Chocolate amargo- Glee- Fuinn. Finn/Sam

Mar 27, 2011 03:40

Tabla: Helados
Fandom: Multifandom- Glee
Claim: General
Personajes: Quinn Fabray. Kurt Hummel. Blaine Anderson. Finn Hudson. Sam Evans. New Directions en general.
Parejas: Fuinn. Menciones de Klaine, Finnchel, Samcedes. Insinuaciones de Finn/Sam. 
Tema: #03 Chocolate amargo.
Extensión: 1335 palabras que hacen un total de 7885 para el dekasem .
Advertencias: Fuinn sigue siendo canon, y por eso podría cortarme las venas. Menciones e insinuaciones de slash. ¿Quinn siendo una bitch? Nah, eso es absolutamente canon.


Desde que ya no era una Cheerio, Quinn Fabray asistía a los partidos de football y se sentaba en la primera fila. Alguna vez, Finn le había dicho que su madre había sugerido que sería agradable si se sentara con ellos durante los partidos. Quinn sabía que Carole lo hacía por puro compromiso, que si el hijo la había perdonado con tanta presteza, la madre jamás podría hacerlo. Sabía, de todas formas, que podría haber decidido sentarse con la familia Hudson-Hummel, y todo hubieran sido sonrisas y cumplidos. Kurt le hubiera halagado el atuendo, dando gracias una vez más a que se hubiera animado a dejar a las animadoras, ya que era un crimen que escondiera esa silueta bajo el uniforme infame. Blaine le hubiera anudado al cuello su bufanda, aún contra su voluntad, y hubiera traído de sus caramelos favoritos- de menta y miel- cuando hubiera bajado a comprar un café para Kurt. Hubiera ido con el resto de la familia a cenar luego del partido, sin importar el resultado, mano sobre mano con Finn durante toda la noche, compartiendo la charla amena y superficial de rutina. Kurt la hubiera llevado a casa en su Navigator, camino a la casa de Blaine, y les hubiera dejado unos minutos a solas a ella y a Finn en la puerta de su casa, diciendo que no se preocuparan, que él tenía cosas mejores que hacer que espiarlos. Y se hubieran besado, lento y dulce, esos besos lánguidos de buenas noches. Finn le hubiera besado el pelo y ambas mejillas, y Quinn hubiera sonreído mientras lo veía carraspear para que su hermanastro y su novio dejaran de meterse mano, y se hubiera ido a dormir con el recuerdo del tacto de sus manos grandes y el olor de su pelo mojado. Pero nada era tan simple.

Nada era tan simple, y no solo porque todo hubiera sido una farsa. Quinn tenía amplia experiencia manteniendo farsas. Pero Quinn no hubiera podido ir a sentarse con la familia de Finn, camuflados en la mitad de las gradas- donde Blaine podía apretar fuerte la mano de Kurt sin que nadie murmurara a su alrededor cada vez que este se estremecía al ver a Karofsky-, porque Quinn iba a los partidos de football porque jugaba su novio, pero no solo por eso.

Quinn iba a los partidos de football porque era lo políticamente correcto, lo que todo el mundo hubiera esperado de ella.

Pero, en realidad, Quinn iba a los partidos de football porque le gustaba observar la decadencia de las animadoras. Jamás encontrarían otra líder como ella, ni otra coreógrafa como Brittanny. Y, en el fondo, eso le daba algo de placer. Si formar parte de algo especial te hace especial, te hace aún más especial el saber que aquello de lo que formabas parte perdió su horizonte desde que te fuiste.

Pero, en realidad, Quinn iba a los partidos de football porque le gustaba mirar a la entrenadora Sylvester de refilón, con la frente alta y la mirada orgullosa. Le gustaba sentir la mirada de la mujer ardiendo en su entrecejo. Era su manera de decirle Después de tantos años de tortura, después de tantos desprecios, al final resultó que no soy como tú. Al final del día, resultó que soy mejor que tú.

Pero, en realidad, Quinn iba a los partidos de football porque le gustaba sentarse en primera fila, y que toda la escuela la viera, y recordara que, pese a los altibajos, ahí estaba ella, la novia del quarterback. Que pese a los altibajos, seguía estando en la cresta de la ola. El mensaje era claro y fuerte: No se juega con Quinn Fabray, o Quinn Fabray jugara contigo.

Pero, en realidad, Quinn iba a los partidos de football porque sabía que Rachel Berry también iba. Y era su manera de marcar territorio, de decir De acá no pasas. Conozco tus intenciones, y te estoy vigilando. Y si alguna vez Quinn llegaba a descubrir alguna lágrima furtiva en las mejillas de Rachel, no podía evitar sonreír. No era pura crueldad: simplemente, era la única manera que tenía de saber que Rachel entendía, y seguía las reglas del juego. Era su manera de velar por su futuro y se sentía bien pensando que también por el de Rachel.

Pero, en realidad, Quinn iba a los partidos de football porque le hubiera gustado que, cuando el equipo anotase un punto, Finn la señalase en medio de toda esa multitud (otro motivo por el que debía sentarse en las primeras filas). Hubiera sido la perfecta realización de todo. La mejor manera de decir Esta soy yo. Nadie más va a poder tener lo que yo tengo. Este hombre es mío.

El problema, quizás, radicaba en que Quinn continuaba asistiendo a los partidos, pero Finn jamás la había señalado entre la multitud, con todo y lo bien que le estaba yendo al equipo esa temporada.

El equipo anotaba un punto, o lograba una jugada particularmente brillante gracias a él, y en lugar de voltearse por una única vez en su vida a mirar a su novia, no, el señorito tenía que mirar a Sam desafiantemente, mientras el rubio lo calcinaba con esa mirada que Quinn conocía tan bien.

Quinn entendía que había sido precisamente ella quien había generado esa clase de resentimiento y competencia entre los dos muchachos. Bien. Pero Finn y ella llevaban juntos más de medio año, y hacia ya bastante tiempo que Sam salía con Mercedes. Era hora de que esos dos se dejaran de chiquilinadas y actuaran como personas adultas, muchas gracias.

Porque la competencia no solo se veía en los partidos. Se veía en los entrenamientos. En los ensayos del Glee Club. En las reuniones. En cualquier tiempo y lugar que compartieran Sam y Finn, no hacían otra cosa que mirarse con los ojos entrecerrados, gruñirse un poco, competir, desafiarse, golpearse con los hombros como si fuera algo casual, pero todos sabían que no era casual.

Y ya había pasado de ser algo normal a ser algo curioso, y hasta Noah pocas luces Puckerman lo mencionaba a veces.

Quinn sabía que Tina se reía por lo bajo, que Mercedes ocultaba la mirada dolorida ante los comentarios, que Santana la taladraba con su mirada de Te lo mereces, que, cuando creía que nadie lo escuchaba, Kurt le susurraba a Blaine por lo bajo, Por favor, alguien que alivie esta tensión sexual irresuelta, muchas gracias

Y a Quinn se le subían los colores a la cara, porque podía lidiar con la enojosa Rachel Berry. Rachel Berry era algo conocido, algo que Quinn podría prever y actuar en consecuencia. Pero con Sam sabía que no podría lidiar, porque la relación de Sam y Finn era terreno de nadie, llena de esas reglas y secretos que solo ellos dos parecían conocer, y por eso, nada mejor que evitar tener que lidiar con él.

Y también era por eso por lo que Quinn iba a los partidos de football. Porque no quería dejar lugar a la incertidumbre, a las dudas, a la mal interpretación. Era su manera de decir Estoy aquí, si ustedes dos compiten y se desviven por demostrar que cada uno es mejor que el otro, es solo por mí, no lo olviden. Siempre ha sido por mí. No porque realmente se importen el uno al otro.

Y quizás era inútil, porque nada cambiaba, los dos muchachos seguían con sus juegos y sus pequeñas riñas, sumergidos en su propio mundo, en el cual solo parecía importar cuál podía escupir más lejos, hacer el mejor pase, destrozar la coreografía de una canción más rápido. Quinn sabía que ella, así como todos los demás, estaba excluida de ese pequeño mundo, pero jamás hubiera permitido que nadie lo supiera.

Y si se le escapaba alguna lágrima de frustración durante un partido de football, lo único que le importaba era que no la viera Rachel Berry. Puede ser que a fin de cuentas yo no gane, enano, pero tampoco lo harás tú.

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