Los últimos románticos (1/?)

Sep 03, 2010 20:57

Los últimos románticos, capítulo I
Longitud: 7.000~
Rating/Advertencias: T | Barriobajismos varios.

Nota de autor: Imaginad que la Selección española de fútbol no jugara al fútbol, sino que fueran una amalgama heterogénea de hombres de sexualidad fluida. Somos conscientes de que hay personas heterosexuales en este planeta, pero hagamos como que es un mundo feliz y lleno de amor libre. Nos hemos tomado licencias poéticas en cuanto a las edades y los lugares de origen de los personajes, pero es sólo para darle más realismo a la historia.

I.

El despertador sonó puntualmente a las seis y media de la mañana, y alargó la mano hacia la mesilla de noche golpeando suavemente para apagar el incesante pitido. Durantes unos segundos permaneció tumbado en la cama, dilatando el momento de ponerse en pie. Solía aprovechar esos instantes para poner en orden sus ideas, planear metódicamente el día que le quedaba por delante, y a veces se daba el lujo de intentar recordar lo que había soñado. Poco a poco sus sentidos iban despertándose, permitiéndole así percatarse del suave tacto de las sabanas rozando contra sus piernas desnudas, del olor a café recién hecho que se colaba por el patio interior. Con desgana abrió los ojos, parpadeando varias veces hasta que su vista se volvió completamente nítida, desde la cama podía ver los numerosos libros apilados encima del tablón de contrachapado que usaba como escritorio. Un póster de la musculatura humana y un banderín del UD. Las Palmas poblaban la pared blanca frente a él, además de una estantería con numerosas novelas y CDs. Un ruido en el pasillo terminó con su estado de duermevela; incorporándose en la cama agudizó el oído para percatarse de lo que estaba pasando al otro lado de la puerta, el sonido grave de algo cayendo al suelo fue lo que consiguió hacerle ponerse en pie. Al abrir la puerta se encontró a su compañero de piso, sentado en el suelo con la cabeza entre las piernas.

-¿Estás bien?- preguntó frotándose los ojos.

-Borracho- concluyó con una gran sonrisa.

-Ya veo.

-Tenías que haber venido, había unas tías… con unas tetassssss

-Interesantísimo.

Con agilidad impropia de alguien recién despierto saltó por encima de su compañero.

-Eres jodidamente aburrido- le recriminó.

-Me lo repites tan a menudo que ya casi no suena como un insulto.

-Pues… -durante unos segundos pareció no encontrar las palabras apropiadas. Lo que sea, pero tienes que salir con nosotros.

-Ya lo hice.

-Hace como un millón de años.

-Tengo que estudiar- protestó, entrando al baño.

-Yo también -la carcajada resonó por toda la casa. -¡Eh, tú! ¡Enano! Como me levante ya verás.

-Eso es si consigues hacerlo- bromeó apoyándose en el quicio de la puerta. -¿Necesitas que te lleve a tu cuarto?

-Lo que necesito es que la puta casa deje de dar vueltas.

Negando con la cabeza se metió de nuevo en el cuarto de baño dispuesto a darse la ducha rápida de todas las mañanas. Como siempre, tenía el tiempo justo para ella antes de prepararse un termo de té de Oolong y coger la bici para llegar tiempo para la primera clase del día. Ese era su cuarto año como estudiante de medicina y, como cada año, ponía un poco más de empeño en esforzarse para conseguir su sueño: ser un reputado cirujano. Aquello le llevaba a una serie de discusiones, de las que no iban a ningún lado, con su compañero de piso. Raúl, o Albiol como le llamaban la mayoría de sus amigos, no entendía porque David tenía que pasarse más de siete horas diarias estudiando, o por qué era incapaz de saltarse una sola clase. Y aunque él había intentado explicarse con una serie de puntos muy a su favor, como la responsabilidad, el hecho de estar estudiando gracias a una beca que sólo conservaría si superaba con éxito todas las asignaturas de las que se matriculaba, o simplemente que aquello era lo que siempre había querido, Albiol no había llegado a entenderlo. Por eso cada noche que salía con sus amigos intentaba arrastrarle con él, pero apenas lo había conseguido una docena de veces en los tres años que llevaban viviendo juntos. Afortunadamente para ambos, esas riñas no pasaban a más, y en cuanto Albiol volvía de una buena noche de juerga la reconciliación se presentaba sola, algo que solía conseguir dejándole el desayuno preparado.

Al salir de la ducha escuchó los vanos intentos de Albiol por ponerse de pie. Ahogando una nueva carcajada se apresuró en anudarse la toalla alrededor de la cintura para salir al rescate de su amigo.

-Haz el favor de irte a la cama.

-No puedo -respondió lastimosamente.

Se acercó a él, inclinándose para pasarle un brazo por debajo de los hombros. Debido a la considerable diferencia de altura entre ambos, Albiol quedó casi por completo encima de su cuerpo, por lo que tuvo que cargar con su peso durante los escasos dos metros que le separaban de su cuarto. Al encender la luz, la habitación les recibió con el caos característico del cuarto de su compañero. Dando un par de pasos más consiguió dejarle caer sobre la cama.

-Gracias, Pony.

-Que gracioso te pones cuando estás borracho.

-Si dejarás de moverte me ofendería y todo.

-Anda, duerme la mona y luego hablamos.

Salió entonces rumbo a la cocina para poner a hervir el agua. Tenía que darse prisa si no quería llegar tarde a clase. Usualmente podía realizar el trayecto en bici, de casa a la facultad, en unos quince minutos. Dejando la tetera en el fuego regresó a su cuarto para buscar la ropa que había preparado la noche anterior. Al terminar de vestirse desanduvo el camino hasta la cocina para, mientras esperaba al característico pitido que le avisaría de que el agua estaba lista, dejarle preparadas unas tostadas y algo de café a su compañero de piso.

Eran apenas las siete y cuarto cuando, con la bici a cuestas, bajó las escaleras del edificio. Una brisa fría le recibió en el exterior, subiendo los cuellos de de la sudadera azul marino, puso rumbo a Ciudad Universitaria. Casi podría haber hecho el recorrido a ciegas, pues con el tiempo se había convertido en un automatismo de su cabeza, simplemente bajaba por su calle hasta Gaztambide para tomar el camino más corto a la facultad. El ritmo frenético de estudiantes y trabajadores empezaba a notarse a su alrededor, justo cuando encadenaba la bici junto a la entrada principal.

-¡David! -Al girarse comprobó que quien le había llamado no era otro que Xabi, su antiguo profesor de anatomía.

-¡Hola, buenos días! -exclamó con una sonrisa.

-Veo que no pierdes las viejas costumbres -dijo señalándose el reloj en su muñeca-. Media hora antes de que cualquier clase empiece, y estoy casi seguro que la tuya no será hasta bien entrada la mañana.

-Quería aprovechar para repasar algunas cosas antes de empezar la clase nueva.

-¿Cuál? Si se me permite la curiosidad-. Preguntó mientras subían las escaleras para entrar en el edificio.

-Historia de la Ciencia, una optativa que había estado dejando aparcada. Me han dicho que el profesor es… ya sabes, un poco hueso.

-¿Sí?

-Marchenator, así le llaman. -Xabi río expresivamente.

-Te aseguro que no es tan malo como lo pintan.

-En la última convocatoria sólo aprobaron diez, y eran más de ochenta los matriculados.

-Te aseguro que Carlos tendría buenas razones para suspenderles, es una de las personas más justas que conozco. -Silva le miró avergonzado. -Vamos tranquilo, no creerás que no sabe el mote que le habéis puesto. Todos los sabemos. Incluso el Mariscal -terminó, refiriéndose a sí mismo.

David sonrió tímidamente. Xabi había sido su profesor durante los tres años anteriores y realmente habían cuajado una buena relación. Había acudido a él en más de una ocasión, al principio con problemas académicos y con el paso de los meses para casi cualquier tema. El tiempo había hecho que Xabi también recurriese a él con algunos problemas personales, por lo que David tenía el orgullo de poder decir que el Doctor Alonso era uno de sus mejores amigos.

-Tengo que ir a preparar unos power points para la clase de hoy, pásate luego por mi despacho y me cuentas cómo llevas el curso.

-Veré lo que puedo hacer.

-No era una petición, David.

-Ya no eres mi profesor, ¿sabes? No tengo porque seguir haciéndote la pelota, he pasado con matrícula por todas tus asignaturas.

-Puedo hablarle a Carlos, ya sabes… de ti - bromeó.

-Está bien, pero sólo si me ofreces unas pastas de esas que te llegan desde Londres.

-Dalo por hecho.

Se despidieron cerca de la biblioteca, donde David tenía pensado pasar las dos horas siguientes antes de que su primera clase con Marchenator empezase.

--

Cuando oyó la puerta cerrarse con el suave ‘clic’ de todas las mañanas y se convenció de que David había salido de casa, se incorporó de nuevo en la cama, con la cabeza dando vueltas como una peonza. Estaba agotado, pero aún no podía dormirse. Buscó su móvil durante un buen rato hasta que se dio cuenta de que lo había tenido en la mano todo el tiempo. Estaba encendido, tenía batería, todo funcionaba bien. Y ya eran las siete y pico, si el despertador no le engañaba. Y los despertadores no engañaban nunca. Sabía que el desgraciado de él sonaría en un rato para recordarle que tenía que ir a Ordenación Jurídica de la Actividad Económica. Un viernes a primera hora. Obviamente no había ido a clase más que cuatro veces en los tres años que había ido arrastrando esa asignatura, porque un viernes a primera hora era criminal poner ese coñazo.

Ya estaba dando cabezadas contra la pared cuando su teléfono sonó por fin.

-¿Qué? -contestó, con la boca pastosa.

-Hola -susurraron al otro lado de la línea, y oyó una puerta cerrarse y los pasos suaves sobre la madera del pasillo de su amigo Álvaro, que iba de puntillas para no despertar a sus padres.

-¿Ya estás en casa?

-Sí. ¿Tú?

-Me has dejado en el portal, ¿dónde coño esperas que esté?

Otra puerta cerrándose, esta vez la de su habitación.

-Ibas un poco fino -se rió.

-Me ha metido el Pony en la cama.

-Hostia, Raúl, macho.

-¿Qué?

-Que das mucha pena.

-A ver, Trufas -y no pudo evitar reírse tontamente, porque sabía que su mejor amigo odiaba cuando le llamaba así-, Sergio y Fer se han ido a las dos, tú has dejado de beber a las cuatro… He tenido que compensar vuestra mariconería.

-¿Cómo esperas que vuelva a Fuenla todo cocido?

-Pues duerme la mona en casa, como siempre.

-Suficiente gente piensa ya que soy un soplanucas.

-No quiero llevarte la contraria -dijo, rascándose descuidadamente la oreja-, pero tú serías el muerdealmohadas.

-Ya. Vale -contestó Álvaro sin mucho interés-. Me voy a la cama, que tengo clase esta tarde.

-Yo tengo clase como… ya.

-¿Y no vas? -preguntó, antes de darse cuenta de lo estúpido de su comentario-: Vale, no sé para qué pregunto.

-No sé, ya veré.

-Ale, pues ya sabes que no me he muerto por el camino. Hablamos para quedar esta noche, ¿no?

-Va. ‘Taluego -se despidió, antes de colgar. Dejó caer el móvil sobre la mesilla repleta de cosas de lo más variopintas, desde paquetes vacíos de Donuts hasta billetes de metro de hacía meses. En ese momento sonó estridentemente el despertador, y lo apagó sin mucha ceremonia, arrellanándose en la cama. Aún llevaba puestos los vaqueros y la camiseta, que apestaba a tabaco y al medio cubata que se había echado por encima esa noche, pero no se encontraba con fuerzas ni de moverse.

Intentó dormir, pero entre el sol que comenzaba a entrar por la ventana de su cuarto y las voces que no dejaban de gritar en su cerebro, no era capaz. Trató de solucionar los dos problemas metiendo la cabeza bajo la almohada, pero lo único que consiguió fue estar al borde de la asfixia.

Arbeloa le echaba en cara que se hubiera bebido hasta el agua de los floreros, pero no habría tenido que hacerlo si él no se hubiera pasado media noche lanzándole la caña a una rubia de bote con wonderbra. ¿Qué se supone que tenía que hacer, quedarse ahí mirando cómo se la ligaba? No era lo que más le apetecía. Lo lógico habría sido tratar de probar suerte con la amiga de la rubia, que había sido el plan inicial de Álvaro, pero no estaba de humor. Nunca había sido de esos a los que se les daba bien entrar a una chica en una discoteca y acabar con ella haciéndolo en algún portal. A su amigo sí. Se podría decir que era su especialidad, aunque era mucho menos guapo, y no lo decía sólo por ser él quien era. Lo que pasaba era que él tenía más carisma, más labia. Les hacía reír y caían todas rendidas. Raúl la verdad era que siempre se ponía demasiado nervioso, se trababa y acababa haciendo el ridículo o diciendo cosas inapropiadas. Y eran muchas más las veces que volvía solo a casa de las que volvía acompañado.

Vivía en un piso de estudiantes y su vida sexual estaba más muerta que cuando vivía con sus padres en Fuenlabrada. También era cierto que su compañero de piso no era el alma de la fiesta, y que la mayor parte del tiempo se la pasaba en su habitación tomando té y comiendo cosas raras y verdes mientras estudiaba temas tan excitantes como el cáncer o el parkinson. La mayoría de sus conversaciones giraban en torno a la muerte o a las enfermedades que podían afectar a Raúl porque comía demasiadas grasas trans o fumaba demasiado o hacía poco -por no decir ningún- ejercicio. No era el ambiente que esperaba encontrarse en un piso de estudiantes, pero las ventajas eran muchas más que los inconvenientes. Le hacía el desayuno cada día y limpiaba el baño; ¿qué más se podía pedir?

Al final lo que había pasado era que la rubia de las tetas descomunales se había ido dejando al Trufas con el calentón, porque no quería abandonar a su amiga. Álvaro le había obligado a ir con él hasta el intercambiador de Moncloa a acompañarlas para que cogieran el autobús, y luego le había llevado hasta la misma puerta de su casa, donde había dejado aparcado el coche. Para entonces, Raúl ya estaba tan borracho que ni siquiera sabía cómo había conseguido mantenerse en pie todo ese tiempo.

Cuando volviera a ver a Sergio y Fernando iba a decirles un par de cositas, porque esa manía que tenían de dejarle sólo con Álvaro con la excusa de que tenían que salir a correr por la mañana ya estaba perdiendo la gracia. Los cuatro llevaban siendo inseparables desde hacía años, cuando coincidieron en la misma clase en el instituto. Él siempre se había llevado especialmente bien con Álvaro, y Fernando y Sergio tenían también una relación más estrecha -y un poco sospechosa, si le preguntaban a él-, pero los cuatro formaban una piña muy compacta, aunque con el tiempo sus intereses hubieran cambiado.

El sueño le sorprendió mientras pensaba en esas cosas, y no tardó en caer rendido.

--

Anotó un par de cosas más en la lista y recogió su portafolios negro, dispuesto a salir rumbo a una nueva mañana en la universidad. Mientras bajaba las escaleras recordó que esa sería la primera clase que tendría con el nuevo grupo de medicina, normalmente eran los que solían darle más problemas, pese a que eran estudiantes más que aplicados la asignatura que impartía no solía estar entre sus prioridades y era escogida porque en años anteriores era conocida como “una maría”, así había sido hasta que él se había hecho cargo de la asignatura hacía ya cinco años. Esperaba que durante ese curso pudiera motivar a los estudiantes de alguna manera para no llevarse un chasco como el de la última convocatoria donde ni siquiera la mitad había aprobado.

El local que estaba a la derecha del portal dónde vivía estaba ocupado por una tienda de ultramarinos que regentaba una familia de asturianos afincados en Madrid desde hacía más de veinte años. Desde que se había mudado allí, había trabado una amistad con Mel, el dueño de la tienda, pero sobre todo con el joven David, un muchacho impulsivo y arisco en muchas ocasiones pero que se había ganado su cariño una mañana de hacía ya casi dos años.

David había dejado de estudiar con dieciséis años, puesto que no encontraba motivación alguna para seguir haciéndolo, y pensaba seguir regentando la tienda de sus padres durante largo tiempo. Pero casi diez años después se había dado cuenta de que aquello no era para nada lo que necesitaba o deseaba, por eso había pedido consejo a Carlos al considerarlo alguien digno de ello. Y cuando le había sugerido que retomara sus estudios, y David había seguido su recomendación este pasó a convertirse en su ojito derecho.

-Hola -saludó al entrar en la tienda

-Hey -respondió David mientras se bajaba de la escalera a la que se había subido para colocar unas conservas-. ¿Un pedido?-. preguntó al ver el papel en la mano de Carlos.

-Me he quedado sin nada, no sé como lo hago.

-Le diré a Juanín que te lo preparé para que lo suba cuando vuelvas, ¿te parece bien?

-Claro. Y ¿cómo te va con las clases?

-Bien, este año parece algo menos complicado, quizá no sea tan ceporro como pensaba.

-No lo eres, y lo sabes. Cualquier cosa que necesites, intentaré ayudarte.

-Gracias -David observó por el rabillo del ojo como su primo se escondía detrás de la cortina que les separaba de la trastienda y no perdía hilo de la conversación. Sonrió-. ¿Quieres llevarte algún bollo? Los acaban de traer.

-No soy tan joven y no hago tanto ejercicio como para que eso no me pase factura -respondió dándose un par de palmaditas en el estomago -. Gracias de todas maneras, me voy antes de que se me haga tarde. Seguro que la línea seis me juega malas pasadas, como siempre, por otra parte.

-Dales caña a esos niñatos.

Cuando Carlos salió, David se adentró en la trastienda mientras su primo trataba infructuosamente de disimular que acaba de llegar.

-¿Por qué no le has saludado? -preguntó, sentándose en unas cajas de plástico vacías.

-¿A quién? -preguntó intentando sonar lo más desinteresado posible.

-¡Ay, pichón! -exclamó-. Qué a mí no me la das.

-No sé de que hablas.

-¿No? Vale, entonces no te importa que le suba yo el pedido que Carlos acaba de dejarme, así aprovecho para preguntarle algunas dudas.

-Pero… eh… ¿quién se va a quedar en la tienda?

-Tú -respondió sonriendo.

-Sabes que no sé donde están la mitad de las cosas, y que haría mal las cuentas, me pongo nervioso cuando hay más de dos personas esperando.

-Ya, entonces… ¿se lo preparas tú? -preguntó levantando la nota que traía en la mano.

-Vale.

-Súbeselo antes de comer, no creo que tenga nada, por lo poco que he podido leer.

-Hoy come en la facultad, tiene una clase con sus alumnos de Biología- Juan se percató de lo que acaba de decir -. Bueno, yo… creo que… lo dijo y…

-Madre mía, respira, estás empezando a ponerte demasiado colorao. -David se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros para acercarle. -Sabes que te quiero mucho ¿no? -Juan asintió aún avergonzado-. Y qué puedes contarme cualquier cosa también.

Esta vez Juan se removió algo incomodo y David suspiró resignado. Sabía de la atracción que su primo sentía por Carlos, y aunque había intentado en varias ocasiones animarlo a dar un paso más, su primo había entrado en fase de negación absoluta y se había refugiado en sí mismo. Por eso esa vez iba a dejarlo pasar. En realidad quizás estaría bien que lo dejase estar de una vez por todas, puede que Carlos no estuviese por la labor, que considerase a su primo alguien demasiado joven o poco interesante o cualquiera de esas excusas que el profesor pudiera dar para evitar un mayor acercamiento con Juan. Porque David siempre había tenido un sexto sentido para esas cosas, y Carlos había dejado que sus ojos recorrieran con avidez el cuerpo de su primo.

-En cuanto baje papá me piro, quiero pasar a ver si en el desguace tiene una pieza que necesita el coche de Busi. ¿Quieres que te acerque a la universidad?

-No, tengo que pasar a comprarme unos lápices nuevos, iré en metro. Pero gracias.

-Como quieras, no te olvides de subirle el pedido por la tarde.

David salió de nuevo a la tienda esperando porque su padre no tardase demasiado en presentarse.

--

Hacía un frío de mil demonios esa mañana en Fuenlabrada, y la niebla les empapaba la ropa mientras corrían a través del Parque de la Solidaridad, que a esas horas estaba completamente desierto.
-¡Venga, Niño, que te quedas atrás! -exclamó Sergio, tratando de picar a su amigo. Corría de espaldas burlonamente, demostrando una vez más que estaba en mejor forma que él. El pelo, castaño claro y largo, se le pegaba a la frente cubierta de sudor.
-Cómeme la polla -gritó Fernando de vuelta, antes de toser como un perro.
-Sí, con cuchara te la voy a comer.
Se notaba arder la cara, y le dolía cada milímetro del cuerpo., larguirucho y cubierto de pecas. Parecía que nunca lograría ponerse en forma, que sus brazos siempre serían demasiado delgados y sus piernas flacas como patas de pollo. Se comparaba con Sergio, que desde pequeño había tenido la espalda ancha y los brazos fuertes, y le entraba un complejo horrible.
-Esto es por haber salido ayer. Sabes que si no te estaría dando la paliza de tu vida -mintió.
-Yo también salí y estoy bien. Si no te hubieras fumado un paquete de tabaco enterito no estarías escupiendo los pulmones.
-No puedo evitarlo -repuso-. Soy un fumador social.
Dio dos palmadas, tratando de animarle.
-Venga, un par de vueltas más y paramos.
-¿Estás loco? Si doy dos vueltas más me tienes que llamar al Samur.
-¿Quieres aprobar la oposición o qué?
-Si puedo hacerla cadáver… -dijo, parándose por fin. Apoyó las manos en las rodillas y trató de recuperar el resuello. Sergio aminoró la marcha hasta parar, y volvió a su lado, dándole unos golpes en la espalda.
-Respira.
-Lo dices como si fuera algo fácil. Esto es una mierda -masculló-. ¿Para qué necesito correr y saltar dos metros con los pies juntos, si me voy a dedicar a poner multas el resto de mi vida?
-El examen no me lo he inventado yo. Ya sabes que si te parece demasiado duro siempre estás a tiempo de volver a la Universidad.
-Eso ya lo probé y no funcionó, Sergio -dijo, sombrío de repente.
-Ir a clase dos meses no es probar nada -le reprochó.
-No me des tú también la charla, ¿vale?
-No quiero darte la charla, pero ya sabes lo que pienso.
-Ya lo sé.
-Que puedes aspirar a algo mejor que a esto -dijo de todas maneras.
-Déjalo, ¿quieres? -contestó, incorporándose fatigosamente y volviendo a correr por el camino de tierra, como si nada hubiera pasado.
-¿Esta es la manera de conseguir que corras, cabrón? -gritó, siguiéndole y poniéndose rápidamente a su altura.
-Es que parece que pensáis todos que me lo paso de puta madre siendo reponedor en el Carrefour -dijo amargamente, sin dejar de mirar al frente-. Es una mierda de curro y lo odio, ¿pero qué otra cosa puede hacer alguien como yo?
-Fernando, no seas gilipollas, porque tú eres muy listo. Puedes hacer lo que quieras.
-Ni siquiera puedo aprobar una puta oposición a picoleto.
-Eso es porque eres un tirillas -replicó, empujándole con el hombro fuera del camino.
Fernando volvió a parar, apoyándose en un árbol y deslizándose sobre la superficie rugosa hasta sentarse en el suelo húmedo. El pelo casi rubio se le pegaba a las sienes, y no sabía si era por la niebla o por el sudor. Cada bocanada de aire que escapaba de sus pulmones se convertía en vaho blanco en su boca.
-Es que no lo entiendo -exclamó tras un momento-. A la gente le parece bien que tú quieras ser bombero, pero si yo digo que quiero ser guardia civil parece que estoy loco.
-Porque la gente como tú no se mete a eso. Son notarios, o dentistas o, yo qué sé… biólogos.
-¿Tú me ves siendo dentista? -rió lastimeramente.
-No sé. Si es lo que te apetece -contestó, encogiéndose de hombros.
-Lo que me apetece ahora mismo es una ducha caliente y un colacao.
-Mientras estés bajo mi supervisión, soldado, correrás cinco kilómetros diarios. Te voy a hacer aprobar la prueba física quieras o no -dijo solemnemente, ofreciéndole una mano para que se volviera a incorporar-. Porque necesito que me ayudes a mí con la teórica.
Fernando cogió su mano para ponerse en pie, y se demoró un momento más del necesario en soltarla.
-Niño.
-¿Qué?
Sergio se remangó la sudadera roja hasta el codo, mostrando en su brazo moreno y firme la figura negra que él conocía perfectamente. Entonces cogió su brazo y le obligó a hacer lo mismo, hasta que quedó a la vista el tatuaje simétrico al suyo que tenía en el antebrazo, un sencillo diseño tribal.
-Esto significa algo, ¿vale? Pase lo que pase, estoy contigo.
-Ya lo sé -contestó Fernando a media voz.
-¡Y ahora tira, si no quieres que te patee el culo!
-Espero que sepas que esto es inútil -dijo, trotando lentamente-. Nunca voy a aprobar.
-Eso ya lo veremos -replicó, adelantándole otra vez.

--

Apenas había empezado el curso y ya tenía un montón de exámenes que corregir. Le gustaba poner a prueba a sus alumnos esperando fehacientemente que éstos no hubieran perdido todos los conocimientos adquiridos durante el año anterior. La mayoría de las veces se llevaba una buena alegría, otras el fracaso le hacía perder su férreo control y nadie libraba a los nuevos de una generosa reprimenda. Como era conocido por su buen talante y su tranquilidad aquello solía asustar a sus alumnos y conseguía el resultado esperado, ponerles las pilas.

Después de regresar de comer, se había sentado tras su escritorio y empezado a ojear las respuestas de sus alumnos. Parecía que este año no iba a tener que sacar a relucir esa faceta menos conocida. Entonces unos tímidos golpes en la puerta, y una cabeza asomando por ella tras abrirla, le llamaron atención.

-¿Se puede?

-Vaya, temía que te hubieras escaqueado, pero veo que sigues haciéndome caso.

-La amenaza de que pusieras al tanto al profesor Marchena me ha dejado sin otras opciones -bromeó sentándose en una de las sillas que Xabi ofrecía a sus alumnos cuando pasaban a preguntarle dudas o simplemente a charlar-. ¿Suspendiendo a las nuevas generaciones?

-Aún eres uno de ellos, David. Pero sí, estoy con los de segundo. -Silva miraba con atención los libros de las estanterías, y como cada vez que necesitaba que alguien le sonsacara algo se mordía incesantemente los labios. -Cuéntame, ¿qué tal el verano?

-Normal, ya sabes, por el pueblo y esas cosas. -Xabi asintió. -Al final, ¿fuiste a la India?

-Sí, ya sabes que me gusta perderme y desconectar. Bueno, hoy no me apetece dar muchas vueltas. -David levantó la cabeza para mirarle. -Así que, ¿qué pasa?

-Sutil como tú sólo.

-Ya sabes, todo encanto y talante -bromeó.

-Es sólo que estoy agobiado no sé si podré con todo, las clases, las prácticas y debería buscarme un trabajo. No puedo estirar más la beca.

-¿Tus padres no pueden ayudarte?

-No como están las cosas ahora, tengo dos hermanos que necesitan más cosas que yo. Además yo ya me he independizado. No quiero volver a ser una carga para ellos.

-No creo que lo considerasen así. De todas formas, no deberías preocuparte, te conozco lo suficiente para saber que puedes con ello. Date tiempo, tras el verano siempre nos cuesta coger el ritmo.

-Eso lo dijiste el primer día que estuve en esta facultad, al menos podías buscarte otro tópico que no hubieras usado conmigo.

-Vaya, trataré de mejor mi repertorio para otra vez. -Xabi observó el ceño fruncido de su amigo, se le notaba preocupado y sabía lo que eso podía conllevar, distracción en su meta final y él sabía todo lo que David había luchado para estar allí y necesitaba hacer todo lo que estaba en su mano para ayudarle. -Podrías solicitar un trabajo de ayudante, ya sabes, para el papeleo y esas cosas.

-No voy a trabajar para ti, ya hay bastantes rumores sobre lo que me dejo hacer por ti.

-¿Sí? Pues me lo estoy perdiendo.

-En serio, gracias, pero quiero hacerlo a mí manera.

-Algún día. Algún día conseguiré que me dejes ayudarte -sentenció.

-Ya lo haces, siempre vengo a darte la coña con mis cosas y ni una vez me has echado a patadas.

-Es que eso no lo hacen los amigos, y lo somos ¿no?

-Sí, pero que no se enteren ahí fuera. Creo que prefiero que piensen que me pongo de rodillas por ti a que sepan que somos amigos -Xabi levantó una ceja asombrado- se supone que hago un sacrificio para aprobar, lo otro sonaría a que sólo consigo las cosas porque tú eres mi amigo.

-Ya veo -replicó aún algo perplejo.

-En fin, te dejo. Supongo que tendré que ir a despertar a Raúl.

-Tengo ganas de conocer a semejante espécimen. Tiene que ser digno de estudio.

-Créeme que lo es, los antropólogos harían cola en la puerta de su cuarto para estudiar su comportamiento y su vida en general -respondió levantándose-. Nos vemos.

-Podrías pensarte mi propuesta de trabajo.

-Podrías metértela, ya sabes… por ahí.

Cuando David salió, dejando el despacho en completo silencio, volvió a mirar los exámenes que estaban sobre la mesa. Debería seguir con ellos y completar con éxito una jornada laboral más, pero la puerta se abrió de nuevo.

-Esta facultad tiene demasiados despachos -gruñó Carlos antes de lanzar su portafolios sobre el la silla en la que hacía unos segundos Silva había estado sentado.

-Hombre, profesor Marchenator, ¿cómo usted por aquí?

-Tenía mi primera clase con tus pupilos. Les arrancaría las uñas, una por una. ¿Por qué todos los estudiantes de medicina que cogen mi asignatura son tan pedantes?

-Porque pueden serlo -replicó-. Somos seres superiores.

-Me abruma esa gracia que tienes, la misma que desde que te conozco. Y ya son más de…

-Calla, insensato. La mayoría de la gente de por aquí me pone cinco o seis años menos.

-Vanidoso de mierda.

-Envidioso -respondió de vuelta-. Aunque lo tuyo podría arreglarse si dejaras de intentar parecer un respetable anciano, y mostrarás es Carlos bohemio y adorable del que sus estudiantes se enamoraban antaño.

-Gracias a dios, eso hace años que no pasa. Además, es a ti al que le gustaban esas cosas, y por lo que he visto no ha dejado de ser así.

-¿Qué?

-Acabo de ver salir a uno de tus estudiantes de aquí, seguro que no ha venido a resolver una duda.

-¿David? -su carcajada limpia hizo sonreír a Carlos-. Ese chico es como mi hermano pequeño, es un estudiante brillante, un poco inseguro y tímido al principio pero con un potencial increíble. Además de ser un gran amigo.

-¿Amigo? Estás mezclado dos cosas que no deberías. Son estudiantes, Xabi. No colegas con los que irte de cañas.

-No soy amigo de todos mis estudiantes. Es cierto que me llevo bien con algunos, pero creo que sólo podría considerar a David como mi amigo.

-Como te gusta ser el profe favorito, ¿eh? Siempre de colegueo. Haciéndote el enrollao para que sólo digan cosas buenas de ti.

-Si las dicen por algo será -respondió sonriendo ampliamente-. Dirían lo mismo de ti si te dejaras conocer.

-Estoy bien con mi actual estatus de perro rabioso, pero gracias -alargó la mano para coger el portafolios y se puso en pie-. Será mejor que me vaya, tengo que preparar unas charlas para la semana que viene, y quiero ver si avanzo un poco con las tesis de un par de alumnos.

-Trabajas demasiado.

-Hay días que pienso que podría pedirles a los jefazos que me busquen un ayudante, un estudiante dispuesto.

-¿En serio?

-Sí por qué no, además ahora hasta les pagan. Cuando yo ayudé a mi profesor de Historia Contemporánea Española no me dieron ni las gracias.

-Sabes, creo que podría tener un candidato.

--

Mientras a su lado Busi jugueteaba con las llaves de su coche, él se comía con los ojos a dos rubias que acababan de salir de la boca de metro de Canillejas, con unas minifaldas impropias de esa época del año. Una de ellas, la más agraciada, se acercó a donde estaban sentados, como si estuviera buscando algo, y se encontró con la sonrisa picarona de Gerard.

-Ven aquí, que te voy a dar lo tuyo y lo de tu hermana.

A su lado, Sergi, que ni había reparado en ellas, le dio un codazo mientras se desternillaba de risa. La otra chica, que se había quedado atrás, corrió a ponerse a su altura y le susurró algo al oído, mientras le sonreía salazmente.

-Joder, tía, eres una guarra -dijo la primera.

-Pues entonces ven tú, que a mí las guarras son las que me gustan.

-Pero mira que eres bruto, tronco.

-Yo sólo les doy lo que quieren -respondió.

-No te flipes, que tampoco estás tan bueno -le espetó la guapa.

-Zorra -escupió la amiga-, que mal mientes.

-Podemos seguir con la discusión dentro del taller, si queréis -sugirió Piqué, poniéndose en pie-. Hay un Mercedes con unos asientos reclinables esperando a ser estrenados.

-Estoy segura de que su novio, que viene por ahí -dijo la segunda, señalando las escaleras del Metro-, estará deseando probarlos con ella.

-Tampoco os pongáis así, sólo soy un chico sano y divertido tratando de hacer amigas.

Ellas se cogieron del brazo y se dirigieron hacia el paso de cebra, contoneándose provocativamente. Busquets le dio un golpe en el hombro.

-Hoy no es tu día, ¿eh?

-Sólo son las tres de la tarde, y ya sabes que yo soy ave nocturna.

A lo lejos se escuchó el rugir característico del tubo de escape del SEAT León GT de su amigo y compañero David. Un par de segundos después, el coche derrapó hasta la misma puerta del taller.

-Tío, estoy de Melendi hasta los cojones -se quejó Sergi, mientras Villa apagaba el motor y salía del coche.

-Y yo de tener que pasarme el día en el desguace para arreglar ese dinosaurio que tienes por coche.

-Es un clásico -protestó él.

-Es un puto Peugeot 306 del año 94. Me paso más tiempo revisándole los bajos a tu coche que…

-Como si tuvieras bajos mejores que revisar -le interrumpió Piqué.

-Que tú seas una puta barata no significa que los demás nos tiremos a cualquier culo que se nos pare delante -repuso Villa, apoyándose en el capó del coche.

-Si es profundo y calentito, ¿por qué hacerle ascos?

-Eres más basto que unas bragas de esparto -dijo Busquets, incorporándose y situándose junto a David.

-Ya sé que tú prefieres mecánicos maduritos que leen la Esquire en sus ratos libres -le picó Gerard, apretando los nudos que había hecho con las mangas del mono alrededor de su cadera-, pero yo soy un chico de barrio que sólo quiere meterla en caliente.

-No hace falta que lo jures. Y tú, deja de comportarte como una niña de 15 años -dijo, refiriéndose a Sergi-, todos sabemos que te pone el jefe de éste.

-Sois idiotas -contestó, metiéndose en el taller.

-Venga, Sergi, no te enfades -dijo Piqué, siguiéndole.

-A este y a mí -añadió Villa, señalando a Gerard- tampoco nos importaría hacerle un apaño. Pero nos tenemos que conformar con mirar desde la barrera, porque sabemos que sólo tiene ojitos para ti -se burló.

-Que os follen.

-Ojala -se lamentó David.

-Tío, estás tó mal. Esto vamos a tener que arreglarlo. Tengo un follamigo -sugirió casualmente- que podría prestarte de vez en cuando.

-Lo único que quiero es conseguir el puto dinero para el taller. Después ya veremos.

Piqué se paró en seco, dejando caer la llave inglesa con la que llevaba un rato jugando.

-¿Estás tó loco? ¿No piensas follar en todo ese tiempo? Te va a dar algo.

-No he dicho eso -replicó-. Sólo que tengo prioridades.

-Y desde cuándo follar no es una prioridad -le preguntó dramáticamente, tomando su cara entre la manos-. Es la prioridad número uno. Y la dos y la tres. Se te va a secar de no usarla.

-Y a ti se te va a caer de meterla en cualquier sitio -se rió Busquets.

-¿Se puede saber cómo sabes dónde la mete?

Los tres giraron la cabeza para mirar cómo Pep salía de la oficina. Las mejillas de Sergi se encendieron, lo que sólo hizo que las carcajadas de Villa y Piqué se multiplicaran.

-Gerard, menos bromas y ponte a trabajar, que tenemos que entregar el Audi -le dijo, ya en serio.

-Voy, míster.

-Después de cerrar podéis poneros con el coche de Busi -les propuso, poniéndole a él una mano en el hombro, que hizo que todo el cuerpo le temblara.

Piqué se fue tras su jefe a darle los últimos retoques al coche que tenían que entregar esa tarde, mientras Villa se seguía burlando de Busquets.

-Ay, el amor…

-Algún día tú encontrarás a alguien que haga que te tiemblen hasta las orejas. Y entonces yo estaré ahí, para recordarte el grandísimo hijo de puta que has sido conmigo.

-Venga -le dijo, dándole un golpe amistoso en el hombro-, saca el tubo de escape que te he traído, que está en el maletero, y deja de decir gilipolleces, que tengo que irme a ver a unos proveedores.

--

La campanilla sonó cuando la puerta golpeó contra ella, abriéndose casi hasta el fondo.

-Ya voy -gritó dejando a un lado la mercancía que acaba de recibir-. ¡David! Casi dos semanas sin verte el pelo, ¿tan liado te tienen los estudios?

-Eso parece. ¿Qué tal todo?

-Como siempre, el negocio se mantiene y eso me transmite buenas vibraciones.

-¿Xavi y Pedro? - preguntó Silva dejando la mochila a sus pies.

-Pues Xavi ha estado fuera porque tenía que presentar una demanda contra una eléctrica en Castellón, y Pedro en sus clases de Tai Chi

-Los niños que practican artes marciales se suelen decantar por el yudo o el karate.

-No pienso promover la violencia, y mucho menos con mi hijo. Además es el complemento ideal para las clases de yoga que tiene los sábados -replicó, sentándose en un taburete que tenía junto a él.

-Un niño con tan variopintas actividades extraescolares será un blanco fácil para las bromas en el colegio. Lo sabes ¿verdad?

-Pedro podría haber escogido otras cosas, pero le gustan porque nosotros también las practicamos y es una forma de estar más unidos. Además, también está en el equipo del fútbol de barrio. Y es muy bueno, tengo que decirlo.

-Con todo el nervio que tiene encima no me extraña -dijo apoyándose en el mostrador-. ¿Has recibido ese arroz biológico qué me habías comentado?

-Aún no, pero tranquilo, te avisaré sin falta.

-En fin, para no hacer el viaje en balde, ponme unas galletas de esas sin azucares añadidos. Y algo de chocolate del que le gusta a Raúl.

-Pareces su padre, o peor aún su novio -respondió dándose la vuelta-. Espera, ¿no estarás saliendo con él? -Volvió a encararle un tanto preocupado. -No veo para nada que vuestras auras puedan conectar, y no quiero que sufras.

-Carles, Raúl es hetero, además, ¿tan loco y desesperado piensas que estoy?

-Sí, hetero, ya… -le dijo, poniendo el pedido frente a él-. Y para nada pienso que estés loco, pero es que hace bastante que te conozco y siento que una parte de ti está sin completarse. Quisiera verte brillar.

-No todos tenemos la suerte de encontrar un hombre como Xavi.

-No, claro que no. Además tú no necesitas un Xavi, su karma y el tuyo podrían ponerse en peligro, sois demasiado buenos.

-Gracias. Oye… ¿puedo hacerte una pregunta personal? -Carles asintió. -¿Cuánto tiempo lleváis juntos?

-Cuántas vidas, querrás decir. Xavi y yo nos hemos estado encontrando a lo largo de todas nuestras reencarnaciones. Una y otra vez.

-Ya.

-Sé que para alguien tan práctico y científico como tú es difícil de creer. Pero yo lo sé, y lo siento aquí -dijo señalándose el corazón- cuando le veo, y eso me es suficiente. Además -dijo buscando algo en uno de los cajones-. Estoy seguro que tú también tienes esa persona especial, y creo que no tardará mucho en aparecer. Toma.

-¿Qué es esto? -preguntó al coger el pequeño colgante que le había tendido.

-Un amuleto tibetano para llamar al amor. A mí hace ya tiempo que no me hace falta.

-¿Y uno para qué me toque la lotería o para aprobar? Porque ahora mismo es lo que necesito.

-David, ahora mismo esto es lo que más necesitas -dijo cerrando su mano en torno a la de Silva-. Confía en mí.

-Supongo que… bueno, pues gracias.

-No seas tan escéptico y compláceme por esta vez -repuso.

-Lo haré -respondiendo colgándose del cuello el pequeño colgante de madera y con una forma retorcida e indescifrable. Carles asintió complacido-. ¿Qué te debo?

-Nada.

-Que me queje a veces de mi situación económica no quiere decir que no pueda comprar de vez en cuando galletas -bromeó.

-Lo sé, pero es que necesito pedirte un favor.

-¿Y este es el pago? -preguntó tomando la tableta de chocolate en sus manos.

-Más o menos, es un incentivo.

-En fin, soy todo oídos. -Se agachó a coger la mochila para meter su premio.

-Hace unas semanas el sobrino de Xavi se vino a vivir con nosotros. Ha estado estudiando en Inglaterra los últimos tres años. -Silva le miraba fijamente. -¿Podrías quedar para tomar un café con él? No conoce a nadie, y es un chico adorable. Además tiene sólo un año menos que tú, creo que conectaréis en seguida.

-No es que yo sea una de las personas con más vida social de Madrid -replicó.

-Un par de horas esta tarde. Por favor.

David dudó durante unos segundos, la verdad es que tenía pensado encerrarse en su cuarto en cuanto Raúl saliese de casa. La tranquilidad de la noche le permitía avanzar más en sus estudios que cualquier otra hora del día. Aunque por otra parte, Carles parecía necesitar de su ayuda, y con lo bien que tanto él como Xavi se habían portado con él desde que había llegado a Madrid, supuso que se lo debía.

-Está bien. Pero dile que no soy el alma de la fiesta ¿eh? Probablemente cuando regrese considerará la opción de torturarte.

-No lo creo. Gracias, David. Tu karma te recompensará por esta acción solidaria y desinteresada.

-Me llevo galletas y chocolate, no creo que eso muestre mucho desinterés. En fin, me pasaré por aquí sobre las seis y media - dijo consultando su reloj.

-De acuerdo, voy a llamarle ahora mismo.

Carles había desaparecido en la trastienda antes de que él hubiese salido del local. Apenas le quedaba tiempo para llegar a casa, prepararse una ensalada y consultar los apuntes que había tomado esa mañana antes de volver al mismo lugar que acababa de dejar.

fic: los últimos románticos

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