Título: Recuerdos de Edimburgo
Autor: shiorita
Fandom: Ficción original
Pairing/Personaje/Grupo: -
Rating: PG
Resumen: Y además, a través de las palabras, ella cumple promesas rotas, arregla corazones lastimados, viaja a lugares que ni siquiera existen y cumple sueños ajenos.
Advertencias: Segunda parte de
Hold on and never let me go Cuervos de Santa : Prompt #15
Edimburgo está precioso cuando llega diciembre. Todo Princess Street y los jardines que ascienden hasta el castillo están llenos de luces, puestos de artesanía, una noria enorme y el majestuoso trineo de Papá Noel. En las calles de la capital de Escocia, la gente va de acá para allá con bolsas de la compra, con gofres donde la Nutella se va para los lados, o, simplemente porque les apetece pasear juntos o en solitarios.
Pero eso es por la tarde, cuando las tiendas ya están casi todas cerradas excepto alguna gran cadena internacional. Por la mañana, a eso de las diez y media, hasta los Starbucks están medio vacíos. En uno de ellos, a la altura de George Street, una joven teclea con rapidez en un portátil blanco los recuerdos de la última vez que estuvo allí, hace casi una década.
Lleva el pelo semirecogido en una coleta hecha sin ningún cuidado, y en la comisura de sus labios queda algún resto de la espuma del capuccino que se ha pedido. Es una de las pocas mañanas libres que tiene, porque el máster acapara toda su atención. Está rozando la treintena, pero en el fondo a veces se siente como si siempre tuviera veinte años. Estudia, trabaja, mientras espera que se cumplan las promesas que nunca hizo para no tener que romperlas.
Una de ellas era encontrase allí. En algún punto inexacto de Inglaterra.
No es que la haya olvidado, claro, pero tampoco es que piense seguirla. Para empezar, está en Escocia, pero es que ese país siempre le ha gustado más que Inglaterra. Y para seguir, ¿cuántos amantes pasaron desde que le conoció? Ni los cuenta. Demasiadas miradas, demasiados rostros, demasiados todos los recuerdos que ha olvidado queriendo y sin querer.
Lo que nunca parece irse de su cabeza es su despedida, en aquella estanción del norte de Escocia, en un mañana fría de diciembre, con el cielo aún dormido y algo borracho por la fiesta de la noche anterior.
Aún no sabe si se arrepiente de lo que pasó o no se arrepiente de lo que no pasó; pero, lo que no duda es que le gustaría volverle a ver. Aunque, bueno, soñar es gratis, no como los billetes de vuelo desde Nueva Escocia. Así que, mientras juega con el tiempo sobre si existe o no la posibilidad de un reencuentro, se dedica a pasar a limpio y a corregir sus últimos escritos, pues la fecha de publicación de su segunda novela está muy cerca y su editora va a matarla si no entrega nada a tiempo. Aunque luego nada de eso sirva, y a ambas les dé por cambiarlo todo en el último minuto y empezar con otra historia y así hasta el fin de la fecha de entrega.
Ya lleva un par de novelas y un montón de cuentos cortos publicados, pero aún así no se cansa. No cree que alguna vez vaya a cansarse de escribir. Es su sueño, y los sueños están para eso, para cumplirse. Y además, a través de las palabras, ella cumple promesas rotas, arregla corazones lastimados, viaja a lugares que ni siquiera existen y cumple sueños ajenos.
Como el de él, de escapar de casa y vivir en Inglaterra. Bueno, unos kilómetros más al norte, qué más da.
Suspira y se aparta de la pantalla. Mira de nuevo el menú de los cafés del Starbucks, pero tiene la historia entre los dientes, y el miedo de que si deja un segundo el teclado luego la musa se haya ido a buscar margaritas a algún lugar donde diciembre signifique verano.
De pronto, sin embargo, ve como uno de los camareros sale de detrás del mostrador, cosa rara en un Starbucks, y le entrega un capuccino, con nata montada, y caramelo, y virutas de chocolate por encima.
-¿Y eso?
-Un joven la ha invitado. -Responde la chica, con una sonrisa dulce.
Ella le mira extrañada. Las cuatro personas que conoce allí están en el salón de actos de la Universidad, atendiendo a la presentación de un recién doctorado de no sé qué de filosofía de la que ella ha decidido pasar. No es que no le vaya pero, la verdad, no le apetece mucho en esos momentos.
-¿Ha dejado una nota? -Pregunta, curiosa.
La camarera niega y le entrega el dulce detalle navideño antes de irse. Ella toma el vaso esperando encontrarse un número de teléfono apuntado allí, pero para su sorpresa, tiene escrita una dirección.
Quisiera volver a su historia, pero ve que es imposible. Así que, recoge sus cosas, mete el portátil en su funda y capuccino en mano, con el gracias al lado del adiós, sale a la calle mientras busca en el móvil la dirección en cuestión. Llega a los veinte minutos, con el capuccino ya casi terminado aunque enfriado. Es una hilera de casas, lejos de la costa, en plenas montañas, y algo alejadas del centro de la ciudad. Desde allí los paisajes son preciosos, y el mar se ve a lo lejos. Añora muchísimo ver el mar desde su ventana. Era tan fácil llamar a la musa cuando el cielo se teñía de agua y el horizonte cambiaba de altura según la ola que marcara la línea... No es que se queje del pisito de estudiantes donde vive, pero claro, tampoco es que tenga tanta pasta -que la tiene, pero prefiere viajar por el mundo, aunque tenga que soportar esos ruidos infernales que hacen sus vecinos por la noche, y el horrible tráfico que nunca se detiene -.
La dirección no tenía ningún número, así que ella camina y camina hasta dar con un parque. Y allí lo ve. Como si no hubieran pasado los años, y nunca se hubiera dejado de cortar la barba con la misma exactitud que cuando lo conocio. El pelo desordenado, la mirada perdida, y la sonrisa invisible para quien no quería verla. Recuerda aquellos ojos que no sabían expresarse con palabras, pero que no dejaba rastro alguno de duda cuando pensaban algo.
Se pregunta, eso sí, si habrá madurado y habrá dejado de escuchar lo que le dicen los demás, para ser más él, más sus sueños, más sus impulsos, más lo que siente y no lo que piensa. Al fin y al cabo, él era de los que siguen al corazón, y ella al cerebro; aunque a la hora de la verdad, él detenía su corazón con un miedo que no nacía de allí, y el cerebro de ella inventaba las mejores razones para darle alas a su propio corazón. De alguna forma, siempre se habían complementado sin necesidad del otro. Quizás por eso, su adiós les sonó a un hasta más ver, que no dolió mucho y tampoco significó tanto. Quizás por eso se han vuelto a encontrar, porque las grandes historias pasan a través de pequeños momentos, de pequeños sentimientos, de pequeños detalles. Pequeños deseos para personas que lo dieron todo por un sueño grande, cuya prioridad siempre fue esa. Porque la idea no está en encontrar a tu media naranja, a nadie que te complemente y te complete. Los dos coincidían en que ellos solos debían ser grandes, un uno completo y perfecto, que, cuando se encontrara con ellos, juntos pudieran construir lo imposible.
Como resucitar promesas en las que nadie había creído porque suena demasiado a película de argumento desgastado.
Se sienta a su lado en el columpio y sonríe. Gracias, le dice y no sabe qué añadir.
-No has venido -. Comenta él, y ella se pierde por un segundo.
-¿Adónde?
-A mi ponencia en la universidad.
-¿Era tuya? -Afirma casi más que pregunta.
Él asiente y entonces a ella le vienen tantas preguntas por hacer que termina con la más simple.
-¿Cómo sabías que estaba aquí?
-Tu editora. ¿No estabas buscando la inspiración de nuevo?
Su editora era así, actualizando la página web con cualquier minidetalle de esos. No es que fuera muy fan de esas cosas, pero como en lo suyo era tan buena, y no dejaba fallo alguno en las novelas, se lo perdonaba todo. Además, que para aguantarla a ella había que tener paciencia y magia, y su editora tenía ambas cosas y más.
-Podría haber ido a cualquier otra parte.
-Te gusta Escocia demasiado.
-Podría haberme ido a Nueva Escocia -. Al fin y al cabo era su casa, y ya que estaban, ¿por qué no ir directos al grano?
-¿Y jugar al pilla pilla?
-Al parecer se te da mejor a ti encontrarme que a mí. -Sonrió ella.
-Quien algo quiere... -le devolvió él la sonrisa.
Ella giró la cabeza algo confusa. No sería ni la primera ni la última que obviaba una directa, pues a veces la hacían sentir perdida.
-¿Has visto las casas de aquí? Son preciosas -cambió de tema.
-Vivo en una de ellas -le comentó él sin cambiar el buen humor.
-¿En serio? -Se asombró ella y preguntándose cómo hacer para que la invitara a pasar.
-En realidad, estoy de alquiler, mientras ahorro para comprarla. No son muy caras y con lo que gano en la Universidad de profesor puedo pagarla en un par de meses.
-¿En serio? ¿Tú solo? Qué pasada. -Le felicitó ella.
-Bueno, solo solo no exactamente. En realidad, busco un compañero de piso, pero no acabo de tener muy claro quien. No todo el mundo aguanta mis rarezas y mis cambios de humor.
-Lo sé, anda que no fue raro a veces compartir piso contigo -sonríe ella al recordar su último año de carrera.
-Ya, la verdad es que cuando vi la casa sólo me viniste tú a la cabeza como candidata. Por las vistas del mar y eso.
Y eso. Y el eso es lo que dice más de lo que parece. Pero es el mar, y ay, dios, cuando luego él le enseña la casa, ella descubre que se ha decidido mucho antes. Algo así como cuando recibió el capuccino en el Starbucks y decidió dejar un poco de lado ese escrito y aventurarse, a ver qué había al otro lado de las montañas.
Y si diciembre ya era un mes bonito estando sola en Edimburgo, acompañada de un recuerdo que nunca pensó que volvería, en una preciosa casita en las montañas con vistas al mar, sólo puede augurar la más bella de las navidades.