Este es mi primer original, publicado en la
Colección Calabazas de Halloween 2009. Está dedicado a Monsha por ser más que una beta, una excelente amiga, pero además agradezco profundamente a las chicas de
Drarry.com.ar. Sin las excelentes amigas, y el apoyo que alli consegui esto no habria visto la luz nunca. Tambien agradezco a Van Krausser, quien reviso y corrigió el texto final.
Thánatos
Una mentira que te haga feliz vale más que una verdad que te amargue la vida.
Ricardo Arjona
-Leo.
No pude evitar dar un respingo al escuchar su voz justo a mi lado. Rió suavemente, sentándose a mi lado. Incliné la cabeza a modo de saludo, mientras mis pies seguían sumergidos en el agua oscura y fría del estanque.
-Es hoy, ¿cierto? -me preguntó.
-Odio este día -mascullé mientras lanzaba una piedra al agua, pero ninguna onda perturbó su pulida superficie.
-Pronto desapareceré -observó con voz tranquila.
En los siglos que llevo aquí nunca la vi alterarse.
-Pero antes me gustaría saber… -Se interrumpió y su mirada se perdió en la lejanía. Incluso su reflejo en el agua se veía lejano e inalcanzable-. Cuéntame tu historia. Toda.
La miré preguntándome cómo sería el inframundo cuando ella ya no estuviese. Perséfone formaba parte intrínseca de este sitio, pero ya habían desaparecido varios dioses y seres inmortales a lo largo de mi tiempo en este lugar. Es lo malo de ser un dios, dependes de que la gente crea en ti para existir. Pan, Demeter, Éaco, Apolo y una que otra Musa se habían desvanecido simple, lenta e inexorablemente a medida que su poder disminuía. Habían otros que nunca morirían mientras la humanidad existiese: Eros, su madre Afrodita, Ares, Dionisio, Morfeo, las Furias. Ninguno de ellos se iría porque formaban parte de los humanos. Estaban en su corazón. ¿Estarían también en el mío?
-¿Qué quieres saber exactamente?, mi Diosa. Hace mucho tiempo que caminé junto a los vivos, mi memoria se ha ido borrando.
-¿Cómo la conociste, Leo? -Y no tuvo que explicar a quién se refería.
Inspiré profundamente y cerré los ojos, no creí que me preguntara eso. Los abrí lentamente al sentir su mano suave en mi mejilla y me hundí en sus ojos violetas. Antes de darme cuenta comencé a hablar.
-Vivía en un país del trópico, de esos donde nunca nieva y el sol es inclemente. En los que sólo hay época de calor y época de lluvias y en la una hay sequía y en la otra inundación. Acababa de cumplir diecinueve años, y fue exactamente este día cuando la vi por primera vez
«- Vuelve aquí, Leo. Por Dios santo, ¿tanto te cuesta acompañar a tu hermana? Es sólo una estúpida fiesta.
-¿No entiendes que no quiero ir? No quiero estar en una fiesta cuidando chiquillos babosos que nunca hacen caso. Quiero quedarme en casa.
-Que te quedes aquí no hará que Esteban vuelva, compréndelo. »
-¿Quién es Esteban? -me interrumpió
-Fue mi primer novio. Murió meses antes, en el cumpleaños de Eros*. -Una mueca amarga, con intención de sonrisa, cubrió mi rostro-. Me parecía que había pasado tan poco tiempo desde su muerte y era tan larga su ausencia. -Enfrentando su mirada añadí-: Lo he visto un par de veces en los Campos.
-Vamos -dijo levantándose-, quiero conocerlo.
No pude negarme a su petición y nos fuimos caminando lentamente entre los campos de asfódelos que separan a los muertos de uno de los dos destinos finales. El castigo de los que «viven» en el limbo es caminar eternamente, viendo la meta sin poder llegar nunca a ella. Yo soy peor que cualquiera de ellos, puedo cruzar y llegar a los Campos, sólo que no quiero hacerlo.
Un pequeño cauce, afluente del río Erídano, divide los Elíseos de Asfódelos. Perséfone caminó sobre el y entró al jardín e hizo ademán para que la siguiese, pero al instante rectificó.
-Si entro…
-… no podrás salir -completó calmadamente-, ¿puedes ver desde ahí? -Asentí-. ¿Quién es?
Había mucha gente, tanta que no podrías contarla aunque tuvieses el tiempo y las ganas necesarias para hacerlo. Diferentes épocas, personas y costumbres se distinguían allí. El paraíso es diferente para cada uno. Cuando entras, eres guiado a tu paraíso personal, con la gente con la que te sentirás mejor. No es cierto que luego de beber del río Lete olvides tu vida humana, simplemente olvidas el dolor que te causa el haberla abandonado. Los que se encuentran dentro de los Campos no ven o sienten a las demás personas, sólo a aquellas que les corresponden. Forcé la vista, tratando de diferenciarle entre la multitud, después de un rato logré localizarlo.
-Es aquél -dije señalándolo.
- ¿El que come una manzana?
-No. -Sonreí-. El de más atrás. El que está trepado en el árbol. Siempre le gustaron los árboles -murmuré con nostalgia.
-Es un joven muy hermoso.
-Sí. -Aparté la vista, queriendo olvidar que estaba allí esperándome, que llevaba eones esperando por mí.
Perséfone adivinó mi turbación.
¡Cómo quise en ese momento tener el poder de hacerla realmente inmortal! De no perderla en la bruma violeta en la que se desvanecería. Malditas Parcas que jugaban con el destino de todo ser viviente, dios o mortal y maldita humanidad que había olvidado a sus dioses, que había perdido la magia para sumirse en una era en que los únicos seres poderosos eran dados por la tecnología.
-No seas tan intransigente con ellos, Leo. Tarde o temprano, todos debemos morir.
-No es justo -dije haciendo una mueca parecida a un puchero.
Ella se rió suavemente, como esperaba que hiciera.
-Ni siquiera la muerte es justa
Y esa única frase me hizo recordar por qué, por quién, estoy aquí. Aguantando sólo un poco más, mendigando un cariño que es incapaz de dar.
-No -contesté amargamente-, ni siquiera la muerte es justa.
-Ven, volvamos al Estigia. Quiero seguir oyendo tu historia.
Tomamos otra ruta entre los túneles de piedra, pasando frente al palacio, donde Minos y Radamantis seguían juzgando a los muertos. Quise confundirme con la pared, pero no fue posible. Cualquiera diría que después de un par de siglos sus miradas de desprecio y sus comentarios burlones no me afectarían, pero hoy no podía dejarlos de lado como hacia usualmente. Sin embargo, aunque estuviera muriendo, la Diosa infundía el respeto suficiente para que, por lo menos, me ignorasen.
Se sentó en la orilla, hundiendo sus pies en el agua helada. Interiormente agradecí que no me alejase de ese lugar, quería verle cuando llegase. Aunque lo hiciese con el olor de otra persona impregnado en su cuerpo, aun cuando viniera con alguien más que ocupase mi lugar.
-¿Qué hiciste después de discutir con tu padre, Leo?
-Tomé una chaqueta y salí de casa. En ese momento no quería regresar nunca. Pero es como dicen: «Ten cuidado con lo que pides porque se te puede conceder» -Esbocé una sonrisa irónica.
-¿Le conociste saliendo de casa? -Su ingenuidad me sorprendió y me hizo reír, mis carcajadas resonaron en la cueva.
-No, mi Diosa. -Negué con la cabeza-. Cuando salí de casa me dirigí al cementerio. Fue ahí cuando la conocí.
«El sol del atardecer le daba reflejos anaranjados a las copas de los árboles y una ligera brisa recorría el ambiente. Una persona se recostaba contra una lápida. Usó sus manos como protección para prender un cigarro y se arrebujó en su chaqueta. Por un momento pensó en volver, el camino a casa era largo pero al recordar la discusión sostenida con su progenitor, hizo una mueca.
-Me quedaré aquí -se dijo con decisión-. Nadie viene a los cementerios y menos en Halloween.
Se recostó en el suelo, sin darle mucha importancia a las piedrecillas que se le incrustaban a través de la ropa. Tan ensimismada estaba que no oyó los pasos que se acercaban hasta que una sombra le cubrió. Pestañeó, acostumbrándose al cambio de luz. No podía ver bien el rostro del recién llegado así que, dando un sonoro suspiro de frustración, se sentó. Llevaba sandalias, un vaquero que le cubría hasta la pantorrilla y una camisa blanca de mangas largas. El pelo negro liso, le llegaba a media espalda, la cara ligeramente alargada, los labios finos… era un conjunto realmente hermoso pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, de azul tan claro que parecía ciega y, por un momento, lo creyó así.»
-Esos ojos… No importa qué imagen adopte, reconocería esos ojos en cualquier parte, en cualquier tiempo. Y la vi tan hermosa, mi Diosa. -No pude evitar dar un suspiro de nostalgia-. Como hermoso es un sueño.
-Pero tenía forma de mujer. -Fue sólo un comentario hecho al vacío, una acotación al relato.
-Sinceramente… no me importó. Sólo supe que era bella. -Me reí suavemente-. Y me avergoncé terriblemente de mi aspecto. Me miró fijamente…
«La recién llegada miró detenidamente a la chica que se encontraba sentada. Llevaba unos deportivos que hacía tiempo habían perdido su color, unos vaqueros anchos manchas diseminadas de pintura. Estaba abrigada con una chaqueta de jean bastante desteñida y un cigarrillo se consumía entre sus dedos. La brisa hizo que los rulos cabellos azabaches ocultasen su rostro, tapando los penetrantes ojos marrones y los labios carnosos. Pudo ver como la incertidumbre coloraba su rostro antes de que fuese cubierta por una máscara de arrogancia.
-Hola -saludó-. ¿Puedo sentarme? -La chica se encogió de hombros. Tomó aquello como un si y se sentó ágilmente a su izquierda. Abrió la mochila que cargaba y sacó un par de cervezas-.¿Quieres? -La muchacha la miró suspicazmente.
-¿No tienen drogas?
-¿Por qué querría drogarte? -. La muchacha admitió que tenía razón «¿para que querría una joven hermosa como esa drogarme?», pensó extendiendo ambas manos. Con la izquierda tomó la botella y con la derecha estrechó la mano de la persona que se la ofrecía.
-Leo -dijo suavemente
La morena la miró extrañada.
-Leonor -añadió con una mueca de fastidio-. Pero no me gusta.
-Puedes llamarme Thania -contestó sujetando un momento de más la mano que sostenía. Leo se sonrojó violentamente y retiró su mano. Le dió un trago a su cerveza tratando de disimular su agitación.
- ¿Puedo llamarte? Eso quiere decir que no es tu nombre real. - Thania rió. Era lista eso no podía negarse
-Sí es mi nombre, sólo que…latinizado. El original es griego.
-No tienes acento extranjero -observó mirándola intensamente.
Thania hizo caso omiso a aquella declaración.
- ¿No te da miedo estar tan tarde en un cementerio? Y más hoy. Deberías saber que este día la muerte ronda personalmente, llevándose a todas las personas que le atraigan.
La risa de Leo rompió el ambiente. A Thania le gustó el sonido, claro como campanas de cristal. Tomó un trago de su cerveza, saboreándola lentamente «un maldito día no es suficiente» pensó mientras esperaba que Leo se calmase.
-No me digas que crees en esos cuentos de niños. -Negó con la cabeza aún divertida-. Además, a mí no me molestaría ni un pelo que me llevase.
-Tal vez se cumpla tu deseo -murmuró Thania con una mueca de amargura.
- ¿Vas a matarme? -preguntó mirando al frente Leo, con una voz que se le antojó a Thania terriblemente calmada.
-No -respondió, esperando a que la otra chica le mirase antes de continuar-. Yo no mato.
Leo asintió, creyendo, sin saber porqué, en lo que la otra chica le decía. Dio un trago a su cerveza y le dio una última calada al cigarro antes de aplastarlo contra el polvo.
- ¿Y tú que haces aquí? ¿No tienes miedo que la muerte te lleve?
-No -aspiró profundamente y estiró los brazos en una mueca teatral-. Yo soy inmortal.
Leo descruzó las piernas, estirándolas mientras se acomodaba contra la lápida, rozando el brazo de su acompañante en el proceso.
-Lo siento por ti -dijo observando como aparecían las estrellas en el horizonte. Thania la miró extrañada-. Digo -añadió-, estar aquí mientras las personas que quieres mueren una tras otra, seguir en un mundo que cambia día sí y día también. Debe ser una tortura.
- ¿No te gustaría ser inmortal?
-No -dijo categóricamente- aunque…tal vez, si tuviese alguien con quien compartir la inmortalidad, sí. Si no, sería un suplicio.
- ¿Alguien cómo quién? -preguntó divertida.
-No sé, alguien especial. -Dio un último trago a su cerveza y se puso a juguetear con la botella.
-Alguien especial puede ser cualquiera: tu madre, tu padre, un hermano… ¿Pasarías la eternidad con ellos? -Tuvo que contener la risa ante la cara de su compañera.
-¡Por Dios! ¿De qué planeta eres? ¿Hablas de la eternidad o del infierno?
-Suelen confundirse -musitó Thania.
Leo no intentó averiguar que quería decir.
-Alguien especial como una pareja, un novio. Alguien a quien amases.
-El amor esta sobrevalorado. Pero volviendo a tu punto, esa persona ¿sería hombre o mujer?
Leo la miró como si no pudiera creer lo que decía.
-Hombre, por supuesto, ¿acaso te gustan las chicas?
-¿Te molesta? -Thania miraba el cielo tratando de identificarlas constelaciones.
-No -contestó ella sacando un cigarro de su bolsillo y ofreciéndoselo-. Es tu vida.
Thania aceptó el cigarro, atragantándose en la primera calada. Leo le dio un par de palmadas en la espalda carcajeándose.
-Con calma. Creí que sabías fumar.
Le quitó el cigarro y lo aspiró, riéndose suavemente mientras Thania sacaba otras cervezas del bolso.
-Hace un año que no fumó -explicó.
El silencio que se instaló entre ellas no era incómodo. Parecían perdidas en sus propias reflexiones. Leo reprimió un estremecimiento cuando la brisa susurró entre los árboles. Mirando de reojo las ropas de su acompañante.
-¿Vas a quedarte toda la noche? -Hizo la pregunta sin mirarla, deseando que se quedara. A pesar de su bravuconería, la idea de pasar la noche sola en el cementerio no le agradaba.
-Hasta media noche -respondió Thania sin dejar de mirar el cielo.
-¿Y tienes una manta en ese bolso? ¿O solo traes cervezas?
-Tengo chocolates y hamburguesas de McDonald’s -contestó en un tono que aclaraba que no necesitaba nada más.
Leo contuvo un suspiro de frustración.
-¿No tienes frío?
-No mucho. -Thania le dio un trago a su botella y se sobresaltó ligeramente cuando una mano tibia tocó su brazo.
-¡Estás helada! -exclamó Leo.
Por un momento dudó, pero se recuperó rápidamente. Se quitó la chaqueta, dejando ver una sencilla guardacamisa llena de marcas de pintura, y eliminando los centímetros que las separaban le cubrió lo mejor que pudo.
-¡Por Dios! No hace tanto frío ¿Cómo demonios puedes tener esa temperatura? -Mientras hablaba tomo una de sus manos y la frotó, tratando de hacerla entrar en calor.
Thania estaba tan sorprendida que por un momento no supo como reaccionar.
-Estoy bien. -No hizo amago de retirarse.
Leo seguía frotándole la mano farfullando cosas como hipotermia, hospital y chocolate caliente sin prestarle atención.
-Leo… ¡Leonor! -La chica la miró ligeramente sobresaltada-.Está bien. Es la temperatura normal de mi cuerpo.
-Pero…
-Hagamos algo, apóyate en mí y las dos no cubrimos con tu chaqueta. Así tú me calientas y no pasas frío. -Al ver su mirada dubitativa añadió-: Vamos no voy a comerte…aún.
Leo la miró. Una parte de ella “quería” desconfiar de Thania, otra parte mucho más grande le decía que no tenia nada que temer.
-Si intentas algo -susurró mientras se acomodaba contra la muchacha-,te pego con la botella.»
La risa de Perséfone interrumpió el relato. No me importaba realmente, me gustaba escucharla reír. Era un sonido hermoso, que se multiplicaba y parecía rodearnos. Podría jurar que incluso los jueces detuvieron un momento su labor para recrearse en el sonido.
-Le dijiste a…La amenazaste con darle un botellazo. -Su voz reflejaba incredulidad y diversión-. Zeus no quiso estar presente el día de su juicio, Hades lo pensó un par de veces antes de comunicarle el veredicto, Hera no volvió a bajar al menos en tres siglos… ¿y tú la amenazaste con pegarle si se sobrepasaba contigo?
Me encogí de hombros sin darle mucha importancia.
No sabía quién era.
La Diosa hizo aparecer algunas frutas y vino, entregándome una copa me animó a continuar. La tomé por no despreciarla, puesto que mi actual estado de ánimo no creí que pudiese pasar nada por mi garganta.
-¿Puede…? -Pedí tímida, sabía que tendría que explicarme pero esperaba no tener que hacerlo-. Mis cigarros se acabaron hace un par de días.
La expresión de su rostro había vuelto a ser tranquila, aunque un tenue sonrojo, producto de sus carcajadas, aún permanecía en sus mejillas.
-¿Sabes que es sólo una ilusión? ¿Qué en realidad no estarás fumando? -Su voz no expresaba represión ni lastima, era como si dijera que hacia frío o que el agua mojaba pero había una cierta candencia que expresaba que no hablaba sólo de los cigarros.
-Lo sé. Pero no importa.
Levanté el rostro y la miré a los ojos. Pude ver confusión y duda, y en ese instante comprendí porque quería escuchar mi historia. No le interesaba el mundo de los vivos, le interesaba la razón de mi estadía, el porque a pesar de tener a mi familia a metros de distancia, el desprecio de los Jueces, el aburrimiento mortal que da el no tener libros, música o películas o simplemente personas con las cuales “convivir” seguía aquí. Con Ella. La razón era tan simple que por un momento me vi tentada a decírsela pero preferí terminar mi historia.
Le di una calada al cigarro que me entregaba y miré al techo. Me hubiese gustado observar las estrellas.
-Ella me amenazó con Ker -continué-, y yo dije que ese era un nombre muy extraño. Estuvimos allí abrigadas, hablando, fumando y bebiendo. Me ofreció chocolates que yo rechacé. La hamburguesa sabia francamente mal después de no se cuanto tiempo guardada en esa mochila pero aun así comimos. Me sentía bien, tranquila.
«Leo bostezó. Estaba tan cómoda apoyada en el hombro de la otra chica. Su cabello haciéndole cosquillas en la nariz. Sintió un ligero pinchazo de culpa al pensar que su padre podría estar preocupado buscándola, pero al instante lo alejó de su mente. La mano de Thania le acariciaba el brazo. Escucho que le llamaba pero aun se tomó unos instantes antes de responder. Alzó el rostro y sus ojos se encontraron y por un momento el mundo pareció detenerse. No supo cómo, pero de repente los labios de Thania presionaban los suyos. Se quedo estática, hasta que un mordisco en su labio inferior le hizo reaccionar, abriendo ligeramente la boca, lo que aprovechó la otra chica para profundizar el beso. Entonces Leo cerró los ojos y se dejó llevar.
No importaron las piedras que se enterraban en su espalda, ni el viento frío que se colaba entre sus cuerpos, sólo sus pieles rozándose, las manos frescas de Thania causándole escalofríos, sus labios marcándola. Hubo un momento de duda pero fue olvidado entre besos y gemidos. Leo se dejo amar sobre la tierra santa, con lápidas y ángeles de piedra como testigos.
Rozaba la espalda de Thania con la mano, sintiéndose extrañamente afirmada bajo su peso, al mismo tiempo que parecía flotar. Sonrió, preguntándose donde podrían encontrarse de ahora en adelante y cuestionándose la solemnidad de los cementerios. Ella nunca podría volver a entrar allí sin acordarse de esa noche. Le besó el cabello y le apretó entre sus brazos. «Le quiero», pensó y estuvo a punto de decirlo en voz alta cuando ella se incorporó, haciéndola sentir desnuda y vulnerable.
-Levántate, nena. -La voz de Thania seguía siendo amable, aunque parecía teñida de amargura-. Tenemos que irnos. Leo se sentó, sintiéndose avergonzada por su sostén de florecitas, arrugado y lleno de tierra a sus pies. Se estiró y lo rozó pero no lo sintió. «Debo disminuir el consumo de cigarros», pensó jalando la prenda. Sus ojos vieron como su mano atravesaba la tela. Thania vio el miedo colorear su rostro antes de que alzara la vista, furiosa.
-¿Qué demonios tenían esas hamburguesas Thania?
Entonces algo le llamo la atención y lo que vio estuvo a punto de hacerla gritar. A su espalda, tendida, estaba “ella”, con los ojos cerrados y una expresión plácida. Su mano izquierda se apoyaba en su estomago la derecha a un lado de su cuerpo. Leo estaba sentada sobre “su” cintura y vio cuatro piernas que salían de su torso. Se levanto de un brinco, espantada. Estaba de pie, pero al mismo tiempo estaba tendida en el suelo. Sus ojos se llenaron de lágrimas pero respiró profundo para borrarlas. Después de todo, Thania le había engañado.
-¿Estoy…? ¿Qué pasó, Thania?
-Lo que tenía que pasar Leonor. Está muerta. -Si antes se había sentido asustada, ahora estaba francamente aterrada ante el tono frío e impersonal de la otra chica. Levantó el rostro, Thania le devolvía la mirada pero era como si fuera invisible, como si sus ojos azules le atravesasen.
-Dijiste que no me matarías.
-Y no lo hice. Las Parcas marcaron tu final, me limité a estar aquí cuando sucediese.
-¿Quién eres? -No podía apartar su mirada, buscando la conexión que las había unido.
-Thánatos -Y ante esta simple respuesta sintió que el suelo bajo sus pies se hundía.
-La muerte -susurró.
Cerró los ojos y se abrazo a si misma, sintiendo un frío que le nacía de los huesos. «Técnicamente, no tienes huesos Leo», pensó con ironía. Esbozó una sonrisa amarga y volvió a mirar a la chica frente a ella.
-¿Y ahora qué?-preguntó.
-Iremos al Hades. Allí los jueces te juzgaran y decidirán si vas al Tártaro, a los Campos Elíseos o al Limbo.
-¿Y tú? ¿Qué pasará contigo? -Si no hubiese estado mirándola tan fijamente, tal vez no hubiese podido percibir el ligero sobresalto que experimentó, pero al instante sus ojos volvieron a su vacuidad y su voz se escuchó llana al responder.
-Esperaré al próximo año para volver a salir. -Leo asintió, sin saber que añadir-. Tenemos que irnos.
Le miró sobresaltada antes de dirigir su mirada al cuerpo tendido en el piso.
-¡No podemos dejarla…dejarme así! -Thania le dirigió una mirada sarcástica antes de responder.
-¿Y cómo esperas que te dejemos?
-¡Vestida! Por favor -suplicó-. Mi familia no puede verme así -Se acercó y le toco y ante su sorpresa no le atravesó-. ¡Puedo tocarte!
-Cuando me tocas te doy un cuerpo. -Su tono era aburrido y Leo pensó que probablemente había dicho eso millares de veces antes. Se obligó a tragarse la rabia.
-Por favor, Thania. Vísteme. Antes de que sea demasiado tarde.
Thania soltó un suspiro exasperado comenzando a buscar las prendas de ropa. En pocos minutos su cuerpo yacía apoyado contra la lápida, con su chaqueta cubriéndola.
-¿Satisfecha?
-Sí. Gracias. Ahora… -titubeó y bajó la vista avergonzada-. ¿Voy a llegar al infierno desnuda? -Thania rió y Leo sonrió ante eso. No todo estaba perdido.
-No -contestó, antes de tocarla. Leo cerró los ojos con miedo-.Ya puedes mirar.
Abrió los ojos lentamente y se encontró vestida con la misma ropa. La mano de Thania acarició con suavidad su rostro y se inclinó para besarla, al rozar los labios todo se volvió oscuro, y sintió que se asfixiaba.»
-Desperté aquí, mareada y con náuseas. Me destinaron a los Campos, pero cuando estaba a punto de entrar pensé en ella. Y me di cuenta que no quería dejarla. Salí corriendo y me perdí en los laberintos de piedra, a punto estuve de entrar al Tártaro. Al final la encontré aquí, su cabello se había vuelto gris y su rostro estaba surcado de arrugas, pero sus ojos…
«Leo no sabía qué decir así que se sentó a su lado, mirando el agua negra que le devolvía su reflejo. Se quedaron allí por tanto tiempo que a Leo le pareció que se había olvidado de su presencia.
-¿Por cuánto tiempo? -preguntó Thania, sobresaltándola.
Levantó la vista y la vio tan sola, estirando la mano le rozo el cabello que al instante se volvió negro.
-Hasta que decidas echarme -contestó antes de romper la distancia y besarla»
-Así que aquí estoy -concluí apagando el cigarrillo contra la piedra.
Observé como la colilla se desvanecía entre mis dedos.
-Esperando que vuelva, temiendo que consiga a alguien más. -Volví mi mirada hacia la Diosa, queriendo darle la sinceridad que ella buscaba -. Sé que no me quiere. Al menos no como yo quiero que me quiera. Pero tampoco me odia. Soy sólo una forma de matar el aburrimiento, mientras espera volver a subir. Si decidiera entrar en los Campos probablemente sentiría fastidio, nada más.
-Pero le amas -susurró ella-. Y para ti, eso es suficiente.
Nos quedamos un rato en silencio, ella bebiendo su ambrosía y yo fumando, sin apartar mí vista de la otra orilla. Aguardando.
-Ya es medianoche.
La voz de Perséfone me llegó lejana. En ese momento Thánatos cruzaba el Estigia, su apariencia cambiando a medida que se acercaba, hasta que retomó la imagen con la que la había conocido. No pude reprimir un suspiro de alivio al ver que el chico con el que venía parecía deseoso de alejarse de ella.
Le hizo una ligera inclinación de cabeza a la Diosa, antes de seguir y guiar al muchacho ante los jueces. Sabía que vendría aquí, así que me limité a esperarla, como haré siempre. Hasta que ella no me quiera.
* 14 de Febrero
Espero les guste