Los últimos románticos, capítulo XII |
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Rating/Advertencias: M | Hombres sexualmente on fire, palabrotas.
Nota de autor: Sentimos lo mucho que se ha demorado este capítulo, pero esperamos que merezca la pena.
X. (parte i)
La idea era llegar en el autobús de las dos y cuarto y marcharse en el siguiente, a las tres menos cuarto, pero la cosa se había liado. En la cama de Raúl, para ser exactos. No había pasado nada, aunque de no haber estado en casa de sus padres no se habrían andado con chiquitas, pero lo de tontear en la habitación de la infancia, contando con que la familia podía aparecer por allí en cualquier momento, tenía su morbo.
Aunque había sido su habitación hasta los diecisiete años, seguía teniendo un aire muy de niño, llena de peluches y de muñecos, y con cromos de fútbol pegados bajo la mesa de escritorio. La cama era nido, y su madre la había transformado, con unos cojines, en un horroroso e incómodo sofá, ya que era la nueva habitación de invitados. Los habían apartado para poder tumbarse, olvidando en el suelo la bolsa que tenían que llenar con ropa limpia para las próximas dos semanas. Raúl se sentaba con la espalda contra la pared, y Álvaro se apoyaba sobre él, con los pies colgando por el extremo opuesto de la cama, balanceándose en el aire con desidia. Sus manos se colaban bajo el borde del jersey verde de Albiol, que trataba de fingir que no estaba disfrutando el juego.
Lo cierto era que nunca había estado tan bien con nadie. Ni siquiera estaba ‘bien’, era algo más. Era fácil y cómodo y era agradable, y le hacía sentir una especie de calor en el estómago, y le daba ganas de reír constantemente cuando estaban juntos. Porque era su novio, pero también era su mejor amigo, y todo valía con él. Porque podían hacer manitas como niños de colegio mientras hablaban de la última película de Transformers, y luego se besaban y se tocaban bajo la ropa y se decían cosas tan azucaradas que a ellos mismos les daban ataques de risa. Porque eran lo peor y lo mejor y todos los grados intermedios. Pasaban del “vete a tomar por culo” al “más fuerte, no pares” en un momento, sin que nada sonara fuera de lugar.
-Pues sólo te voy a decir que me quedé con ganas de más.
-Que asco das.
-No te confundas, Chori, eso que sientes quemarte en tu pecho es la envidia -replicó Álvaro con socarronería, dándole unos golpecitos en el esternón.
-¿Envidia de haberle hecho una paja a Sergio en un sitio húmedo con olor a pies? Sí, vamos, estoy que trino.
-No trates de negarlo.
-Seguro que fue una puta mierda. Lo que te pasa es que estás celoso porque yo he estado con más tíos que tú, y necesitas… -Raúl buscó las palabras apropiadas.
-¿Reafirmarme como el macho alfa?
-Sí, lo que sea.
-No es como si tu currículum fuera precisamente la hostia. El Pony, que se ha demostrado que es un polvo fácil, una paja en la playa -dada, no recibida, recordemos…
-Que pesadito eres.
-¿Acaso es mentira?
-Lo que sea. Yo gano.
-¿Era un concurso o qué?
-¡Pero si has empezado tú!
-Yo no he empezado nada, sólo he preguntado si era un pony de carreras.
-No te voy a contestar eso. El tío es mi compañero de piso, no quiero que le odies por durar más que tú -replicó con malicia-. ¡Ups!
-Gilipollas -se rió Álvaro-. Pues yo nunca te diré si la tienes más grande que Ramos.
-Ya ves tú. No voy a poder dormir esta noche.
-No, no, no insistas porque no te lo voy a decir. A menos que me lo pidas muy por favor.
-Que no quiero saberlo.
-Porque tienes miedo.
Raúl gruñó y se llevó las manos a la cara, lo que Álvaro aprovechó para colarse bajo su camiseta mientras besaba su cuello, arañando la piel de su estómago. Había descubierto que era una sensación extraña lo que esa zona de su cuerpo suponía para Albiol. Odiaba mostrar en público sus cicatrices, la que le dividía longitudinalmente y las dos pequeñas con forma de estrella a cada lado, pero cuando él les prestaba atención era distinto. Esas marcas, que a los demás sólo les recordaban que era ese chico del accidente bizarro, para Álvaro significaban otra cosa. Él las veneraba desde el primer día que las tocó, y Raúl de alguna manera había aprendido a dejarle hacerlo. Le gustaba que las recorriera con la lengua y que las cubriera de besos antes de bajar más allá de su cadera, que pasara las yemas de los dedos sobre cada punto como si leyera una oración en braille. Que Álvaro las encontrara hermosas le había hecho empezar a apreciarlas cuando las veía a través de sus ojos.
En esa posición se los encontró la madre de Albiol cuando abrió la puerta sin avisar.
-Ra… -empezó a decir, antes de que su cerebro procesara la imagen que se le presentaba. Le cambió el gesto en un segundo.
-¡Mamá! -exclamó él, apartando a Arbeloa y levantándose de la cama de un brinco, interponiéndose entre él y su madre.
-¿Qué demonios…?
-Creí que estabais en el cine.
-¿Se puede saber qué está pasando?
-He venido a dejar ropa sucia.
-Vamos a hablar en el pasillo, tú y yo.
-No hay nada que hablar.
-Raúl. Pasillo. Ahora -aulló, saliendo ella primero. Albiol tragó saliva y fue tras ella, después de mirar a Álvaro y tratar de aparentar tenerlo todo bajo control.
-De verdad, mamá…
-Te he dicho mil veces que no quiero a ese chico en mi casa -le cortó, cerrando la puerta de la habitación de golpe.
-Y yo te he dicho otras mil que me da lo mismo. Es mi mejor amigo y tiene derecho a estar en mi habitación.
-Tú no eliges quien tiene o deja de tener derecho a nada aquí. Es mi casa, y ya sabes que tenemos pocas normas, pero esa siempre ha sido una de las principales.
-Qué norma ni qué hostia, mamá. Miguel trae a sus amigos todo el rato, hasta el enano lo hace…
-Ellos no retozan con sus amigos en la cama.
-¿Es por eso? Ni siquiera sabes lo que has visto.
-Lo suficiente.
-No estábamos haciendo nada. ¡Migue trae a su novia a casa! Hasta duerme aquí.
-¿Así que ahora sois novios? -preguntó con desprecio-. ¿En esas estamos?
-¿Y qué si lo somos? Él te cae mal desde hace años, y esto sólo lleva un par de meses.
-No hay que ser muy lista para saber lo que estaba pasando. Siempre te estaba tratando de llevar al huerto, y tú eres demasiado inocente…
Raúl no pudo evitar reírse. Por no gritar o por no lanzar algo contra una pared.
-Si fueras la mitad de lista de lo que te crees te darías cuenta de que si tengo alguna buena influencia en mi vida, es él -le recriminó a su madre-. Sin Álvaro no habría aprobado bachillerato ni selectividad ni haría los putos exámenes, si él no me obligara a estudiar juntos.
-Él esta convirtiendo a mi hijo en una persona que no es. Lleva haciéndolo toda la vida.
-¿En una persona mejor, más feliz? ¿Qué? Atrévete a decir en voz alta lo que te pasa de verdad. ¡Homófoba! -añadió, en un arranque de rabia.
-No consiento que me hables así.
-Pues yo no consiento que hables así de él.
-¿Quién te crees que eres? -preguntó, levantando la barbilla y tratando de parecer más alta, aunque su hijo le sacara cabeza y media-. Está claro que lo que haces fuera de mi casa no puedo controlarlo, pero bajo mi techo no va a haber nada de esto. A mí me respetas.
-¿Y yo no me merezco respeto?
-El respeto te lo tienes que ganar.
-¿Y tú lo ganaste en una tómbola? Si no dejas que él esté en casa, yo tampoco quiero estar aquí.
-No seas infantil, Raúl.
-Te lo digo en serio, mamá. Si no le aceptas a él, no me aceptas a mí. Así que él se va, y yo también.
-Pues deja la llave y no te molestes en volver.
-Tranquila, que no pensaba hacerlo -replicó-. ¿Y sabes qué otra cosa voy a dejar? La carrera -escupió sin pensarlo siquiera.
-Eso sí que no.
-Trata de impedírmelo.
-Ya puedes ir eligiendo un puente bajo el que vivir, porque si piensas que voy a mantener a un vago como tú, vas listo.
-Pues vale -espetó, abriendo la puerta de su habitación y dando un portazo tras él-. Gilipollas.
Álvaro, que no había podido evitar oírlo todo, como la mitad de los vecinos de la urbanización, se acercó hasta él preocupado.
-¿Estás bien?
Raúl sólo respondió con onomatopeyas y bufidos, cogiendo el primer objeto que encontró en el escritorio, que resultó ser un viejo trofeo de fútbol de su hermano, y ciñendo sus dedos alrededor de la base con violencia. Sabiendo lo que venía después -el trofeo siendo lanzado contra la pared- Álvaro se lo arrebató y tomó las manos de Raúl en las suyas.
-Respira.
-Es que la odio.
-Ya lo sé. Respira.
Él apretó la mandíbula y trató de hacerle caso. La sangre dejó de palpitarle en las sienes y los músculos de sus brazos se relajaron lentamente. Cuando Arbeloa consideró que era seguro, le soltó, muy poco a poco.
-¿Mejor?
-Sí.
-Pues entonces me voy. No quiero crear más problemas.
-No, no. Ni de coña -le interrumpió, furioso-. Eso es lo que ella quiere.
-Pues precisamente por eso.
-Si tú te vas, yo me voy. No pienso pasar un minuto más cerca de esta loca.
-¿Cuántas veces te ha echado de casa? Ya se le pasará.
-Pero es que ahora soy yo el que se va. A mí nadie me ha echado de ningún lado -contestó, sacando ropa a montones del armario para meterla en la bolsa que seguía en el suelo.
-¿Pero tú has oído lo que acaba de pasar?
-¿Y qué si ya no me va a pagar el alquiler? Me buscaré la vida. Tengo ahorrado como para un par de meses. Encontraré trabajo, y si no… ya veré.
-No hagas locuras. No has trabajado un día en toda tu vida.
-Pues habrá que empezar, ¿no?
-¿Y no será mejor hacer las paces y tomarse lo del trabajo con más calma?
-Mira, si me hace elegir entre ella o tú, sale perdiendo. Siempre iba a salir perdiendo, pero ahora mucho más -zanjó-. Porque a ti te quiero, que no es algo que pueda decir de ella.
-Este es el peor momento para decírmelo por primera vez, ¿sabes?
-Nunca he sido muy bueno con los tiempos.
-Tampoco ha sido el mejor para decirle lo de la carrera.
-¿Por qué te acojonas tanto de repente? El otro día todo era ‘deja Económicas’ y tal…
-¿Qué vas a hacer en dos meses cuando te quedes sin un duro? Porque sabes que puedes quedarte en mi casa, que a mis padres les da lo mismo tener cinco hijos que tener seis, pero… Al final acabarías yéndote a Valencia con tus abuelos. Y Valencia está muy lejos.
-No voy a irme a Valencia. No voy a irme a ningún lado.
-Ya, más te vale -dijo, ayudándole a recoger cosas y meterlas en la bolsa de deporte.
-Como tenga que ponerse a buscar compañero de piso a estas alturas, el Pony me mata.
-Estás amenazado de muerte por varios frentes.
-¿Por qué no puede ser mi madre más como la tuya?
-Entonces no serías tan emo y no tendrías tanta gracia.
Raúl se rió a su pesar.
-Vete a la mierda, yo no soy emo -repuso, cerrando la bolsa y echándosela al hombro, antes de coger su abrigo de la silla sobre la que lo había dejado caer-. Vámonos.
-Oye, en serio... ¿Estás seguro...?
-Estoy seguro -le interrumpió-. Y deja de preguntármelo.
Abrió la puerta de su cuarto con determinación y echó una mirada para asegurarse de que su madre no anduviera por allí. Probablemente estaría en su habitación llorando y lamentándose de los hijos que Dios le había dado.
-Raúl, ¿qué ha pasado? -preguntó Brian, su hermano menor, saliendo a su paso.
-Nada, que mamá me ha echado de casa.
-¿Qué!
-No pasa nada -le dijo con seguridad-. Puedes venir cuando quieras al piso a que te machaque al FIFA.
-Hostia, tío -respondió él con preocupación.
-En serio, es lo mejor -le aseguró, chocando con él su puño en su saludo habitual.
-Te llamaré, ¿vale?
-No me voy al otro lado del mundo, enano. No vamos a dejar de vernos.
-Te he dicho que te llamaré, y punto -replicó él con obstinación-. Alvarito, cuídamelo, ¿eh?
-Hecho -prometió Arbeloa.
-Vale ya, que tienes quince años -le reprochó, antes de darle una colleja cariñosa y salir de allí, cuando aún era capaz de controlar las ganas de abrazarle.
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Si Fernando hubiera tenido la capacidad de pensar mal, se le habría pasado por la cabeza que Sergio le evitaba a propósito. Su primo Jesús se había quedado en Madrid hasta el diez de enero, así que él se había dedicado a entretenerle, llevándole con él a todas partes. No era que le cayera mal, pero la verdad era que se sentía un poco fuera de lugar con ellos. Lo cierto era que le molestaba que Jesús le conociera mejor que él, que se atreviera a contarle historias suyas, anécdotas de cuando eran niños. Sergio era su mejor amigo desde hacía tantos años que a veces perdía la cuenta; le cabreaba que tuviera que ir nadie a decirle lo de aquella vez que se tiró de cabeza a una piscina medio vacía o aquella otra que le pillaron robando gafas de sol en el Corte Inglés de Sevilla. Le molestaba que todas esas cosas no las hubieran hecho juntos, aunque Fernando nunca se tiraría a una piscina antes de comprobar cuánto cubría, ni robaría nunca nada sabiendo que podrían pillarle.
Jesús se había vuelto al pueblo la noche anterior, así que Torres se pasó por casa de Sergio después de comer, aprovechando que tenía que llevarle a su madre una batería de cocina que regalaban en el Carrefour por reunir una cantidad escandalosa de tickets de compra -que Carmen no había conseguido acumular ni de lejos, pero de algo tenía que servir tener contactos allí dentro-. Mientras sus padres dormitaban en el sofá viendo una de esas películas de sobremesa de los domingos, ellos se fueron a la habitación. Ramos se había comprado un nuevo lo-que-fuera para su tabla de mezclas y estaba deseando enseñarle los efectos tan impresionantes que creaba.
-¿Quieres probar?
-Uhm… ¿vale?
Se colocó frente a la mesa y Sergio le puso los enormes auriculares, indicándole qué botones tocar y qué ruedas girar para pasar de una pista a otra.
-Vas deslizando este coso, que se llama un slider -le dijo, con un acento terrible-, y vas creando la transición entre las dos canciones. Y con esto bajas y subes el tempo. ¿A que mola?
-Sí -contestó, sin mucha convicción. Aunque cuando salían por las noches le gustaba ese tipo de música que escuchaba Sergio, house o como demonios se llamara, él siempre había sido mucho más de Pereza, Fito y Fitipaldis y, cuando nadie estaba cerca, Shakira y Alejandro Sanz. Todo el chunda-chunda le sonaba igual.
-¿Sergio? -preguntó una voz desde la puerta. Asomó la cabeza Miriam, su hermana pequeña, de quince años recién cumplidos. Era una chica menuda y muy morena, con unos ojos enormes y oscuros-. Anda, hola, Fer.
-Hola -saludó él.
-No sabía que estabas aquí.
-Seguro que no -musitó Sergio-. ¿Qué quieres?
-Sólo venía a ver si tenías un compás, para un trabajo de Dibujo que estoy haciendo. Me dejé el mío en clase.
-¿Tengo cara de tener un puñetero compás? Eh, largo de aquí -gruñó cuando ella se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas. Llevaba unos leggins negros y unos calcetines de lunares rosas, e iba lamiendo un chupa-chups de fresa.
-Tranquilo, hermanito. ¿Quieres uno, Fer? -dijo, sacando otro buen puñado de caramelos de bolsillo de su sudadera.
-¿Tienes alguno de limón?
-Sí -contestó, buscándolo y lanzándoselo.
-Miriam, cojones.
-¿Qué? Pesao. Sólo quiero ponerme al día. Hace mucho que no viene Fer por casa. ¿Has estado yendo al gimnasio? Te veo más…
-Ya está -la interrumpió, acercándose hasta ella y cogiéndola del brazo para levantarla de la cama.
-Joder, macho.
-¿Tú no tienes un trabajo de Dibujo que hacer? Pues tira.
-¿Y tú no tienes un trabajo al que ir? -replicó ella con cinismo, tratando de oponer resistencia sin conseguirlo. Sergio la cogió en brazos y la llevó hasta la puerta de la habitación-. Ah, no, perdona, que eres un parásito social.
-Y tú eres una marisabidilla repelente.
-Ya nos veremos, Fer -gritó, antes de que su hermano le cerrara la puerta en las narices. Sergio volvió frotándose las manos como un puerta de discoteca que acabara de echar a un impresentable de su templo.
-Eres muy cruel con ella, pobrecilla.
-Qué cruel ni qué hostias, si sólo viene a lo que viene.
-¿A qué? -dijo, metiéndose el chupa-chups en la boca.
-A tirarte los trastos. Ni que lo hiciera con disimulo.
-Bah, déjala. Nosotros también se los tirábamos a las hermanas de Alvarito hace unos años. No tiene nada de malo, es la edad.
-Nosotros éramos unos pardos y dábamos pena. Las niñas de hoy en día están muy crecidas, tío.
-Por mucho que me tire la caña, nunca me enrollaría con ella. Al menos no hasta que cumpla los dieciocho -bromeó.
-La madre que te parió. Capaz serías.
-Eso fue lo que pasó con la hermana del Trufas, por lo menos -respondió, sonriendo con malicia-. Tuvo que esperar a que estuviera más hecho.
-¿Qué? ¿Cuándo te lo montaste con Laura?
-Marta -le aclaró-. La mayor.
-¡Pero si esa tiene novio desde hace como seis años!
-Ya, bueno -respondió, guiñándole un ojo-. No diré nada más si no es en presencia de mi abogado -rió, echándose sobre la cama.
Sergio estaba confuso. Y no sólo por lo que acababa de contarle Torres, que ya era de por sí bastante sorprendente y potencialmente doloroso si se le escapaba delante de Álvaro, sino por la manera en la que estaba comportándose.
Era todo tan normal.
Fernando era el de siempre, el de las bromas tontas y la sonrisa constante, en el límite entre la inocencia y la perversidad; pero a la vez todo había cambiado. Porque se habían besado, y aunque no había sido un beso de verdad, porque él probablemente ni se había dado cuenta de lo que estaba haciendo, a la vez había tenido algo. Algo que las veces anteriores que sus labios se habían juntado no había sentido. Porque había habido otras veces, momentos adolescentes propiciados por el alcohol y por un grupo de chicas demasiado entusiastas que insistían en que cuando Sergio hacía girar la botella y terminaba apuntando a Fernando tenían que besarse de todos modos. Y lo hacían entre risas, sin tomárselo en serio, y ellas gritaban como locas, diciendo lo sexy que era. Y ellos lo hacían sólo porque sabían que acabarían con sus manos bajo el sujetador de una de esas histéricas.
Pero esa noche había sido distinto, porque Fernando había dicho todas esas cosas que Sergio había pensado alguna vez y no se había atrevido a reconocerse. Que a veces en el gimnasio captaba su imagen por el rabillo del ojo, mientras él se enjabonaba en la ducha contigua a la suya, tarareando alguna canción, y se preguntaba cómo sería sentir esa piel repleta de pecas bajo sus manos. A qué sabría el lunar de su cuello.
-Eh -dijo, devolviéndole de repente a la Tierra-. ¿Vamos a hacer algo hoy?
-No me encuentro demasiado bien, ¿sabes?
-¿Qué te pasa? -preguntó alarmado, incorporándose-. Tienes mala cara, es verdad.
-No lo sé. Creo que lo mejor será que me eche un rato. No creo que sea nada.
Fernando se acercó hasta él.
-¿Tienes fiebre? -dijo, poniéndole la mano en la frente con delicadeza-. Uy, estás caliente -musitó, comparando con su propia temperatura-. ¿Quieres que le pida algo a tu madre...?
-No, Niño, de verdad, sólo necesito dormir un poco y se me pasará.
-¿Seguro?
-Sí. Luego te llamo, cuando me despierte.
-Ah -dijo, cayendo en la cuenta de que le estaba invitando a marcharse-. Claro. Vale, como quieras.
-Creo que será lo mejor.
-Si necesitas cualquier cosa... Estoy aquí en dos minutos, ya sabes.
-Ya. De verdad que no es nada.
-Vale -dijo, recogiendo su chaqueta-. Llámame.
-Vale.
Fernando salió por la puerta después de mirarle una última vez, y Ramos le pudo oír despedirse de sus padres y explicarles lo que había pasado.
Carmen no tardó en aparecer por la puerta, con su mirada inteligente y su sexto sentido.
-Cuqui, tú no estás malo -sentenció, apenas le echó un vistazo, tumbado como estaba sobre la cama-. ¿Qué te pasa?
-Joder, mama, no lo sé.
---
-Por lo que no podemos a ciencia cierta estar seguros.
Carlos anotó un par de datos en la pizarra, y se dio la vuelta encarando a la clase. Todos le miraban expectantes, estudiantes de medicina, jóvenes que estaban ahí buscando un futuro, un porvenir.
-Analicen uno de esos dos textos. Extraigan las ideas más importantes. Las debatiremos en la próxima clase. -Se acercó a la mesa y empezó a recoger sus cosas. Un murmullo se formó entre los alumnos.
-Profesor -intervino una chica sentada en segunda fila.
-¿Sí?
-Falta casi una hora para que termine la clase.
Se llevó la mano al bolsillo de su cardigan gris, extrajo el reloj y consultó la hora.
-Bien. Considérenlo como un regalo de Navidad atrasado.
Un barullo de sillas y murmullos volvió a formarse, se miraban unos a otros sin comprender demasiado bien. No había profesor más estricto que él con los horarios, más de uno se había quedado fuera de clase por llegar apenas unos segundos tarde. Así que ese repentino regalo les hacía sospechar.
-Carlos -David había esperado a que la clase estuviese más vacía para acercarse- ¿Estás bien?
-¿Qué? Sí, sí. Claro. ¿Por qué?
-No sé, estás un poco pálido y…
-Vamos, vamos, no trates de hacer de doctor tan pronto -bromeó-. Estoy perfectamente bien, si me disculpas -le pidió tomando su portafolios.
-Seguro que…
-Sí, sí.
Carlos salió lo más rápido que pudo de allí. Lo que menos necesitaba ahora era trabar conversación con David, dirigió sus pasos hacia las escaleras, rumbo al segundo piso dónde estaban los despachos del profesorado. Se detuvo en la puerta del despacho de su amigo, dudó unos segundos con la mano a escasos centímetros del pomo, al final la abrió de golpe.
-…para mañana, sí y… un momento. ¿Qué haces aquí?
-Necesito… ¡termina! -le alentó dejándose caer sobre la silla frente a la mesa en la que Xabi apoyaba uno de sus codos mientras seguía hablando por teléfono.
-Muchas gracias, entonces estaré allí sobre las diez -colgó, después esperó a que Carlos comenzase a hablar.
-¿Dónde vas?
-A un fisioterapeuta.
-¿Por?
-Tengo una ligera contractura en la zona lumbar.
-Eso es por culpa de la moto -refunfuñó.
-¿Has venido aquí para echarme la charla, o para algo importante?
-Me va a estallar la cabeza -confesó al fin.
-He estudiado medicina, pero es pero que no vengas a mí a por una receta -bromeó.
-No sé que hacer, no puedo dejar de pensar y… ¡Dios! -estalló al fin-. Todo esto es culpa tuya.
-¿Mía?
-Sí, tuya. Por meterme ideas en la cabeza, por no callarte la boca y por…
-Para -le ordenó-. En serio, necesito que me des una línea de argumentos coherente. Porque no entiendo una mierda.
Carlos alzó la cabeza, había estado mirando todo el tiempo sus zapatos, tenía el rostro compungido y aquello hizo que Xabi se preocupase de verdad. Marchena se llevo la mano a la cabeza, despeinó su cabello y resopló.
-El… el otro día. Juan acabó el cuadro.
-Acabáramos -susurró cuando comenzó a comprender.
-No lo esperaba, quiero decir. Tenía que terminar pero cuando me lo dijo, no sé, fue una especie de sacudid.a -Xabi asintió intentando no sonreír demasiado- Y ahí estaba, tienes que verlo, en serio, es… no sé como expresarlo. Jamás pensé que alguien pudiese verme así.
-¿Así?
-Sí, en ese cuadro estoy yo. ¿Me entiendes? Yo.
-Más o menos -contestó sonriendo al fin-. Y… ¿ya?
-¿Cómo que ya?
-¡Ay, Carlos! -exclamó suspirando-. No creo que ese estado alterado que te ha traído hasta aquí, una hora antes de acabar tu clase se deba a la visión del cuadro de Juan.
-Oh -boqueó un par de veces, mirándole completamente aturdido
-Eso es, ¡oh!. Vamos, Carlos. Estás tardando.
-Le besé -masculló entre dientes.
-Perdona, no he oído bien -dijo sólo para molestarle.
-¡Oh, grandísimo cabrón! -exclamó indignado-. Le besé, vale. A Juan, a un crío de dieciocho años. Y todo por tu puñetera culpa.
-¿En que bizarro universo tengo la culpa de eso?
-Sí tú no te hubieras pasado las últimas semanas hablándome de lo miserable que era, de lo mucho que necesitaba darme una oportunidad, eso no hubiera pasado.
-Ya, claro.
-Bueno, vale. Puede que no -reconoció angustiado-. Pero Xabi, ¿qué voy a hacer? Ahora yo…
-Primero de todo, detalles.
-¿Detalles?
-Eso es, un beso y…
-Nada más.
-¡Hostia! Que ya tienes una edad.
-Me llamó mi madre, así que me escabullí como pude.
-Manda cojones -comentó indignado-. ¿Y? ¿Has hablado con él? ¿Le has vuelto a ver?
-Digamos que estoy tratando de pasar desapercibido.
Xabi cruzó los brazos y apoyó la espalda en la silla. Le miró unos minutos sin decir nada. Carlos era la viva imagen de la desesperación y él sólo tenía ganas de darle un buen bofetón. Desde que se conocieron allá por sus años de universidad en la misma ciudad en la que ahora vivían, siempre había sido reservado, austero y algo retraído. Era muy amigo de sus amigos, un gran conversador cuando la circunstancia y la compañía lo requería y una de las mejores personas que Xabier había tenido la oportunidad de conocer. Pero nunca, nunca le había visto feliz. Un halo de amargor parecía recubrir su persona, como buen escritor, había tenido un pasado oscuro del que no hablaba y eso le había llevado a encerrarse en si mismo. Pocos eran los cercanos a él, y pocos se preocupaban tanto por él como Xabi.
-No voy a dejar que lo hagas -comenzó-. No esta vez.
-¿El qué?
-Dejarlo estar. Carlos, tienes la oportunidad de que algo pase.
-Ya hemos hablado de esto -replicó cansado.
-No, tú has hablado y yo te he escuchado porque no quería que te hicieras daño. Pero ya no.
-Xabi, déjalo pasar. Porque es lo que voy a hacer.
-Te conozco desde hace mucho tiempo, he sido paciente, he estado a tu lado de la misma manera que tú has estado a mi lado -comenzó a decir mientras que su rostro se tornaba más serio, más tenso-. No hay forma humana de agradecerte lo que hiciste por mí después de lo que ocurrió con Steven. Pero eso no me impide decirte que eres el ser más cobarde y amargado que me he echado a la cara.
-¿Qué? -balbuceó.
-Hay alguien, un hombre que por alguna razón te adora. Sí, Carlos lo hace. Lo he visto con mis propios ojos, que tú hayas tardado en darte cuenta o hayas tratado de no verlo no es mi problema. Y tú, tú te mueres por Juan y no me vengas con tonterías. -Marchena intentó hablar pero Xabi le fulminó con la mirada. -Así que vas a sacar esos cojones que sé que tienes en algún lado y vas a ser feliz. ¿Me has entendido?
-Pero…
-Cállate, hostias -le espetó-. Que no tienes otra opción. Vas a hacerlo, porque te lo mereces. Porque ya has pasado por bastante, porque si hay alguien en este mundo que tiene que tener una oportunidad eres tú. ¿De acuerdo?
Carlos le miraba con los ojos muy abiertos, asustado. Había algo en la forma pausada y calmada, tensa y agresiva en la que su amigo le había hablado que hacía que la carne se le pusiese de gallina. Una parte de él quería levantarse y dejarle muy clarito que no era nadie para decirle como tenía que actuar, como vivir su vida. Esa parte que le decía que se quedase en la seguridad de la soledad, en el amargor de la cobardía. Otra anhelaba hacerle caso, deseaba asentir, gritar que lo haría que se dejaría llevar y que lo intentaría. Que intentaría ser feliz.
-Tengo miedo -confesó.
-Me lo imagino.
-Juan tiene dieciocho años, está empezando a vivir la vida. Yo, yo sólo soy un capricho.
-Puede -Carlos le miró apenado-. O puede que no. Sólo vas a averiguarlo si te lanzas a ello. Pero no puedes comenzar temiendo esas cosas. Tómatelo con calma, no te pido que te cases con él. Poco a poco. Puede hacerte daño, o tú a él. Esas cosas pasan, pero tienes que hacerlo.
-Joder -gruñó-. Me siento estúpido.
-Iba siendo hora de que te dieras cuenta. -Xabi suavizó su expresión.
-No sé que hacer, no sé cómo hacerlo.
-De verdad, Carlos, tienes una edad como para seguir siendo virgen.
-Gilipollas. -Pero por primera vez desde que había entrado en el despacho sonrió.
-No puedo decirte qué tienes que hacer o cómo hacerlo. Sabes cómo actuar.
-Supongo -comentó, encogiéndose de hombros.
-Pero como no me fío de ti... -Cogió el teléfono y se lo tendió.
-¿Qué? ¿Ahora? -preguntó, alarmado.
-No veo por qué no.
-Mierda, Xabi. Dame tiempo al menos para digerirlo.
-No, que nos conocemos, y te echarás atrás.
Carlos suspiró resignado, sabiendo lo cabezón que podía ser su amigo no le quedó más remedio que tomar el auricular. Sacó el móvil y buscó entre sus contactos. Uno, dos, tres tonos.
-Parece que…
-¿Sí? -la voz de Mata le pilló totalmente desarmado, le empezaron a sudar las manos.
-Ho.. Hola -dijo con un hilillo de voz.
-¿Carlos?
-Sí. Yo… ¿qué tal?
-Bien. ¿Tú?
-También. -Xabi hizo un gesto urgiéndole a que fuese al grano. -Quería saber si, bueno. ¿Podríamos vernos hoy? Si tienes planes…
-No, no los tengo.
-Perfecto, entonces -tragó lentamente-. Estaré en casa esta tarde, puedes pasar cuando quieras.
-De acuerdo, sobre las ¿seis?
-Estupendo. Nos vemos esta tarde.
-Sí. ¿Carlos?
-Dime.
-Tengo muchas ganas de verte.
La expresión de Marchena cambió por completo, volviéndose más relajada, más tranquila.
-Yo también, Juan. Yo también.
---
Carles había recibido el pedido semanal hacía más de dos horas pero por algún devenir del destino la tienda había estado llena todo ese tiempo, así que no había podido abrir ninguna de las cajas y mucho menos ponerse a colocarlas. Consultó el reloj sólo para darse cuenta de que iba con el tiempo justo. El phala parecía vuelto en su contra aquel día.
-Buenos días.
-Oh, gracias -susurró cuando alzó la cabeza para ver a David atravesando la puerta-. Buenos días.
-Vaya lío que tienes ¿eh? -comentó al ver las cajas apiladas en la entrada.
-Sí, pero creo que mi karma comienza surtir efecto.
-¿Cómo?
-Nada. Dejálo. ¿Podrías echarme una mano?
-Claro -se quitó la mochila y la dejó sobre el mostrador.
-Gracias de verdad, es que necesito acabar antes de la hora de comer, tengo que pasar a buscar a Pedro. Normalmente se encarga Xavi -le explicó mientras separaba las cajas- pero en la oficina están hasta arriba de trabajo.
-¿Muchas demandas que poner? -bromeó.
-Esas van en las estanterías del fondo -le dijo señalando varias cajas que estaban a su derecha- El trabajo es el de siempre, pero el becario que tenían se ha despedido. Y el jefe de Xavi es algo especial para contratar gente. Y se les acumulan las tareas.
-Oh. ¿Aquí? -preguntó.
-Sí, ¿necesitas una escalera?
-Hombre, soy pequeño pero de momento aquí llego -comentó.
-Lo sé, yo sólo…
-Era broma, Carles.
Se pusieron entonces manos a la obra, cada uno por un lado de la tienda, desembalando la mercancía y poniéndola en su lugar. Silva atendía a las explicaciones que Carles le daba y poco a poco todo iba estando más despejado.
-Menos mal que me has ayudado -le dijo desmontando las últimas cajas-. No creo que me hubiese dado tiempo, y no me gusta irme sin dejar las cosas en su sitio. El orden ayuda a mi estado de ánimo.
-No hay problema.
-Y ni siquiera te he preguntado a que habías venido. ¡Qué desastre de comerciante soy!
-Tranquilo. No es nada importante, sólo quería esas galletas de trigo y chocolate. Las que le gustan a Raúl.
-¿Qué tal está? Hace mucho que no me cuentas nada de él -se introdujo en la trastienda y salió con un par de cajas de las delicias que tanto adoraba Albiol.
-Ahí, ahí. Lo cierto es que ha dejado la carrera.
-Vaya, es un pena. ¿Le iba mal?
-No, no demasiado. Supongo que se ha dado cuenta de que no era su vocación.
-Me alegro -dijo sonriente-. Las cosas hay que hacerlas porque se quiere y no por conveniencia. Ahora, ¿ya tiene decidido qué hacer?
-Pues la verdad es que no. Quiere tomarse las cosas con calma. Lo cierto es que Álvaro le está ayudando mucho.
-Ah, su novio ¿verdad? -Silva asintió-. no he coincidido mucho con él, pero recuerdo una vez que les vi juntos. Ese aura que les unía. Algo único. Distinto
-Sí, son tal para cual. No sabría decirte quien es más tonto de los dos.
-Pobres -se rió Carles.
-Pobre de mí, que soy el que está viviendo con ellos. Mi salud mental se va a resentir.
-Qué exagerado.
-Raúl necesita hacer algo, de verdad. Porque está empezando a ser un poco cansino. Está intentando ser una especie de amo de casa. Y de verdad, Carles, no quieres imaginarte el peligro que eso supone -comentó dramáticamente- Necesita un trabajo. Pero claro no es tan fácil.
-¡Eso es! -exclamó de repente- Sabía que mi algo así iba a suceder. Lo he visto hoy en mi meditación vipassana matutina.
-No estoy entendiendo nada -confesó.
-Claro, claro, perdona. ¿Recuerdas que te dije que Xavi está teniendo jaleo en la oficina? -David asintió. -Pues creo que Raúl podría encajar allí. Sería un trabajo no muy bien pagado, pero un trabajo. ¿Qué opinas?
-Lo cierto es que, entre trabajar en un restaurante de comida rápida o en un bufete de abogados, no hay color. Pero, ¿no pondrá el jefe de Xavi reparos?
-No, tranquilo. De eso me encargo yo. Además recuerdo perfectamente ese halo que le rodeaba. Se van a llevar de maravilla.
-Bien. Entonces se lo comentaré.
-Perfecto. Y dale las galletas de mi parte -él asintió y las guardó en la mochila- ¿Y tú? ¿Cómo va todo? Porque te veo relucir.
-Las cosas me van bastante bien. Las clases y todo eso.
-¿Todo eso? -preguntó interesado.
-Estoy saliendo con alguien.
-Bien, bien. Me gusta. Lo necesitabas -él se sonrojó y bajó la cabeza-. Voy a por el abrigo, que no quiero llegar tarde.
David tomó sus cosas y salió fuera, una brisa helada le golpeó el rostro por lo que decidió taparse un poco más con la bufanda que llevaba al cuello. Puyol salió unos minutos después, cerró la puerta y echó la persiana anclándola al suelo con un enorme candado.
-¿Te has traído la bici?
-No, he venido en metro. He quedado para comer.
-¿Con tu novio? -le picó mientras echaban a andar.
-Pues no, con tu sobrino -replicó.
-¿Sí? No sabía nada.
-La verdad es que ha sido un poco de improvisto, han suspendido unas clases y como no lo he visto desde antes de las vacaciones... Además, estoy un poco preocupado.
-Yo también.
-Raúl me contó que había tenido un encuentro con Gerard en la fiesta de mi cumpleaños.
-Lo sé, estaba bastante agitado aquella noche y, aunque al principio no quiso hablar, Xavi consiguió que se desahogara a la mañana siguiente. No me gusta nada esta situación. Cesc es un chico muy sensible, además siempre de allá para acá, y ahora que parecía que se estaba asentando. ¿Sabes que quiere volver a irse?
-Algo me comentó. ¿No crees que le vendría bien?
-No. No puede salir huyendo a la primera de cambio. La vida te da muchos golpes como para correr cada vez que algo así ocurre.
-Supongo -comentó encogiéndose de hombros.
-David, tú conoces al chico ese, ¿verdad?
-No mucho. Pero es amigo de mi novio -un profuso sonrojo cubrió sus mejillas al decir aquello.
-¿Y qué opina él?
-Pues lo mismo que casi todos. Que Gerard ha sido un idiota, un capullo de primera categoría.
-Pero…
-Pero también cree que Cesc le gusta de verdad.
-¿Sabes? Estas Navidades hablé con él -le explicó mientras empezaban a bajar las escaleras de la boca de metro- Y había algo, no sé. Una sensación, no podría definírtela. Después de que Cesc nos contara lo que había sucedido me llevé una gran decepción, pensé que había sido capaz de captar a ese muchacho cuando le conocimos, pero claro… No lo sé, David, no lo sé. Ese chico me desconcierta.
-No se si te sirve de algo, pero a mí me pasa más o menos lo mismo. Creo que tiene una fachada, un muro construido alrededor de su propio yo, con lo que le iba muy bien todo este tiempo, pero creo que tu sobrino ha sabido hacer un hueco y colarse.
-Entiendo -Carles suspiró-. No sé. Espero que consigas animarle y sobre todo alentarle para que se quede.
-Lo intentaré.
Se despidieron en el cruce que separaba el camino hacia ambos andenes de la misma línea. Silva se detuvo antes de bajar, abrió su mochila y sacó su teléfono.
-¿Ya me echas de menos? -saludó Villa con socarronería.
-Idiota -respondió, apoyándose contra la pared.
-Hay que ver, solo era una pregunta.
-Usualmente cuando se responde al teléfono se dice “hola” o “diga”.
-No soy yo de esos. Y bien ¿ya me echas de menos? -insistió
-No. Y si lo hubiera hecho se me habría pasado al segundo en el que me hiciste esa pregunta.
-Con lo buenín que yo soy -su risa sincera contagió a Silva.
-Anda, no seas bobo. Tengo que pedirte un favor.
-¿Voy a conseguir algo a cambio?
-Depende del resultado.
-Tendré que esforzarme entonces. Cuéntame.
-Necesito que hables con Gerard.
-Espero que esto no termine con los tres en tu cama, o…
-¡David! -chilló poniéndose rojo.
-Era una broma -aclaró-. Hablar con Piqué. ¿De qué?
-Sobre Cesc.
-Ah, no. Paso -dijo.
-Pero es por una buena causa. No me digas que no crees que a Gerard de verdad le guste Cesc.
Villa guardó silencio unos segundos.
-Puede, pero aunque eso fuese verdad. Hacer de celestina es algo que no me gusta.
-Estarías ayudando a un amigo.
-No.
-Por favor. Por fi -dijo con tono infantil.
-Eso no va funcionar.
-¿Seguro?
Villa casi podía verle, con esa sonrisa de pillo, mordiéndose ligeramente la lengua con los colmillos.
-Vas a tener que compensarme. Mucho.
-Lo haré. Lo prometo -respondió.
-Veré lo que puedo hacer.
-Gracias.
-Lo que sea. ¿Nos vemos esta noche?
-Creía que tenías que trabajar hasta tarde.
-Y tengo, pero había pensado acercarme cuando acabase. Si quieres, claro.
-Iba a pasarme la noche estudiando, pero supongo que puedo arreglarlo. Pero sólo porque te vas a portar bien y hablarás con Gerard, ¿de acuerdo?
-Hecho. Te dejo, que mi madre está sola en la tienda y ha entrado más gente.
-Vale. ¿David?
-Sí.
-Sí que te echaba de menos.
-Ya lo sabía.
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Parte ii