Tabla: Digielegidos
Fandom: Digimon
Claim: Hermanos Ishida/Takaishi
Personajes: Yamato Ishida.
Tema: #3 Lealtad
Nº de palabras: 351 -que hacen un total de 1892 para el
dekasem Advertencias: Ninguna
Yamato era un hombre de convicciones férreas. Quizás porque a veces pensaba que ella eran lo único que le quedaba en la vida, por lo que si no se aferraba a ella iba a terminar como un náufrago a la deriva. Estas convicciones estaban basadas, en una gran proporción, en la lealtad. Yamato tenía pocas lealtades, pero preferiría morir antes que traicionarlas.
Una de esas lealtades era para Taichi. Taichi, que había sabido acompañarlo fielmente durante toda su vida, en las buenas y en las malas. Taichi, que estaba presente en todos y cada uno de los recuerdos de momentos felices que Yamato atesoraba como si fueran oro. Taichi se había ganado la lealtad que Yamato le profesaba con convicciones, secretos compartidos, chistes internos, castillos en el aire. Taichi se había ganado la lealtad que Yamato le profesaba con amistad.
La segunda era, quizás, la más difícil de comprender, porque la segunda era hacia Sora. Sora, que lo había acompañado en las peores etapas de su vida, Sora, que se había desvelado con él en las noches más largas del Universo. Sora, que casi desde antes de empezar se había dado cuenta de que estaba equivocada, pero que era- ella también- demasiado leal como para siquiera confesarlo. Sora se había ganado la lealtad que Yamato le profesaba a fuerza de lágrimas escondidas, cafés calientes, besos tibios, manos que aprietan los dedos que solo quieren apretar un gatillo. Sora se había ganado la lealtad que Yamato le profesaba con amor.
La última, y quizás la más predecible de las lealtades de Yamato, era Takeru. Porque Takeru era el símbolo de la época dorada y la esperanza- válgale la redundancia- de que los años maravillosos volverían. Takeru era fruta dulce y tibia bajo el rayo del sol. Takeru era el baño caliente antes de ir a dormir- y la maravillosa ausencia de la necesidad de la taza de café. Takeru era las risas, las manos suaves de su madre, la delicia de sus ocho años. Takeru no se había ganado la lealtad de Yamato, pero Yamato había decidido entregársela, porque Takeru era felicidad.