Título: Memoria en paz
Autora:
minerva_1Fandom: Queer as Folk
Pairing: Brian Kinney/Justin Taylor
Rating: PG-13
Resumen: El pasado es de naturaleza indisciplinada, a veces creemos tenerlo dominado, pero en cualquier momento se subleva.
Advertencias: Menciones a sexo entre hombres. No sé si mi mal humor navideño, seguramente plasmado en este fic, debería contar como advertencia XD
Especial de Navidad:
Prompt #1Nota de Autor: Post 5x13
Disclaimer: Los personajes son de Cowlip.
MEMORIA EN PAZ
PARTE 1
Durante un tiempo sólo recordó lo malo. Al principio fue consecuencia de la rabia. Rabia por un desinterés que sabía fingido, por los mensajes perdidos en el limbo, por la rellamada infinitas veces marcada, con la única respuesta del pitido intermitente clavándose en el tímpano. Rabia por el dolor, por el silencio. Por odiar la voz anodina que informa que el terminal está apagado o fuera de cobertura. Rabia por el sonido del teléfono de madrugada, por correr hacia él como un hambriento a un plato de comida caducada, por descolgar y escuchar sólo una respiración. Esa respiración. Suplicar, rogar que por favor por favor por favor dijera algo, que no colgase esta vez. Interminables y matadores segundos hasta el click al otro lado de la línea. Luego se quedaba allí, en calzoncillos y descalzo sobre las baldosas heladas, con el auricular en su mano como un apéndice inerte. Volvía a la cama en busca de refugio donde llorar hasta el amanecer.
Rabia por seguir marcando la rellamada a pesar de todo.
Hasta que dejó de hacerlo. No por voluntad propia -incluso ahí había sido débil-, sino porque la teleoperadora cambió su mensaje por “este número no corresponde a ningún abonado”. Las llamadas nocturnas también cesaron.
Por aquellos días, pensaba en él como en un idiota incapaz de aceptar el amor y en sí mismo como un idiota mayor por amarle. Le consideraba un cobarde, una rata que mordía para evitar ser sacada de su cubil. En los peores momentos, borracho o tras un mal polvo, era aún más cruel. Se ensañaba reviviendo escenas que despojaba de contexto para hacerlas más hirientes. Como cuando era un adolescente y él le pasaba por las narices sus ligues, a sabiendas de que le hacía sufrir, regodeándose en recalcar que no era nada para él, que nunca lo sería. Se cuestionaba si lo había sido alguna vez.
Poco a poco, sin exabruptos pero sin pausas, la rabia se diluyó en un ruido de fondo agridulce. No pensaba en él tan a menudo, pero su recuerdo acechaba en carreteras secundarias de su cerebro y, dependiendo del estado de ánimo, era más o menos amable. Cuando se sentía fuerte, vistiéndose para un nuevo novio o una exposición de su obra, se felicitaba por la buena hora en que se alejó de Pittsburgh y de una boda condenada al fracaso. Se repetía que jamás serían compatibles. Incompatibilidad, esa era la clave. No se trataba de que él fuera un egocéntrico, egoísta o autodestructivo, si no de distintas perspectivas vitales.
Otras veces, cuando no soportaba al novio de turno o escaseaban los compradores de arte, la rabia cobraba un espacio comparable a tiempos próximos a la separación. Volvían los recuerdos ácidos. Su mente le insultaba a él y se insultaba a sí mismo por haberse ido. Todo era confuso y contradictorio y le dejaba un sordo sentimiento de desolación prolongable durante días.
Justin no sabría decir cuánto tiempo pasó, varios resbalones en la nieve, flores en Central Park, asfaltos derritiéndose y hojas caídas, hasta ser incapaz de pensar algo negativo sobre él. No le atacó la amnesia, recordaba lo malo, sólo que ya no le parecía tan malo. Los defectos que creyó aborrecer, se convirtieron en características que hacían de él alguien único. Ya no era que él despreciara los sentimientos ajenos, es que era sincero; no era incapaz de comprometerse, es que era un espíritu libre de convencionalismos; no era un inválido emocional, es que tenía un modo peculiar de expresarse.
Disfrutaba con recuerdos de tardes de risas con vino gourmet; de él recogiéndole a la salida de clase y abstraerse tanto en la conversación que acababan perdidos, aparcando en un rincón desconocido, follando en el coche y luego él gruñendo por no encontrar la ruta a casa; de él abrazándole en la cama y expulsando las pesadillas; de conquistar Babylon con la bomba conjunta que formaban; de ganar la batalla a Stockwell y bailar en plena calle; de sexo y de su mirada antes, durante y después del sexo; de él acariciándole con las yemas de los dedos cuando creía que dormía.
Ya no se planteaba si acertó o no largándose de Pittsburgh, prefería dejarlo en un indulgente ¿quién sabe?
Fue por esa época cuando pudo volver a pensar en su amor, sin que eso equivaliera a un puñal retorciéndose en sus tripas. No lo esquivaba ni le obsesionaba. Se mantenía ahí, como el aire en cuya presencia nadie repara pero lo envuelve todo. Ya no se llamaba idiota por seguirle amando a pesar de los pesares, a pesar de que sus vidas orbitaran en universos divergentes. Asumió ese amor igual que se asume una cana o un lunar: forman parte de uno y no hay más discusión.
Hizo de él el recurso al que evadirse cuando la realidad apretaba. Cuando el dueño de una galería pedía imposibles, discutía con el novio del momento o el cuadro en que había trabajado meses era definitivamente una porquería, Justin se recluía en su estudio, porro en una mano, taza de cacao incandescente en otra, y pensaba en él. No con tristeza, sino con el cariño nostálgico reservado para los paraísos perdidos, del mismo modo que se recuerda la casa del árbol de la infancia, el colegio mayor o el olor de los pastales de mamá. Territorios fetiches que la memoria idealiza.
Por fin, recordarle traía paz y no melodrama.
Una victoria pírrica que le permitía seguir adelante, sobrevivir.
Esa era la situación la mañana en que su asistente entró en el estudio, para comunicar:
_Un tal Brian quiere verte. No ha querido decirme su apellido.
La asistente estaba acostumbrada a recibir a las visitas, atenderles para gestiones administrativas o enseñarles cuadros en venta. Si de todos modos pedían entrevistarse con el artista, tomaba nota y les despedía con la promesa de contactar cuando hubiera un hueco. Pero nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, interrumpía mientras Justin trabajaba. Para eso la había contratado, para que se encargara de la parte comercial del negocio y él pudiera dedicarse a pintar.
_Siento molestarte, pero es muy insistente.
_No te preocupes, no es culpa tuya_ farfulló Justin, luchando por disimular el temblor que sacudía cada músculo._ Reitérale que estoy ocupado.
_Ya lo he hecho unas diez veces. Dice que esperará.
_Tengo trabajo para todo el día.
_Dice que no le importa cuánto tardes. No sé qué decirle para que se vaya.
Justin respiró hondo. Lástima no haber prestado atención a aquel breve novio monitor de yoga cuando le explicaba técnicas de relajación.
_Bien_ resolvió, dirigiéndose hacia una manifiesta crueldad. No era su objetivo herirle, sólo un daño colateral ante la urgencia de que se largara. Había recorrido demasiado camino y demasiado duro para desandarlo. No podía permitirse correr riesgos._ Entonces dile que no tengo ni idea de qué Brian se trata. No recuerdo a nadie con ese nombre.