Acabó mi estresante última semana de exámenes con un éxito que aún se hace esperar en el tablón de notas de la facultad. El aprobado en finés es seguro, pero no puedo afirmar lo mismo de la dura gesta que hube de realizar en el examen (o contienda) de estadística en la que, no bastando con el estrés y hastío intrínsecos de una asigntaura de estas características, me las tuve que arreglar para, al percatarme de que estaba realizando mal un ejercicio entero, volver a hacer éste y el resto del examen en menos de la mitad de tiempo y espacio, ya que me fue negada incomprensiblemente una nueva copia de examen.
Decidí que la noche anterior a mi examen de estadística iba a ser ociosa y me cité con mi hermosa acompañante habitual para dar buena cuenta de la primera visita de The Dubliners a Madrid en sus 47 años de trayectoria musical. El lugar del evento fue la Galileo Galilei, en la que me personaba por primera vez y con gran asombro al descubrir que se trata de una sala con una gran amplitud y muy elegantemente ambientada, con decenas de mesitas de cafetín y el mítico escenario que preside el salón. Subimos unas escaleras que nos condujeron hacia la parte superior de la sala, donde teníamos asignada una mesita que compartiríamos con dos amables y callados irlandeses. Degustamos una cerveza en amena plática mientras disfrutamos de la inmejorable panorámica que ofrecía nuestro emplazamiento hasta que se apagaron la mayoría de luces para recibir al legendario grupo. La música de The Dubliners está fuertemente vinculada a mi infancia, puesto que los escuchaba con gran asiduidad los fines de semana que compartía de pequeño con mi padre y no los había vuelto a escuchar hasta que me hallé sentado frente a ellos. Realizaron una actuación sublime pese a contar con varias bajas importantes dentro de sus filas. Tocaron sus temas más míticos como Dublin in the rare oul' times, building up and tearing England down, seven drunken nights, dirty old town, the wild rover, o un celebradísimo whiskey in the jar. La presencia irlandesa fue predominante entre el público y hubo algún momento cómico de exaltación por parte de un afable irlandés desgañitándose para que tocaran Fields of Athenry, a lo que reaccioné sumándome felizmente a la petición. Dos horas de música auténtica en las que no faltó el humor, el asombroso virtuosismo de sus componentes al banjo, la guitarra y violín, y sobre todo el mensaje inherente de una actitud de felicidad hacia la vida.
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Sean Cannon, cantante principal
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Eamonn Campbell guitarra y voz
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Patsy Watchorn, segunda voz principal y banjo
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John Sheahan, extraordinario violinista y flautista
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El gran Barney McKenna
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Solo alucinante y rapidísimo de banjo y guitarra
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