Título: El estetoscopio mágico
Autor:
ShioritaFandom: Ficción original
Personaje/Pairing/Grupo: Mina/Arturo
Rating: G
Resumen: Tenía algo en su forma de hablar que parecía que estaba viviendo un sueño. Era relativamente fácil seguirle el juego. Sólo necesitabas creer en esa magia que aún no se había perdido.
Advertencias:
Especial de Navidad: Prompt #17
Nota de Autor: Este relato está dentro de una serie de relatos conectados. Los anteriores también salieron de los calendarios de adviento de aquí y son
La tienda de los corazones rotos y
Nunca es demasiado tiempo. (A relato por año xD)
El día que Mina le comentó a Alicia que iba a dedicarse a arreglar corazones, su hermana sólo se río y le dijo que eso ya lo hacía, que para algo era médico. Mina negó con la cabeza y le dejó claro que no tenía intención de seguir los pasos de su padre y convertirse en cirujano. Le dijo que había conocido a un joven fascinante, que conocía el arte de los corazones como la palma de su mano y que era capaz de arrebatárselo a cualquiera, sacarlo del caparazón y acariciarlo como si de un gato se tratara.
Quizás, si se lo hubiera dicho a cualquiera de sus compañeros de profesión, estos la hubieran tomado por loca o hubieran denunciado a aquel chico por mala praxis. Pero Alicia era algo más que su hermana mayor, era su maestra y mentora en lo imposible.
Desde muy temprana edad, Alicia le había mostrado a Mina que el mundo era algo más de lo que todos creían ver. Que más allá de los ojos se escondía un universo paralelo. La imaginación de ambas era hábil, ligera y flexible. El ambiente familiar apostaba por ella para ser grandes mujeres en una sociedad donde el dinero y la apariencia lo eran todo. Y aunque cedieron ante los caprichos paternos y las dos estudiaron medicina, nunca renunciaron a aquel otro universo con el que solían jugar al escondite.
Sin embargo, durante los años más duros de carrera y los primeros de su profesión, la creencia de ambas se había diluido en el paso de los días. Alicia se había ido durante unos años como voluntaria de Médicos Sin Fronteras, a pesar de los esfuerzos de sus padres por retenerla junto a ellos. La familia Alerii daba fiestas continuamente con el objetivo de casar a sus hijas con un buen partido, pero ninguna de ellas se dejaba.
Alicia huyó a África y Mina se quedó por ahí, haciendo que hacía, del hospital a su apartamento y de vez en cuando alguna que otra salida con los amigos. Los domingos comía con sus padres y los martes por la tarde visitaba a su abuelo, en la mansión que los Alerii tenían a varios kilómetros de la ciudad.
Así estuvieron unos años, con Alicia dando tumbos por el mundo, visitando países y aprendiendo de las culturas con las que se cruzaba. Mina sospechaba que su hermana buscaba aquella fe que habían perdido al crecer, y aunque le hubiera gustado hacer las maletas y marchar junto a ella, no se atrevía. Mina siempre había sido algo más paradita, intentando acomodar su vida a sus ambiciones y a las de su madre. Pero las fabulosas aventuras que su hermana le relataba en las cartas, que llegaban desde cualquier parte del planeta, le despertaban el hambre de descubrimientos, de juegos, de retos.
Poco a poco, comenzó a caminar por su ciudad como una niña. Con los ojos bien abiertos para que no se le escapara ningún detalle. Aprendiendo de cada olor, de cada sonido, de cada girón de viento que se cruzaba en su camino. Y así fue como le encontró. Arturo quizás no era un caballero al uso pero al menos no le faltaban el castillo, los dragones y la mesa redonda. Sus manos no habrían podido manejar una espada pero guardaba detalles de magia en la punta de sus dedos.
Tenía algo en su forma de hablar que parecía que estaba viviendo un sueño. Era relativamente fácil seguirle el juego. Sólo necesitabas creer en esa magia que aún no se había perdido.
Le conoció en la librería que le había legado su tío abuelo, hijo de una señora que pensaba que los libros eran el invento más maravilloso del mundo y que había contagiado esa adicción a todo aquel que se acercase. En casa de Arturo, siempre se habían dicho que aquella señora había conducido a su marido a la ruina y que ninguno de sus dos hijos podría salir bien. A la niña se la llevó el hambre de la posguerra y su niño se fundió todo el dinero que había ganado durante años en una librería. Ésta tenía un escaparate muy pequeño pero dentro del local, los habitaciones se mezclaban con los pasillos desordenados que algún arquitecto había diseñado con cierto recochineo, lo que daba lugar a una gran cantidad de estanterías llenas de libros donde perderse.
La primera vez que Arturo había ido a ver aquel lugar quedó totalmente impresionado, y su madre descubrió con horror que ya era demasiado tarde para convencerle de que eso no era lo que se esperaba de él. En lugar de continuar con el negocio familiar en la panadería, dejó el delantal y se convirtió en el heredero de aquel laberinto repleto de papeles enmohecidos y libros carcomidos.
Cuando Mina visitó aquel mausoleo lo hizo con curiosidad y cierto temor. Se quedó totalmente maravillada y volvió varias veces más. En una conversación acerca de los rincones más entrañables de Macondo, Arturo se envalentonó y le confesó qué había en una de las salas en las que estaba prohibido el paso al público. Allí, le dijo, arreglaba corazones. Mezclaba los elementos que sacaba de los libros y de la magia que se escondía en la ciudad, elaboraba pócimas y las vendía como ungüento de tratamiento al corazón. Funcionaba, decía, el negocio. Y que si quería trabajar con él.
No se lo pensó. Era una locura. La respuesta sólo podía ser sí. Y una vez que aceptó, echó a correr a casa, cogió una hoja y se dispuso a escribir a Alicia para contarle que su gran aventura estaba a punto de comenzar.