Sin título- Historia Independiente (Vientos de Agua)

Jul 08, 2008 21:21

Fandom: Vientos de agua
Personajes:  Gemma (y Juliusz siempre está en su pensamiento).
Nº de palabras: 645 (que hacen un total de 5685 para el
quinesob)
Advertencias: Spoilers hasta el capítulo 10.
Notas: SPOILERS DEL CAPÍTULO 11: Si, si, lo escribí antes de saber que Juliusz era el estéril aunque ya me lo imaginaba. De todos modos, Gemma aún no lo sabe en el momento en el que se sitúa esta historia.

Cuando Juliusz y Felisa discutían acerca de cómo sacar a Andrés de ese luto demasiado prolongado, que ya parecía destinado a convertirse en perpetuo, Gemma callaba. Callaba, porque aunque comprendía que ellos, en su calidad de amigo y hermana de él, quisieran lo mejor para su vida, mucho más comprendía a Andrés. Comprendía que el recuerdo de Sophie le estaba absorbiendo las ganas de vivir, que el deseo de ella tenía prioridad por sobre el deseo de abrir los ojos.

Gemma sentía que a ella no le hubiera quedado otra alternativa que dejarse morir si, Dios no lo quisiera (el Dios de él, o el de ella, que no tenía muy en claro cual de todos era; o el de los dos, lo mismo daba, o incluso mejor) hubiera sido Juliusz el que hubiera muerto.

Aunque a Gemma le gustaba jactarse de ser una mujer liberal e independiente, la verdad era que entre ella y su marido existía una simbiosis profunda y persistente. Sabía que esa clase de vínculo se daba en todas las parejas (y si no se daba, solía ser preocupante), pero entre ella y Juliusz era algo especial (porque ella y Juliusz siempre eran especiales). Habían compartido todo durante ocho años, todo lo que era prudente entre un hombre y una mujer que se llevaban quince años de edad, y varias cosas que no, que no eran prudentes.

Juliusz había sido su padre, su hermano, su consejero, su maestro, y había sabido esperarla para ser también su hombre todo ese tiempo, con dulzura y con paciencia (tanta paciencia, que había sido necesario que Gemma declarara que era ella la que no estaba dispuesta a esperar más, para precipitar los acontecimientos). Era su esposo fiel y amante desde hacia doce años. No la dejaba, como hubiera hecho cualquier otro, ante su evidente dificultad para quedar embarazada. Y, en cambio, solía decirle con una ternura inenarrable, que el problema era que su cigüeña era sorda. (Y eso había contribuido a aumentar el grado de dependencia mutua: no había hijos con los que disipar o distribuir el inmenso amor que se tenían).

Había sabido acompañarla y apoyarla en cada trance difícil de su vida, y Gemma no podía reprocharle ni un solo defecto adquirido, que fuera distinto a los que eran propios de su carácter, todos los cuales ella había aceptado en mismo día que había decidido que sí, que lo que sentía por él, y que estaba por hacerle explotar las costuras del vestido, no eran delirios de adolescente, ni cariño de hermana, ni gratitud de hija.

Gemma, con todo su bagaje y su discurso de liberación femenina, no podría haber admitido, sin mentir, que era independiente de la intensidad de los sentimientos que él le despertaba.

Que él no sintiera exactamente lo mismo (su filosofía se veía delatada en que opinara que era hora de que Andrés de sacudiera el recuerdo de Sophie), provocaba en Gemma un sentimiento agridulce. Aunque podría haberle molestado que él no la considerara tan indispensable en su vida como ella a él, prefería dejarse dominar por el alivio relativo que le daba el saber que, si a ella le llegara a suceder algo, él podría seguir adelante con su vida.

Pero luego se contemplaba en sus ojos arrobados, mientras le hablaba en francés en la cama, y recordaba una vez más que la había esperado por ocho años, sin fijarse jamás en otra mujer, y la había llevado pacientemente de la mano por los caminos de la vida. Y, realmente, todas sus teorías se derrumbaban. Sentía que no sabía absolutamente nada (salvo que lo amaba). Y tal vez eso también contribuía a que decidiera quedarse callada cuando Felisa (¡Tan luego Felisa, que llevaba el luto por Vidal no en los ojos, pero si en el alma!) y Juliusz intentaban purgar del recuerdo de Andrés el fantasma de Sophie.

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