"La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente."
Francois Mauriac.
00. Prólogo // Heart Disease.
00 (1). La muchacha y el pueblo sin vida.
La colina de relieves irregulares se tornó de un color anaranjado al volverse el cielo blanco perlado. Desde donde se encontraban, el pequeño pueblo lucía desfavorecido y pobre, mucho más que estando entre sus calles empedradas y casas pudriéndose. Tenia algo de pintoresco, algo de hipnótico, daba una sensación de patetismo que encajaba por completo por los seres que llegaban a ella, causando empatia. Pero seguía siendo sólo un pobre pueblucho.
Después del pueblo, no existía nada más. La tierra grisácea se iba desdibujando hasta acabar en un blanco más puro que el del cielo, y más adelante se fundían y no quedaba nada. Aquel horizonte le producía un terror agonizante, denso; sin embargo le albergaba una curiosidad mucho más fuerte. Se preguntó siempre si los demás sentirían aquello, o si, al menos, lo conocieran. Desde la altura en donde estaban se apreciaban las figuras moviéndose con pereza, como siendo arrastradas hacia un vacío mítico, como buscando la paz.
Pero la dama de azul le dijo que eso no era posible. Dijo que todos los seres encapsulados en ese pequeño espacio de tiempo muerto fueron creados sin dios, sin añoranzas, sin vida y sin paz. Por ello había creado un hogar. En esos momentos no comprendió el significado de "hogar" si supo entender lo que tener vida podría significar. La dama de azul no ahondaba nunca en esos temas, y ella, así como la mujer militar o la mujer del distrito de los poemas, no intentó llegar a más.
Porque ella era un ser como ellos, creada a partir de un humano doliente, hasta que años después sufrió por primera vez la enfermedad espantosa.
-Es hora de irnos.
Corrió ladera abajo, hacia esa mujer de apariencias engañosas, hacia un futuro visto desde la nuca.
00 (2). La mujer que conoció a la muchacha de seda.
Existen lugares más allá del vano Universo que el humano conoce. Son lugares anónimos, dispersos y sin forma, demasiado perfectos para que la mente pseudo desarrollada del hombre los llegue a imaginar siquiera. En ellos, habitan todos los desechos místicos de lo que está más allá del cielo, de lo intangible, de lo infinitamente hermoso. Es allí donde, de seguro, llegan también los pobres deseos humanos incompletos, los sentimientos mundanos y dolorosos, las aspiraciones frustradas. Se enredan todos como un ovillo negruzco, enorme y de apariencia poco estética, a dormir.
Ese mundo, espacio, o lo que fuera, le producía alivio. Dentro de su mente enferma, era lo único que cobraba sentido. Ese ovillo negro que contenía la miseria humana lo encontraba magnífico, una revelación de carácter casi épico, un secreto que le hacía sentir especial. Había encontrado el significado sustancial de la existencia del hombre, pensaba en su locura, y adquiría una actitud dócil. Pero nadie la culpó, a la pobre desgraciada, por perder por completo la cordura después de su "revelación" personal. Para todos, en contraste, resultó mucho más sencillo lidiar con ella y llevarla al bosque a las afueras de la ciudad para sacrificarla.
Fue segundos antes de que llegara el primer balazo cuando la vio.
Podría decir, incluso, que minutos antes de que el hombre de bata blanca apuntara la pistola hacia ella divisó dicho ovillo. Tan negro y miserable como en su revelación. Esto la llenó de una tristeza indescriptible por un momento, hasta que se dio cuenta de que nadie más lo veía. Sonrió por primera vez desde hacía muchos años. Gritó victoriosa, "¡Soy libre!" con las manos al aire, imagen que quedó grabada en la mente de los tres hombres y la mujer que la presenciaron, interpretándolo como una aceptación singular a la muerte. Un hombre apuntó hacia ella y jaló del gatillo.
Y entonces, la vio. Un par de dedos rasgando desde el interior del ovillo, para dar paso a dos manos medianas y finas, rasgando el aire. Al compás del sonido del balazo, emergió una joven mujer con los cabellos enredados entre el cuerpo y pegados a la cara, cuadrada y pequeña. La consideró hermosa. Una fiel representación de todo lo horrible de los seres humanos, transformado en una muchacha nacida de lo más bajo, de lo más patético. La encontró, más bien, sublime. La bala impactó en su cuerpo y atravesó justo a la mitad del corazón, que latía de felicidad.
Los ojos de ambas no se encontraron sino hasta décadas después, en ese pedazo perfecto en el espacio que la mujer anhelaba con todas sus fuerzas.