Hoy escapamos, escapamos.
Al despertarme, le pedí, a quien fuera que dormía a mi lado, que cerrara las ventanas que daban al espejo que refleja lo peor del mundo. Y caí en la cuenta de que eran las sombras de nuestra caverna privada las que nos han engañado pensando que nos quisimos.
Y que te llamaras Luis y hubieras sido drogadicto, importaba lo mismo que cuántas casualidades habían hecho falta para sentirnos tan lejos.
También dio igual que los dedos de las manos nunca hubieran sido suficientes para contar nuestras tristezas. Porque son esa clase de cosas que no se dicen cuando hay otros caminos más cortos para llegar a ninguna parte.
Cuando teníamos frío, y nos recubría el cuerpo un escalofrío de decepciones, nos tapábamos con la manta de las pequeñas treguas. En la que todo era más fácil, si no salíamos de ella.
Si me contuve al despedirnos, fue por no volver a romperme todos mis frágiles huesos de dudas.
Y que te llamaras Luis y hubieras sido drogadicto, importaba lo mismo que cuántas casualidades habían hecho falta para sentirnos tan lejos.
También dio igual que los dedos de las manos nunca hubieran sido suficientes para contar nuestras tristezas. Porque son esa clase de cosas que no se dicen cuando hay otros caminos más cortos para llegar a ninguna parte.
Cuando teníamos frío, y nos recubría el cuerpo un escalofrío de decepciones, nos tapábamos con la manta de las pequeñas treguas. En la que todo era más fácil, si no salíamos de ella.
Si me contuve al despedirnos, fue por no volver a romperme todos mis frágiles huesos de dudas.