El pastorcito[Ficción Original] PG-7. #20shioritaDecember 20 2014, 23:03:24 UTC
Era un lugar mullidito y cálido. A pesar de aquel traje tan ajustado y pegajoso con el que le había recubierto, se encontraba a gusto. Lo malo era que no veía gran cosa. Oía a lo lejos una voz rota, cascada, ahogada en un grito cuyo origen trataba de ubicar.
Intentó rodar para empaparse de aquella suave sustancia blanca de la que estaba rodeado. Con dificultad, separó los brazos del cuerpo y quiso nadar. Fue inútil. Relajó el cuerpo y trató de dormirse. Contaba en silencio hasta cien, siguiendo un ritmo muy particular, porque sabía que una vez llegará a noventa y siete pasaría algo extraordinario. O al menos, eso le habían dicho.
Esperó durante tanto tiempo que terminó por dormirse. Le despertó un grito ahogado seguido de un zarandeo impreciso y un golpe feo. Abrió los ojos asustados, sin saber cuál podría haber sido la causa de ello. Tardó un tiempo en recuperar el aliento y trató de relajarse. Oh, oh, oh, ya vienen. Oh, oh, oh, ya les oigo. Oh, oh, oh, terror, emoción, oh.
Así era como latía su corazón en aquel momento. La oscuridad más absoluta se había hecho de pronto en aquel lugar, pero a ráfagas, llegaba la luz. También existía cierto ruido de fondo, y aunque a sus oídos llegaba no era consciente. Su cuerpo sólo atendía a su cuerpo. Oh, oh, oh, algo se acercaba.
Algo grande, afilado, preciso, letal. Zas, zas, zas. Y aquel último zas llegó demasiado cerca, casi justo encima de él. Detuvo en seco el sonido y después no vio nada. Durante los siguientes minutos todo fueron vueltas, agua fría, golpecitos y nada de aquel cojín mullidito y cálido donde había estado antes.
Ahora estaba sobre un atalaya, desde donde disfrutaba de una vista espectacular de su antigua casa. Encima de la mesa, rodeado de mil platos de comida, se situaba el roscón de reyes.
Intentó rodar para empaparse de aquella suave sustancia blanca de la que estaba rodeado. Con dificultad, separó los brazos del cuerpo y quiso nadar. Fue inútil. Relajó el cuerpo y trató de dormirse. Contaba en silencio hasta cien, siguiendo un ritmo muy particular, porque sabía que una vez llegará a noventa y siete pasaría algo extraordinario. O al menos, eso le habían dicho.
Esperó durante tanto tiempo que terminó por dormirse. Le despertó un grito ahogado seguido de un zarandeo impreciso y un golpe feo. Abrió los ojos asustados, sin saber cuál podría haber sido la causa de ello. Tardó un tiempo en recuperar el aliento y trató de relajarse. Oh, oh, oh, ya vienen. Oh, oh, oh, ya les oigo. Oh, oh, oh, terror, emoción, oh.
Así era como latía su corazón en aquel momento. La oscuridad más absoluta se había hecho de pronto en aquel lugar, pero a ráfagas, llegaba la luz. También existía cierto ruido de fondo, y aunque a sus oídos llegaba no era consciente. Su cuerpo sólo atendía a su cuerpo. Oh, oh, oh, algo se acercaba.
Algo grande, afilado, preciso, letal. Zas, zas, zas. Y aquel último zas llegó demasiado cerca, casi justo encima de él. Detuvo en seco el sonido y después no vio nada. Durante los siguientes minutos todo fueron vueltas, agua fría, golpecitos y nada de aquel cojín mullidito y cálido donde había estado antes.
Ahora estaba sobre un atalaya, desde donde disfrutaba de una vista espectacular de su antigua casa. Encima de la mesa, rodeado de mil platos de comida, se situaba el roscón de reyes.
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