Para Gustavo, la felicidad siempre ha girado en torno a José y el poco cariño que este le puede brindar, sin embargo, la aparición de alguien más le hará ver que el mundo es mucho más grande y maravilloso de lo que esperaba.
Slash; NC-17
RENACIMIENTO
CAPÍTULO 2:
ENRIQUE
Enrique miró su horario con fastidio y suspiró, un brazo se enroscó alrededor de su cintura y una chica de cabello color rosa, lacio hasta media espalda, apareció en su campo visual.
-Al mal paso, darle prisa -le dijo, antes de empujarlo hacia el salón.
-Seré un creativo, no necesito aprender matemática financiera -protestó Enrique, aun así entró al salón y miró hacia el final del mismo, las carpetas que por lo general le gustaba ocupar estaban libres.
-¿Y eso qué tiene que ver? Yo seré una lesbiana política activista y aun así tengo que estudiar esto -le dijo Mireya, en voz tan alta, que medio salón volteó a mirarlos.
-¿Es necesario que siempre andes llamando la atención de esa manera? -le increpó Enrique, mientras la dejaba pasar para sentarse en una de las carpetas de la última fila.
-Yo no tengo la culpa de que todos estén pendientes de lo que digo -se encogió de hombros ella, haciendo que los pocos que aún seguían mirándolos, voltearan.
-Como sea… Es absurdo que tenga que estudiar esto. No lo quiero hacer.
-Cariño, si hiciéramos lo que quisiéramos hacer todo el tiempo… -Mireya suspiró dramáticamente y Enrique soltó una carcajada.
En ese momento un chico de ojos color miel y cabello corto y oscuro entró al salón, no parecía de muy buen humor mientras veía a sus compañeros, su mirada se detuvo en Enrique un instante, antes de continuar con su inspección. Enrique sintió que sus mejillas se calentaban un poco y observó al chico tomar asiento en una de las filas pegadas a la pared y en medio del salón. Estuvo tentado a levantarse de su sitio y hablarle cuando otro chico, uno muy guapo, rubio y de ojos claros, apareció. El primer chico levantó una mano y le hizo una seña y el segundo chico sonrió, luciendo mucho más apuesto, y se sentó junto al primer chico.
-¿Te estás fijando en alguien en particular? -preguntó en ese momento Lucía, que había optado por traer su cabellera oscura y liza suelta y lo miraba fijamente, como si hubiera atrapado a un niño en medio de una travesura.
-No, para nada -negó rápidamente Enrique.
-Sí estás viendo a Urbisate, pierdes tu tiempo -le dijo entonces Alessandro, el cuarto amigo que completaba el grupo usual de Enrique -, es heterosexual hasta la pared de enfrente, dicen que le gusta ir jugando con las chicas.
-No lo estaba mirando -negó nuevamente Enrique.
-Su amigo es algo raro -continuó Alessandro, quien siempre estaba al tanto de casi todo lo que pasaba en la universidad -, es muy estudioso, son amigos desde la escuela, aunque es todo lo opuesto a José Urbisate, se llama Gustavo Vásquez, siempre tiene notas malas en los parciales, pero muy buenas en los trabajos y en los finales, así que no ha reprobado ninguna clase hasta ahora, no suele ser muy comunicativo, y por supuesto que nunca anda por ninguna fiesta ni nada de eso… honestamente no sé por qué siguen siendo amigos él y Urbisate, no tienen nada en común.
-Bueno, tienen la computadora en común -señaló Mireya, mientras observaban, ahora los cuatro, a los dos amigos encender sus idénticas computadoras Mac, color blanco, mientras conversaban en susurros.
-Yo pienso que tienen más que eso en común -murmuró Enrique, observando la manera en que esos ojos dorados de Gustavo miraban a Urbisate. -¿Cómo se llamaba Urbisate?
-José, pero ya te digo, no hay chance para ti -le recordó Alessandro.
-No estoy mirándolo de esa manera -explicó Enrique, cansinamente.
Alessandro estuvo a punto de replicar, pero entonces un hombre mayor, de unos cincuenta años y con algo de sobrepeso, entró al salón, haciendo que todos guardan silencio inmediatamente.
-Hola muchachos, mi nombre es Mauricio Aspiazú, y seré su maestro de Matemática Financiera durante los próximos cinco meses…
Y Gustavo escuchaba atentamente al profesor, sin imaginar que en esos cinco meses su vida cambiaría radicalmente.
₪Cuando la clase terminó, Enrique, Alessandro, Mireya y Lucía caminaron hacia la cafetería, muertos de hambre.
-Creo que estamos en serios problemas -masculló Alessandro, luego de darle una mordida a su sándwich de hot dog.
-¿En serio? -preguntó Lucía, mientras movía su vaso de café en círculos, tratando de enfriarlo un poco.
-Aspiazú está loco -explicó Alessandro.
Enrique soltó una carcajada.
-Solo hay que estudiar, no es para tanto… es decir, todo siempre nos parecerá difícil al inicio.
-Ya, seguro que tú tienes una manera creativa de pasar el curso -se burló Mireya.
-Sí, una muy buena -asintió Enrique, sus amigos lo miraron expectantes -estudiar.
Todos soltaron una carcajada y Alessandro le dio un golpe en el brazo, pero Enrique se perdió en medio de las risas, cuando divisó al otro lado de la cafetería a Gustavo, estaba junto a José, aún con la portátil encendida y parecía que le explicaba algo a José, aunque este no parecía muy atento. Hubo un instante en que los ojos de Gustavo se cruzaron con los de Enrique, pero casi inmediatamente volvió su atención a la portátil, hasta que José dijo algo más, se puso de pie y fue a otra mesa a saludar a un grupo de chicos y chicas que parecían de un año superior.
Enrique vio como Gustavo lucía algo ofendido y cerraba de mala manera la portátil, la metía en la mochila y se iba de la mesa, sin terminar de comer las empanadas que habían comprado.
-Yo creo que de verdad este ciclo sí me voy a esmerar en estudiar -aseguró hacia sus amigos. Aunque no se refería al curso en sí.
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-¿Sabes cuál es tu problema, Gus? -preguntó José, estaban sentados en la habitación de José; Gustavo había traído la portátil con un horario de tareas que debían realizar -, que no te relajas… así te vas a hacer viejo muy pronto.
Gustavo entrecerró los ojos, con rabia.
-Me relajaría si supiera que vas a estudiar -le increpó -, no soy yo quien está luego pidiendo ayuda para terminar las tareas y pasar las prácticas antes del final.
-Pero eso lo haces porque me quieres mucho -sonrió José, inclinándose para darle un beso a Gustavo.
-No es solo eso, José, no se trata de que me beses cada vez que te digo algo que no te gusta -Gustavo se puso en pie y se alejó, sabiendo que era lo mejor que podía hacer en esa situación, pues la tentación de entregarse a José en ese momento era demasiada -, se trata de que entiendas, no voy a estar toda la vida salvándote los trabajos y las prácticas, tarde o temprano tendrás que ponerte a estudiar, y mientras antes mejor, luego perderás años repitiendo cursos por no estar a la altura.
José lo miró un instante e hizo una mueca.
-De acuerdo, de acuerdo, puede que tengas razón, pero yo también la tengo, debes calmarte, recién estamos empezando las clases y ya has hecho un megahorario que seguir.
-Eso es para organizarnos, así no estaremos enredados entre tantas tareas y cursos.
-Ya, mira, aprovechemos que no hay nadie en casa esta tarde, ¿qué te parece?, y el domingo estudiamos todo lo que dices que debo repasar.
Gustavo dudó un instante, pero entonces José se puso en pie y se sacó la camiseta, la piel dorada y el cuerpo marcado de José lo hizo desistir de su interés por estudiar, al menos por esa tarde.
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-No es tan difícil -se exasperó Mireya, mientras señalaba nuevamente hacia la tarea de interés simple y compuesto que ya todos habían terminado, menos Enrique, que parecía no estar concentrado.
-Vamos, lo es para ti, señorita matemática, para mí no lo es -negó Enrique.
Todos se miraron un momento y Alessandro suspiró, antes de pegarse más a Enrique.
-A ver, vamos a intentarlo una vez más…
Enrique bufó pero trató de prestar atención. Estaban en las salas de estudio de la universidad y llevaban horas allí, era sábado y sabía que sus amigos querían irse pronto. Trató con todas sus fuerzas de entender, pero simplemente no pudo.
₪Gustavo miró su celular y negó con la cabeza, había sido bastante tonto pensando que José sí llegaría, después de todo era sábado en la noche y últimamente no había sábado en la noche que José no saliera de fiesta.
“Hoy tengo ganas de ti, dejemos el estudio para luego, tengo una fiesta a la cual no puedo faltar, tímbrame si quieres venir, sino, ¿te puedo ir a recoger más tarde? ¿Me dices si estarás en la universidad o en casa? JXXé”.
Gustavo contestó que se quedaría en la universidad estudiando, considerando que el lunes tenían el primer parcial, y que como la universidad, en épocas de parciales, abría las salas de estudio toda la madrugada, estaría allí, que a las tres de la mañana le timbrara para encontrarse e ir a su casa.
Esperó un largo rato, hasta que por fin José contestó con un escueto “Ok”.
₪Enrique sonrió hacia sus amigos y asintió mientras estos le preguntaban si ahora sí había entendido. Rara vez le era difícil entender las cosas, aunque las matemáticas siempre le habían parecido confusas, lograba entender y aplicarlas correctamente, al menos para que no lo reprobaran, pero ahora se sentía demasiado estúpido y no quería admitirlo.
-Mi madre está viniendo por mí, ¿quieren que los acerque a su casa? -preguntó Lucía, la única a la que su madre algunas veces venía a recoger, Alessandro tenía auto y siempre estaba alcanzando a los demás cerca de sus casas. Enrique compartía el auto con su hermana de acuerdo a sus horarios aunque por lo general se movía en bus o dejaba que Alessandro lo llevara a casa.
-Yo me quedaré, Sara vendrá a recogerme -mintió Enrique.
-¿Tu hermana? ¿Y eso?, ¿pasó algo en casa? -preguntó Mireya, bastante preocupada.
-No, no, solo… es tiempo de hermanos, a veces salimos a tomar algo, conversar y volvemos temprano a casa.
Sus amigos lo miraron de manera escéptica, pero entonces la madre de Lucía la llamó al móvil, indicando que ya había llegado y tuvieron que apresurarse a salir.
-¿Estás seguro que viene? ¿A qué hora te ha dicho? -le preguntó Alessandro.
-Como a las once… seguro que sí viene, ella no plantaría a su hermanito -aseguró Enrique -, tiene que terminar de estudiar unas cosas… y yo aprovecharé para seguir repasando.
-Sí, hazlo… si avanzas más ejercicios y quieres que los revisemos me los pasas por correo, ¿de acuerdo? -pidió Lucía.
-Por supuesto -asintió Enrique y luego de que todos se despidieran, se quedó solo en la sala de estudio.
Suspiró vencido y golpeó su cabeza con la mesa.
-¿Por qué soy tan idiota?
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Lo malo de no tener a José, o a ningún otro compañero de estudio, era que no podía acceder a las salas privadas de estudio: pequeños ambientes, separados por ventanas y puertas de vidrio transparente que daban más privacidad para estudiar que la biblioteca, con mesas largas y donde tenías que compartir el espacio con todos.
Gustavo tomó su mochila y bostezó, eran las once y media de la noche y ya estaba cansado, sin embargo había algunos ejercicios que no había terminado de hacer aún. Pensó que mejor sería que comiera un chocolate antes de volver a concentrarse en el estudio.
Abandonó la biblioteca en todo el silencio posible, y una vez afuera, miró su celular, no tenía ni un solo mensaje o llamada perdida.
Se repitió que él mismo le había dicho a José a las tres de la mañana y no antes y con esa idea bajó las escaleras hasta el primer piso, compró unos cuantos chocolates y se comió uno mientras subía las escaleras de vuelta al quinto piso, donde se encontraba la biblioteca, pero, como solía ocurrirle algunas veces, se confundió y entró al cuarto piso.
Por un instante se sintió fuera de lugar, hasta notar que se encontraba en la sección de salas privadas. Se preguntó si es que no tendría suerte y encontraría alguna vacía. Dudaba mucho de que si una estaba vacía a esa hora, fuera próximamente ocupada, después de todo, nadie iba a llegar cerca a media noche a estudiar y los encargados de estos pisos estaban ausentes, nadie verificaría que una sala estaba ocupada por una sola persona.
Recorrió en silencio los pasillos de las salas de estudio, cada vez más desanimado, viendo grupos o parejas de estudios, todos empeñosos y deseosos de aprender, pero ningún ambiente vacío.
-Tal vez necesito hacer más amigos -se dijo con fastidio. José al menos pudo tener la gentileza de ir un momento a la universidad y presentar su carné para que les dieran la sala de estudio, algunas veces ya lo habían hecho así.
Rendido, regresó hacia el pasillo, cuando una voz prácticamente desconocida, lo llamó.
-¡Hey, Gustavo! -llamó Enrique, sonriendo de oreja a oreja y no creyendo su suerte, Gustavo estaba allí, y sin el patán de su amigo.
Gustavo saltó y giró lentamente, por un momento pensó que se había equivocado, pero entonces el chico agitó la mano y se acercó más a él.
-¿Tú eres…? -Gustavo miró al chico de cabellos ensortijados y oscuros un instante, ubicando su rostro rápidamente, era el chico de Matemática Financiera, el chico que a veces sorprendía mirándolo demasiado.
-Enrique… nunca nos han presentado realmente -sonrió ampliamente Enrique, mientras le daba la mano a modo de saludo.
-Sí, te recuerdo, siempre preguntas mucho en clase… andas con la chica de cabello rosa -reconoció Gustavo.
-Mireya, sí… es muy mona.
-Y habladora -suspiró Gustavo.
-Sí, eso también… -Enrique miró alrededor y notó que estaban llamando demasiado la atención, pese a que no estaban hablando muy fuerte, un piso lleno de salas de estudio tendía a ser demasiado silencioso -, ¿ya te ibas?, ¿estabas estudiando con algunos amigos para el lunes?
-No… yo estaba estudiando solo arriba, en la biblioteca, bajé a comprar algo y al subir me confundí de piso -explicó Gustavo, se sentía raro estando con alguien que lo miraba de esa manera tan… extraña. Enrique parecía claramente interesado en cualquier cosa que tuviera que decir, algo que no solía ocurrirle muy seguido.
-¿No quieres venir a estudiar conmigo? -le preguntó Enrique -, tengo un cubículo para mí solito… mis amigos ya se han marchado y yo…
-¿Y tú? -le animó Gustavo.
-Pues, te va sonar a aprovechamiento indebido -Enrique sonrió internamente por el sonrojo en las mejillas de Gustavo -, si me pudieras explicar solo unas cositas… y prometo después dejarte estudiar.
Gustavo entrecerró los ojos y se preguntó si es que tenía un letrero en la frente que decía que era disponible para enseñar y aprovecharse de él.
-No lo sé… yo necesito aún repasar algunas cosas y…
-Oh, es que pensé que podrías repasar mejor en un cubículo privado.
-Pues, sí, pero… -En ese momento una voz diciéndoles que se callen y se larguen a estudiar de una vez los hizo sonrojar.
-Lo siento, no quise molestarte -susurró Enrique, creyéndose perdedor.
-No, yo lo siento… anda, vamos, te explico un poco, no creo que estés tan mal.
-Te sorprenderé -río Enrique, mientras lo guiaba a su cubículo de estudio.
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Gustavo tuvo que darle la razón a Enrique, realmente se sorprendió, pero no de que el chico sí estuviera bastante perdido en el curso, sino de la manera en que se sentía que alguien realmente preste atención cuando tratas de enseñarle algo.
Enrique era listo, pero parecía que nadie le había explicado de manera sencilla lo que se suponía que tenía que hacer. Una vez que lo entendió, Gustavo se vio recompensado con un buen compañero de estudio, alguien con quien desarrollar los ejercicios más difíciles y que además sí tenía deseos de desarrollarlos.
Cuando el reloj dio las tres de la mañana, Gustavo ni siquiera había sentido las horas pasar, solo lo supo por la alarma que había puesto en su teléfono.
-Vaya… sí que estamos tarde -le dijo Gustavo a Enrique, mientras se estiraba sobre la silla. No le pasó por alto la mirada que Enrique le dio y se sintió un poco halagado, José solo le daba esas miradas cuando estaba ligeramente ebrio o quería acostarse con él.
-Sí, tres de la mañana… creo que ya es suficiente, si hay algo que no hemos aprendido hoy, dudo mucho que lo podamos aprender en las siguientes horas, por lo menos debemos dormir un poco antes de continuar estudiando.
-Es una buena idea -asintió Gustavo, aunque le parecía raro que Enrique hablara como si ellos pudieran continuar estudiando juntos en el futuro.
-¿Y cómo irás a tu casa? -le preguntó Enrique a Gustavo, mientras comenzaba a guardar las cosas en la mochila, demorándose lo más posible, pese a que Gustavo ya estaba listo y él moría de hambre y sueño.
-Supuestamente tienen que venir por mí -se encogió de hombros Gustavo y luego marcó el teléfono de José, pero nadie contestó. Insistió tres veces más, hasta que la casilla de voz saltó automáticamente. El muy pendejo le había apagado el teléfono.
-¿Problemas? -Enrique se colgó la mochila al hombro y le hizo un gesto a Gustavo para empezar a caminar hacia la salida.
Gustavo lo siguió por inercia, con los puños apretados y la rabia en el pecho. José lo había vuelto a plantar.
-Parece que al final no vendrán por mí.
-¿Y cómo te irás entonces?
-Tendré que llamar a casa para que vengan a recogerme, tendré que despertar a mi padre, lo cual no me gusta mucho.
-Pero yo te puedo llevar, mi hermana me ha prestado hoy el auto, porque sabía que me quedaría hasta muy tarde y luego no hay buses para regresar.
-¿Buses? -preguntó Gustavo. Esa universidad estaba llena de chicos con autos último modelo y Enrique parecía uno de ellos.
-Claro, son unas cosas gigantes que se paran fuera de la universidad y llevan muchos estudiantes hacia un lugar cercano a su hogar -explicó Enrique, sonrió cuando sintió el golpe de Gustavo en el brazo.
-No seas así, claro que sé qué son buses, es solo que me sorprende que teniendo licencia de conducir, uses un autobús.
-Oh, ¿esa es la razón de la agresión? -le preguntó Enrique, haciéndose la víctima, mientras salían del edificio.
-Vamos, no seas niño, bien que te estás burlando de mí.
-Solo un poco -garantizó Enrique.
-Qué bueno que lo admitas.
-Sí, sé admitir cuando me burlo de los demás -continuó Enrique, y Gustavo entrecerró los ojos antes de soltar una carcajada.
-Es un alivio no estar en la sala de estudio, sino todos ya nos hubieran golpeado por ruidosos.
-Pues sí, por eso esperé a salir para mostrar mi verdadero yo -Enrique sonrió de oreja a oreja y Gustavo se le quedó mirando un instante, antes de apartar la vista.
-Bueno, pues, me ha gustado estudiar contigo…
-Gracias a ti más bien, has hecho algo que mis amigos no han podido, me has hecho entender. No sé por qué, no era tan complicado, la verdad.
-Es que eres listo, esa es la razón.
-No, no es esa la razón, pero gracias otra vez, sin ti estaría perdido… No sé ni cómo pagarte.
-No necesitas hacer nada para pagarme, no seas tonto.
-¿Vas a llamar a tu papá?
-No me queda de otra. Le había dicho que dormiría fuera… tenía planes, pero ahora parece que se han echado a perder esos planes.
-Pero, tengo una idea -le dijo Enrique, tomando la mano con la que Gustavo manipulaba el móvil para llamar a su padre.
-¿Qué?
-Es que tengo hambre.
-Yo tengo chocolate, ¿quieres un poco?
-No, chocolate no, comida, comida de verdad -le dijo Enrique.
-Oh…
-Mira, ¿te puedo invitar a comer? Y luego si quieres puedes dormir en mi casa, solo tengo una cama, pero no creo que importe, total ya no faltan muchas horas para el amanecer, y luego puedes ir a tu casa, así no molestas a tus padres…
-Yo… no estoy seguro, es decir… -Gustavo miró el móvil y negó con la cabeza -, dame un segundo, no voy a llamar a mis padres, sino a quien tendría que estar aquí por mí.
-Claro, adelante -Enrique se apartó unos pasos, dándole privacidad, y rogando para que nadie le contestara. Unos segundos después escuchó a Gustavo bufar.
-Sigue apagado. No sé para qué la gente promete que va a hacer algo y luego no la hace…
-Algún problema debe haber tenido tu…
-Amigo, mi amigo -se apresuró en aclarar Gustavo, un poco sonrojado.
-Tu amigo, algún problema grave que le impide venir a buscarte porque no creo que alguien te deje solo a las tres de la mañana en la universidad por pura diversión.
-Sí, algo debe haber pasado -dijo Gustavo, aunque sabía que no era cierto, que seguramente José se había encontrado con Patricia, la chica con la que quedaba de vez en cuando últimamente, o con cualquier otra, y por eso se había olvidado de él.
-¿Y entonces? ¿Quieres venir a comer algo?
-Sí, vamos -aceptó Gustavo, si José se la pasaba bien, él también podía intentarlo.
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-No puedo creer que nunca hayas estado por aquí -río Enrique, mientras estacionaba el auto en la Avenida La Marina, Gustavo negó con la cabeza mientras miraba la hilera de cafeterías pequeñas, todas iluminadas y repletas de personas, la mayoría parecía salir de alguna discoteca.
-Normalmente mis amigos no andan por estos sitios… Ellos escogen otro tipo de sitios.
-Sí, he visto a José y los otros dos chicos con los que siempre andas…
-César y Alfredo -Gustavo siguió a Enrique hasta una de las cafeterías, uno de los de la cocina saludó a Enrique y Gustavo asintió por compromiso -, es que ellos tienen mucha plata, igual que José… Sus padres no los han acostumbrado a meterse a cualquier sitio ni esas cosas…
-Bah, esas son tonterías… Ya te contaré yo mi vida, ¿qué quieres comer?
-No sé… ¿qué recomiendas? Parece que eres asiduo a este sitio.
Enrique soltó una carcajada y asintió.
-Es que en épocas de exámenes siempre me da hambre, y ando por aquí, con los demás chicos de mi grupo… A veces nos quedamos madrugadas enteras estudiando.
-Ah, eso es bueno, yo también estudio así, pero por lo general como chocolates y tomo café.
-No sé cómo puedes vivir solo a base de chocolates y cafés.
-A mí me parece bastante bueno… Y entonces, ¿qué recomiendas?
-Cómete una salchipapa, eso seguro que te gustará.
-De acuerdo, eso será.
-¿Quieres tomar algo?
-¿Chicha morada?
-Buena idea… aunque también venden cervezas, ¿qué dices?, ¿se te antoja una pequeña?
-No me gusta emborracharme… no soy buen borracho -negó Gustavo.
-Solo decía una, para despejarse, pero tienes razón, mejor no, estoy manejando y no quiero que luego me pare la policía, allí sí que mi papá se volverá loco.
-¿Tú vives con tus papás?
-No, con mi hermana Sara; ella es mayor que yo, se graduó en la misma universidad en la que estamos nosotros y ahora está haciendo una maestría mientras trabajaba medio tiempo, compartimos un departamento que mi padre compró para que estudiáramos en Lima.
-¿No eres de Lima entonces?
-No, soy de Arequipa -Enrique arqueó las cejas y Gustavo soltó una risita.
-No se te nota el acento.
-Es por la cantidad de tiempo que estoy aquí… aunque no creas, cuando estoy enojado, o nervioso tiendo a hablar muy rápido y se me nota.
-Pero no tiene nada de malo que se te note.
-Claro, porque los de la universidad son tan comprensivos...
-Bueno, hay un par de caraduras por allí, pero tú tienes tu grupo de amigos, y una gran personalidad, por lo que veo, no creo que te puedan hacer menos.
-Sí, sí pueden… Bueno, te lo voy a contar porque me caes bien, pero debes prometer no decírselo a nadie, porque si lo haces, tendré que matarte.
Gustavo estuvo confuso un instante, antes de soltar otra carcajada, en tanto les traían dos platos gigantes, llenos de papás fritas, hot dog, chorizo y huevo frito.
-Uff, esto es demasiado -suspiró Gustavo, mientras pinchaba con el tenedor una papa frita.
-Espera, que le tienes que poner mayonesa y ají -le dijo Enrique, mientras vertía las cremas sobre las salchipapas de ambos.
-Wow… si esto no me mata, espero que el lunes haga un buen examen.
-No te matará, créeme, yo lo como siempre y estoy entero y como si nada.
-Se podría dudar de tu salud mental, ¿sabes?
Enrique soltó una carcajada por el comentario y negó con la cabeza.
-Te estaba contando… estoy aquí desde el quinto de secundaria, para que me adaptase y pudiera ver las universidades con calma, en la escuela se reían mucho de mí, casi no tenía amigos… además extrañaba a mis amigos del colegio, en Arequipa. Cuando estuve buscando universidades conocí a Mireya, y ella también se sentía muy mortificada por sus compañeros… así es como nos hicimos amigos, congeniamos inmediatamente.
-¿Ella te gusta? -preguntó Gustavo, y sin saber por qué, un poco desalentado.
-¿Ella? No, para nada -Enrique le quitó una papa a Gustavo -, ella es gay, así que está fuera de mi alcance o de mis gustos.
Gustavo se sonrojó violentamente y miró hacia otro lado.
-No deberías andar diciendo esas cosas, no es correcto.
-Ella lo anda pregonando siempre, es más, forma parte del consejo estudiantil, donde dice que quiere representar a los gais y lesbianas de la universidad.
-¿En serio?
-En serio. ¿Dónde estabas tú cuando presentaron las campañas para el consejo?
Gustavo recordó que esa tarde se la había pasado terminando un trabajo que tenían que presentar al día siguiente, José se suponía que debía estar con él, pero se había perdido por algún lugar.
-Creo que estaba enfermo.
-Eso debe ser, ella hizo un gran discurso, fue genial.
Luego de eso, Gustavo le contó a Enrique como le había ido en la escuela, que tampoco era muy popular entre sus amigos y que si es que no fuera por José, no tendría ningún amigo.
Cuando subieron al auto, Gustavo se sentía sumamente relajado y satisfecho por la comida, bastaba con tener una cama calientita y todo estaría perfecto.
-¿Entonces, vamos a mi casa? -preguntó Enrique, encendiendo el motor y mirando a Gustavo.
-Claro, ¿por qué no?
-Genial.
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