Los últimos románticos (16.2/?)

May 02, 2012 02:32

Viene de: Parte I

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Cesc observó mientras se metían en el despacho como dos animales en celo, y no supo qué era peor, que estuvieran dándose el lote allí en medio o que les hubieran dejado solos para dárselo en otro lado. Su mirada se cruzó con la de Piqué un segundo, y le sonrió azorado.

-Aquí ya he acabado -dijo, dejando el rollo de cinta-. ¿Empiezo a pintar?

-Sería lo suyo.

-Vale. Bien. -Sonrió otra vez, incómodo, y se acercó hacia donde estaban los botes de pintura. Trató de coger una de las enormes latas, que debían pesar diez kilos, y con todas sus fuerzas sólo logró levantarla diez centímetros del suelo y moverla un par de palmos. La fina asa metálica se le clavaba en las palmas de las manos.

-¿Necesitas ayuda?

-No.

-¿Seguro? ¿Has pintado alguna vez en tu vida?

-No es física cuántica.

-Vas a empezar por la parte de abajo, para que luego se llene de goterones cuando pintes la de arriba, ¿no? -observó, viéndole coger la pintura roja.

-Mira, encima que vengo a hacerte un favor -se quejó, tratando de levantar el bote otra vez.

-Cesc, para. Te vas a romper algo -se rió Gerard, acercándose hacia allí-. Y tendrás que poner la pintura en una bandeja, no irás a mojar el rodillo en el bote como si fueran magdalenas en el colacao.

Piqué le quitó el asa metálica de las manos y levantó el pesado cubo apenas sin esfuerzo. Cesc no pudo evitar fijarse en cómo se marcaban los músculos de sus brazos bajo la piel, y él pareció notarlo, porque se sonrió con arrogancia.

-Bueno, vale. Gracias -musitó, cogiendo un rodillo y la bandeja llena de pintura blanca-. Ya puedo yo solo.

-¿Sí? -preguntó él, siguiéndole.

-En serio, Geri.

Colocó las cosas en el suelo y mojó el rodillo en la pintura, sin poder evitar echar una mirada hacia Piqué, buscando su aprobación.

-Yo me subiría a la escalera, para pintar por arriba. Es una idea.

-Joer. Para ya.

-No estoy haciendo nada.

-Estas vacilándome.

-No me has dado un beso -saltó él, pillándole por sorpresa.

-Joer -exclamó, pasándose las manos por la cara.

-¿No me lo merezco?

-Geri.

-¿Te da vergüenza?

-Vamos a pintar, ¿vale?

-¿Estás cabreado conmigo? -preguntó, con seriedad por primera vez en toda la tarde.

-No -se apresuró a aclarar Cesc-. Pero... No sé. ¿No crees que esto es raro?

-Porque tú lo haces raro -contestó, poniéndole una mano en la cintura. Cesc se apartó y fue a buscar la escalera-. Va, Cescky... Dime qué te pasa.

Él suspiró, se paró en seco y le encaró. No sabía qué decirle, ni siquiera sabía qué le estaba pasando. No le gustaba la sensación que tenía en el estómago, y llevaba con ella desde antes de entrar en el taller, desde que aceptó ir a pintar con David. Había quedado con Gerard varias veces desde que decidieran darle una nueva oportunidad a lo suyo, y no podía decirse que hubiera ido mal. Se entendían, se lo pasaban bien juntos, y todas esas noches que habían quedado para ir al cine o a cenar o a ver un partido habían sido muy divertidas. Muy castas también, todo había que decirlo, porque Cesc aún se sentía incómodo cuando Gerard se acercaba demasiado, y él no había tratado de convencerle, aunque sabía perfectamente que no sería capaz de resistirse mucho tiempo. Quizá por eso. Pero estar solos era una cosa, y estar allí con los Davides era otra. Le hacía más consciente de que lo suyo era real, de que eran una pareja. Y eso le ponía nervioso.

-Preferiría estar a solas contigo -dijo al final, encogiéndose de hombros, dándose cuenta demasiado tarde de que no había sonado como a él le habría gustado. Gerard esbozó media sonrisa y acarició la mejilla de Cesc con una de sus manos manchadas de pintura

-Ya lo sé. Yo también.

No le sacó de su error. Sabía que iba a besarle y no quiso hacer nada por evitarlo, porque si estaban juntos lo lógico era estarlo de verdad. Y Gerard besaba bien, y era bueno en la cama, contra todo pronóstico, porque era generoso y siempre pensaba en él, en lo que le gustaba y lo que le volvía loco. Cesc quería ser generoso con él, y quería que le rodeara con esos brazos tan fuertes y le apretara contra su pecho tan amplio y tan sólido. Sabía que no era la mejor idea pero no supo cómo evitarlo, porque lo quería. Claro que lo quería.

Fue él el que acabó por cerrar la distancia. Primero con el beso corto que le debía como saludo, pero pronto aquello se convirtió en otra cosa. Sus labios estaban ansiosos, y antes de darse cuenta tenía la camiseta de Gerard apretada en sus dedos y su lengua se abría paso entre los labios de Piqué, casi gimiendo ante el contacto. La mano que él tenía en su mejilla se movió hacia la nuca para acercarle más, hasta que sus narices chocaron y sus dientes se golpearon. Se besaban furiosos, como si no lo hubieran hecho en siglos. Y era verdad, no lo habían hecho así. Los dedos comenzaron a bajar por la camiseta blanca sin delicadeza alguna, alcanzando enseguida el borde del mono azul y la franja de piel entre las dos prendas, y Piqué se separó a tomar aire, a mirarle.

-Cesc...

-No hagas eso -le pidió, besándole otra vez antes de que pudiera hacerle entrar en razón, y tiró de él hasta quedar atrapado entre su cuerpo y la pared del taller. No estaba pensando, sólo quería volver a sentirle. Sus dedos se colaron bajo el mono, bajo la goma de la ropa interior.

-Joder -gruñó Gerard, cuando Cesc hundió la cara en su cuello, arañándole la piel con los dientes, y le respiró. Olía a aceite de motor, a haber trabajado todo el día, al metal de las herramientas. A eso olía siempre que iba a buscarle y acababan haciéndolo en la parte de atrás de un coche a medio reparar-. Cesc, si sigues bajando la mano no voy a dejar que pares.

-¿Quieres que pare? -preguntó él, apartándose lo suficiente para mirarle.

-Joder. No lo sé. Creí que era justo esto lo que intentábamos no hacer. Quiero hacerlo, Cesc, siempre quiero hacerlo -se rió, pasándole el dedo pulgar por los labios-. Pero no igual que antes, en el taller en un calentón. Ese era el problema, ¿no?

-Sí. -Gerard le besó otra vez, despacio, sonriendo contra sus labios, y Cesc le golpeó en el brazo con el puño, frunciendo el ceño. -Te odio cuando tienes razón.

-Te llevaré a cenar y te compraré flores -dijo, burlonamente, arrastrando a Cesc de la cintura hasta el centro del garaje-, y luego te llevaré a casa y lo haremos a contraluz como en las pelis, a cámara lenta. Con música hortera de fondo. Na-na-na-na-naaa -canturreó, y Cesc sólo pudo soltar una carcajada y tratar de escaparse, sin mucho éxito.

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Las manos de David se deslizaron por sus costados, recorriendo su cuerpo por encima de la ropa. Silva sonrió mientras se dejaba hacer. Notaba la respiración de Villa sobre su nuca, su cadera se presionaba contra su culo, las manos fueron hacia la cremallera del mono bajándola con tranquilidad.

-Tenemos trabajo que hacer -murmuró.

-Lo sé, estoy en ello -se rió Villa volteándolo de un rápido movimiento-. ¿No lo ves?

-No ese trabajo -David le miraba desafiante, intentando arrinconarle contra la mesa, el único mueble que aún quedaba en el pequeño despacho-. Cesc y Geri están fuera.

-La mayor parte de las veces tenemos a Raúl y Álvaro haciéndolo en la habitación de al lado, ¿te vas a poner mojigato ahora?

-No es eso -le esquivó acercándose a la ventana mirando hacia sus amigos-. Pero ellos están en un momento importante para su relación, no creo que sea correcto.

-Pfff… -masculló-. Vamos a olvidarnos de los demás ahora. -Volvió a acercarse a él, besándole el nacimiento del pelo. -Y a dedicarnos a nosotros, ¿no te apetece?

-Tú siempre me apeteces.

-Esa ha sido una gran respuesta. -Villa deslizó sus manos por el pecho de Silva mientras él se recargaba contra su espalda- Por mucho que no me importe que estos dos estén por ahí, sería mejor si echamos la cortina.

-¿Qué cortina? -preguntó Silva incorporándose

-Cual va a ser, la que… la que ayer tiramos Piqué y yo. -Silva empezó a reírse pero ante la seria mirada de su novio intentó guardar la compostura, lamentablemente no fue capaz a controlarse y se le escapó una sonora carcajada. -No le veo la gracia.

-Hombre, un poco sí que tiene.

-No -sentenció, agarrando la cinta de carrocero-. Vamos, hay trabajo que hacer.

-No me digas que te has enfadado, ¿verdad?

-No, pero estoy caliente, y no puedo follar porque no quiero que mi mejor amigo y su novio puedan sufrir una crisis en su relación al ver cómo el resto del universo sigue teniendo una relación normal, a pesar de que ellos dos no.

-Oh.

-David…-siseó.

-Vale, bien. -Cogió el plástico y comenzó a extenderlo sobre la mesa. -¿Cómo es que os habéis quedado con esto?

-No sé, parece buena, y alguna mesa habría que dejar para llevar el papeleo y todo eso -comentó mientras se agachaba a colocar la cinta en el zócalo que recorría el perímetro de la habitación.

-¿Y quién de los dos va a encargarse de eso? -preguntó Silva. David levantó la cabeza y le miró como si hubiese hecho la pregunta más tonta del universo-. Vale, bien.

-Lo dices como… bueno, como si no creyeses que puedo hacerlo. Es la contabilidad de un taller, no una cirugía a corazón abierto, ¿sabes?

-Voy a hacer como que no he oído nada de lo que acabas de decir.

-¿Qué? ¿Por qué? -protestó, poniéndose de pie.

-David, por favor -se dio la vuelta y se sentó en la mesa-. ¿De verdad piensas que creo que no puedes hacerlo? Porque creo que no hay nadie que te haya apoyado más que yo con todo esto y, la verdad, si piensas eso de mí, que puedo ser tan pedante y tan pagado de mí mismo, es que me conoces muy poco.

-No, no lo pienso -murmuró acercándose-. No creo que tú creas que yo no puedo hacerlo, soy yo el que…

-Puedes hacerlo, es para lo que llevas meses ahorrando, es tu futuro, has trabajado para lograr algo como esto y lo vas a hacer estupendamente.

-¿De verdad lo crees? -Silva tiró de su camiseta y dejó que el cuerpo de Villa encajase entre sus piernas.

-Estoy más que seguro, el negocio irá de maravilla. Porque tú puedes con esto, y con todo lo que te echen.

-Me gustaría tener un poco de tu seguridad ahora mismo, la verdad es que estoy un poco acojonado -se sinceró- pero no se lo digas a Geri, él confía en mí, y su padre ha puesto tanta pasta para que esto salga adelante que si la cago…

-No lo harás. Confío en ti.

-Ojala todo fuera así de simple.

-Las cosas irán bien, pero tienes que ir poco a poco. Ahora, por ejemplo, tenemos que acabar con esto -dijo señalando los plásticos y la cinta-. Después ya se verá.

-Supongo que tienes razón.

-Yo siempre tengo razón -afirmó, dejando que sus brazos se colocasen sobre los hombros de Villa-. ¿Acaso no lo sabías?

-Empiezo a darme cuenta ahora -Villa se inclinó para besarle. -Gracias.

-¿Por qué?

-Por todo.

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Carlos sacó del primer cajón de su escritorio su bolígrafo rojo, aquel que determinaba como les iba a ir a sus alumnos en cada examen. Era su momento favorito, aquel que disfrutaba como un niño, sentía un extraño cosquilleo en el estomago antes de empezar, tratando de dilucidar si las cosas irían bien, si habría conseguido influir lo suficiente en sus alumnos, si las expectativas que había puesto en cada alumno se cumplirían. Esperaba que aquel curso no le decepcionase porque había puesto mucho interés en ello.

Comenzó a leer el primer examen, con el bolígrafo en la mano, haciendo pequeñas anotaciones y correcciones cada vez que era necesario. El primer alumno le defraudó un poco, así que enseguida pasó al siguiente, apenas unos minutos después alguien llamó a su puerta.

-Adelante.

-¡Hola! -un sonriente Juan le saludó, colándose en el despacho.

-Pero… ¿Qué haces aquí?

-He salido pronto del examen y pensé en date una sorpresa. ¡Sorpresa!

-Ya veo.

-¿Te molesta?

-No, claro que no. Sólo había empezado corregir unos exámenes, y…

-Es que quería verte -le interrumpió poniendo morritos.

-Juan…

-Llevo toda la semana estudiando y te echo de menos -se quejó.

-Yo también te echado de menos, pero han sido tres días, no una semana.

-Una eternidad -repuso.

-¡Qué cara tienes! -Juan rodeó el escritorio y se acercó a la silla donde estaban sentado.

-Jo… -se inclinó sobre él-. No seas malo -acercó su rostro a la comisura de sus labios y le besó.

-Alguien podría entrar.

-Podemos cerrar con llave.

-Juan, no.

-Por fi… -le pidió acariciándole el pecho por encima de la camisa.

Carlos levantó la vista y le miró, con su sonrisa tímida y sus anhelantes ojos azules.

-Echa la llave.

Juan dio un saltito y corrió hacia la puerta.

-Ahora -comenzó al darse la vuelta-. Eres mío -dijo tratando de sonar sexy.

Carlos contuvo una risotada, pero se dejó hacer cuando Juan se sentó a horcajadas sobre él, y le rodeó el cuello con los brazos. Se acercó a besarle, pero Juan le detuvo para susurrarle al oído.

-No te rías pero… desde que te conozco siempre he querido hacerlo aquí, tu despacho.

Un escalofrío le recorrió la espalda, seguido de un sudor frío. Y de repente ya no estaba allí, estaba en Sevilla veinte años atrás, en otro despacho, con otro hombre y de repente todo fue demasiado.

-Juan… -le dijo apartándole de su cuello-. Lo siento pero… Juan, por favor -Mata le observó extrañado-. Vamos a dejarlo, acabo de recordar que le dije a un alumno que pasase por aquí dentro de un rato y no quiero que me encuentre en una situación comprometida.

-Pero…

-Nos veremos mañana en mi casa, ¿vale?

-Carlos -dijo cuando le obligó a ponerse de pie.

-Mañana.

Marchena se levantó y se acercó a la puerta para abrirle.

-¿Pasa algo? -preguntó preocupado.

-No, nada -le besó en la frente-. Descansa, has tenido una semana dura -se dio la vuelta y volvió a su mesa.

Juan aún permaneció unos segundos más observándole, pero parecía que Carlos había olvidado que estaba allí. Cerró la puerta y se fue.

Marchena tomó aire en cuanto escuchó la puerta. Trató de serenarse, pero parecía demasiado tarde, un millar de recuerdos le asaltaron sin compasión.

Carlos se echó la mochila al hombro y salió de clase rumbo a los pisos superiores, donde los profesores tenían sus despachos, tenía tutoría de Historia Medieval en media hora pero prefería acercarse antes por si el profesor podía atenderle, y así le daría tiempo a pasarse por la biblioteca a buscar un libro que debía leer para otra asignatura. También podía ser que quisiese pasarse antes para poder estar un poco más de tiempo con su profesor.

El profesor Sánchez Flores era sin duda el mejor docente de toda la universidad, no había ni un solo alumno que pudiera decir algo en su contra, ni siquiera aquellos a los que había suspendido. Era un profesor joven, implicado con el alumnado y con su asignatura. Mostraba un interés desmedido por llevar una relación cordial con sus chicos, como les llamaba, y siempre estaba dispuesto a echarles una mano. A Carlos le parecía que se esforzaba demasiado con algunos chicos, que parecían no estar interesados, pero a Quique le daba igual, pensaba que podía ayudarles de una u otra manera.

Carlos tenía una relación cordial, puede más que eso, con su profesor, ya que se había mostrado preocupado por el ligero aislamiento que parecía mostrar hacia el resto de sus compañeros, y era capaz de hacerle hablar y expresarse mejor que cualquier otra persona que hubiera conocido. Por eso le gustaba pasarse por su despacho de vez en cuando, a pesar de no tener verdaderas dudas respecto a la asignatura, simplemente lo hacía porque estar con Quique le hacía sentirse más libre.

Tocó un par de veces a la puerta. Y esperó hasta que Quique apareció al otro lado..

-Hola, llegas pronto.

-Lo sé, lo siento. Es que…

-Tranquilo, no estaba haciendo nada. Así mejor, no me aburriré más de lo necesario -abrió la puerta se echó a un lado y le hizo pasar-. Siéntate, vamos -le pidió cuando vio que se quedaba de pie en mitad del pasillo.

-Gracias.

-¿Cómo va todo? -le preguntó, acomodándose detrás de su mesa.

-Bien, bien -respondió.

-Entonces, dime. ¿Qué te trae por aquí?

-Bueno, yo… estaba repasando los últimos temas que hemos dado en clase y lo cierto es que tenía algunas dudas.

-Pues vamos a ello.

Carlos sacó sus apuntes y buscó un par de anotaciones para preguntarle, enseguida Quique comenzó a explicarle, hablando con tranquilidad, mientras le miraba a los ojos. A Marchena le costaba mantener el contacto visual, porque sentía que se ruborizaría si le miraba durante demasiado tiempo. Quique podía ser su profesor, un buen mentor, pero también era un hombre atractivo, con sus grandes ojos color miel, su piel morena y su sonrisa franca. Lo cierto es que era difícil no sentirse atraído por él, con su cercanía, su amabilidad y su personalidad absorbente. Carlos se había descubriendo pensando en él en más de una ocasión por todos esos motivos, y aunque sabía que no era correcto no podía evitarlo.

-¿Carlos, me estás escuchado?

-¿Qué? Sí, claro… sí.

Quique sonrió de medio lado.

-¿Puedo preguntarte algo? -Marchena asintió-. ¿Tenías alguna duda o… era una excusa para venir? -Carlos bajó la mirada avergonzado. -Porque no necesitas ninguna excusa para pasarte por aquí cuando quieras. Lo sabes, ¿no?

-Yo…

-Venga no seas tonto, somos… digamos ¿amigos? -Carlos se mordió el labio. -¿No quieres que lo seamos?

-Claro, claro.

-Entonces… -Quique extendió la mano y la puso sobre la que Marchena tenía encima de la mesa. -No hay ningún problema, puedes venir aquí cuando quieras, a hablar o simplemente a hacerme una visita.

Carlos levantó la vista y la fijó en la de su profesor intentando procesar lo que acaba de decir, intentando entender lo que acababa de escuchar, pero lo cierto es que no podía, porque la mano sobre la suya era suave y delicada, y él quería sentirla mucho más, sobre su cuerpo, en el cuello, sobre su pecho. Tragó saliva.

-Creo que… será mejor que me vaya -se levantó rápidamente y comenzó a guardar sus cosas.

Quique hizo lo mismo, sólo que rodeó el escritorio y se dirigió a la entrada. Carlos escuchó clic del cerrojo al echarse, se dio la vuelta para encontrarse con su profesor apoyado contra la puerta, le miraba de una manera que le hacía sentirse débil e inseguro, le empezaron a temblar las manos.

-¿Qué haces?

Quique se acercó, dando un par de pasos, posó una mano sobre su antebrazo y le acarició tranquilamente.

-¿No es esto lo que quieres?

Carlos notó sus mejillas encenderse, y un calor extendiéndose por su cuerpo. Apartó la mirada de Quique, clavándola en sus pies. Pero pronto sintió la mano de su profesor en su mentón. Una leve caricia y Marchena clavó sus ojos en él.

-Sí -musitó.

Quique sonrió y se inclinó sobre sus labios. La boca de Carlos le recibió ansioso, dejando escapar un jadeo, llevando ambas manos hacia la camisa de su profesor estrujándola entre los dedos. Se hundieron en un beso profundo y húmedo, con Quique atrayendo a Carlos hacia él. El profesor abandonó su boca, para seguir el camino que marcaba su mandíbula y su cuello, su mano descendió por el costado del joven estudiante hasta colarse por debajo de su sudadera y su camiseta, provocándole un escalofrío que recorrió la espalda de Marchena, los dedos siguieron recorriendo su piel hasta jugar con la cinturilla de su pantalón. Carlos gimió moviendo la pelvis contra Quique, haciéndole sonreír. Volvió a besarle, mientras sus manos se deslizaban hasta el botón de los pantalones de Carlos, deshaciéndose de él con facilidad, colando sus manos sobre el calzoncillo, haciéndole suspirar sonoramente.

-Si quieres que pare -comenzó Quique-. Solo tienes que decirlo.

Carlos entreabrió los ojos y asintió, Quique volvió a besarle el cuello y comenzó a descender mientras sus manos se colaban dentro del calzoncillo, haciendo que Marchena se tensase y moviese sus manos hacia los hombros de su profesor. Quique bajó el calzoncillo, se inclinó hacia delante arrodillándose frente a él.

Carlos suspiró nerviosamente y simplemente se dejó hacer.

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Sergio pasó por casa de Fernando a recogerle con el coche y le esperó dentro, buscando un dial en la radio en el que pusieran música decente. Estaba nervioso. Estaba atacado. Se había pasado toda la tarde alisándose el pelo y cambiándose de camisa hasta que encontró una con la que no se sintió ridículo, y sólo eso ya le hacía sentir ridículo.

El portal se abrió, y Torres apareció por la puerta vestido con unos vaqueros negros y una americana, apartándose de la frente el flequillo que ya no tenía sólo por costumbre. La camisa, negra también, estaba abierta hasta el segundo botón, y la piel blanca y pecosa resaltaba como si estuviera iluminada desde dentro.

-Joder -musitó Sergio, estirando las mangas de su camisa nerviosamente.

-Ey -dijo Fernando abriendo la puerta del coche-. ¿Estás seguro de que vamos a poder aparcar? Estamos a tiempo de ir en tren.

-Sube, anda.

Se sentó y se colocó el cinturón, mientras Ramos quitaba el freno de mano.

-Pero no vas a poder beber...

-Ya he pensado en ello, Niño.

-La verdad es que en este sitio las copas están tan caras que se te quitan las ganas -siguió él, y Sergio se calló, aunque sabía que en algún momento tendría que decirle que no tenía ninguna intención de que acabaran en Gabana. Cogió la calle Leganés y se pusieron de camino hacia Madrid.

-No has cenado, ¿no?

-Me dijiste que no cenara, macho. ¿Qué te pasa?

-Nada, tío.

Fernando cambió el dial de la radio, como hacía siempre, y subió el volumen mientras movía la cabeza al ritmo de la machacona música dance. Miró a Sergio, que fijaba la vista en la carretera con el cuello muy estirado, tenso.

-Estás guapete, ¿eh, cabrón? -le dijo, dándole una palmada en la rodilla-. Vienes a triunfar.

Él sonrió azorado.

-Cállate, joder.

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El coche bordeó el Parque del Retiro hasta meterse en la calle Velázquez, y Sergio aún no había abierto apenas la boca.

-Aún es pronto. Podríamos parar en unos chinos y comprarnos una botella de JB -sugirió Fernando-, ya sabes, para ir haciendo boca.

-Vamos a cenar.

-Vale. Uhm... hay un Rodilla en la calle de abajo.

Sabía que iba a tener que decirlo en algún momento. Se le iba acabando el tiempo, y cada vez iba a sonar más estúpido. Se colocó en el carril de la izquierda y comenzó a fijarse en los números de los edificios. No podía estar lejos. Cuando llegó a los treinta fue desacelerando el coche.

-Vamos a probar un sitio -dijo, parando en frente del 39, acercándose a la acera.

-¿Qué? -exclamó Torres cuando le vio echar el freno y abrir la puerta-. ¿Qué haces?

-Hemos llegado.

-¿Qué?

-Sal del coche, Niño, que tendrán que aparcarlo.

-¿De qué coño...? ¿Qué es esto?

-Vamos a cenar aquí -le explicó, señalando el cartel en la puerta del local.

-Pero... hará falta reservar o algo -contestó, saliendo él también del coche-. Fijo que está lleno.

Sergio le dio las llaves al aparcacoches, y se dio cuenta de que probablemente era el modelo más cutre y viejo de todos los que había aparcado en lo que iba de año, y se preguntó si no estaría haciendo el gilipollas.

-Tenemos reserva -dijo simplemente, haciéndole a Fernando un gesto con la cabeza para que entrara con él.

No tardaron en llevarles al piso de arriba del restaurante, a una sala oscura y elegante, y les colocaron en una mesa para dos junto a la pared.

-¿Prefieres silla o banco? -dijo Sergio, y se sentía temblar las rodillas.

-No sé, me da lo mismo.

-¿Les traigo algo para empezar, un cóctel?

-Si. Uhm. ¿Dos martinis?

El camarero se fue y Fernando al fin pudo flipar libremente.

-¿Qué coño es este sitio? -dijo, tocando la tapicería de su asiento como si fuera la tela más lujosa que hubiera visto en su vida.

-¿No te parece divertido? No sé, podemos fingir que somos gente fina.

-Somos de Fuenla.

-Nadie tiene que saberlo.

-¿Tú me has oído hablar?

-¿Sabes? -saltó Ramos, un poco bruscamente-. Estamos a tiempo de irnos. Decimos que hay una emergencia...

-Ni de coña. Qué vergüenza.

-Entonces trata de pasarlo bien.

-Es que me parece muy raro...

-Sólo quería hacer algo bonito por ti -le reprochó-. Para que te alegraras un poco, y eso. Y creo que es bonito, aunque a ti te parezca tonto y ridículo.

-Joder, Sergio. Sólo... No sé. Sabes que a mí me haces feliz llevándome al Ribs a ponerme ciego a costillas -le dijo, inclinándole hacia él sobre la mesa-. ¿Tanta pena doy que quieres gastarte un cien pavos en invitarme a cenar?

-Olvídalo, ¿vale? Tú solo bebe martinis y no te pidas el solomillo, que se me va de precio.

-Eres un capullo -repuso, sonriendo mientras echaba un ojo a la carta-. No voy a dejar que lo pagues tú todo.

Llegaron los cócteles y los entrantes y las primeras cervezas, que sólo se atrevieron a pedir cuando vieron que en la mesa de al lado también lo hacían, y Fernando hacía lo posible por pulir su acento, por no comerse consonantes al final de palabra y por no soltar tantos tacos. Cada vez que se le escapaba alguno miraba alrededor como esperando a que se levantaran de las sillas y le señalaran con el dedo gritándole 'PROLETARIO, QUE TRABAJAS EN UN CARREFOUR', y Sergio no dejaba de reírse.

-Vale ya de regodearte en mi dolor.

-A nadie le va a importar una mierda que no seas un pijo.

-Pero es que se me nota mucho. Me da vergüenza.

-Que no te de. A lo mejor tu chaqueta es del Primark, pero te queda cien veces mejor que a cualquiera de estos amargados.

Fernando no pudo evitar una carcajada, y enseguida se llevó una mano a la boca con timidez, empezando a notar el alcohol subiéndole a la cabeza.

-No digas eso -susurró-. Esta gente son médicos y banqueros y gente respetable. Aunque no sepan llevar una americana.

-Tú eres gente respetable. Puedes ser un médico o un banquero y hacerlo mejor que ellos.

-Déjalo.

-No, Niño, lo digo muy en serio. Puedes ser el mejor en lo que quieras ser.

-Pero yo sólo... No sé. ¿Tú crees que esta gente se despertó un día y se dio cuenta de que querían ser esto o aquello?

-No sé, a lo mejor sólo querían hacerse ricos.

-Porque es que yo no tengo ni idea, y nunca lo he sabido. ¿Entiendes? Tú quieres ser DJ, y lo tienes tan claro, y todo lo que hay en medio es el camino que tienes que recorrer hasta allí. A mí me gustaría tenerlo claro de esa manera. Sentir lo que sintió Maradona cuando tocó un balón por primera vez, o Ferrán Adriá cuando frió su primer huevo. Quiero tener ese momento de claridad de 'esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida'. Y ni siquiera necesito ser el mejor, sólo quiero que me haga feliz. Y hacer feliz a los demás con ello.

-Ya haces feliz a la gente.

-Deja de decir mariconadas.

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Fernando repiqueteó con el tenedor en el borde del plato, ya vacío, y miró a Sergio, que trataba de hacer que el camarero se fijara en él.

-Seguro que ir a Gabana no estaba en el plan desde el principio. Qué cabrón eres.

-Había que atraerte hasta aquí de alguna manera.

-Podías habérmelo dicho a las claras.

-Me habrías dicho que no.

-Seguro, porque es una gilipollez.

-¿No te estás divirtiendo?

-Yo me divierto en un parque con una litrona y unos nuggets de pollo. Soy un tío fácil, ya tendrías que saberlo.

-No eres nada fácil.

-¿Cómo que no? -dijo, fingiéndose ofendido.

-Divertirte un rato es fácil, pero eso es fácil con todo el mundo.

-¿Y qué más se puede pedir?

-Me gustaría hacerte feliz.

-Hostia, joder. Perdón -susurró, llevándose una mano a la boca-. Tienes que dejar de decir esas cosas.

-¿Por qué? Es la verdad.

-Ya, pero...

Sergio le hizo un gesto al camarero para pedir la cuenta, y en seguida trajo una cajita negra con el ticket dentro. Él sacó su cartera y dejó unos cuantos billetes que no dejó ver a Fernando.

-Debería pagar mi parte.

-Ha sido idea mía, ¿no? Yo invito -insistió, avisando al camarero de que ya se lo podía llevar.

-Oye, una cosa -musitó Torres tras un momento, casi sin atreverse a hablar demasiado alto-. Te voy a hacer una pregunta, pero no saques conclusiones ni nada. Es sólo una pregunta inocente.

-Vale.

Él sonrió nerviosamente agarrando el borde de la mesa con las manos mientras se inclinaba para susurrarle:

-¿Esto es una cita?

Sergio se mordió una sonrisa.

-Depende de si te parece bien que lo sea.

-No, no hagas eso -le pidió, casi echándole la bronca-. He estado fijándome, y has usado todas las técnicas que hay que usar cuando una tía es de esas con las que te puedes casar. Y no me digas que no, porque esa técnica me la inventé yo -avisó-. El buscarla en coche, llevarla a un sitio bonito y elegante, para que parezca que tienes pasta, dorarle la píldora toda la noche... Seguro que luego pensabas invitarme a un helado para comerlo sentados en un banco y poder prestarme la chaqueta cuando me helara de frío.

-Niño...

-¿Estabas usando mi propia técnica conmigo?

-¿Te parece raro?

-Me parece una falta de respeto -bromeó.

-No, quiero decir lo de la cita. Porque esto lo es, a menos que te parezca raro.

-Es raro.

-Ya. Ha sido una gilipollez. Es que como ahora todo el mundo está emparejándose, ¿sabes? Álvaro y el Chori, y mi hermano, y el Pony, y… ¿Has entrado en Facebook últimamente? Todo el mundo está en una relación y poniendo mierda en los estados en plan ‘te quiero mucho, ya llevamos tres días juntos, amor para siempre’.

-Pero nosotros…

-Ya lo sé.

-¿Una cita?

-Ya lo sé, Niño.

-Las citas sólo valen para follarse a las tías con escrúpulos.

-Pero quería hacer la prueba, ¿sabes? Para ver si podría funcionar. Ir despacio.

-Tú sólo necesitabas emborracharme un poco y meterme mano.

-¿Qué?

Fernando se rió con nerviosismo, frotándose las manos contra la pernera del pantalón.

-Es que ahora haces que suene ridículo, pero… Siempre he pensado que si tuviera que probar con un tío, sería contigo. Y, no sé. Nos entendemos, ¿no? Y nos llevamos bien, y a lo mejor discutimos mucho, pero…

-¿En serio?

-¿Sí? -contestó, un poco inseguro.

El camarero llegó con las vueltas, y Sergio se centró en calcular la propina adecuada para no parecer un rata pero tampoco dejarle más que lo que costaba un menú en el Burger King. Fernando se miraba las manos porque no se atrevía a mirarle a él. El aire de repente pesaba sobre sus hombros.

-Cuando quieras nos vamos -dijo él al fin.

-Vale -respondió, encogiéndose ligeramente de hombros, aún con la mirada baja-. Tengo que ir al baño.

-Yo también.

Tardaron un momento en levantarse, y Torres fue el primero en ponerse en marcha, buscando el cartel de los aseos un par de pasos por delante de Sergio.

-¿Será por allí?

Subieron un tramo de escaleras hasta un descansillo al que se abrían dos puertas, y sólo cuando estuvieron frente a ellas vieron los carteles. El baño era un sitio ultra moderno en negro, con las puertas de los cubículos de color rojo brillante y un enorme espejo en la pared contraria. Los dos se pararon frente a los lavabos y se miraron en el espejo, sonriendo tímidamente al reflejo del otro. No se podían creer lo idiotas que estaban siendo. Esa era el tipo de cosa que hacía que se enrareciera cualquier amistad, pero la suya era más fuerte que eso, o debía serlo.

La mano izquierda de Fernando se deslizó lentamente sobre el mármol hasta que rozó los dedos de la mano derecha de Ramos. Ni siquiera sabía qué estaba intentando hacer.

-¿Es raro si hago esto? -y el roce dejó de ser casual cuando sus dedos se entrelazaron.

-No -contestó Sergio, y no necesitó mentir-. Está bien.

-¿Cuándo crees que empezará a ser raro? -Tiró de su mano y la acercó a su cuerpo, haciendo que Sergio también se moviera hacia él, quedando a apenas unos centímetros el uno del otro. -¿Ahora?

-Hemos estado más cerca.

-Es verdad.

Con una mano aún entrelazada con la de Ramos, aprisionada entre sus cuerpos, elevó la otra hasta que agarró su camisa a la altura del pecho. Arrugó la tela entre sus dedos y tiró de él para acercarle aún más.

-Ahora tampoco, ¿no?

-No.

Y lo cierto era que seguía sin ser raro, que era lo más raro de todo. Porque ellos dos no eran ajenos al contacto físico, pero eso era otra cosa, era más cercano, más personal. El aliento de Sergio, caliente y húmedo, le acariciaba la barbilla y le hacía cosquillas en el cuello, y antes de darse cuenta había inclinado la cabeza para quedar a su altura y le estaba besando. Primero con la boca cerrada, comprobando que eso tampoco le incomodaba, y cuando Sergio rozó sus labios con la lengua los entreabrió lentamente, dejando que esa sensación reconfortante y cálida le llenara. Cerró los ojos. No recordaba la última vez que se sintió así, como si un beso fuera realmente algo especial, en vez de un trámite por el que había que pasar antes de colarse en las bragas de una chica. La lengua de Sergio jugaba con la suya, tentándole antes de esconderse para que él fuera a buscarle, y no tardaron en hacer que subiera la temperatura. La mano libre de Ramos se agarró a su cintura y e empujó contra el sobre de mármol negro, haciendo que se le clavara en los riñones, pero él no tuvo ocasión de quejarse porque la boca de Sergio aun estaba sobre la suya, posesiva, rugiendo desde el fondo de la garganta. Fernando tenía la piel de gallina.

Se descubrió sacando la camisa de Sergio de sus pantalones y colando bajo ella la mano, tocando su cuerpo fuerte, compacto, y antes de darse cuenta Ramos estaba tirando de él para meterle en uno de los cubículos del baño.

-Me cago en la puta -farfulló mientras intentaba abrir la puerta apoyando sobre ella su peso, hasta que Fernando le ayudó y terminaron dentro, casi desplomados contra la pared. La puerta aún oscilaba con la inercia cuando Sergio le quitó la chaqueta.

-Ten cuidado, que es la mejor que tengo -dijo, y no pudo evitar reírse ante la sola idea. Él sonrió, y Fernando se dio cuenta por primera vez de lo muchísimo que le gustaba su sonrisa, de cómo suavizaba sus rasgos un poco salvajes-. Joder -musitó, tomándole la cabeza con las dos manos y besándole profundo y desesperado. Él, mientras tanto, le desnudaba. La camisa ya estaba completamente abierta, y sus dedos recorrían la línea desde el esternón al ombligo, y más que nada parecía incrédulo porque le estaba tocando, porque ese era Fernando y era su mejor amigo y le estaba tocando y estaba bien. Desabrochó con una mano el botón de sus pantalones y él soltó una especie de quejido.

-¿Quieres hacerlo?

-No preguntes, no preguntes -le suplicó, mientras separaba la cadera de la pared para que pudiera bajarle los pantalones con facilidad-. No me dejes pensar.

-Quiero que estés seguro.

-Oh, por Dios -gruñó, abriéndole los pantalones con violencia y colando una mano bajo su ropa interior, tomando su polla entre sus dedos, ya completamente dura. Recorrió la cabeza con la yema del pulgar, extendiendo la humedad, notando bajo sus dedos la barra curvada de metal que la atravesaba y preguntándose cómo se sentiría desde dentro. Si dolería tanto como se imaginaba. Si dolería tan bien como esperaba-. Vamos a hacerlo, quieras o no. Tócame.

Sergio asintió con la cabeza lentamente, la lengua asomando entre sus labios, el ceño fruncido. Sus manos comenzaron a recorrer la piel de Torres con aspereza, y se inclinó para besarle el cuello, los hombros, para dejar que su lengua bajara por su torso, sus pezones pequeños y duros en su boca.

-Joder.

Fernando tuvo que apoyar una mano en cada pared del pequeño cubículo para no perder el equilibrio. Las rodillas empezaron a flaquearle cuando Sergio comenzó a bajar por su estómago firme y largo. Interminable, porque parecía que nunca iba a llegar hasta el final. Se arrodilló en el suelo con los pantalones abiertos, la polla asomando entre la cremallera, y dejó que la erección de Fernando rozara sus labios antes de tocarla.

Le lamió con la punta de la lengua empapada de saliva, con las manos aún apoyadas sobre sus propios muslos, aunque estaba deseando tocarse y tocarle a él. Se recreó en la desesperación de Fernando, en la manera en la que se mordía los labios y trataba de evitar que su cadera se disparara hacia él para clavarse en su boca, y se limitó a respirar contra él con los labios entreabiertos, dejando que su aliento le rozara la polla brillante de humedad.

-Oh, jod... -se le ahogaron las palabras en la garganta cuando Sergio abrió la boca y se lo tragó, y el único sonido que escapó de sus labios fue un jadeo. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la fría pared del cubículo, notando esas oleadas cálidas, casi eléctricas, recorriéndole desde el estómago hasta las puntas de los dedos. Sergio llevaba un ritmo desquiciantemente lento, casi tentativo, y no pudo evitar hundir una mano en su pelo y enredarlo entre sus dedos hasta notar cómo tiraba de la piel. Movió su pelvis hacia delante casi instintivamente, y Sergio gruñó con el fondo de la garganta y peleó por presionar su cadera contra la pared para recobrar el control.

-Perdona -dijo Fernando, casi riendo-. La costumbre.

Ramos le sacó de su boca y le miró casi sin levantar la cabeza, con los labios húmedos e hinchados. Con una mano siguió masturbándole despacio y constante.

-Seguro que eres un polvo de mierda -le picó, sonriendo peligrosamente-. Los guapitos como tú no necesitan follar bien.

-Por eso tiene tanto mérito lo bueno que soy -contestó sonriendo casi con soberbia.

Con la otra mano recorrió el interior de los muslos de Torres, haciéndole abrir más las piernas para él.

-Lo vamos a comprobar enseguida.

Se llevó la mano a la boca y humedeció dos dedos con la lengua, concienzudamente, muy despacio. Fernando dejó de respirar durante un segundo larguísimo y sólo cerró los ojos, hasta que notó la mano volviéndose a internar entre sus piernas.

-Has hecho esto antes -afirmó, y por un instante volvió a ser sólo el mejor amigo, molesto porque no le había confesado algo tan jugoso.

-A las tías les gusta que les de por detrás -contestó él en un murmullo, superando la presión con el primero de sus dedos sin mucha dificultad.

-Hostia -jadeó Fernando, y su polla se sacudió brevemente frente a Sergio, que no dudó en volver a cubrirla con su boca mientras se movía lentamente dentro de él. Torres se mordió el dorso de la mano y frunció el ceño, incapaz de ponerle nombre a esa sensación entre el goce y el dolor, cuando notó cómo entraba el dedo corazón, y su cuerpo instintivamente se tensó.

Sergio paró y le miró, incorporándose para quedar a su altura.

-Relájate -susurró, muy cerca de sus labios-. ¿Confías en mí?

-Si me haces daño te voy a odiar el resto de mi vida -replicó él, sonando vulnerable y pequeño. Sergio sólo pudo besarle, dejando que Fernando disolviera en el beso todo el miedo y la inseguridad, y respirando aceleradamente le miró y asintió con la cabeza muy suavemente, y Sergio se atrevió de nuevo a mover sus dedos.

Se mantuvieron así toda una eternidad, besándose con desesperación, sus erecciones atrapadas entre sus cuerpos, ardiendo, y los dedos de Sergio ya entraban y salían con facilidad, arrancándole gemidos apagados a Fernando cada vez que lo hacían. Ramos se separó un momento, sus mejillas rojas y los ojos brillantes, y se sentó sobre la tapa helada del retrete, haciendo que Torres quedara con una pierna a cada lado de las suyas, de pie frente a él. Volvió a mojarse la mano de saliva y la usó para humedecer su polla, casi púrpura, reventada de sangre, y le atrajo más hacia él.

-Sergio...

-Lo vamos a hacer despacio -le aseguró, acariciando con una mano la curva de su culo-. Voy a tener cuidado contigo.

-Deja de decir esas cosas, joder.

-Deja de ser una princesita llorona -se burló a media voz-. Me voy a correr en cuanto me toques, ni siquiera vas a tener tiempo para quejarte.

Dejó que Sergio le guiara hasta que estuvo colocado en su entrada, y se inclinó sobre él para besarle mientras relajaba las rodillas y le hundía en él lentamente, sintiendo como si le estuviera partiendo por la mitad. Ramos tomó su erección en una mano y comenzó a trabajarla a buen ritmo mientras instaba a Torres a moverse sobre él. Él rodeó sus hombros con un brazo y apoyó la frente sobre él, escondiendo la cara en el hueco de su cuello, dejando marcas de dientes sobre la piel.

Sus jadeos empezaron a mezclarse en el aire, y los dos sabían que no iban a aguantar mucho. La sensación de estar a punto de romperse o de estallar de Fernando dejó de ser incómoda, transformándose en un latido sordo bajo el estómago, y todo su cuerpo vibraba con la anticipación.

-¿Te vas a correr dentro? -preguntó a media voz, casi sin aire.

-¿Te importa?

-No -musitó, negando con la cabeza con vehemencia-. Hazlo, hazlo -suplicó, aferrándose con más fuerza a sus hombros, clavando en ellos las uñas mientras se derramaba entre los dedos de Sergio con una serie de sacudidas agónicas, y se sorprendió a sí mismo de la fuerza con la que lo hacía-. Joder -murmuraba-. Joder -mientras clavaba los dedos en la espalda de Sergio, aún temblando con los últimos coletazos del orgasmo, haciendo que se hundiera aún más profundo en él-. Vamos.

Abrió los ojos un segundo y busco la boca de Ramos, besándole húmedo y torpe, y le sintió tensarse bajo su cuerpo, y algo caliente y espeso le llenó, comenzó a rodar por el interior de sus piernas con cada embestida fatigosa de Sergio, que gruñía con las manos agarrando su culo. Fernando se cerró en torno a él, para no dejarle escapar. Se sentía sucio y le gustaba, le encantaba sentirse dado de sí y goteando, como algo gastado de tanto usarlo, y nunca se había sentido tan completo, tan satisfecho. Aún se movió sobre él, lento y cansado, durante un momento más, hasta que Ramos le obligó a parar.

-Joder, Niño.

Él sonrió y le besó de nuevo, antes de levantarse y subirse los calzoncillos con las piernas temblorosas y cargadas. Sergio cogió un par de vueltas del rollo de papel higiénico y le dijo:

-Será mejor que salgamos por turnos.

-Vale -contestó, con una sonrisa boba, acabando de abrocharse la camisa y recogiendo la chaqueta del suelo. Quitó el pestillo de la puerta y le miró otra vez, y no pudo evitar besarle de nuevo-. Te espero en la calle, voy a fumarme un piti.

Salió del baño y bajó las escaleras a saltos, notándole aún dentro cada vez que se movía. Parecía que todo el mundo le miraba, como si supieran lo que acababa de hacer, y él les devolvía la mirada con orgullo.

Le quedaba menos de la mitad del cigarro cuando él salió del restaurante, con el pelo recogido en una coleta y la camisa perfectamente metida dentro de los pantalones. Fernando apartó el dedo pulgar de su boca, que aún sabía a él, y le sonrió, quizá un poco más torcido de lo que quería.

-Ya he pedido el coche.

-Vale. ¿Te importa si nos vamos ya a casa?

-No -repuso, notando extraña la voz de Sergio-. Como quieras.

El aparcacoches llegó con su viejo trasto y le dio a Ramos las llaves, que no tardó ni un segundo en entrar al asiento del conductor y clavar las manos en el volante. Fernando dio una última calada y pisó la colilla, abriendo la puerta de su lado.

-Oye…

-Sube -le cortó.

Ya habían pasado dos semáforos cuando Torres se atrevió a hablar de nuevo.

-¿He hecho algo mal? -preguntó a media voz.

-Será mejor si no le contamos esto a nadie.

-Vale, como quieras -aceptó, encogiéndose un poco en su asiento. Sergio subió el volumen de la radio.

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fic: los últimos románticos

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