Hoy no hay monstruos, Sammie [Supernatural - Sam Winchester] Los cuervos de Santa
Título: Hoy no hay monstruos, Sammie
Autor: luvertheunknown
Fandom: Supernatural
Personajes: Sam Winchester, Dean Winchester
Rating: PG
Cuervos de Santa: Prompt #3
~o~o~o~
Sam salió del motel con cuidado de no hacer ruido; Dean se había quedado dormido viendo la televisión y no quería despertarle y que le preguntara a dónde iba una noche como aquella, fría, oscura y en la que la mayoría de bares estaban cerrados.
Era tarde y habían tenido un día complicado. Se habían pasado todo el día corriendo por el bosque en busca de un wendigo que resultó no ser tal y se habían llenado las botas de barro y el pelo de aguanieve. Cuando llegaron al motel, ya entrada la noche, estaban tan cansados que sólo se ducharon y se tiraron sobre la cama. Dean había conseguido dormirse mientras veía un concurso y ni siquiera había protestado porque no había tenido su dosis diaria de comida basura.
Pero él no tuvo tanta suerte. La cabeza no hacía más que trabajar, pensar y dar vueltas a la misma cosa. Así que había decidido salir a dar una vuelta nocturna por un pueblo que, seguramente, estaría prácticamente desierto.
Hacía una noche fría. El cielo estaba despejado, pero no se veía ninguna estrella. En el borde de las aceras se acumulaban montoncitos de nieve gris que se había convertido en hielo. Tal y como había predicho, no había nadie andando por la calle exceptuándole a él, claro, pero las luces de colores y los adornos navideños de los escaparates seguían luciendo a pesar de todo.
De alguna casa salían voces que entonaban, alegres, un villancico. Se metió las manos en los bolsillos y siguió caminando.
No se conocía las calles, pero no le preocupaba demasiado perderse. De hecho, quizá era lo que realmente buscaba, al igual que lo único que conseguía según avanzaba por esa ciudad era perderse por sus recuerdos.
Tenía que admitir que no le gustaba recordar cuando fue pequeño. Había sido una época triste, oscura, llena de preguntas sin respuesta, miedo y monstruos. Aunque eso se parecía demasiado a cualquier otra infancia, en vez de tener un padre que lo abrazara por las noches y que le dijera que los monstruos de sus pesadillas no eran ciertos, había tenido uno que le había enseñado cómo matarlos.
No le gustaba su infancia. Ni siquiera sabía si podía llamarlo infancia. Pero en épocas como aquellas, la barrera que separaba su vida real de sus recuerdos se resquebrajaba y dejaba que ciertas cosas se colaran entre las rendijas.
En aquel momento, recordó unas navidades tranquilas. Las habían pasado en un motel en Seattle. Su padre había traído un Papa Noel que bailaba al sol de Jingel Bells y vino para él. Recordaba que Dean había probado un poco, pero que a Sam ni siquiera le habían dado permiso.
-Eres demasiado pequeño, Sammie -le había dicho su hermano, mientras se estremecía tras probar un trago.
Su padre fue el primero en quedarse dormido esa noche; había bebido tanto que no había soportado durante mucho tiempo la carga del sueño, que le cogió sentado en el sofá con la cabeza echada hacia atrás y los pies sobre una silla. Fueron Dean y Sam los que recogieron los restos de la cena. Después se quedaron sentados, muy juntos, en una de las camas, mientras miraban la figurita de Papa Noel. Tenía las mejillas rojas, los ojos un poco bizcos y el traje estaba mal pintado.
-¿Dónde están hoy los monstruos, Dean? -Preguntó, rompiendo el silencio-. ¿Por qué papá hoy no se va?
A veces deseaba que su padre se fuera. A veces no se sentía cómodo con él, por arrastrarle hasta allí.
-Hoy no hay monstruos, Sammie -le respondió su hermano, mientras le revolvía el pelo. Al igual que la figurita, Dean tenía las mejillas-. Es navidad. Los monstruos no salen en navidad.
Aquel argumento no le convencía del todo, pero sonrió y asintió. Cuando se metió en la cama y se hizo un ovillo bajo las mantas, con los ronquidos de su padre como nana, se dijo a sí mismo que su hermano no tenía razón. Que los monstruos trabajaban hasta en navidad, que los fantasmas no desaparecían, que las bestias seguían comiendo.
Según habían ido pasando los años, se había dado cuenta de que él tenía razón, no su hermano, sólo que se intentaban convencer a sí mismos de que los monstruos respetarían esas fechas para poder tener una noche tranquila y sin sobresaltos. Quizá por eso anduviera tranquilo por las calles de Seattle.
No había monstruos, ¿verdad? ¿Verdad?
Autor: luvertheunknown
Fandom: Supernatural
Personajes: Sam Winchester, Dean Winchester
Rating: PG
Cuervos de Santa: Prompt #3
~o~o~o~
Sam salió del motel con cuidado de no hacer ruido; Dean se había quedado dormido viendo la televisión y no quería despertarle y que le preguntara a dónde iba una noche como aquella, fría, oscura y en la que la mayoría de bares estaban cerrados.
Era tarde y habían tenido un día complicado. Se habían pasado todo el día corriendo por el bosque en busca de un wendigo que resultó no ser tal y se habían llenado las botas de barro y el pelo de aguanieve. Cuando llegaron al motel, ya entrada la noche, estaban tan cansados que sólo se ducharon y se tiraron sobre la cama. Dean había conseguido dormirse mientras veía un concurso y ni siquiera había protestado porque no había tenido su dosis diaria de comida basura.
Pero él no tuvo tanta suerte. La cabeza no hacía más que trabajar, pensar y dar vueltas a la misma cosa. Así que había decidido salir a dar una vuelta nocturna por un pueblo que, seguramente, estaría prácticamente desierto.
Hacía una noche fría. El cielo estaba despejado, pero no se veía ninguna estrella. En el borde de las aceras se acumulaban montoncitos de nieve gris que se había convertido en hielo. Tal y como había predicho, no había nadie andando por la calle exceptuándole a él, claro, pero las luces de colores y los adornos navideños de los escaparates seguían luciendo a pesar de todo.
De alguna casa salían voces que entonaban, alegres, un villancico. Se metió las manos en los bolsillos y siguió caminando.
No se conocía las calles, pero no le preocupaba demasiado perderse. De hecho, quizá era lo que realmente buscaba, al igual que lo único que conseguía según avanzaba por esa ciudad era perderse por sus recuerdos.
Tenía que admitir que no le gustaba recordar cuando fue pequeño. Había sido una época triste, oscura, llena de preguntas sin respuesta, miedo y monstruos. Aunque eso se parecía demasiado a cualquier otra infancia, en vez de tener un padre que lo abrazara por las noches y que le dijera que los monstruos de sus pesadillas no eran ciertos, había tenido uno que le había enseñado cómo matarlos.
No le gustaba su infancia. Ni siquiera sabía si podía llamarlo infancia. Pero en épocas como aquellas, la barrera que separaba su vida real de sus recuerdos se resquebrajaba y dejaba que ciertas cosas se colaran entre las rendijas.
En aquel momento, recordó unas navidades tranquilas. Las habían pasado en un motel en Seattle. Su padre había traído un Papa Noel que bailaba al sol de Jingel Bells y vino para él. Recordaba que Dean había probado un poco, pero que a Sam ni siquiera le habían dado permiso.
-Eres demasiado pequeño, Sammie -le había dicho su hermano, mientras se estremecía tras probar un trago.
Su padre fue el primero en quedarse dormido esa noche; había bebido tanto que no había soportado durante mucho tiempo la carga del sueño, que le cogió sentado en el sofá con la cabeza echada hacia atrás y los pies sobre una silla. Fueron Dean y Sam los que recogieron los restos de la cena. Después se quedaron sentados, muy juntos, en una de las camas, mientras miraban la figurita de Papa Noel. Tenía las mejillas rojas, los ojos un poco bizcos y el traje estaba mal pintado.
-¿Dónde están hoy los monstruos, Dean? -Preguntó, rompiendo el silencio-. ¿Por qué papá hoy no se va?
A veces deseaba que su padre se fuera. A veces no se sentía cómodo con él, por arrastrarle hasta allí.
-Hoy no hay monstruos, Sammie -le respondió su hermano, mientras le revolvía el pelo. Al igual que la figurita, Dean tenía las mejillas-. Es navidad. Los monstruos no salen en navidad.
Aquel argumento no le convencía del todo, pero sonrió y asintió. Cuando se metió en la cama y se hizo un ovillo bajo las mantas, con los ronquidos de su padre como nana, se dijo a sí mismo que su hermano no tenía razón. Que los monstruos trabajaban hasta en navidad, que los fantasmas no desaparecían, que las bestias seguían comiendo.
Según habían ido pasando los años, se había dado cuenta de que él tenía razón, no su hermano, sólo que se intentaban convencer a sí mismos de que los monstruos respetarían esas fechas para poder tener una noche tranquila y sin sobresaltos. Quizá por eso anduviera tranquilo por las calles de Seattle.
No había monstruos, ¿verdad? ¿Verdad?