Los últimos románticos (6.2/?)

Oct 08, 2010 23:00

Viene de: Parte I

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La luz que había estado utilizando durante toda la tarde empezaba a desaparecer, la noche se cernía sobre Madrid y no tendría mucho más tiempo para seguir con el cuadro. Apenas era un boceto, unas líneas con el carboncillo que habían dejado sus manos negruzcas, pero no había conseguido nada más. Intentaba concentrarse, sacar esa inspiración que necesitaba para darle el enfoque que el retrato necesitaba, pero cuanto más tiempo pasaba mirando a Carlos, más y más anhelaba lo que no podía tener. Llegaba al punto de ofuscarse de tal manera que ni siquiera era capaz de trazar las líneas generales de su trabajo. Dejó el lápiz sobre la mesa que había acercado junto al caballete y metió las manos entre las piernas, inclinándose ligeramente para tener un mejor punto de vista. Carlos tecleaba afanosamente sobre su maquina de escribir, ese sonido se había convertido en la banda sonora de las dos tardes que había pasado allí sentado. Al principio le había resultado un tanto molesto y incluso llegó a temer que se le levantara un serio dolor de cabeza, pero con el paso del tiempo consiguió hacerse a él, y convertirlo en una parte más de esa imagen que deseaba inmortalizar.

Observó como Carlos alzaba la mano mecánicamente y levantaba la taza de café para darle un trago. Tenía que estar helado, puesto que él mismo lo había preparado hacía un par de horas, junto al suyo que había dejado olvidado hacía ya un buen rato. Pero el profesor de historia no parecía encontrarlo tan malo puesto que incluso había llegado a relamerse los labios lentamente.

Juan estuvo a punto de suspirar, pero lo he evito llevándose una mano a la boca. Se sentía tan idiota, tan sumamente pequeño a su lado porque no era nada para Carlos, porque le veía como un pequeño estudiante al que podía ayudar y él, él necesitaba tantas cosas. Deseaba tener la determinación de su primo, plantarse delante del escritorio y llamar su atención decirle todo aquello que llevaba semanas imaginando en la soledad de su habitación, acurrucado entre las sabanas. Como sueños vívidos. Pero sabía que jamás reuniría el valor suficiente y esa oportunidad tan valiosa que Xabi le había servido en bandeja iba a ser desperdiciada. Cuando enfocó de nuevo la vista, Carlos le sonreía, se había quitado las gafas y mordisqueaba casualmente una de sus patillas.

-¿Bien? -preguntó el profesor.

-Sí, creo que por hoy hemos terminado -dijo sumamente nervioso, temía que como el primer día pidiese ver sus avances y una segunda vez no sería nada factible hacerle creer que lo tenía todo en su cabeza, recogió la sabana que había traído de casa y cubrió el lienzo con ella-, has avanzado mucho hoy, -comentó, refiriéndose a la cantidad de tiempo que le había visto dedicarse a su novela.

-Probablemente en cuanto lo relea elimine el noventa por cierto. Es lo que suele pasar la mitad de las veces -respondió poniéndose en pie.

-Puede que esta vez no, ¿quién sabe?

Carlos echó una ojeada al caballete.

-Aún no -dijo rápidamente-, no hasta que esté terminado.

-Bueno, supongo que mi curiosidad tampoco se verá recompensada hoy -Juan empezó a recoger el resto del material mientras que Carlos se apoyaba contra el sofá cercano -¿Cómo está tu primo? Hace varios días que no le veo.

-Bien… bueno eso creo. Nosotros tampoco le vemos mucho.

-¿Y eso?

-Mmmm, creo que se ha echado novio, bueno el dice que es sólo un amigo pero por la cara que pone siempre que suena el teléfono, yo no diría eso.

-Juventud, divino tesoro. Pero bueno, es el momento, es cuando debéis aprovechar vuestro tiempo -Carlos se acercó a él y puso una mano sobre su hombro -Y ¿tú?

-¿Yo?

-Sí, ¿no hay alguien especial?

Juan tragó lentamente apartando la mirada rápidamente. ¿Si había alguien especial? Claro que sí. La persona más especial de todas, la primera en la que pensaba cada mañana al despertarse esa que poblaba la mayor parte de sus pensamientos. Esa persona que hacía que el corazón le palpitase desbocado, que conseguía que hubiera mariposas en su estomago cada vez que le miraba. Esa persona de la que se había enamorado casi a primera vista.

-No… nadie -murmuró separándose de repente-. Me voy por si mi tita necesita ayuda.

-¿Cuándo vas a volver?

-No sé, cuando te venga bien.

-¿Y tus clases?

-Si claro, cuando no tenga, y eso…

-Bueno, avísame cuando te venga bien, me dejaré algunos trabajos para corregir. Me relaja tenerte por aquí.

-Es fácil trabajar contigo, eres un bueno modelo.

-¿Por qué hablo poco y me muevo menos?

-En realidad es por tu estructura ósea, tu mandíbula y tu rostro sereno. Podrías pasar perfectamente por un noble del siglo XVIII, serías uno de los modelos más usados por los pintores neoclásicos.

-Vaya… ya sabía yo que había nacido en la época equivocada -bromeó.

-Bueno, creo que yo también…-susurró.

-¿Qué?

-Nada. Nos vemos.

Juan le sonrió con timidez y se echó la mochila a la espalda. Después simplemente caminó hacia la entrada y dejó a Carlos sólo en el ático. Él volvió sobre sus pasos y se sentó frente a la Olivetti. Sacó el folio para releer lo que había escrito.

“Pegó la espalda contra la pared de la trinchera, sobre su cabeza podía escuchar el silbido de las balas que buscaban un destino humano, carne fresca que desgarrar. Apoyó el fusil contra su pecho y esperó a que el fragor de la batalla terminase. A su alrededor estaban los cuerpos sin vida de varios de sus compañeros, aquellos que habían viajado como él desde los pueblos costeros dispuestos a luchar por sus ideales, por su país. Él era el más joven, aquel al que todos habían acogido bajo su tutela y habían intentado salvar a toda costa. Y lo habían conseguido dando su vida por ello, por eso no podía dejarse matar. Tenía que salir de aquella trinchera, tenía que luchar por llegar a resguardo y volver a su casa. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón donde tenía las cartas que había escrito a su madre, también estaban las que Esteban le había dado para que entregase a su hermana, y las que Alfonso quería que diera a su mujer. Esas las había escrito la noche anterior.

-Más te vale terminar eso pronto, la vela tiene que durarnos un par de días más -se quejó Alfonso al ver como se afanaba en escribir unas letras a su madre.

-No seas así-le defendió Esteban-el pobre crío necesita estás cosas.

Él sonrío. No termino la carta, pensaba hacerlo la mañana siguiente. Pero las tropas enemigas se habían acercado demasiado a su posición y habían empezado a cernirse sobre ellos. Esteban fue el primero en caer, a primera hora de la mañana. Más tarde lo haría Alfonso. Había caído a su lado, y él le había acompañado hasta el momento final.

-Tienes ojos de bueno, tan azules y serenos -le dijo mientras él se afanaba en taponar la herida- tienes que hacerme una promesa.

-Venga no seas así, van a venir pronto a por nosotros.

-No, por favor. Házmela.

-Claro, lo que sea.

-Sal de aquí con vida. Entrega mis cartas y las de Esteban. Por favor.

-Yo…

-Por mis hijos Juanín, hazlo por mis hijos. “

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Fernando llegaba tarde. Había habido una crisis en el pasillo de los huevos, después de que un conductor imprudente a manos de un carrito de la compra se estrellara contra el lineal, haciendo un plato de huevos revueltos en el suelo. Aunque era casi el final de su turno y no entraba en la descripción de su trabajo, se había pasado veinte minutos recogiendo aquél moco naranja.

Odiaba su trabajo. Lo odiaba sobre todas las cosas.

Sergio ya estaba esperándole dentro, sentado en uno de los sillones.

-Traes cara de mala hostia -le dijo a modo de saludo.

-Ugh, no me hagas hablar. Podría matar a alguien.

-¿Qué pasa, Fernando? -le saludó su peluquero, dándole una palmada en la espalda-. ¿Qué vamos a hacerte hoy?

Él se miró en el espejo frente al sillón en el que estaba Sergio, y antes de pensarlo mucho dijo:

-Cortar. Muy corto. Y fuera las mechas.

Ramos se llevó la mano a la boca, alarmado.

-Niño, ¿estás bien?

-Sí, ¿por qué no voy a estarlo?

-Cuanto más oscuro tienes el pelo, peor estás anímicamente.

-¿Quién ha dicho esa gilipollez?

-Lo sabe todo el mundo. Fíjate en Britney Spears.

Fernando rodó los ojos.

-Yo no soy Britney, y si me pongo el pelo más rubio pareceré Guti. Otra vez. Y nadie quiere eso.

-¿De verdad te lo tienes que cortar?

-Es pelo, Sergio. Crece de nuevo. No es como si me cortara un brazo.

-Si yo tuviera tu pelo…

-Ya lo sé -le interrumpió-. Va, antes de que cambie de opinión -le dijo al peluquero, tomando asiento.

Le colocó la capa aquella para cortarle el pelo y sacó las tijeras.

-¿Estás seguro de esto? Porque no quiero que vengas a denunciarme luego. Sois mis mejores clientes.

-Segurísimo.

-Bien. ¿Qué idea tienes?

Fernando se lo explicó mientras una chica le retocaba el color a Sergio, que no se perdía detalle de su explicación.

-¿Y si me lo corto ya también?

-No -dijo Torres tajantemente.

-Ah, tú puedes pero yo no.

-Tú no tienes el pelo corto desde los catorce años. No digas gilipolleces. ¿Has acabado con el Marca?

-Por muchas veces que leas la noticia, no vas a haber dejado de palmar contra el Sevilla.

-Eso es, regodéate.

Las tijeras comenzaron a trabajar sobre el pelo de Fernando, haciendo que los mechones rubios cayeran hasta el suelo en una cascada ininterrumpida.

Le dolía como si fuera una parte viva de él, pero tenía que hacerlo. Cambiar su imagen siempre había sido el primer paso a la hora de dar un cambio a su vida. En esa ocasión no sabía cuál tenía que ser el siguiente, pero estaba convencido de que algo tenía que cambiar.

El proceso fue largo y difícil, y cada vez que se miraba al espejo se sorprendía de la imagen que éste reflejaba. Pero no era algo malo, volvía a ver en él a ese chico que acababa de empezar el instituto, que todavía soñaba.

Hacía un rato que Sergio había terminado cuando acabaron de peinar a Fernando. El ruido del secador cesó tras unos minutos, pues tampoco había mucho pelo que secar.

-Bueno, ¿qué? -preguntó Torres, girando el sillón hacia su amigo mientras el peluquero le daba los últimos retoques al amago de cresta que le había hecho.

Sergio ladeó la cabeza, mirándole inquisitivamente

-Parece mentira -resolvió al fin-, pero aún tienes más cara de niño que antes.

-Gilipollas.

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Sorprendentemente, Álvaro y Raúl estaban mejor de lo que habían estado en mucho tiempo. Claro que lo que había estado a punto de pasar planeaba sobre sus cabezas constantemente, pero no les preocupaba. Habían alcanzado una especie de equilibro. Los dos sabían lo que sentía el otro, los dos sabían que en algún momento iba a pasar, pero no parecían tener prisa. Llevaban más de diez años esperando, una semana no era nada para ellos.

Álvaro dice: tengo 1 mierda d trabajo q acabar
Raúl dice: xD y yo k?
Álvaro dice: tu ni vas a clase cabrón
Raúl dice: si no m molesto en ir a clase xq voy a ir a fuenla?
Álvaro dice: xa verme
Raúl dice: 1 - mi tv es mas grande.
2 - no hay nadie en casa.
en tu casa estan tus hermanos dando x culo todo el rato
Álvaro dice: vamos a ver glee
no la puta lista de schindler
Raúl dice: 1sec
telf.
Álvaro dice: qien coño te llama?
Raúl dice:stfu
Álvaro dice: no estas hablando x telf?
Raúl dice: mi madre
gilipollas
Álvaro dice: LOL manda saludos d mi parte
Raúl dice: ok
dice k ahi te peten.
Álvaro dice: tu madre me odia xo no tanto
cuelga ya coño
stamos teniendo una conv importante
Raúl dice: si la hostia de importante
en tu casa o en la mia?
y t recuerdo k yo stoy solo, q silvi tiene una *****cita*****

Arbeloa esperó un momento, aprovechando para mirar su Twitter mientras él terminaba de hablar por teléfono. La verdad era que, aunque no le apetecía tener que salir de casa y subir hasta Madrid, quería verle. No habían estado solos desde el incómodo momento en el que Raúl volvió a casa después de haberse marchado sigilosamente por la mañana. Consiguieron reírse de ello, de lo estúpida que era toda la situación. Se había llevado sus zapatillas al tratar de huir, haciendo su encuentro inevitable. Álvaro bromeó diciendo que lo había hecho a propósito, y eso relajó el ambiente. No tuvieron que hablar de lo que había pasado o lo que iba a pasar. O de si iba a pasar, siquiera.

Álvaro dice: sigues ablando con tu madre?
Raúl dice: blabla tu futuro blabla soy una pija y siempre tengo cara de k todo huele mal
Álvaro dice: jajajjjaj
q t cuenta?
Raúl dice: k si la vecina ya a acabado derecho
m la pela!
Álvaro dice: …
Raúl dice: yasta
ya se ha cabreado
Álvaro dice: entonces t vienes?
Raúl dice: coge el puto coche y ven tu
tardas 20 minutos
Álvaro dice: ffffff
Raúl dice: y trae los dvd que te dejé o te abro la cabeza
Álvaro se ha desconectado

Albiol echó un vistazo a su alrededor. Calculaba que tenía media hora, más o menos, para prepararlo todo antes de que llegara. Su cuarto estaba medianamente recogido, el salón también, tenía cocacola, dinero para pedir comida china y el capítulo de Glee descargado.

Estaba nervioso, qué tontería.

Puede que fuera demasiado optimista sacar los condones para tenerlos a mano, pero al fin y al cabo esa era la razón primordial por la que quedaban. Los dos lo sabían, era algo inevitable. Iban a estar solos probablemente hasta la noche, y después de lo que pasó lo más recomendable era no pensar mucho en ello. Hacerlo. Quitarse esa tensión de en medio.

Simplemente iba a sacarlos del armario del baño, para que no les cortara el rollo en caso de que… Pero cuando fue a buscarlos se dio cuenta de que el maratón que se había pegado David esa semana había diezmado las reservas, y lo único que quedaba era una caja vacía.

-Cago en su madre… -masculló-. Luego dice que apunte en la lista cuando termino algo, pero no veo que en la puta lista haya apuntado los condones. Coño.

Lo lógico era salir a comprar. Puede que no se diera la ocasión de usarlos, pero si se daba… Estaba harto de quedarse siempre a medias por una razón o por otra. Si había un momento, era ese.

Se puso una chaqueta y unas deportivas y salió a la desapacible tarde madrileña. Hacía frío y lloviznaba, y el aire tenía un aspecto plomizo un poco deprimente. Había una farmacia justo frente a su portal, pero siempre le había hecho sentir ridículo comprar preservativos en la farmacia. De todas maneras, el supermercado no estaba lejos de allí, y así podía aprovechar para comprar otras cosas.

Fue directo hacia la zona de los chocolates y los bombones, sintiéndose como un adolescente nervioso, mirando por encima del hombro para asegurarse de que nadie le prestaba demasiada atención. Encontró los preferidos de Álvaro, los que sabía que le gustaba comer después de hacerlo, unas repugnantes trufas de chocolate blanco y ron. Precisamente de ahí le venía el mote. Algunos se fumaban un cigarrito, otros comían trufas. Cada loco con su tema.

Al ir a pagar cogió una caja de condones, como quien no quería la cosa, tratando de parecer muy natural, aunque notaba los colores subiéndole por las mejillas.

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En el tiempo que pasó desde que volvió a casa hasta que Álvaro llamó a la puerta había pasado de estar nervioso a estar histérico. Le sudaban las manos y tenía un molesto tic en la pierna, por no hablar de que había vuelto a morderse las uñas, algo que no hacía desde el último año de instituto. Él entró por la puerta como si tal cosa, le puso en la mano una bolsa llena de DVDs y le dio una colleja cariñosa según pasaba hacia el salón.

-He pensado que necesitaríamos algo un poco masculinizante después de Glee, así que he traído Robocop.

-¿No había nada más viejuno?

-Cierra esa boca de blasfemo que tienes, no te metas con Robocop -le espetó, fingiéndose ofendido-. Luego te deleitaré con Desafío total y Starship Troopers. Festival de Paul Verhoeven. Es el mismo tío que hizo Showgirls -le informó, moviendo las cejas.

-Ya. Vale. ¿Piensas pasarte aquí todo el día, entonces?

-Macho, no me he cogido el coche con la mierda de día que hace para ver una serie de unos niñatos cantando -replicó, metiéndose a la cocina.

-Vale, vale.

-Más te vale tener el capítulo bajado.

-Ya está conectado a la tele, joder, sólo falta que vengas.

-Voy -repuso, buscando algo comestible en los armarios-. Además, ¿no dices que David no está?

-Sí. Ha quedado con su novio, o lo que sea.

-Entonces tenemos la casa para nosotros solos.

-Sí, para ver pelis malas de ciencia ficción -musitó-. Vaya fiesta.

-¿Qué? -preguntó Álvaro, asomando la cabeza por la puerta.

-Nada. Tráeme una coca-cola, ya que estás.

Álvaro abrió la puerta del frigorífico y cogió una lata. Tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que lo que veía no era un espejismo o una mala jugada de sus ojos. Había una caja de trufas nuevecita. Y no cualquiera, trufas blancas de las que Raúl sabía que comía. Y sabía cuándo las comía.

-Oye… ¿Has hablado con la chavala esa…?

-¿Con quién?

-La de la otra noche. Ana.

-¿A qué viene eso?

Raúl odiaba las trufas de chocolate blanco. Las odiaba con ardor. De hecho, había llegado a decir que eran el invento más repulsivo desde la Nocilla blanca. Lo cierto era que el sabor no era tan distinto, pastoso y dulce y artificial. Sólo había una razón para que estuvieran allí.

-Sólo… ¿Sigues hablando con ella?

-Ni siquiera me dio su teléfono -contestó él, algo confuso-. ¿Por?

-No, nada. Curiosidad.

-Pues puedes estar tranquilo.

-Estoy tranquilísimo -mintió. Iba a pasar. Iba a pasar esa tarde, en algún momento entre una horrible versión de Tears For Fears y los sesos de un alienígena salpicando la pantalla del televisor, iba a tirarse a su mejor amigo. Entonces se dio cuenta de todas las pistas que había pasado por alto. La mesa de centro del salón, que normalmente estaba llena de papeles y bolsas vacías de Doritos, estaba irreconociblemente ordenada. La funda del sofá no tenía ni una arruga, y Raúl llevaba ropa decente, no solo el cochambroso chándal se usaba cuando ni siquiera pretendía salir de casa. Todo estaba pensado.

Claro que estaba preparado para que sucediera, pero no para que lo hiciera tan pronto. Sólo había pasado una semana, ni siquiera había podido hacerse a la idea. Álvaro necesitaba tiempo para asimilar las cosas, y no lo había tenido. Ni siquiera había querido pensar en ello.

-Venga, coño. ¿Qué haces?

-Voy, voy, ve dándole al play -contestó, antes de armarse de valor, respirar hondo un par de veces y atreverse a salir al salón.

Soportaron la primera mitad del capítulo a duras penas. Cada vez que se revolvían en el sofá se rozaban, y sus cuerpos se tensaban como cuerdas de violín. Albiol se mordía la uña del pulgar, sentado sobre sus piernas cruzadas. Álvaro las había subido a la mesa y repiqueteaba con los dedos en el reposabrazos. “Si va a pasar, que pase ya” pensaba Raúl. En la mente de Álvaro las cosas no sonaban muy distintas, pero ninguno de los dos se movía para dar un paso.

Arbeloa le miró nerviosamente de soslayo, y descubrió que él hacía lo mismo y disimulando casi tan mal. La situación era absurda, y no pudo evitar reírse. Sin más preámbulos se acercó a él y le besó. Fue tenso y rígido, y ninguno de los dos sabía si realmente era así como tenía que funcionar. Los brazos caían muertos a los lados del cuerpo, porque no sabían si era el momento de comenzar a tocar; los labios se movían mecánicamente, demasiado inseguros para ser apasionados. No había ni rastro de lo que tuvieron esa noche, que era descontrolado y torpe pero al menos les hacía sentir algo. Había habido pasión y rabia y ganas de morder, lamer y tocar. Y eso que estaban teniendo… era un beso de mierda, uno de los que se dan cuando se juega por primera vez a la botella, demasiado preocupado por hacerlo bien para hacerlo bien. Y aunque los dos lo sabían, no eran capaces de ponerle solución.

“En algún momento se pondrá interesante, cuando deje de estar nervioso. Sólo tengo que poner aquí la mano…” pensaba Álvaro, mientras la colocaba sobre el pecho de Raúl. Él respondió tomándole de la cintura, pero su mano no era lo suficientemente sólida como para fingir pasión ni tan ligera como para parecer una caricia sutil. Le empujó hasta dejarle tumbado en el sofá, y él se colocó encima con cuidado.

-Ay, espera. Me estoy jodiendo la espalda -se quejó, removiéndose incómodo bajo él-. Me estás clavando el codo en la tripa.

-Perdona -replicó Álvaro, recolocándose-. ¿Así?

Volvieron a besarse, tratando de rescatar algo de la fogosidad de la otra noche. ¿Había sido el alcohol el que lo había hecho todo más fácil? Puede que les estuviera fallando algo. Entonces les habían faltado manos para alcanzar todos los rincones de piel que querían acariciar, y ahora les estaban sobrando extremidades, porque no sabían qué hacer con ellas. No hacían más que estorbar, quedándose atrapadas bajo el peso de un cuerpo, retorciéndose de manera antinatural o simplemente ocupando sitio como si estuvieran muertos.

Álvaro decidió que era el momento de acelerar las cosas, y coló una mano entre sus cuerpos, serpenteando bajo la camiseta de Raúl. Su piel estaba tibia y se estremecía al contacto con sus dedos, aunque él no parecía reaccionar. Se aventuró bajo la cintura de sus vaqueros, amenazando con desabrochar el botón. Entonces pareció captar las señales y él también metió las manos bajo la sudadera de Álvaro, haciendo amago de quitársela. Agarró los bajos, junto con los de la camiseta que llevaba dentro, y tiró de ellos hacia arriba, dejando al descubierto su espalda. La capucha de la sudadera se enredó cuando trataba de sacársela por la cabeza, y Arbeloa tuvo que pelearse con ella para liberar sus brazos.

-Au, au, me estás aplastando.

-Espera -dijo, quitándose la ropa por fin y tirándola al suelo-. Ya está. Ahora tú.

-¿Yo qué?

-La camiseta.

-Ah. Uhm -musitó, tratando de meter sus brazos entre los dos-… A ver.

Álvaro acabó sentado sobre su regazo, con una pierna apoyada en el suelo. Le costaba mirar a Raúl directamente a los ojos. Cuando lo hacía se ponía más nervioso, y empezaba a reconsiderar que eso fuera una buena idea. Le ayudó a levantarse la camiseta, y él le abrió el botón de los pantalones, deslizándolos por sus caderas.

-¿Lo vamos a hacer aquí, en el sofá? -preguntó Raúl tentativamente.

-No sé. ¿Quieres que vayamos a tu cama?

-No, como quieras.

-A mí me da lo mismo -replicó Álvaro-. Toma una decisión por una vez en tu vida.

-Si te digo que me da igual es que me da igual, joder.

-¿Quieres hacerlo? Porque parece que no quieres.

-Sí que quiero, pero no así.

-¿Así cómo?

-Así de mal. El otro día no fue tan raro.

Álvaro suspiró, pasándose las manos por el pelo. Estaba siendo definitivamente raro. No podía dejar de pensar que era Raúl, el Chori, su mejor amigo desde que el mundo era mundo, y que estar allí, sobre él y tratando de quitarle la ropa no era normal. No era natural, más bien. Claro que le quería, eso era algo que ni siquiera necesitaba preguntarse, pero no sabía si le gustaba de esa manera. Tenía que reconocer que había pensado en él algunas veces, en la cama antes de dormir o en la ducha por las mañanas, pero con la cantidad de pajas que se hacía eso no tenía ni mérito.

-No sé, estaba demasiado borracho para acordarme -contestó al fin.

-Pues estuvo bien.

-De eso me acuerdo -reconoció rápidamente-. Pero a lo mejor fue el alcohol. A lo mejor lo nuestro no es algo sexual.

-¿Y qué es?

-No sé, ¿amor platónico?

-Eso es como ser novios pero sin follar. No suena muy divertido.

-Ya, no sé…

Los dos se miraron un momento.

-¿Y qué hacemos ahora? -preguntó Albiol.

-¿Jugamos a la Play?

No era eso a lo que se refería, pero jugar a la Play sonaba bien. Álvaro se levantó, volviendo a subirse los pantalones y buscando su camiseta en el suelo, mientras Raúl hacía lo mismo. Puede que no fuera muy listo, pero aprendía de la experiencia. Si la primera vez no parecía buena idea podía dejarlo pasar como algo puntual, pero si tampoco la segunda funcionaba… Puede que Álvaro tuviera razón y sólo fuera un amor platónico.

-Lo siento -dijo.

-¿El qué? -preguntó Álvaro.

-Que esto no funcione. Sonaba bien, ¿sabes? Tú y yo juntos.

-A veces pasa. Los bocadillos de lentejas también suenan bien, pero son imposibles.

Raúl asintió con la cabeza. Lo comprendía perfectamente.

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Silva se removió en el asiento del copilo, apoyó el codo contra la ventanilla y la cabeza contra su mano. No quería mirarle porque sentía la desesperación apoderándose de él, incluso notaba como sus músculos iban tensándose poco a poco. Y estaba seguro que cuando Vila se diera cuenta y de sus labios brotaría un ¿qué?, le sería imposible no espetarle un te lo dije; y no es que se conocieran de toda la vida, pero era bastante consciente de que su respuesta desencadenaría una tormenta.

Le observó entonces de reojo. Tenía ambas manos en el volante, los hombros hacia delante y todo el cuerpo rígido, los labios formaban una fina línea, y los ojos estaban fijos en la carretera. No iban a más de veinte por hora, buscaban un sitio donde aparcar pero llevaban así más de quince minutos y no habían conseguido nada.

La idea había sido de Villa, pasarse con el coche a buscarle después de las clases. Había intentado explicarle que si, como en los últimos días, acabarían en su piso aquello era una tontería. David sabía lo difícil que era aparar por la zona pero Villa había protestado e insistido con tanta vehemencia que simplemente no le quedó más remedio que claudicar. Por eso estaban ahí, dando vueltas cuando podrían haber llegado a casa hacía un buen rato y aprovechar el tiempo para otras cosas.

A Silva aquella situación, además de empezar a crisparle los nervios, le suponía tiempo, tiempo con Villa, en el que no se ponían en juego besos húmedos, pieles sudorosas y el rechinar de los muelles de su cama. Eso no era bueno, al menos tal y como él lo entendía. En esos momentos podía caer en la cuenta de que siete días, de los siete que habían pasado desde que se acostaron la primera vez, habían estado viéndose. Si bien era cierto que la mayor parte del tiempo que pasaban juntos lo pasaban sobre el colchón de la habitación de Silva, alguna vez en el coche de Villa, pero sólo porque no el asturiano no había podido tener las manos quietas. Eso no quitaba que esas horas fueran horas que él había estado desaprovechando, quizás esa no era la expresión exacta, porque si que las aprovechaban. ¡Y de qué manera! No había un momento con Villa que fuese una pérdida de tiempo y lo disfrutaba, se liberaba de todas y cada una de las maneras posibles y durante esos instantes era feliz, dejaba de lado todas las cosas que le atormentaban que hacían que temiese por su futuro, simplemente se dejaba mimar, adorar, puede que incluso hasta querer.

Pero en momentos como ese cuando estaban juntos y no pasaba nada podía darse cuenta de que por muy bien que las cosas estuvieran yendo esa semana, por mucho que Villa se afanaba en ir colándose en su vida, en ganarse poco a poco su confianza, no podía dejar de pensar que todo aquello no iba a llevarles a ningún lado, que esos maravillosos días eran un espejismo, algo puntual, ese soplo de aire fresco que puede que necesitara, pero que no podía convertirse en algo permanente. ¿Por qué? Podía enumerar muchas razones, pero las que más recurrentes eran dos. Su meta profesional estaba muy por encima de cualquier cosa en su vida Quería ser el mejor neurocirujano, algo que no se lograba de la nada, necesitaba constancia, esfuerzo y mucho sacrificio. La otra era algo más común, algo que muchas parejas podían achacar para no convertirse en eso, en parejas. Eran tan diferentes, pertenecían a mundos tan diferentes. Villa era extrovertido, seguro de sí mismo, alguien lleno de energía dispuesto a todo por todos. Ese amigo que todos quieren tener, porque saben que nunca va a fallar. Y él, era demasiado tímido, introvertido y desconfiado por naturaleza. Le costaba abrirse, entregarse a cualquier persona que no hubiese superado una serie de meticulosas ideas y parámetros. Villa era fuerte, sincero y mundano. Él, más allá de su tamaño, se sentía pequeño, diminuto ante todos, y le parecía que siempre tenía que dar el doscientos por cien para poder conseguir lo que a otros les caía del cielo. Sabía que Villa era un luchador, que estaba dispuesto a conseguir sus metas, pero también que podría dejarlo de lado por alguien. Y él se veía incapaz de hacer algo así.

A veces, si tenía tiempo para pensar, junto a Villa se sentía despreciable.

-Cojones… ya era hora.

Giro la cabeza y le vio mover las manos sobre el volante. Un Megane dejaba libre una plaza en su misma calle. No tardó demasiado en estacionar el coche, apagó el motor y se quitó el cinturón, después le miró.

-Vale, tenías razón.

Silva sonrió.

-La próxima vez, te haré caso -llevó la mano hasta el cinturón de seguridad de David y lo desabrochó también, se inclinó sobre él y le beso-, pero no te acostumbres. A mí me gusta tener la razón.

-Aunque parezca mentira, creo que ya me había dado cuenta.

Vila rió sobre sus labios, alzó la mano pasándola por encima de sus hombros y le pegó a su cuerpo. No le hizo falta más que el primer contacto con la lengua de Silva para encenderse, convirtió el beso en una batalla personal, mientras que la otra mano se metía debajo del jersey y la camiseta, acariciando su estomago.

-Mierda -gruñó- me estoy clavando la puta palanca. -Silva rió de nuevo apoyando las manos en su pecho.

-Estamos al lado de casa.

-¿Me estás invitando a subir?

-Cómo si hiciera falta.

Salieron del coche, Villa le dejó un par de pasos de ventaja, observándole echarse la mochila a la espalda. Parecía un niño recién salido de la escuela. Frunció el ceño. No le gustaba esa tendencia que Silva tenía a ser adorable, demasiado adorable. Le hacía pensar en cosas, cosas demasiado importantes, demasiado fuertes como para que pasasen por su cabeza tan pronto. Sacudió la cabeza como para sacarse esas ideas y en dos grandes zancadas se plantó a su lado. Silva le sonrió mordiéndose el labio. “No, no” pensó. Y en un movimiento brusco le tomó de la nuca y le pegó de nuevo contra sus labios, haciéndole daño. Le besó brusco y necesitado. Le besó fuerte y agobiado.

-¿Qué?

-Vamos a follar. Ya -gruñó empujándole contra la puerta de su edificio.

-Si, ya bueno… sabía que esa era la idea pero…

-Si quieres me pongo a decirte todas y cada una de las formas de las que quiero hacerlo -Silva tragó saliva- si quieres te relato detalladamente todas las cosas que quiero hacerte. Pero yo soy más de acción que de palabras.

Se miraron un instante antes de que se diera la vuelta para abrir, una vez dentro Silva se detuvo provocando que Villa le mirase sorprendido, tenía una expresión confusa y quería decirle algo, quería decirle lo mucho que necesitaba eso, lo que sólo Villa le daba. Abrió la boca y se quedó sin palabras, sabía que iba a preguntar lo que ocurría pero también que no podría decírselo. Nunca. Así que alargó los brazos, pasándolos por su cuello mirándole embelesado. Después acercó sus bocas, sus labios hicieron la más mínima de la presiones.

-Espero que tengas tiempo y energías para probar todo eso que estaba insinuando ahí fuera.

Villa rodeó su cintura y le apretó contra él. Dejó que fuera Silva el que le besara demasiado lento para su gusto, hasta que no pudo soportarlo, se hizo el dueño del beso y le empotró contra el ascensor. Se ocupaba de besarle, tocarle mientras que presionaba incesantemente el botón del ascensor. Entraron en él trastabillando, con las manos del asturiano intentando abarcar cada rincón de David, y con las manos de éste acariciándole la nuca y la cabeza mientras seguían besándose.

Nada más entrar en el piso dejaron caer la mochila de Silva y las primeras prendas de ropa. Villa le empotró contra la pared elevándole ligeramente, él pasó sus piernas envolviendo su cintura. Estuvieron besándose hasta que casi les dolieron los labios.

-¡Irse a un hotel!

Los gritos provenían desde el salón, Silva puso las manos sobre los hombros de David y les separó. A este no le gustó demasiado el movimiento, porque volvió a lanzarse por sus labios.

-Para… -susurró- No estamos solos.

-¡Ya era hora que os dierais cuenta! -Silva reconoció entonces la voz de Arbeloa.

-Joder… -gruñó Villa dejando que aplastar a David contra la pared, recogió el jersey y la camiseta que le había quitado y se las tendió, empezó entonces a abrocharse la camisa mientras veía como Silva caminaba hacia el salón.

-Hola.

En el sofá estaban Raúl y su inseparable Álvaro. No pudo pasar por alto el hecho de que estaban sentados uno a cada extremo, con los brazos tensos tomando los mandos inalámbricos de la consola. Normalmente ocupaban una plaza y media, se ponía tan juntos que terminaban dándose codazos mientras jugaban. Esa era una parte de la gracia del pasarse horas frente a la consola, o eso le había explicado su compañero de piso. “Picar al trufas es lo más divertido” había sido su frase exacta, y él les había visto pelearse por un golpe bajo que había impedido un gol del Madrid cuando jugaban contra el Valencia.

-Hola -Villa apareció detrás de él, metiéndose la camisa por los pantalones.

-¡Hey! -dijeron al unísono.

-¿No ibais a no sé dónde? -preguntó Albiol.

-Eh, no… -respondió.

-¿Cómo qué no? Esta mañana cuando te ibas te pregunté, ¿vas a llegar cuando siempre?

-Sí, y te dije que no.

-Ves -sentenció sonriendo a Álvaro. Se había dado cuenta de que su amigo había puesto mala cara cuando David había negado la afirmación de Raúl.

-Te dije “No, llegaré un poco más tarde”. Pero te metiste en el baño.

-Bueno, pero dijiste no. Que después hubiese una continuación es algo que no importa.

-Cuando es lo principal de la idea, como que sí -protestó Álvaro.

-Pfff… no me vengas con pijadas.

-¿Pijadas? ¿Entender algo completamente al revés es una pijada?

-Oye -le susurró Villa a Silva- parece que hay pelea conyugal, ¿nos vamos a tu cuarto?

Silva asintió. Entonces se dieron la vuelta y pusieron rumbo a su habitación.

-No lo entendí al revés, pero tenía que cerrar la puerta. No iba a enseñarle la chorra al Pony.

-Como si no te la hubiera visto antes.

-¿Tanto te molesta?

-A quién le enseñes la polla no es de mi incumbencia.

-Lo tendré en cuenta -replicó.

-Me parece bien.

-Pues vale.

-Bien -le espetó.

Se creó entre ellos de nuevo ese clima de tensión que se había instaurado después de su intento fallido por llegar más allá de lo que lo habían hecho la otra noche, Raúl tenía la mirada fija en la pantalla de televisión que mostraba el juego en pausa. Alvaro había agachado la cabeza y observaba con atención el tomate que su calcetín de Mazinger Z. Eran sus favoritos, Raúl se los había traído de un viaje hacía unos años y, aunque estaban hechos un desastre, no podía dejar de usarlos.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Álvaro, alarmándose ante los sonidos que empezaban a salir de la habitación de David.

-¿De verdad tengo que explicártelo?

-¿Qué? O sea… ¡cojones!

-Tengo tapones en la habitación.

-¿Tapones?

-Llevan una puta semana así, o me compraba unos o me terminaba suicidando.

-Macho… -Arbeloa le miró entonces, se acercó hasta colocarse en el lugar en el que siempre se sentaba, le dio un ligero codazo y sonrió. -Venga tira, que te voy a dejar ganar.

fic: los últimos románticos

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