Sucesivas han sido las demoras que, en forma de excusas baratas y demás inconvenientes no tan ligeros han retrasado mi visita a la nueva y flamante sede de exposiciones Mapfre. Me decanté finalmente por esta brillante y jovial tarde de domingo para personarme puntual a mi cita con mi siempre risueña compañera para ver la exposición de Max Ernst que tantas ganas tenía de ver, pese a no haberme formulado grandes expectativas, ni pequeñas siquiera, de lo que en ella se albergaría.
La exposición recoge al completo los 184 collages que Max Ernst realizó en 1933 y reunió de manera minuciosamente calculada en las siete partes de las que se compone la novela "Une semaine de bonté" y fué exhibida por primera vez en los albores de la Guerra Civil española y del auge de Hitler al poder.
Esta extensa obra es la respuesta de Ernst ante el avance feroz del totalitarismo que subyugaría a Europa años después, que se manifiesta de manera onírica revelando las pesadillas, fantasías y el universo de angustia y temor en el que pretende embarcarnos su autor, abrazando en su elaborado proceso a los paradigmas artísticos del surrealismo.
El procedimiento casi quirúrgico de la elaboración de los collages son realizados sobre la base de grabados reales que ilustraban novelas que iba recopilando Ernst, como algunos grabados de Doré y en su conjunto relatos de naturaleza truculenta y sórdida bañada de estampas de torturas, crímenes, dramas pasionales, apariciones fantasmales y, en definitiva, un itinerario temático del horror que servía al artista alemán de escenarios sobre los cuales ejecutaba su teatro de variedades incluyendo las diversas figuras que modificaba a su antojo.
Físicamente, la exposición se distribuye en siete salas, en fiel respuesta a las siete partes que se hacen presagiar a partir del irónico título de la novela, "Una semana de bondad o los siete elemetnos capitales" y debidamente ambientadas según la distribución colorista de los diversos cuadernos y sus ejemplos.
La sala púrpura, respondiendo a la jerarquía católica y al día del Señor, el Domingo, toma como protagonista el león de Belfort que encarna la cara más oculta y satírica de los poderes establecidos, iglesia y política, ejerciendo su autoridad con violencia y lujuria en uno de los pasajes más atroces de la obra que puede relacionarse con la deriva de Europa hacia una época convulsa.
La sala verde del Lunes está dedicada al elemento Agua que se manifiesta en diferentes formas de inundación en las calles y en el interior de las casas, con visiones dantescas de cuerpos sumergidos ahogados, destrucción y unos personajes femeninos que flotan en el agua ajenos al caos que se sucede a su alrededor en una estampa onírica acuátia.
La siguiente sala, la roja, responde al Martes y al elemento Fuego. En este apartado la presencia de dragones, reptiles y demás criaturas serán la constante que se inmiscuye en un único ambiente en el que desfilarán múltiples personajes alados correspondientes a la burguesía. Las diversas láminas de este apartado muestran un interiorismo burgués profusamente ambientado con espesas cortinas, tapizados, alfombras, densos muebles y toda suerte de cuadros y espejos que dominan las estancias de un horror vacui que prepara el escenario asfixiante por el que Ernst hará desfilar los diversos personajes burgueses subyugados por la tragedia, Esta tragedia, miedo y pesadillas inherentes al ámbito doméstico burgués quedan impregnadas en el lenguaje e imágenes que dota Ernst a los cuadros y espejos que evidencian de manera no tan pasiva las escenas.
La cuarta sala azul, la del miércoles, queda protagonizada por hombres-ave que encarnan la figura mítica de Edipo en escenas que tratan de evocar los diversos hitos de la tragedia griega.
La última sala, de color amarillo, recoge los tres últimos capítulos de la novela de Ernst, correspondientes a los días jueves, viernes y sábado. En el capítulo titulado "la risa del gallo", personajes híbridos con cuerpo de hombre y cabeza de gallo, lejos de revelar el cantar de un nuevo amanecer, reviven las mismas atrocidades que aquellas perpetradas por el león de Belfort.
En "el interior de la vista", el artista muestra una serie de collages al estilo emblemático del dadaísmo, con la simplicidad y claridad de recursos ofreciendo imágenes más nítidas pero más enigmáticas aún, en las que destacan símbolos y conceptos puramente dadaístas como el ojo, o el huevo que se erige como un símbolo de la propia actividad creadora de Max Ernst
Pone el artista fin a su obra con el capítulo "la llave de los cantos", en el que desfilan una serie de mujeres retorciendo sus figuras, arqueando al máximo sus espaldas, flotando en sus habitaciones en momentos de éxtasis movidas por fuerzas irreprimibles, sacadas por el artista diversas publicaciones sobre la histeria del neurólogo francés Charcot. Ernst expone en estas últimas imágenes la idea fundamental del surrealismo acerca de la percepción de la histeria no como enfermedad de la psique ni fenómeno patológico, sino como una vía natural y suprema de expresión, tal y como señalaban Breton y Aragon: "Honremos, dijimos Aragon y yo, a la histeria y su séquito de mujeres jóvenes y desnudas que se deslizan sobre los tejados. El problema de la mujer es el más maravilloso e inquietante de este mundo. Y esto en tanto en cuanto nos guía la creencia de que un ser humano auténtico debería ser capaz de creer no sólo en la revolución, sino también en el amor".
"Si ce sont les plumes qui font le plumage, ce n'est pas la colle qui fait le collage"