Calvin & Hobbes. [Hobbes, Calvin/Muñecos de nieve] – PG - #13inner_angelDecember 16 2012, 14:06:48 UTC
Había dos cosas que distinguían la navidad, según Hobbes.
La primera era la particular expresión que adoptaba el rostro de Calvin tan pronto caían las primeras nieves del año y que se volvía casi permanente. Era un Calvin de ojos brillantes, con la mirada trancada en pura determinación y la boca torcida por la emoción inquebrantable de la travesura por venir.
La segunda era, claro, los muñecos de nieve.
Entonces empezaban las largas sesiones de planificación para luego escabullirse de casa en la primera oportunidad a hacer bolas de nieve de todos los tamaños, que el pequeño colocaba estratégicamente por todo el vecindario.
Calvin pasaba horas preparando sus exhibiciones con cuidado, casi amorosamente, mientras hablaba sin parar sobre arte y la desconcertante incomprensión de los adultos ante su evidente genio. Un cabeza cercenada, un atropellado con sus intestinos desparramados, una multitud mutilada, el monstruo de turno acosando a inocentes transeúntes; el vecindario siempre parecía el set de una película de terror, para desesperación de su padres y el desprecio de vecinos escandalizados.
¿Por qué ya nadie apreciaba el comentario social y la trascendencia de la mortalidad con las festividades?
Pero no todos se escandalizaban, no.
Cuando volvían a casa luego de un día de arduo trabajo artístico, Calvin se detuvo boquiabierto ante el ‘señor hacha en la cabeza’ y la ‘señora medio-decapitada’ quienes -contrarios al horror del que habían sido víctimas- ahora estaban tomados de la mano, pequeños corazones rojos dibujados torpemente sobre sus pechos.
“¡Ughh!”
La exclamación fue seguida de un torrente de quejas contra niñas impertinentes y sus ridículas nociones sobre cosas completamente inútiles como el romance. ¡Qué.Asco!
Después de mucho despotricar, Calvin se marchó molesto y Hobbes no pudo contener la sonrisa que le partió la cara en dos, mostrando todos los dientes.
Porque por todos sus lamentos sobre obras de arte intervenidas por neófitos con ridículas aspiraciones de grandeza, igual les dejó tal y como estaban… tomados de la mano.
La primera era la particular expresión que adoptaba el rostro de Calvin tan pronto caían las primeras nieves del año y que se volvía casi permanente. Era un Calvin de ojos brillantes, con la mirada trancada en pura determinación y la boca torcida por la emoción inquebrantable de la travesura por venir.
La segunda era, claro, los muñecos de nieve.
Entonces empezaban las largas sesiones de planificación para luego escabullirse de casa en la primera oportunidad a hacer bolas de nieve de todos los tamaños, que el pequeño colocaba estratégicamente por todo el vecindario.
Calvin pasaba horas preparando sus exhibiciones con cuidado, casi amorosamente, mientras hablaba sin parar sobre arte y la desconcertante incomprensión de los adultos ante su evidente genio. Un cabeza cercenada, un atropellado con sus intestinos desparramados, una multitud mutilada, el monstruo de turno acosando a inocentes transeúntes; el vecindario siempre parecía el set de una película de terror, para desesperación de su padres y el desprecio de vecinos escandalizados.
¿Por qué ya nadie apreciaba el comentario social y la trascendencia de la mortalidad con las festividades?
Pero no todos se escandalizaban, no.
Cuando volvían a casa luego de un día de arduo trabajo artístico, Calvin se detuvo boquiabierto ante el ‘señor hacha en la cabeza’ y la ‘señora medio-decapitada’ quienes -contrarios al horror del que habían sido víctimas- ahora estaban tomados de la mano, pequeños corazones rojos dibujados torpemente sobre sus pechos.
“¡Ughh!”
La exclamación fue seguida de un torrente de quejas contra niñas impertinentes y sus ridículas nociones sobre cosas completamente inútiles como el romance. ¡Qué.Asco!
Después de mucho despotricar, Calvin se marchó molesto y Hobbes no pudo contener la sonrisa que le partió la cara en dos, mostrando todos los dientes.
Porque por todos sus lamentos sobre obras de arte intervenidas por neófitos con ridículas aspiraciones de grandeza, igual les dejó tal y como estaban… tomados de la mano.
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