Fandom: Harry Potter
Personajes: Luna Lovegood, Ginevra Weasley.
Título: Especial
Extensión: 772 palabras
Advertencias: Ninguna.
lyeth , como regalo del Día de la Tolerancia de la comunidad
tinta_y_oleo Desde siempre, Luna Lovegood había sabido que era diferente, en parte por cómo había sido educada, y en parte por su propia naturaleza.
De todas formas, diferente era una palabra con bastante poco peso en el diccionario de Luna Lovegood. Para Luna, cada persona, cada nube, cada copo de maíz, era diferente. Raro era una palabra que no estaba en el vocabulario de Luna. Extraño, si, pero se usaba solamente para definir a las especies que únicamente habitaban en Australia.
Tal vez era culpa de su familia. Tal vez hubiera debido ser criada un poco por izquierdas de ese ambiente familiar, que es tan cruel con los adultos y tan indulgente con los niños. Quizás, entonces, no hubiera sido tan traumática su llegada a Hogwarts, luciendo ya los que serían sus eternos pendientes de rabanito.
Luna aprendió muchas cosas en Hogwarts, y la mayoría iban más allá de los doce usos de la sangre de dragón, por qué el llanto de mandrágora es mortal o los años en los que se produjeron las revueltas de duendes. Luna, en Hogwarts, aprendió mucho sobre el ser humano, tanto lo bueno como lo malo.
Aprendió el significado, el uso, y el peso particular de la palabra diferente. Luna sabía que era diferente, porque era una de las premisas básicas de su existencia, pero nunca había pensado que podía llegar a ser tan diferente, y que a alguien eso podía llegar a molestarle tanto. Aprendió que lo mejor es quedarse callado la mayoría del tiempo, reírse cuando los demás se reían, y no tener nunca la mirada demasiado alta. Podía llamar al desafío.
Luna lo había aprendido, pero eso no significaba que fuera a hacerle caso. Luna no podría bajar jamás la mirada, porque amaba demasiado el sol y las estrellas. Prefería los murmullos a sus espaldas, las risas a sus costados, las burlas frente suyo. Luna prefería- no le gustaba, pero lo prefería- que la llamaran Lunática, y la señalaran por los pasillos, antes que traicionarse a si misma. Luna prefería no tener amigos antes que perderse a si misma como amiga. Había aprendido a vivir de esa forma: ella, su padre, el recuerdo de su madre, un corazón lleno de dulzura para compartir. Con eso le bastaba.
Y un buen día conoció a Ginny Weasley. Ginny hubiera debido ser el prototipo de chica popular: sensual, simpática, talentosa, inteligente. Pero aunque los chicos coquetearan con ella, y las chicas la saludaran amablemente en el desayuno, siempre había una sombra cayendo sobre sus hombros y en el fondo de sus ojos chocolate. El estigma de Voldemort no se había borrado. Ginny Weasley también era diferente.
Al principio, Luna había pensado que se acercaba a ella simplemente porque las dos eran diferentes. Una especie de la unión hace la fuerza. Pero con el paso del tiempo, las risas, los mensajes en clase, los secretos, Luna se dio cuenta de que se había equivocado. Ginny podría haberse integrado con los demás, hubiese bastado una sola de sus sonrisas que hacían que se le marcaran hoyuelos en las mejillas. Ginny hubiera podido, pero no quería. Luna se dio cuenta mucho tiempo después, y ese recuerdo aún le provocaba un calor muy agradable entre los pulmones, que Ginny la había elegido porque ella era diferente, pero que para Ginny, ese diferente significaba especial. Y a Ginevra Weasley, que había nacido ninfa en el mundo mortal, lo que naturalmente mejor le iba era rodearse de gente especial (Luna había mantenido ese pensamiento hasta el día en que Ginny comenzó a salir con Michael Corner, y esa teoría se le fue al traste).
Y quizás no fue gracias a Ginny, pero si con Ginny, que Luna comenzó la travesía hacia el resto de su vida. Conoció a Harry, a Ron, a Hermione, a Neville. A Neville. Y no pudo evitar que su corazón estallara de felicidad cuando se dio cuenta de que tenía razón, que cada uno era diferente y (al modo de Ginny), especial. Y Luna por fin pudo sentirse parte de un grupo verdadero, por fin pudo saber lo que era la amistad. Supo que podía confiar en el Niño que Vivió y sus amigos, que luchaban, precisamente, por el derecho innato a ser diferente, a ser especial. Supo que podía confiarles su vida, y supo que incluso estaría dispuesta a entregárselas si hiciera falta.
Fue en su séptimo año en Hogwarts, que finalmente pudo dar por finalizado su aprendizaje, cuando se encontró verdaderamente comprometida en la lucha, en cuerpo y alma, y así pudo comprender que el ser todos diferentes es lo que nos hace a todos iguales y hermanos.