Título: "Nunca" es demasiado tiempo.
Autor:
shioritaFandom: FO
Personaje/Pairing/Grupo: -
Rating: PG
Resumen: Las ruedas del tren se preparaban para el gran esfuerzo que les esperaba. Algunas daban pequeños saltitos de emoción, y otras sonreían jubilosas pensando en el viaje que venía. Les encantaba recorrer el mundo, las distintas estaciones, las miles de oportunidades, los millares de andenes donde el tiempo se entretenía jugando con las horas.
Advertencias:
Especial de Navidad: Prompt #1
Nota de Autor: Forma parte de un conjunto de historias sobre el mundo de
La tienda de los corazones rotos.
Atardecía en la estación. El sol caía en el horizonte tiñendo el cielo de un color naranja que se mezclaba con el humo de la locomotora. La chimenea del tren dejaba escapar sus últimas bocanadas de humo mientras descansaba. El andén estaba vacío, y no se oía ni un alma. El silencio cubría los letreros de madera que ondulaban con el viento, aunque no se atrevía a tocar al viejo reloj analógico que coronaba la estación. La manilla pequeña avanzaba despacio hacia el número siete, implacable y sabeedora de que nadie podría deternerla. Si alguien hubiera estado allí, se habría sorprendido de que el reloj siguiera funcionando, pero los únicos que se acercaban a la estación eran el maquinista, su ayudante, y el guardia que vigilaba que todo fuera bien. Nadie vendía billetes allí, porque no había nadie para comprarlos. Además, no era un tren de pasajeros, sino de mercancías.
Llevaban unos productos muy especiales, cuidadosamente elaborados. Eran peligrosos si no se les administraba bien, pero aquello no era su responsabilidad. Ellos sólo se encargaban de hacerles llegar a su destino. Salían una vez al año de aquella estación perdida entre las montañas, y su viaje no terminaba hasta que volvían a aparecer allí. Generalmente tardaban trescientes sesenta y cinco días, seis horas arriba, seis abajo. Recorrían el mundo sobre los railes que habían diseñado para ellos, aunque muchas veces se sentían fuera de lugar, como si aquel viaje no fuera sino un sueño, y ellos se encontraran en otro lugar, en otro momento, haciendo algo completamente distinto.
A pesar de que ellos no lo supieran, en realidad era así. El maquinista y su ayudante nunca eran la misma persona, pues no era un tren preparado para que lo utilizaran las personas. Fantasmas, quizás; almas buscando un sitio donde guarecerse de la tormenta de la vida, probablemente. Cada vez que alguien pensaba en aquel tren, en lo que significaba, y en lo que traía, podía aparecerse en él como por arte de magia.
Era como si pronunciaran un hechizo y ¡zas!, allí estaban. Rebuscaban en los compartimentos buscando lo que necesitaran hasta dar con ello. Pero a veces resultaba que no lo encontraban, que por mucho empeño que pusieran, no había nada allí. Y, ¿qué hacer ahora?
Por fin, el viento empujó con furia las manecillas del reloj y éste dio las siete. La tarde se acomodaba delante de la estación para ver partir al tren. La locomotora silbó una suave canción, y el humo empezó a salir por la chimenea. Las ruedas del tren se preparaban para el gran esfuerzo que les esperaba. Algunas daban pequeños saltitos de emoción, y otras sonreían jubilosas pensando en el viaje que venía. Les encantaba recorrer el mundo, las distintas estaciones, las miles de oportunidades, los millares de andenes donde el tiempo se entretenía jugando con las horas. Por que si algo sabía aquel tren era de tiempo.
El tiempo era su carga, su mercancía. Los vagones estaban llenos de tiempo, de tiempos distintos, minúsculos, enormes, bonitos y feos. De tiempos de los que se miden con segundos y de los que se cuentan por besos. De tiempos que se atrapan en horarios, y de los que habitan en las caricias. De tiempos que sirven para recordar el pasado, o para viajar al futuro. De tiempos de privamera, de invierno, de exámenes, duros, y de gloria. Tiempos de alegría, de tristeza, de noches de insonmio o de sueños despiertos. Había también de esos tiempos pequeños que les sobran a todos los que no tienen tiempo para nada, y se derraman desde el borde de sus bolsillos, se enredan en los cordones de los zapatos, y se escurren por las alcantarillas de la ciudad. A veces, se atascan en las ruedas de los autobuses, y se mueren junto al niño rojo de los semáforos.
Muchos de esos tiempos solían ser un regalo. Un detalle que la gente corriente se entregaba entre sí para demostrar su cariño. No había ningún presente más bonito que el tiempo, ni tiempo más hermoso que el presente. Y aquel tren estaba lleno, hasta arriba de tiempo, hasta arriba de oportunidades moldeables a los sueños de cualquiera.
Alguna vez, sin embargo, habían llegado cartas de quejas a la estación. El guardia las leía despacio, como saboreándolas. Prestaba sus sentidos a esas historias que no tenían adónde llegar y aterrizaban allí. La gente pedía tiempo, tiempo para volver atrás, tiempo para volar hacia adelante, pero a veces exigían demasiado tiempo. Clamaban por un siempre, y siempre era algo que sólo tenía el tren, que circulaba eternamente por los raíles invisibles que conectaban todas las culturas. Clamaban también por un nunca, pero nunca era oscuro, tétrico, la política contraria al tren.
Aquél era un tren de siempre, de oportunidades, de sueños, de historias en blanco, de cuentos a la luz de la hoguera; y para él, nunca no existía, porque nunca no era tiempo, era nada, vacío, olvido, traición. Nunca no era, y a la vez era, como siempre, demasiado tiempo.