Jan 27, 2005 00:30
Mañana es mi día festivo. No tengo nada que hacer ahora mismo. El invierno sopla fuera. El sonido de un reloj antiguo, heredado de mi bisabuelo, que hizo las americas y vestía traje colonial blanco, con un amplio sombrero, y que portaba siempre dos pistolas cargadas, acompaña estas reflexiones sobre la negrura rota por los leds y el reverbero de los monitores.
La verdad cierta es que me encuentro en una situación incomoda para mi y para el resto de los que me acompañan en mi devenir. Soy una persona incomoda casi para todo el mundo, excepto para aquellos que encuentran mi compañía agradable, que son los menos. No en vano he sido siempre difícil de tratar, y mi amistad es una de esas cosas que se pueden condenar o aquilatar, depende de lo que se pretenda - que casi nunca es honesto, excepto por lo que hace a una minoría exquisita de los que me tratan -.
Se me puede acusar de muchas cosas, y no voy a negar que algunas de ellas son ciertas. Frialdad de carácter, quizás. Nunca he pretendido que me aceptasen por mi simpatía natural - de la cual carezco casi por completo - ni por mi dulzura - que si alguna vez poseí fue rota en pedazos cada vez más pequeños hasta que no quedó nada, salvo cenizas - ni por mi sagacidad simpar. Llegar hasta mi es difícil, alejarse de mi es fácil. Quién me tiene me tiene de verdad, pero quién no me tenga, no me tendrá, porque soy como el rastro que dejan las lágrimas en un charco de barro y corrupción.