlo hablándome otra vez era una experiencia irreal.
“Estuvimos perfectamente todo este tiempo sin ti”, se mezclaban las últimas palabras que me había dirigido con las que pronunciaba animadamente mientras caminábamos hacia el portal de mi casa, “Y seguiremos estándolo, así que ocúpate de tus cosas”.
- ¿Quieres un té? - fue la única pregunta coherente que pude formular, en cuanto estuvimos adentro. Él asintió sin mirarme, la energía con la que intentaba charlar en vano conmigo evaporándose con rapidez, supuse por culpa de mis inexistentes respuestas.
Crucé prácticamente a zancadas la estancia, reprochándome a mí mismo el no haber podido comprender ni una mísera oración de lo que me había dicho, siquiera para soltar algún monosílabo salvador. Mientras esperaba que el agua hirviera mordiendo mis labios con frustración, me di cuenta que a pesar de lo embelezado que me había dejado su serenata, seguía dolido por lo que había pasado. La sensación de estar dividido en dos me mareaba, una parte queriendo solo abrazarlo y olvidarse del resto y la otra recordándome con saña que sentimientos como los que yo albergaba por él no nacían de un día para el otro.
Hyde podía estar jugando conmigo, deseando algo pasajero. Era lo más probable. O peor aún, quizá me estaba gastando una broma, creyendo que era el mejor modo de borrar su anterior intento de sacarme de su vida y que siguiéramos siendo amigos - más bien, lo que él consideraba un amigo -, como si nada.
Pero yo no podía olvidarlo así como así. Solamente tratando de conseguirlo, me latía la cabeza casi tanto como el corazón, y toda esa debilidad que me embargaba me daba asco.
Pocas veces me sentí tan fuera de mí. Me hubiera ayudado recordar alguna de las otras ocasiones, pero ningún recuerdo específico acudió en mi auxilio, y me resigné a lidiar con lo que sucedía solo.
¿Desde cuándo estar enamorado era sinónimo de dar lástima? Agradecí que nadie pudiera verme en ese estado, y luego de servir el té, me encaminé con pasos resueltos de vuelta a la sala. Podía quedarme en la cocina media vida, comiéndome la cabeza sobre cuáles eran las intenciones verdaderas de Hyde, pero no conseguiría adivinarlas. Lo sensato era escuchar lo que había venido a decirme y dejar las conjeturas para después.
Apoyé la bandeja en la mesa ratona frente al sofá que estaba ocupando, y tomé una manta para cubrirle. Temblaba bastante, seguramente no solo por el frío, y reprimí el impulso casi violento que sentí de confortarle entre mis brazos. Tenía la nariz un poco roja y se mecía de atrás para adelante como un niño pequeño, murmurando a tan baja voz que no pude oírle a pesar de que la despedida que me había dado había dejado de cazarme.
Me miró con ojos grandes cuando lo arropé, pareciendo salir de su trance. Me dejé caer junto a él, cerrando los ojos, la parte de mí que quería darle lugar a la esperanza expandiéndose en mi interior, la otra harta de intentar razonar en plena madrugada.
Petrificado quedé al sentir a Hyde acomodando la frazada a mi alrededor, arrimándose a mi costado para hacerla alcanzar para los dos. Le miré alzando una ceja, notando que tenía el ceño ligeramente fruncido, pero sonreía.
- Tú estás más frío que yo - se explicó, estirando uno de sus delgados brazos para tomar una de las tazas que había traído.
Tenía razón.
Para cuando él llegó, yo llevaba horas afuera. Mis pies descalzos estaban entumecidos y no me había contentado con descuidar mi garganta exponiéndola al frío, sino que había fumado tantos cigarrillos que el olor a tabaco seguramente me acompañaría por días. Y lo peor es que nada de eso había sido suficiente para calmar las ganas que tenía de ir a su encuentro, de decirle que lo perdonaba, que no llorara más.
Lo único que me detuvo fue convencerme que no podía estar seguro de cuán ciertos eran los sentimientos de Hyde hacia mí, sobretodo cuando su mejor amigo era el que los había compartido conmigo y no él.
No tachaba a Tetsu de mentiroso, de hecho estaba agradecido con él. Hasta estaba dispuesto a pasar por alto lo desubicado que había sido al gritar como un loco en la fiesta, aun cuando sabía que los medios no iban a dejarme en paz por un buen tiempo, y que seguramente la gente que no había captado todavía mi bisexualidad, terminaría de hacerlo.
Además, estaba cansado, admití. Cansado de buscarle. Deseaba que, por una vez, él asumiera ese papel. Que, por una vez, me demostrara que quería verme. Que me extrañaba.
Si era verdad lo que Ogawa me había confiado, llegaría el momento en que él se levantaría por sí mismo. Si lo que su corazón realmente deseaba era estar conmigo, yo sabía que le sobrarían fuerzas para hacerlo.
Era tan difícil de creer, sin embargo. Podía apreciar perfectamente la hinchazón de sus ojos, acostumbrados los míos a la oscuridad, y aún así permanecía incrédulo a la realidad.
Tal vez lo que había sucedido entre los dos me había afectado más de lo que estaba dispuesto a aceptar.
Perfecto, me regañé mentalmente, perfecto momento escogiste para hacerte el ofendido, Gackt.
- Gacchan, estás callado
- Lo siento, estaba pensando en otra cosa. Mentiroso.
- Sigues enojado, ¿verdad?
Volteé el rostro, bajándolo un poco para lograr ver el suyo. Su semblante serio me tomó por sorpresa, más aún que la que me había causado que él solo tocara el tema. Sus ojos brillaban con luz propia en la penumbra del cuarto, y sus labios estaban tan apretados que el tono rosado que tenían rozaba el blanco. Parecía que iba a llorar en cualquier momento, y quise tirar al demonio mi cautela y mi orgullo y decirle que le amaba, que no hacía falta que dijera más nada, todo con tal de no ser el causante de sus lágrimas.
Pero no pude.
“Suerte, Gackt. Sayonara.”
- Nunca estuve enojado, Haido - aclaré sin ningún tono en especial, concentrándome en observar escaparse el calor de mi taza de té sin tocar - Es solo que… no esperaba verte. Me dijiste que--
- No, no, no lo repitas. Por favor - dejó el té con un sonoro golpe en la mesa como si quisiera llamar así mi atención - Fue una mentira. Estaba asustado, creí que… creí que era lo mejor que podía hacer
- ¿Estabas… asustado?
“Él es demasiado inmaduro”, resonó la voz de Yoshiki dentro de mi cabeza, “nunca podría corresponderte como lo haces tú. Aun si en este momento sintiera algo por ti, yo dudo mucho que hiciera algo más al respecto que entrar en pánico y esconderse.”
Otra vez, había estado en lo correcto. Lástima que eso no fuera bueno para mí, precisamente.
- Perdóname, Gacchan, no sé cómo reparar lo que hice. Tengo muchas ideas, eso sí. Solo vine a pedirte que me dejes intentarlo… no creí que - su voz terminó de quebrarse, y pude distinguir incluso un sollozo ahogado en su garganta - No creí que estarías… tan enfadado conmigo, aunque sé que… sé que me lo merezco
Su hombro, que rozaba el mío bajo el cobertor, se estremecía por momentos sacudido por los espasmos propios del llanto. Aspiré con fuerza, volviendo a cerrar los ojos, decidiendo por fin lo que haría gracias a eso.
Poco me importaba lo que pudiera ocurrir después, si podía ahorrarle al menos un poco de su pesar, si podía brindarle al menos una noche de felicidad.
Yo podía darle todo cuanto quisiera y lo haría con gusto si era recompensado simplemente con una de sus sonrisas. Si lograba, de paso, ahorrarle algunas lágrimas. Eso sería suficiente.
De mi futuro, ya me encargaría. Ya había probado lo que era ser rechazado por él, y había sobrevivido, aunque no sabía bien de qué forma.
Rodeé con un brazo sus hombros, atrayéndole hacia mí, permitiendo que su cabeza descansara en mi pecho. Sus sollozos se fueron haciendo más y más espaciados, y aproveché para volver a acomodar la manta sobre su espalda.
- No estoy enfadado, Haido - volví a afirmar, esperando que me creyera - Me tomaste desprevenido, sobre todo porque pensé que estaba siendo discreto, no que estaba molestándote
- ¡No me molestabas! No hiciste nada malo, Gacchan, es solo que no estaba pensando - alzó la vista, separándose apenas de mí para alcanzar mis ojos con los suyos - Después de que… de que te vi con Chachamaru - quise abrir la boca para explicarle aquello, pero se separó todavía más y cubrió mi boca con una de sus manos - No me expliques nada, no tengo derecho a oírlo - fruncí el ceño, y él se limitó a negar con la cabeza antes de continuar - Después de eso, volví a casa furioso. Sentía como si me hubieran robado algo, rompí media sala y hubiera seguido sino fuera porque Kei me vio… Tetsu también estaba, le había pedido que lo cuidara mientras iba a verte, y cuando me dijo que pensaba que estaba celoso de… de Chachamaru - ahora que me fijaba, la manera en la que casi escupía el nombre era ternísima - no quise creerle. Pero tenía razón… cuando te vi después en la tienda, con Kei en tus piernas frente a ese piano, creí que no podía haber imagen más bella. No quería alejarte, lo que quería era que te quedaras con nosotros para siempre, ¿sabes? Pero todas las implicancias que traía querer eso me aterraron. Y yo… pensé que era lo mejor que podía hacer. Decirte adiós - deslizó con suavidad la mano con la que me había callado hacia mi mejilla, mientras yo enjugaba una solitaria lágrima que bajaba por la suya - Pero… me equivoqué. Me dolió tanto, creí que iba a morirme
- Eres un exagerado - lo acusé, inclinándome para depositar un beso en su frente, deteniéndome al notar que se alejaba.
- Y tú eres un sadomasoquista - tomó una servilleta de tela de la bandeja y cubrió con ella mi labio inferior - Estás sangrando, ¿no te duele?
- No - contesté con sinceridad. Apenas y sentía algo de ardor y sequedad.
Lo que inundaba mis sentidos era su presencia y la sensación de haber obtenido la mejor de las victorias.
Con que no podría hacerlo madurar, ¿eh, Yoshiki?
- Bueno, a mí sí - replicó con tanta gravedad que me arrancó una risa - ¡No hagas eso, vas a abrirte la herida, idiota!
- Haido, no me voy a desangrar. No seas histérico.
- ¡No soy histérico! Y no sé si te vas a desangrar, no soy médico, pero estás sangrando y no me gusta verte herido, ¿entiendes?
- No
- ¡Gacchan!
- Está bien, está bien - suspirando, relajé mis labios, teniendo verdaderamente que luchar contra la sonrisita tonta que quería dibujarse en ellos. Me sentía tan feliz después de haberlo escuchado, que ni yo me lo creía - ¿Permiso para hablar, señorita?
- Hn - pareció pensárselo, levantando apenas la servilleta para revisar mi herida - Concedido
- Chacha es mi amigo. Nada más.
- Te dije que no tienes que explicarme nada
- Lo sé, pero quería hacerlo - lo miré extrañado mientras él se ponía de pie, ceñudo - ¿No me crees?
- No es eso, espera aquí.
Lo seguí con la vista hasta que dobló por el corredor, preguntándome qué querría. Se movía con bastante soltura, a pesar de que toda la luz que iluminaba la casa era la de la Luna. Estaba bastante extrañado, hasta que sentí un ruido sordo acompañado de unas cuantas maldiciones.
Sí, con bastante soltura, pensé divertido, pero no la suficiente como para salir ileso. Me imaginaba que el resto de los muebles los había esquivado por pura suerte, dudaba que su memoria hubiera retenido algún detalle de la decoración de las veces que había venido antes.
- Enfermo, maniático, intento de vampiro fallido - venía murmurando, sobándose una rodilla - ¡Nada te cuesta poner una luz para las visitas, por más que tú no la uses!
- Tal vez visitas es lo que no quiero - respondí, mirando con curiosidad un pequeño maletín que había traído.
- Bueno, a la mía vas a tener que acostumbrarte - me advirtió sonriendo, volviendo a ocupar su lugar junto a mí.
Cuando lo abrió, caí en la cuenta de que había ido a buscar el botiquín que guardaba en el baño. Lucía tan entusiasmado que la cantidad de años que se había quitado de encima era pasmosa. Con las piernas cruzadas y concentrado, los ojos le brillaban mientras miraba alternativamente mis labios y los implementos que iba a utilizar. Parecía un niño. Me contuve de sonreír todo lo que pude, pensando que mientras no me pusiera alcohol lo dejaría jugar cuanto quisiera.
Pasados unos segundos, cortó un poco de gasa y agua oxigenada, comenzando a limpiar la herida con mucha más destreza de la que podría haberme imaginado.
- Tengo práctica - afirmó como si me leyera el pensamiento, guiñándome un ojo.
- ¿Kei-chan es muy inquieto?
- ¡No hables!
- Per--
- ¡Que no! ¡Ay, Gacchan! Nadie diría que eres tan parlanchín, ¿sabes? Las apariencias engañan
Mientras Hyde se reía con ganas, yo fruncí el ceño, haciéndome el ofendido. Realmente, nada había que pudiera bajarme de mi nube, cualquiera podía venir a darme la peor noticia del mundo, que yo la recibiría casi con ganas.
- Listo~ - canturreó al terminar, inclinándose para besarme una mejilla - ¿Mejor?
- Mejor que nunca. Hai, arigatou - le rodeé con mis brazos antes de que pudiera reaccionar, recostándome en el sofá, acomodándole sin nada de esfuerzo sobre mí. Su cuerpo se amoldaba, literalmente, al mío, y su peso apenas perceptible estaba lejos de ser una molestia.
Hubiera querido besar su frente, pero no quería irritarlo arruinando su trabajo. Me contenté con aspirar el aroma de su cabello, que aun en la oscuridad refulgía anunciando promesas de suavidad.
- Yo soy el que debería darte las gracias, Gacchan - habló, su voz bajando hasta ser apenas un susurro - Me comporté tan mal, y aún así no me odias, y me abrazas, y me recibes aquí, como si…
- ¿Como si hubiera estado esperándote? - completé, levantando una de las manos que tenía en su espalda para acariciar su cabeza.
- Bueno… sí, justo así - admitió, moviendo apenas su cabeza para conseguir que su oído descansara en el único lugar que no me permitía atenuar mis emociones por él - ¿Es porque hablaste con Tetsu? Pero no entiendo, no le dije que vendría a verte, porque ni yo lo sabía hasta hace un rato
Si el pulso me había aumentado en algún momento por el desliz de lengua que había tenido, fue por apenas una milésima de segundo. A pesar de lo obvio que había sido, no había captado el verdadero sentido de mis palabras y eso me aliviaba. Todavía no quería que supiera todo, no porque me avergonzara, sino porque sabía que todo lo que conseguiría sería hacerle sentir culpable.
Además, hay ciertas cosas que vociferadas pierden significado. En el futuro, si nosotros teníamos un futuro, él se daría cuenta por sí mismo de cuán cierta era esa frase.
- Llámale una corazonada. Una corazonada forjada por ilusión.
- Me alegra que tengas algo de psíquico. Tú tienes algo de todo, Gacchan - se rió, escondiendo el rostro, cada carcajada amortiguándose en mi pecho.
Intenté no contagiarme, pero era difícil luchar contra ese deseo, contra esa felicidad que ansiosa por salir hacía cosquillas en mi garganta.
- Qué dientes filosos que debes tener. Ahora tengo miedo - soltó después, cuando ninguno de los dos tenía fuerzas para seguir riendo.
- Oh, no temas, Haido. No te voy a morder. Ahora, al menos, no.
- ¿Por qué no? ¿Es porque soy feo?
- ¡HAIDO! ¡Cómo dices eso! ¡No eres feo!
- Sí, soy feo. Que tengas gustos raros no quiere decir que--
- No.eres.feo. Eres hermoso. Y no insultes mis gustos, ¿quieres? Debes tener mal la vista. ¿Sabes lo que es un oftalmólogo?
- ¡GACCHAN! ¡Claro que sé lo que es!
- A ver, te escucho.
- Es… es… es un doctor que ve tus ojos, y… y… eso - sentenció, frunciendo graciosamente los labios - Es el doctor de los ojos.
Me preguntaba cómo lograba ser tan tierno hasta explicando las cosas más banales.
Lo que más me alegraba es que iba a tener tiempo para averiguarlo.
¿Cuánto? No pensaría en ello. No ahora.
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