Inaguro mi cuenta traduciendo el excelente fanfiction de blind_author sobre la serie Sherlock de la BBC. El enlace al fanfic original, en inglés:
http://www.fanfiction.net/s/6576448/1/ El cuento, más bien una novela corta, consta de 9 capítulos. Os presento el primero, espero subir al menos un capítulo por semana.
ADVERTENCIAS: Apto solo para público adulto. No contiene escenas de sexo (aunque sí hay slash Sherlock/John: son una pareja establecida). Contiene escenas de violencia.
SEMPER FIDELIS
Primera parte
Mycroft Holmes no se lo creía. No podía creerlo. ¿Su ayudante era una trampa? ¿Una espía?
Pero las evidencias estaban justo delante de él. Fotografías de ella llamando por teléfono a altas horas de la noche, a horas que coincidían sospechosamente con fugas de información importante. Un mensaje codificado enviado desde su ordenador personal, detallando el horario de Mycroft, sus costumbres y sugerencias de métodos y mejores momentos para su asesinato.
Su primer instinto, visceral, fue rechazarlo. No, ella no. No la mujer que…
Pero rápidamente se corrigió: esos métodos eran comunes. Habían supuesto la caída de grandes líderes en el pasado. Ligaduras emocionales. Enviar a alguien que desde el principio tiene tal nivel de entrega que es imposible no confiar en él, se hace inevitable compartir sus planes, sin darse cuenta se le considera íntimo…
Es inevitable imaginarse enamorado de él…
Y entonces el espía empieza a hacer su trabajo, pero para ese momento el objetivo está tan enamorado que rechaza cualquier evidencia contra él. Se descartan las sospechas, se silencian los rumores de traición, y finalmente el objetivo está exactamente donde el espía había previsto.
Desde que empezaron una relación íntima, ¿cuántas veces se había maravillado de su suerte? Después de todo, las diversas necesidades de atender al gobierno no le convertían en el más atento de los compañeros, y a pesar de que su afecto podía haber afectado su objetividad, Mycroft estaba seguro de que ella no andaba falta de pretendientes. Era consciente de que ella tenía mejores opciones a su disposición, y era un enigma por qué lo había elegido a él.
Estaba horrorizado por lo plausibles que parecían ahora sus motivos.
En el instante en que se dio cuenta de ese horror, de ese doloroso sentimiento de pérdida y del acuciante sentimiento de traición, Mycroft lo apagó. Cerró los ojos, respiró profunda y uniformemente, y no los abrió hasta que esa complicada mezcla de amor, furia y dolor estuvo bien empujada hacia abajo, en el fondo del estómago. Hasta que no sintió nada más que pena por si mismo, por haber caído en la trampa.
Extrañamente, no era el hecho de que tuvieran relaciones sexuales lo que hacía que su traición hirviese como ácido en su pecho, sino la intimidad que acompañaba al acto. Las tranquilas cenas que eran un tácito preludio a algo más, los desayunos juntos a primera hora del día, satisfecho ya el sueño, algunas veces consumido incluso en la cama si esa mañana se sentían especialmente decadentes… y durante todo ese tiempo, ella había estado planeando asesinarle.
Y si él hubiera muerto, ella lo habría tenido todo. Los contactos de Mycroft hubiesen sido suyos, y su protección también…
Trató de sentirse agradecido por que el mensaje hubiera sido interceptado por uno de sus espías. Era una casualidad que lo hubieran encontrado, ya que había sido enrutado de forma que no entrara en contacto con él. Lo que realmente fue todavía más esclarecedor, ya que solo su ayudante y él conocían la existencia de esa ruta en particular, así que solo ella podía haberlo planeado de modo que él no lo viera.
Mycroft tomó aire, luchando por serenarse. En diez minutos, ella (y a partir de ese momento sería solo “ella”, porque no se permitiría ni pensar en su nombre) entraría, y tenía que estar preparado.
Durante un momento, se preguntó si sería mejor que uno de sus muchos guardaespaldas estuviese presente en la sala, en caso de que ella intentase matarle, al darse cuenta de que sus cuidadosos planes de asesinato se habían ido al traste. Pero al final decidió que no, ella no esperaba que su tapadera se hubiese destapado, y no era probable que llevase ningún arma de la que él tuviera que defenderse.
Y sus guardaespaldas podrían poner objeciones a lo que él iba a hacer.
Mycroft no malgastó el tiempo. Tenía que ser rápido y limpio, como al amputar un miembro gangrenado. Empezó a hablar en cuanto ella abrió la puerta.
-Tu empleo ha finalizado, y te sugiero por tu propio bien que abandones el país.
Donde otra persona hubiera empezado a correr, o al menos se hubiera dado la vuelta sobre sus talones, ella simplemente parpadeó.
-Yo…
-Es inútil protestar- interrumpió Mycroft. No podía dejar que suplicara, no confiaba en que su resolución lo aguantase-. Sabemos donde reside tu lealtad.
Antes, ella solo estaba confundida. Ahora él vio el ligero cambio en su expresión, el temblor de su boca, la forma en que colocaba su cabeza, que le indicaban que ella se había dado cuenta de que iba en serio.
-De todas formas, a pesar de que no has sido leal, has sido útil- murmuró, tratando de justificar lo que estaba a punto de hacer-. Y creo que se te debe algún tipo de pago por… servicios prestados…
Mycroft sentía su sonrisa como el filo de un cuchillo, rígida y fría. Pero eso era bueno, estaba bien, reduciría todo lo que había habido entre ellos a nada más que una desagradable transacción.
Se endureció contra su expresión, diciéndose que todo era parte de la actuación. Por supuesto que ella debía parecer devastada y en shock, desde luego que ella debía mirarle como si él fuera el que la había traicionado a ella, para que se echase atrás y proclamase que todo había sido un tremendo error, y ella pudiera continuar su trabajo...
-Tienes un día de ventaja- concluyó.
Mycroft sabía que estaba haciendo una tontería. Le estaba dando la oportunidad de volver junto a su jefe con la información que hubiera obtenido sobre él... pero al menos, de esta forma, tenían una oportunidad de rastrearla hasta la base del enemigo.
Y no, seguramente no tenía que ver con el hecho de que no creía que pudiera soportar ver como se la llevaban a rastras de su oficina.
Ella lo miró durante unos momentos en un silencio atónito, y entonces demostró que a pesar de sus engaños nunca había sido ninguna estúpida.
Salió corriendo.
* * *
-Lo siento- dijo Lestrade.
-¿Por qué?- preguntó Sherlock, agradecido de que su voz sonara casi normal-. A menos que también tú estés trabajando para Moriarty.
-Bueno, sé que... le apreciabas- dijo el inspector con cautela.
Sherlock sintió el súbito e irracional impulso de reírse. ¿“Apreciar” a John? Supuso que apreciaba a John en el mismo sentido que el aceite hirviendo era “tibio”.
Miró las evidencias que Lestrade había traído, las imágenes de las cámaras de vídeo urbanas y los registros telefónicos amontonados sobre la mesa de centro, y se sintió repentinamente enfermo. Se preguntó si la extraña sensación de presión en su pecho era un síntoma de ataque al corazón, e incluso deseó que fuera eso, y que acabara con él. Porque, si se desplomaba muerto en el suelo de la sala de estar, no tendría que seguir sentado allí, mirando... mirando eso.
Registros telefónicos, fotos, horas y fechas de encuentros... una vasta colección de evidencias que en conjunto demostraban una cosa: John estaba trabajando para Moriarty. Había estado trabajando para Moriarty desde el principio.
Sherlock no quería creerlo… pero las evidencias eran indiscutibles.
También explicaban algunos puntos que Sherlock se había estado planteando. Explicaba por qué Moriarty había aparecido justo después de conocer a John: había esperado hasta tener a su espía en Baker Street para darse a conocer. Explicaba por qué la bomba en la piscina era falsa, por qué Moriarty se había reído y se había marchado, diciendo algo parecido a que aquello había sido una prueba. Aparentemente había sido una prueba para comprobar si John se había infiltrado con éxito.
Y por encima de todo, explicaba por qué, cuando Sherlock lo arrastró sobre las baldosas llenas de cloro y le besó, John le había devuelto el beso.
Nunca entendió por qué hasta ahora. Sherlock sabía lo que era: un genio narcisista con un ligero desorden de la personalidad. Y no tenía ni idea de por qué John, quien, a pesar de que a veces tenía mucho temperamento, era probablemente la persona más abierta, comprensiva y generosa que Sherlock había conocido, querría embarcarse en una relación con él. Pero había querido; de hecho, había parecido deseoso.
Habían mantenido relaciones sexuales durante tres semanas y cinco días, y John todavía no había perdido esa expresión casi reverente cada vez que se quitaban la ropa, como si no se creyera lo que estaba pasando. Parecía un hombre que no se pudiese creer lo afortunado que era, y eso le parecía extraño a Sherlock. Si uno de ellos tuviera que estar ponderando su suerte, ¿no debería ser él?
Pero ahora… ahora sabía que esa expresión era la de John maravillándose de que su objetivo hubiera confiado en él tan implícitamente, de haber avanzado tanto en la intimidad de Sherlock.
Era como lo que había pasado con Sebastian. Siempre querían conseguir algo de él, y se sintió confuso por que John no pareciera querer nada… Pero ahora, todo tenía sentido.
-Tenemos algunas unidades buscándole- continuó Lestrade-. ¿Sabes dónde está?
-No.
-Sherlock, esto es serio…
-Eso ya lo veo- cortó Sherlock, señalando con amplio gesto del brazo las evidencias que Lestrade le había presentado.
Lestrade frunció el ceño.
-No creas que puedes protegerle.
-¿Por qué iba a querer protegerle?- preguntó Sherlock, agradecido de que su voz permaneciera firme-. Si está trabajando para Moriarty, entonces lo quiero en la cárcel tanto como tú.
La mirada que le lanzó Lestrade estaba llena de duda, pero no había razón para que permaneciera allí y lo sabía.
-Dejaré vigilancia en el piso- dijo cuando se marchaba-. No sabe que le hemos pillado, así que tiene que volver en algún momento.
Sherlock asintió ausente, mirando fijamente hacia la cocina y tratando de no recordar el hecho de que John había querido una taza de café después de que hubieran tenido sexo esa mañana, y la había preparado mientras todavía estaba desnudo. En ese momento Sherlock estaba encantado con eso, con lo confortable que John se sentía con él (aunque la vista quizá había tenido algo que ver con su apreciación), y ahora… ahora sencillamente se sentía enfermo.
Se permitió diez minutos para asegurarse de que Lestrade realmente se había marchado, y entonces actuó.
Sherlock tomó la pistola de John y tres paquetes de balas y las metió en una bolsa andrajosa que Sherlock sospechaba que John había llevado a Afganistán, junto con todas las piezas de ropa que pertenecían al doctor. Entonces salió del piso (era un juego de niños despistar al policía apostado fuera), y se dirigió al supermercado.
Y desde luego, allí estaba John, justamente saliendo del super con una bolsa de plástico llena de comestibles. La vista provocó un extraño sentimiento trepidante a través del pecho de Sherlock, como si alguien estuviera retorciendo los tendones y ligamentos que sostenían su corazón y sus pulmones.
Caminó directamente hacia John, ignorando el alegre saludo que le provocaba bilis en la garganta, y le arrancó la bolsa de plástico de las manos, empujando la maltrecha bolsa de lona en su lugar.
-Corre.
John parpadeó.
-¿Qué?
-Te han descubierto- rechinó Sherlock-. Corre.
-¿Descubierto?- repitió John-. Sherlock, ¿de qué estás…?
-¡Sé que trabajas para Moriarty!- escupió Sherlock, escondiendo las manos en los bolsillos antes de que John (si ese era su nombre) pudiera verlas temblando.
John estaba boquiabierto.
-Trabajo para… ¿te has vuelto loco?
Sherlock tenía que reconocérselo, era realmente una imitación perfecta de desconcierto y dolor.
-Las evidencias son indiscutibles, no puedes librarte echando un farol- siseó-. Te acabo de dar tu pistola y toda tu ropa, y si alguna vez te vuelvo a ver, no dudaré en entregarte.
Con eso, Sherlock se giró y se fue, casi corriendo.
Sherlock sabía que tenía que haberle entregado, que debía haberle dicho a Lestrade que estaba en el supermercado y que la policía hiciera la única cosa para lo que servía y le arrestase. Pero no podía soportar la idea de John en prisión, y si le daba al hombre algo de ventaja y todo lo que necesitaba… había una posibilidad de no volverlo a ver nunca.
Y como dice el refrán, “ojos que no ven, corazón que no siente”. Si no volvía a ver a John nunca más, quizá algún día sería tan afortunado como para dejar de pensar en él.
Para dejar de visualizar el momento anterior a volverse y marcharse, cuando John le miraba con el dolor y la traición escritos en su rostro como si Sherlock fuese el que le hubiera vendido a él.
* * *
John nunca había entendido el término “recibir un hachazo” hasta ahora. Observó a Sherlock perderse de vista con un vago sentimiento de irrealidad. Esto debía ser una broma, ¿verdad? Tenía que ser uno de los estrafalarios experimentos de Sherlock.
“Está bien, cálmate”, se dijo John. “Sencillamente vuelve a casa y explícale a Sherlock que hay algunas cosas con las que no se experimenta. Todo estará bien, solo vuelve a casa”.
Pero tan pronto como puso un pie en el pavimento, un coche negro se acercó a su lado. Era más pequeño que el que Mycroft solía usar, y fue la puerta del acompañante la que se abrió para él en lugar de una de las traseras, pero John no estaba de humor para ponerse caprichoso. Quizá Mycroft podría explicarle por qué Sherlock había hecho… eso.
Excepto que no había un conductor anónimo y perfectamente profesional al volante. Era la mujer cuyo nombre no era Anthea, y parecía un poco… bueno, agotada.
-Hola… ejem, ¿Anthea?- aventuró John.
Hubo una pequeña pausa, y Anthea pareció triste, como si acabase de pensar en algo particularmente deprimente.
-Sí, me parece bien- dijo ella finalmente, y algo en su tono erizó el vello de la nuca de John.
Abrió la boca para preguntar de qué iba todo aquello, pero Anthea habló antes de que pudiera, soltando el freno.
-Te he recogido, doctor Watson, porque creo que estamos en el mismo barco, por decirlo así.
-¿Mycroft está haciendo algún experimento chiflado sobre tu lealtad, también? Y, por favor, llámame John.
Anthea le miró por el rabillo del ojo mientras sorteaba el tráfico, y la expresión de su rostro se parecía incómodamente a la piedad.
-John… esto no es un experimento.
Algo profundo y vital dentro de John se congeló como si le hubieran inyectado nitrógeno líquido.
-Creo que nos han tendido una trampa- continuó Anthea-. Y la coincidencia en el tiempo sugiere que nos ha tendido una trampa la misma persona.
John casi no podía oírla. Su voz le llegaba amortiguada por los gritos de negación que emitía su cerebro.
-¡No! ¡NO! Sherlock confía en mi, él no haría…
-¡Confiaba, John!- interrumpió Anthea-. ¡Exactamente igual que Mycroft!
El silencio que siguió estaba cargado de pesar y de furia, y John vio parte de su dolor (el de su corazón partiéndose en pedazos) reflejado en los ojos de la mujer, mientras detenía el coche ante un semáforo en rojo.
A pesar del hecho de que para ella obviamente era igual de difícil y de agónico, John no pudo evitar preguntarse: “¿De verdad Sherlock lo ha creído? ¿Sin darme ni una oportunidad?”.
Un suspiro que se parecía peligrosamente a un sollozo le tembló en el pecho. “Ni siquiera ha hablado conmigo…”
No hubo un cambio perceptible en la expresión de Anthea, pero su voz sonó más amable cuando volvió a hablarle.
-He hackeado los registros de la policía, John… Las evidencias eran bastante abrumadoras.
John absorbió la información como hubiera absorbido un golpe súbito en el estómago: con dolor e incredulidad.
Sherlock ni siquiera le había dado el beneficio de la duda. En lugar de ello, creyó que le habían traicionado, sin darle a John una oportunidad de defenderse. Y pensar que John había pensado que realmente significaba algo para Sherlock, que le importaba…
John tragó saliva con aspereza, sofocando el pesar y la traición y la furia que surgían de su garganta. Respiró profundamente y dejó salir el aire por la boca, sintiendo que la extraña calma que siempre le invadía en situaciones de crisis al fin ocupaba el primer plano. Cerró los ojos y se aferró a esa calma. Solo los volvió a abrir cuando estuvo seguro de que se controlaba a si mismo totalmente.
-Así que- dijo tranquilamente, con la voz vacía de emoción-, ¿y ahora?
* * *
Se esforzó por no reaccionar cuando el doctor Watson (John, se recordó a si misma) la había llamado “Anthea”. Él no lo había hecho como un desaire, pero había sido como echar sal en una herida abierta. Solo un hombre conocía su nombre real, la conocía a ella… Pero aquí, para John, ella sería Anthea. Sería Anthea hasta que consiguiese salir de todo esto.
En un primer momento, solo había hackeado los registros de la policía para intentar determinar si alguna de las personas que Mycroft y ella habían encerrado por corrupción había sido liberada recientemente. No lo creía probable, pero estaba tratando de determinar quién podría tener un motivo para tenderle una trampa. Y había descubierto que ella no era la única que estaba siendo acusada en falso.
Anthea sabía que era posible que las evidencias contra John fueran reales, y que estuviese trabajando de verdad para Moriarty… pero parecía demasiada coincidencia para su gusto. No estaba convencida sobre lo de ir a recogerle, no parecía el tipo de capa y espada, más bien iba a ser un peso muerto… pero quizá podrían permanecer juntos y él tenía buenos informes del ejército, así que al menos sería parcialmente útil en esta situación.
Aunque parecía que no iba a ser útil durante cierto tiempo. John todavía parecía aturdido y… bueno, destrozado, como si cada partícula de su ser estuviese rechazando lo que acababa de oír y lo que Sherlock había hecho.
Anthea no podía negar que sentía una reluctante corriente de simpatía. Hacía dos horas, así estaba ella. De pie en medio de la oficina en la que llevaba años trabajando, mirando al hombre al que pensaba que conocía, mientras él la echaba de su vida…
Sacudió la cabeza de lado a lado, manteniendo los ojos fijos en la carretera y tratando de ahogar los recuerdos. No iba a pensar en eso, ahora no…
-Así que, ¿y ahora?- preguntó John, con la voz extrañamente compuesta.
Anthea le miró mientras vagaba entre el tráfico. La cara de John estaba casi completamente inexpresiva, solo las líneas alrededor de su boca y en los bordes de sus ojos traicionaban su tensión.
Estaba realmente impresionada. John había sido traicionado no hacía ni cinco minutos, y ya había pasado de la primera respuesta emocional a la acción. Quizá resultara útil, después de todo.
-Ahora, planifiquemos- respondió brevemente.
Mycroft le había prometido un día de ventaja, y estaba dispuesta a tomar toda la ventaja posible.