Los últimos romántios (5/?)

Oct 01, 2010 19:34

Viene de: Parte I

V.Parte II

Caminaron los primeros cinco minutos en completo silencio, uno al lado del otro pero sin tocarse. Ni siquiera se miraban. El ambiente empezaba hacerse denso y molesto, por lo que Villa se dio cuenta de que tenía que hacer algo.

-Me alegra que cambiarás de opinión -habló, llamando la atención de David-. Sobre lo de venir -puntualizó.

-Me obligaste.

-Lo dices como si te hubiese apuntado con una pistola. Simplemente te di otra opción.

-Una única opción -le corrigió.

Ambos se rieron, y bajaron el ritmo de su caminata más relajados y dispuesto ahora a, quizás, entablar una conversación más tranquila y amistosa.

-Al menos lo estás pasando bien, ¿no?

-Sí -respondió Silva con sinceridad.

-Aunque a lo mejor preferirías estar con tu amiguito.

-¿Mi…?

-Sí, el chico que te estaba esperando en la plaza.

-Cesc es… es diferente.

-¿Y con eso quieres decir?

-Que es diferente -confirmó, deteniéndose frente a su destino, Villa le observó entrar en la tienda parándose en el exterior unos segundos antes de seguirle un tanto molesto.

-¿Así que es especial para ti? -preguntó poniéndose a su altura, junto a los congeladores.

-¿Te molestaría que lo fuera? -respondió cogiendo la bolsa de hielos y encarándole.

-No mucho, pero creo que a Piqué sí -Villa sonrió, esperando haber jugado bien sus cartas. Silva le observó, mirándole directamente a los ojos pero no le dijo nada más, le esquivó y fue directo a pagar-. ¿Sabes? Tengo la impresión de que esperabas que te dijera otra cosa -le susurró al oído.

-Probablemente te falla el instinto -repuso recogiendo el cambio y saliendo a toda prisa.

-¿Seguro?

Villa le detuvo unos metros más adelante tomándole del antebrazo, haciendo que tuviera que volverse y mirarle directamente. Sus dedos seguían apretando con fuerza mientras esperaba una respuesta, las palabras que no parecían llegar. Silva parecía preocupado como si su mirada pudiese delatarle pero no conseguía apartar la vista, clavada en los ojos oscuros que le miraban con demasiada intensidad. Por su cabeza pasaban cientos de cosas, respuestas lógicas y otras no tanto, replicas que podría darle sin dejar a la luz la verdadera razón por la que se había sentido molesto, porque él lo sabía pero no podía permitirse tal lujo.

-Vamos. Están derritiéndose los hielos.

Villa tuvo que soltarle, dejándole dos o tres pasos de ventaja mientras intentaba aclararse. No había sacado nada en claro, pero sí había sido capaz de notar cierta inseguridad, ciertas dudas que no sabía si podían alentarle o no. Resopló frustrado antes de volver a ponerse a su lado.

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Piqué tenía una mano ocupada con una copa, la otra en el bolsillo de sus vaqueros, la espalda apoyada en una columna y en los ojos su mirada de ‘la tengo enorme’, que era una mirada muy especial que él había acuñado, mezcla entre bestia salvaje y modelo de calzoncillos.

-Y… ¿De qué conoces a David, entonces? -preguntó Cesc después de un silencio embarazosamente largo.

-De hace años. Somos colegas. Los dos hemos estudiado mecánica…

-¿Medicina?

-Mecánica. Es como Medicina pero para coches.

-¿Qué?

-¿Qué? -repitió Gerard.

-Creo que…

-¡Ah! El otro David -dijo, cayendo en la cuenta.

-Sí -contestó Cesc, riéndose nerviosamente.

-A él no le conozco. David es el que le conoce.

-Ah. Vaya. Yo la verdad es que tampoco le conozco mucho. Es que acabo de llegar de Londres, y…

-¿Qué hacías en Londres?

-Vivía allí.

-¿Y hacías algo aparte de vivir? -preguntó socarronamente.

-Estudiaba, y eso -contestó Cesc, un poco incómodo.

-Claro. Yo soy mecánico, ¿te lo he dicho?

-Sí.

-Soy muy bueno con las manos -le informó, mientras sacaba la mano de su bolsillo y la abría. Lo cierto era que era grande y fuerte y muy masculina, como era todo en Gerard.

-Seguro que sí.

-Soy bueno con las herramientas. Las herramientas grandes. Las llaves inglesas me gustan. La llave Allen. El taladro.

Cesc enarcó las cejas.

-Ya veo.

-¿Has pasado la ITV últimamente? Podría echarte un ojo.

-No tengo coche -contestó, dándole un trago a su copa.

Piqué hizo lo mismo, preguntándose si el chico era tonto o sólo se hacía el duro. Le gustaban los que se hacían los duros, pero también los inocentones como él, así que todo estaba saliendo a pedir de boca.

-Lástima. ¿No te interesa hacerte con uno? Sé de alguien que ofrece uno grande, todo terreno. Mucho kilometraje, pero eso no tiene por qué ser malo, ¿no? -sonrió-. Está más rodado, va más fácil. Como la seda.

-Ni siquiera tengo carné de conducir -repuso Cesc-. Lo siento.

-Pues tienes suerte, entonces. Resulta que soy un profesor estupendo.

-Ya. No tengo planeado sacármelo, de momento -dijo.

-Pues tener un buen coche a mano es muy importante. Un coche con potencia, que te pueda sacar de un apuro. Yo soy el primero que piensa que atarte a un mismo coche de por vida es un coñazo, si sabes a lo que me refiero…

-Mira. ¿Gerard, te llamabas? -le cortó-. A lo mejor parezco tonto, pero no lo soy. No tanto. Sé a qué juegas.

-¿Sí?

-No eres muy sutil.

Piqué se rió sonoramente.

-Tampoco lo intento.

-A lo mejor deberías -replicó.

-¿Te molesta que sea tan directo?

-Me parece que te lo tienes muy creído.

-¿Y no tengo razones?

-A lo mejor -contestó, sin disimular su sonrisa-. Pero esa no es la cuestión.

-¿Necesitas que te escriba unos sonetos? Porque puedo hacerlo. No sería la primera vez.

-Estoy seguro de que no. Harías lo que fuera por llevarte a alguien a la cama.

-No hace falta que sea la cama -apuntó como quien no quiere la cosa-. El asiento de atrás de mi coche, los baños de un bar, un ascensor cualquiera… Soy muy polivalente.

-Ya. Mira, tengo que ir a…

-Te equivocas conmigo -le interrumpió, antes de que pudiera ponerle cualquier excusa barata.

-¿En qué?

-No haría lo que fuera por llevarme a alguien a la cama -respondió, volviendo a meter la mano en el bolsillo, fingiendo desinterés-. Pero haría lo que fuera por llevarme a alguien como tú.

-Esa frase es buena -reconoció.

-¿Lo suficientemente buena como para que me des tu número?

-A lo mejor -contestó con media sonrisa-. Pregúntamelo dentro de un par de copas.

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Mientras Torres se quejaba de que su copa estaba demasiado caliente, Sergio intimaba con su rubia, hasta que se fijó en un grupo cercano de jóvenes que recogían sus cosas a toda prisa, dándose cuenta del coche de policía que había aparecido al fondo.

-¡Coño, los munipas! Venga, va, va, va… Hay que ponerse en marcha.

-¡Qué el Pony no ha vuelto! -informó Álvaro.

-No te preocupes -comentó Piqué acercándose junto a Cesc- está en buenas manos -añadió tras reparar en la ausencia de David.

-Con estas buenas manos te voy a dar de hostias como no dejes de hacer el tolai -gruñó Villa apareciendo junto a Silva.

-Es que ni follando te relajas, macho.

Silva frunció el ceño, mirando con intensidad a Piqué, que intentó hacerle caer en su red con una sonrisa picarona, pero sólo consiguió que David le mirase más malhumorado.

-¿Por qué no nos movemos antes de que nos pongan una multa? -preguntó sin dejar de mirar a Gerard.

-Minipunto para el Pony- coincidió Torres-, que como me pillen va a aprobar las oposiciones Rita la cantaora.

Rápidamente se pusieron en marcha, guardando las botellas sin terminar, y tirando todo lo que ya habían consumido a la papelera cercana. Saliendo de la plaza hacia el paseo de la Castellana.

-¿Y para esto me voy yo a comprar hielos? -preguntó Villa después de arrojar la bolsa recién comprada en la papelera.

-Se los podías haber dado a Piqué, para que se le bajara el calentón -se burló Busi.

-Tengo otras maneras -replicó humedeciéndose los labios mientras miraba a Cesc, que le sonrió ya algo borracho.

-Y ¿dónde vamos? -preguntó.

Todos se miraron desconcertados, nadie había propuesto nada y simplemente se habían puesto a caminar. Al final todos los ojos recayeron en Silva.

-¿Yo? ¿Precisamente yo? Por mí me iría a casa, que mañana tengo clase -sentenció, dispuesto a cumplir su palabra, hasta que su mirada se cruzó con la de Villa que le miraba anhelantemente- Yo qué sé…-bufó-. ¿Huertas?

-Mismamente -replicó Albiol agarrándose a la cintura de la chica con la que había pasado la mayor parte de la noche- ¿Ese búho no nos deja en Cibeles?-preguntó, señalando el autobús que estaba llegando a la parada cercana.

Como si fuese la voz de alarma, cuando acabó de hablar todos corrieron en estampida hacia allí entre las risas de algunos y los improperios de otros.

El autobús estaba ya bastante lleno cuando empezaron subirse, y el numeroso grupo que formaban sólo terminó por ocuparlo de todo. Ramos y Torres ocuparon los últimos asientos libres juntos a las dos chicas que estaban intentando ligarse. Raúl le cedió amablemente un hueco a la suya, Ana. Álvaro fue hacia ellos entablando rápidamente conversación con ella, algo que no pareció gustarle del todo a Albiol, pero que prefirió guardarse las malas formas para cuando tuviera un momento a solas con su amigo.

Silva aprovechó su baja estatura para colarse entre algunos pasajeros y apostarse en la zona central, contra la ventana, apoyando los brazos en la barra de seguridad, les dio las espalda al resto de pasajeros y observó el movimiento que la ciudad seguía manteniendo pese a que la noche ya se había cernido sobre ella hacía unas horas.

-¿Te molesto? -Villa llegó hasta él, agarrándose a la barra con la mano izquierda y dejando la derecha peligrosamente cerca de las caderas de David.

-Ciertamente podrías haber escogido otro lugar.

-¿Sabes? Por mucho que estás intentando que me aleje, sólo consigues que vuelva.

-Debe ser tu vena masoquista.

-Probablemente.

El autobús se puso en marcha, dando un tirón antes de coger un ritmo relativamente rápido. El brusco movimiento provocó que Villa perdiera el equilibrio pegándose más aún a Silva. Sus cuerpos encajaron entonces perfectamente. Silva con la cabeza ligeramente hacia atrás apoyada en el pecho del asturiano, y la mano de Villa cerniéndose con fuerza a su cintura.

-Perdona -murmuró sin moverse un ápice, sintiendo como suyo el escalofrío que había recorrido el cuerpo del joven estudiante de medicina.

-¿Puedes…? ¿Podrías…?

Pero Villa no estaba escuchando, y si Silva tenía algún problema con su cercanía no estaba dispuesto a hacerle demasiado caso, y para probarlo movió la cabeza hacia delante, escondiéndola en el cuello de David.

-¿Qué haces? -preguntó nervioso.

No obtuvo la respuesta que pretendía, puesto que no medió ninguna palabra antes de besarle. Justo debajo de la oreja, con los labios ligeramente abiertos, marcándole. Villa se detuvo allí unos segundos, con los ojos cerrados aspirando el aroma que David emanaba, empapándose de él. No estaba muy seguro cuanto tiempo iba a tardar en recibir un empujón, una mala palabra que le privara de esa sensación pero tenía claro que él no sería quien rompiera el contacto.

Contra todo pronostico Silva no protestó, no se removió incomodo ni articulo una frase hiriente; no lo hizo porque simplemente no podía. Se había quedado paralizado, con un mar de sensaciones azotando su pecho, la calidez de esos labios contra su piel, el cosquilleo en su estomago y un ligero malestar porque le había pillado de improviso.

-¿De verdad necesitas que te lo diga? -susurró Villa al fin.

-¿Qué? -dijo con un hilo de voz.

-Si de verdad necesitas que te explique lo que estoy haciendo -acompañó sus palabras moviendo la mano que tenía en su cintura, deslizándola bajo la chaqueta y la camiseta, acariciando la piel que ardía con cada pequeño toque.

-Para.

-¿Por qué? Porque sé que no te desagrada.

-No… yo… -suspiró derrotado cerrando los ojos con fuerza. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no podía pararle? Apartarle como habría con cualquier otro que se hubiera comportado de aquella manera. Él no era así, no con alguien como David-. Por favor, ellos…

-¿Te molestan que nos vean tus amigos? -Silva no respondió pero su cuerpo se tensó-, ¿es por eso? -detuvo las caricias que había seguido haciéndole en el abdomen-, ¿quieres que nos vayamos a otro lado? Tú y yo solos…

-Yo…

El autobús llegó entonces a la glorieta de Cibeles, deteniéndose a un lado del Paseo del Prado, la gente comenzó a moverse con pereza y ellos tuvieron que separarse. Villa no quería alejarse demasiado. Habían conectado, lo sabía. Todo estaba a punto de salir como él esperaba, pero Busi le había cogido por banda y David había aprovechado para adelantarse junto a Álvaro, Raúl y Ana.

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Poco después de empezar a caminar por la calle Huertas, uno de los relaciones de un pub cercano les ofreció chupitos gratis y copas a buen precio, y no hizo falta mucho más para que se dirigieran hacia allí. Una vez dentro el grupo terminó por disgregarse. Silva estuvo la mayor parte del tiempo junto a Álvaro hasta que este, con alguna copa de más encima, decidió que su compañía no era lo que necesitaba. Fue entonces cuando Villa se deshizo de malas maneras de Busi y se encaminó hacia él.

-Hola -le dijo apoyándose también en la pared.

-Hummm… -murmuró dando un trago a la cerveza que sostenía con un par de dedos.

-Sobre… lo de antes -comenzó Villa.

-Mira, siento si te he dado una idea equivocada pero yo... no quiero nada.

-Joder, no sé como cojones crees que voy a creerme eso. Puede que no sea estudiante de medicina, pero de tíos entiendo.

-No me cabe la menor duda, pero yo no soy como todos los tíos -sentenció-. Y si te lo ha parecido, pues lo siento. No era mi intención. -Se incorporó acercándose a la barra para dejar la botella.

-¿Dónde vas?

-A casa, tengo clase mañana. Ha sido un placer, gracias por invitarnos.

-David… -dijo consiguiendo que le mirase por fin a la cara-. No sé lo que te pasa exactamente, pero creo que esto que haces no es más que la salida fácil.

-¿Perdona?

-Es la sensación que da. Porque joder, no lo puedes negar hay algo, pasa algo entre nosotros. Lo sé, lo he notado todo este tiempo.

-Creo que has bebido demasiado.

-Joder, cuando fuimos a… y luego en el bus… -Silva agachó la cabeza un segundo, para volver a levantarla mostrando una mirada más fría y distante- Y… mira, ¿sabes qué? ¡Qué por mí puedes irte! No sé que cojones hago intentando… ¡joder! -gruñó dándose la vuelta-. Tienes un problema -dijo volviéndose otra vez- No sabes lo que quieres, y eso, a parte de que supongo que termina por desquiciarte, puede joder a un montón de gente.

Silva apretó los puños con fuerza y sin mediar palabra giró sobre si mismo para largarse lo más rápido que pudo.

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Aunque ya iban bastante borrachos, había invitado a Ana a un chupito de tequila. Había algo muy sensual en la manera en la que las chicas se lamían la sal de la mano antes de beber que a Raúl siempre le había fascinado.

-Astronauta.

-¿Tengo cara de astronauta?

-No sé. Profe de guardería.

-Te he dicho que no lo adivinarías -la picó, arrinconándola más contra la pared. Ella se movía distraídamente al ritmo de la música del local, rozando contra él en todos los lugares correctos.

-Vendedor de Avon llama a tu puerta.

-Eres graciosa.

-Tú eres muy alto -replicó, colgándose con los brazos sobre sus hombros.

-Raúl, ¿puedo hablar un momento contigo? -interrumpió Arbeloa de repente, elevando la voz por encima del volumen de la música.

-No. Lárgate -contestó él sin dejar de mirar a la chica. Le faltaba tan poquito.

-En serio -insistió, tirando de él-. Es cosa de vida o muerte.

-Joder. Espera un segundo -le dijo a ella, antes de darse la vuelta para encararle-. ¿Cuál es tu puto problema?

Álvaro le arrastró hasta el fondo del local, atravesando la puerta que daba a los baños, donde la música no se oía tan alta.

-No te líes con ella.

-¿Por qué?

-¿Por favor?

-Esta es una de las pocas veces en las que pedir las cosas por favor no valen de nada, Alvarito -repuso de malos modos.

-Porque no quiero que lo hagas.

-Eres un hijo de puta de primera, ¿sabes?

-Porque me pongo celoso, ¿vale? -masculló al fin.

Antes de que Raúl pudiera pensar una respuesta, la puerta de los baños pintada de rosa se abrió, y por ella apareció Fernando con la chica con la que había estado toda la noche, que se colgaba de él como un koala borracho y sonriente.

-¿Qué pasa con vosotros? -dijo, claramente de buen humor-. ¿Chori, tienes un cigarro?

Raúl buscó su paquete de tabaco y sacó uno para Torres y otro para él. Mientras los encendía se abrió la otra puerta, la pintada de azul, por la que aparecieron Sergio y su chica de esa noche. Tan típico. Fernando y él se miraron y, mientras las dos chicas se juntaban para comentar la jugada, ellos chocaron las manos disimuladamente.

-Nos vamos a ir a casa, que mañana curro -dijo Torres, dando la primera calada-. Pasadlo bien -se despidió, con una sonrisa cómplice.

Raúl y Álvaro sólo hicieron un gesto de asentimiento mientras les seguían con la mirada, hasta que les perdieron entre la multitud.

-Tengo que volver -dijo Albiol.

-Espera.

-Mira, estoy demasiado borracho para hablar contigo -le espetó, apartando la mano con la que Álvaro le sujetaba la muñeca-. No sé qué coño quieres y me estás cabreando, la verdad.

-¡Raúl, joder!

-Estoy harto de comerme tus marrones, cuando siempre eres tú -le echó en cara, dándole un empujón y haciéndole chocar de espaldas contra la pared-. Eres tú todo el rato, tío. Comiéndome la cabeza y haciéndome pensar cosas que no son. Eres mi mejor amigo. Eres mi puto hermano, joder, y no puedo aguantar esta mierda -sentenció. Álvaro se olvidó hasta de respirar. Nunca le había visto así, y por un momento le dio miedo. Porque podía haberlo jodido todo, porque para él era mucho más que un hermano-. Cuando sepas lo que quieras me lo cuentas, pero mientras tanto déjame en paz.

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Antes de volver junto a Ana, Raúl se detuvo en la barra. Necesitaba otra copa, o al menos el tiempo que tardaran en servírsela para tratar de serenarse. Pero ni siquiera atendió a las protestas de la camarera cuando se percató de que David parecía tener algún tipo de percance con el chico que les había invitado. Cuando llegó al punto donde les había visto discutir, Silva ya se había ido.

-Hey! -dijo posando una mano sobre el hombro de Villa-. ¿Dónde va el Pony?

-A casa, supongo -respondió.

-¿Ha pasado algo?

-Nada… -gruñó- sólo, si de verdad sois tan amigos, quizás podrías aconsejarle, o decirle que deje de comportarse como un estirado. O no, sabes, que simplemente él debería darse cuenta de que lo que hace no le va a llevar a ningún sitio.

-No entiendo nada -respondió con sinceridad.

-Olvídalo, sólo… creía que…

-Mira, sé que puedes creer que le conoces y que puedes permitirte el lujo de juzgarle, pero hace casi cuatro años que le conozco y me ha costado Dios y ayuda rascar en la superficie. ¿Sabes? No puedes conseguir nada de él si no te ganas su confianza.

-Yo…

-Es difícil, él es demasiado tímido y algo complicado. Le cuesta ser, no sé, natural o espontáneo. Piensa demasiado… se lo digo muchas veces, que a veces sólo debería dejarse llevar. Pero no puede evitarlo, está en su naturaleza.

-Puedo entender eso pero… es… ¡me cagüen la puta! Parecía que yo… y él… y ahora… ¡Mierda! En serio, pensaba que David era alguien que tenía las cosas claras.

-Si bueno, todos pensamos eso de alguien alguna vez.

Raúl le dio un golpecito en el hombro y le dejó allí para volver junto a Ana, que se había unido de nuevo a su grupo.

No pasó más de una hora cuando Villa se acercó a él.

-Tu amigo va muy pedo -dijo señalándole a Álvaro.

-Lo sé -gruñó-. Será mejor que me lo lleve a casa.

-Oye… yo… me gustaría hablar con David. Quizás debería pedirle disculpas, fui algo brusco.

-Claro, te daré su teléfono.

-En realidad, esperaba… ¿te importa si voy contigo?

-¿A casa? -Villa asintió-. Macho, no sé… yo…

-Es sólo que necesito hacerlo, ¿sabes? Soy así, voy por impulsos y necesito.. Quiero hablar con él. Por favor.

-Vale -respondió al fin-, pero me ayudas a cargar con ese cabrón.

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El pedo que llevaba Arbeloa ya había pasado la fase divertida y la depresiva, e incluso la agresiva. Estaba ya en lamentable, en la que las palabras salían a borbotones y sin articular, las rodillas no aguantaban el peso de su cuerpo y el cuello parecía de goma. Raúl le dejó caer contra el fondo del ascensor antes de entrar él.

-¿Te has enrollado con ella?

-No creo que te importe -contestó Albiol pulsando el botón de su planta.

-Es una pregunta normal que te haría cualquier amigo.

-Estás muy borracho.

-¿Lo has hecho? -insistió, tratando de mantenerse de pie. Raúl miró a Villa buscando algún tipo de ayuda, pero fue inútil.

-No, Álvaro, no me he liado con ella. ¿Contento?

-Indiferente total.

-Ya, vale. ¿Crees que podrás entrar en casa andando solo? -dijo, abriéndole la puerta.

-¿Por qué no lo has hecho? -preguntó, arrastrándose fuera del ascensor y, ya en el apartamento, hacia la cama de Albiol.

-Porque no ha querido. Me ha hecho la cobra.

-Mentiroso.

Suspiró por enésima vez y miró a Villa.

-Aquí ya puedes arreglártelas solo. Esa es su habitación -dijo, señalando la puerta cerrada-. Suerte. Eh, fuera de ahí -le ordenó a Arbeloa, cuando vio que estaba tumbado todo lo largo que era sobre su cama-, tú duermes en el suelo.

-No quiero el suelo.

-Pues es lo que hay.

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David había llegado a casa hacía más de una hora, y le había sido imposible meterse en la cama. En su cabeza no dejaban de bullir ideas y sentimientos que no le permitían dormirse. Por eso después de haber dado media docena de vueltas sobre el colchón se había levantado y sentado frente a sus apuntes, dispuesto a aprovechar aquella noche de insomnio. Pero debía haber previsto que aquello que no le había permitido dormirse tampoco le dejaría concentrarse.

Era la séptima vez que leía la misma frase cuando decidió desistir. Echándose hacia atrás en la silla se llevo las manos a la cabeza y se despeinó con rabia. No dejaba de repetir mentalmente todas las conversaciones que había tenido esa noche, primero con Cesc y después con él. Si bien las palabras con el sobrino de Xavi le habían aliviado y servido para aclarar su situación, todo lo ocurrido con Villa le había descolocado. Su comportamiento había sido impropio de él, y no por haberse mostrado interesado o no haber sabido controlar esa forma de hacerlo, sino por esa extraña bipolaridad que se había adueñado de él cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Las palabras de David, aunque duras, habían dado en el clavo. No sabía lo que quería y lo estaba pagando con la persona menos indicada.

Unos golpes en la puerta le sacaron de sus pensamientos, había tenido la impresión de que Álvaro y Raúl habían entrado en algún momento cercano y aquello no hacía más que confirmarlo.

-Estoy estudiando -masculló esperando a que Albiol le dejase tranquilo, pero volvieron a llamar así que se puso en pie arrastrando la silla sin muchos miramientos, se acercó a la puerta y la abrió de un tirón-. Te he dicho que…

Pero Raúl no estaba allí. Quién estaba parado frente a él con una mano levantada como si se hubiese quedado a mitad de unos golpes a la puerta era David. Silva boqueó un par de veces sin saber muy bien lo que decir, se llevó las manos al borde la camiseta azul, una vieja y desgastada camiseta del monstruo de las galletas que su hermano le había regalado hacía unos años, y tiró de ella como si de un tic nervioso se tratara.

-Hola -dijo Villa al fin.

-Hola… ¿qué…? ¿Cómo…?

-Raúl. Le pedí permiso… yo… quería pedirte disculpas.

-¿A mí?

-Sí, creo que… no fui justo, yo te juzgue y apenas te conozco. No debí hacerlo.

Silva se mordió el labio, nervioso, porque tenía que decirle que no podía aceptar sus disculpas, no cuando Villa tenía razón, y si alguien tenía que pedir perdón debía ser él.

-Y bueno… pues… eso, que lo siento.

-¿Has venido hasta aquí sólo por eso? -preguntó entre confuso y profundamente halagado.

-Necesitaba hacerlo. Soy bastante impulsivo -se defendió, sonriendo al fin-. Espero no haberlo empeorado.

-No, claro que… -suspiró resignado-, debería ser yo quien se disculpara -admitió.

-Pero…

-Tenías razón.

Villa le miraba sorprendido, probablemente esperaba otra reacción. Alguna contestación airada o una mala palabra. Pero, aunque David no había tenido todo el tiempo que normalmente hubiera dedicado a pensarlo, sabía que se había equivocado, o al menos no había actuado como debía.

-Bueno, supongo que los dos nos equivocamos -dijo al fin-, ahora te dejo que vuelvas a estudiar.

-Aún no hay Metro -dio Silva de repente.

-Caminaré.

-Hay buen trecho. -Miró hacia el interior de su habitación. -Puedes esperar aquí, si… si quieres.

-Creía que estabas estudiando.
-No mucho, la verdad -confesó.

-No querría molestar.

-Creo que es lo menos que puedo hacer.

Se apartó de la puerta, caminando hacia la cama y sentándose en el borde. Villa entró tras él, cerrando la puerta tras de sí. Durante unos segundos se quedó de pie sin saber muy bien si debía sentarse junto a él o hacerlo en la silla que había junto al escritorio. No necesito tomar una decisión,

-Ven, siéntate, esa silla es demasiado mala hasta para pasar sólo un rato -sonrió palmeando el colchón, después se deslizó hasta la pared, colocando un cojín detrás de su espalda.

Villa se colocó a su lado, descalzándose antes de subirse a la cama, permanecieron así sin decirse nada, mirando a la pared que tenían enfrente con la tensión creciendo entre los dos. Silva intentaba relajarse y puede que entablar una conversación trivial, salvo que no hacía más que pensar en que David tenía razón, en que no sabía lo que quería y obviamente haberle invitado a pasar a su habitación no había solucionado nada. Mucho menos después de darle la razón y disculparse. Por su parte, Villa se debatía entre seguir callado o retomar la conversación que había terminado de forma brusca en el pub. Lo tenía claro, porque estaba seguro de ello, había eso, esa sensación en la boca del estomago que le decía que entre ellos podía pasar mucho más. En su cabeza palpitaba la idea de dar rienda suelta a las palabras que se le atascaban en la garganta pero temía volver a equivocarse, David había admitido que tenía razón, que no sabía lo que quería y puede que ni siquiera él notase eso, que fueron solo las cavilaciones de alguien que pese a negarlo constantemente, pese a ocultárselo a sus amigos anhelaba tener más de lo que estaba dispuesto a pedir.

Un fuerte golpe en la habitación contigua impidió que ambos siguieran con sus tribulaciones internas.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Silva.
-Ha sonado a peso muerto, tu amigo Álvaro no iba muy fino.
-Debería de ir a ver si están bien.
-Supongo que Raúl puede ocuparse de ello, ¿no?
-Sí, claro… -Silva le miró de reojo- Sólo es… nada.
-Venga, ¿qué? Dime.
-Ellos, bueno, no están pasando por su mejor momento. Y no sé, me da miedo que Raúl haga algo de lo que se arrepienta.
-Algo como…
-No lo sé, la verdad. Supongo que es… él no es como yo.
-¿Y cómo eres? -preguntó Villa tumbándose lateralmente, con el codo sobre el colchón y la cabeza apoyada en la mano.
-Difícil -dijo sonriendo.
-El ser humano en general lo es.
-Supongo, Raúl dice que pienso demasiado. Probablemente tiene razón.
-A veces -comenzó- me gustaría poder ser así, ¿sabes? Cuando haces las cosas sin pensarlo, sin pensar en las consecuencias, los golpes son bastantes fuertes.
-Puede… -Silva se deslizó en la cama, hacia abajo, quedando boca arriba con las manos sobre el estomago- pero al menos haces cosas. Quiero decir, muchas veces pienso tanto en lo que está bien o mal, en lo que algo me puede aportar, que me quedó sin hacerlo.
-Ni mucho ni poco -dijo.
-¿Cómo? -cerró los ojos, algo amodorrado
-Supongo que lo perfecto sería una mezcla, ¿no? Pensar algunas veces, actuar otras.
-Sí.
-Haríamos una buena pareja. -Silva abrió los ojos de repente, tensándose ligeramente. -Lo que quiero decir que un poco de tu forma de ser y un poco de la mía, haría una persona mejor.
-Puede que tengas razón -dijo, bostezando ligeramente.
-Debería irme, te estás quedando dormido.
-No, no… -murmuró-. Es tarde, no puedes irte… quédate.
-No pasa nada, no quiero molestar.
-Por favor -dijo girando la cabeza, mirándole directamente.

Villa le observó detenidamente, tenía los ojos parcialmente cerrados como si le costase demasiado mantenerlos abiertos y sonreía tímidamente. Cerró los ojos, y se permitió pensarlo detenidamente, uno o dos minutos. Quedarse allí no hacía las cosas más fáciles, no suponía un gran paso, pero era lo que deseaba y puede que las consecuencias no fuesen tan malas, y si lo eran quizás mereciese la pena.

-Pero que sepas que ronco -dijo al fin.

Silva sonrió con los ojos cerrados, se acurrucó doblando las piernas y acercándose un poco más a él. No tardó mucho más en caer profundamente dormido. Villa tampoco.

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Mientras eso pasaba en una habitación, al otro lado del diminuto piso la cosa era bien distinta.

Cuando Raúl volvió de buscar una manta y una almohada en el armario del pasillo, se encontró a Arbeloa en la misma postura en la que lo había dejado, pero había conseguido quitarse las deportivas y los vaqueros.

-Te lo digo en serio, fuera de mi cama.

-No quiero dormir en el suelo -se quejó, poniendo morritos-. Siempre me pisas por la mañana.

-Pues yo duermo en mi cama sí o sí.

-Te he hecho sitio -dijo, señalando los diez centímetros que quedaban entre su cuerpo y la pared.

-Como te oiga quejarte esta noche te juro por mi madre que duermes en la calle -le amenazó-. Déjame coger el pijama.

Álvaro levantó la cabeza y él pudo coger los pantalones de cuadros y la camiseta gris. Se quitó la ropa, dejándola en un montón sobre el suelo junto a la puerta, y se puso su pijama, antes de pararse a pensar en cómo iba a pasar hasta el otro lado de la cama.

Apoyándose precariamente en la estantería llena de cómics que colgaba de la pared, pasó una pierna hasta el lado que el Trufas había dejado libre, y luego la otra, quedando de pie sobre el viejo colchón y casi rozando el techo con la cabeza. Se tumbó como pudo, dando la espalda a la pared, con la nuca de su amigo a escasos centímetros de su cara. No era la postura ideal, pero al menos se aseguraba que no se iba a caer de la cama.

Apagó la luz y se dispuso a dormir, intentando borrar de su memoria todos los eventos de esa noche.

-Raúl -susurró inmediatamente Álvaro.

-Me cago en la hostia puta, ¿qué?

-Tú eres Mulder y yo soy Scully.

-Vale, tío.

-Tú eres Buffy y yo soy Spike.

-Vale -repitió con desgana.

-Tú eres Booth y yo soy Brennan.

-¿Qué es esto, la versión friki de contar ovejitas? -bufó-. Duérmete.

-Kirk y Spock.

-Yo soy más de Data y Picard -le contradijo, sólo para que se callara de una santa vez.

-Luke y Leia.

-¿A qué juegas? -preguntó, levantando la voz sin darse cuenta.

-Tensión sexual no resuelta, Chori.

-Vale.

-¿La resolvemos? -preguntó en un susurro, acurrucándose contra él y obligándole a pegar la espalda contra la áspera pared de gotelé, porque el culo de su amigo comenzaba a incidir sobre cierta parte sensible de su anatomía.

-Deja de decir chorradas.

Álvaro se dio la vuelta, no sin ciertas dificultades, haciendo que quedaran frente a frente en la minúscula cama.

-No estoy de coña.

-En serio, tío, duérmete -le dijo, sonando un poco suplicante.

-Mira, peor de lo que estamos no podemos estar.

-Seguro que sí.

-Y si follamos -siguió, ignorando sus negativas-… toda esta tensión no resuelta se resuelve, y se acabó.

-¿Y luego qué?

-Pues no lo sé.

-Ya. Pues ese es el tema. Así que vamos a dejarlo.

-¿Crees que estarán haciéndolo? -preguntó él sin pararse a respirar entre estupidez y estupidez.

-¿Quiénes?

-David y el otro.

-¡Yo qué sé!

-Shh, no hables.

-Pero si eres tú el que…

-A ver si les oímos.

-No quiero oírles -lloriqueó Raúl, al borde del suicidio.

-Vamos a follar. Porfa.

-Tienes un problema, Álvaro.

-Te quiero un huevo, ¿sabes? -musitó quejumbrosamente, apoyando la frente en su pecho. Albiol no sabía dónde poner los brazos, que empezaban a dormírsele.

-Joder, lo pedo que vas.

-Ese es mi problema, que te quiero un huevo y tú a mí no.

-No es… Joder. Yo a ti también -reconoció, a su pesar.

-Pero no igual.

-Eso no lo sabes.

Álvaro le tomó de la nuca y le acercó hacia sí, besándole con rabia.

-No me quieres como yo a ti -gruñó contra sus labios.

Raúl sintió el calor de su aliento, que olía a vodka más de lo que le hubiera gustado, y la firmeza del cuerpo de Álvaro contra el suyo. Y todo dio un poco igual.

-Eres muy tonto -replicó, cerrando los ojos para volver a besarle.

Arbeloa sólo necesitó que sus labios le dejaran entrar para crecerse, para hacer suya su boca y convencerse de que lo que estaba pasando era real. O un sueño muy vívido, pero lo suficientemente auténtico como para merecer la pena. Aprovechó la fuerza con la que le atraía hacia él para colocarse a horcajadas sobre Raúl, sin separar sus labios un segundo. Su boca era posesiva pero generosa, torpe a la vez que dulce. Era todo lo que era Raúl. Sus cuerpos se movían erráticamente, amoldándose el uno al otro, tocándose con las manos ansiosas. Las sábanas se enredaban a sus pies y los músculos se tensaban al unísono, entre gemidos ahogados y el sonido del somier crujiendo cada vez que se movían, acompañado de los golpes del cabecero de metal contra la pared cuando el cuerpo de Álvaro se deslizaba sobre Raúl, balanceando la cama.

La cosa se iba calentando. Los labios bajaban hasta el cuello y mordían la piel, y las manos buscaban un cuerpo al que agarrarse, clavando los dedos en la carne.

Álvaro tenía inmovilizado a Raúl bajo su peso, que sólo podía arquear la espalda para acercarse más a él y colar sus manos bajo la tela de la camiseta con desesperación. Él se incorporó para dejar que se la quitara, y por fin le pudo mirar. Aún en la semioscuridad de la habitación veía sus labios entreabiertos y húmedos, un poco hinchados. La mirada hambrienta y aún teñida de alcohol. El pecho estrecho y escuálido una vez le hubo despojado de la camiseta, que se veía tibio y suave, y estaba pidiendo ser tocado. Albiol aprovechó para cambiar las tornas, y de un impulso le hizo girar para que fuera él quien quedara boca arriba en la cama. Con tan mala fortuna de que ya no había más cama sobre la que girar, y cayeron los dos a plomo sobre el suelo, golpeándolo con un estruendo de improperios y cuerpos chocando.

-¡Coño! -bramó Álvaro, en cuanto volvió a meter aire en sus pulmones.

-Joder -exclamó Raúl, haciendo lo posible por levantarse-. ¿Estás bien?

-Creo que me he roto una costilla -contestó, cogiendo la mano que le ofrecía para incorporarse. Se palpó la parte de atrás de la cabeza para asegurarse de que no había ninguna herida abierta, aunque sentía su cerebro como dentro de una batidora.

Cuando se aseguraron de que seguían de una pieza, los dos se sentaron en la cama, sin saber exactamente cómo retomar aquello que estaban haciendo, fuera lo que fuera.

-Voy al baño -dijo Raúl, levantándose de repente. Cruzó el pasillo en dos zancadas y se encerró allí, abriendo el grifo para aparentar. Se sentó en el borde frío de la bañera y trató de pensar.

Todo era estúpido y precipitado, aunque estaba bien. Muy bien. Pero era estúpido. Y su amistad valía mucho más que un polvo una noche y una mañana incómoda. Valía más que cualquier cosa que pudiera salir de eso.

Se mojó la cara y volvió a la habitación.

-A lo mejor… No sé -empezó. Álvaro se había puesto la camiseta otra vez, y estaba sentado sobre sus piernas en la cama-. ¿Tendríamos que estar sobrios cuando hagamos… esto?

-Creo que será lo mejor.

-No estoy diciendo que no lo hagamos. Ni que sí. Sólo que…

-Borrachos no -estuvo de acuerdo Arbeloa.

-Claro. Porque es como…

-Es un tema…

-Delicado.

-Importante -dijeron, interrumpiéndose.

-Todas esas cosas -concluyó Raúl-. ¿Así que estamos de acuerdo?

-Sí. Lo mejor será que durmamos.

-¿En la misma cama?

-Bueno -respondió Álvaro, encogiéndose de hombros y haciéndole un sitio-, a estas alturas no vamos a andarnos con mariconadas.

fic: los últimos románticos

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