Título: Punto de no retorno.
Fandom: Fringe.
Personajes: Lincoln Lee y Altlivia Dunham.
Rating: T.
Disclaimer: Fringe no me pertenece.
Resumen: Era ya casi una rutina: una trivial conversación para disimular lo justo, ataque tímido mientras Lincoln trataba en vano de resistirse y un paseo a la cama... Pero hoy el guión iba a variar.
Advertencias: Pre "Over There". Sin spoilers, pero tienes que haber visto la season finale de la segunda temporada para entender algunas cosas.
*Por y para
bridgestars. Gracias por aguantarme mientras luchaba con el fic.
**Le pido perdón a Fred Vargas por "tomar prestada" una frase.
Punto de no retorno. 1 de 3
http://www.fanfiction.net/s/6275131/1/Punto_de_no_retorno -Hola Capitán -exclamó Olivia Dunham enseñando todos sus dientes.
Lincoln Lee respondió con una sonrisa casi imperceptible pero no dijo nada, simplemente se apartó para dejarle entrar. Hacía tiempo que hacerse el sorprendido perdió el sentido. Era ya casi una rutina. Dos o tres veces al mes y en plena noche, su subordinada en la División Fringe se presentaba en su apartamento con un único objetivo. Y Olivia Dunham, a pesar de que su fachada decía lo contrario, era muy capaz cuando se proponía algo y siempre acababa ganando la partida.
-¿Una copa? -le preguntó él con una sonrisa torcida.
La mujer le atravesó con ojos diabólicos, pero la línea de su boca la delataba. Adoraba que se metiera con ella, aunque sólo lo justo, Olivia siempre tenía que tener la última palabra. Se paseó grácilmente por el salón, con la naturalidad que le daba el conocer el lugar demasiado bien, mientras él la observaba. Se quitó la chaqueta, tardando una eternidad y moviendo con exageración su larga melena. Lincoln puso los ojos en blanco; no le hacía falta tanto espectáculo. La agente fue hasta la vieja cadena de música, en unos segundos escogió un CD y le dio al play. Miró con desaprobación la botella de vino y la copa que descansaban sobre la mesa frente al sofá y se perdió de vista al entrar en la cocina. Él aprovechó para recoger los informes en los que trabajaba antes de la oportuna visita. Tomó la botella y se sirvió generosamente aún sabiendo que no iba a tener ocasión de probar gota.
Movió la copa con delicadeza saboreando su dulce olor, perdiéndose unos instantes en la sensación mientras intentaba tranquilizarse. A pesar de que aquello era algo ya normal en su vida no podía evitar ponerse nervioso. Demasiado para su gusto. Y eso que sabía cómo empezaba y cómo acababa: una trivial conversación para disimular lo justo, ataque tímido mientras él trataba en vano de resistirse y un paseo a la cama... o al sofá, la ducha, el suelo, la pared... El dónde era siempre la mayor sorpresa en esas noches. El qué era inevitable una vez la dejaba entrar. Y después, nada. Cinco minutos de cortesía a su lado para a continuación despedirse con un insípido "nos vemos mañana". Pero hoy el guión iba a variar.
Cuando levantó la vista Olivia estaba apoyada en la puerta de la cocina, mirándole con cara de poker y un 4up en la mano. Bebió un largo trago del bote sin quitarle los ojos de encima. Lincoln estaba seguro de que sabía que compraba aquel horrible refresco sólo para ella. Imitó su rostro inexpresivo y aprovechando la distancia, se dedicó a echarle un vistazo ante su atenta mirada. Llevaba la ropa del trabajo: botas militares, pantalones cargo y una sencilla camiseta del mismo verde que sus ojos. Sin escote. No le hacía ninguna falta. Sonrió sin querer al recordar los horribles sujetadores de señora mayor que solía llevar, era un detalle pintoresco en ella.
-¿Qué? -preguntó Olivia, intrigada.
-Nada -mintió-, sólo pensaba que es una terrible broma del destino que tengas un mal paladar -dijo levantando su copa.
-¿Tú crees? -replicó con indiferencia.
-No sé Olivia, creo que te pega ir de bar en bar ahogando penas.
Avanzó con parsimonia hacia él, como un depredador exhibiendo su pronta muerte a una presa acorralada. Un relámpago atravesó el cuerpo del hombre. No, ella no necesitaba tanto espectáculo pero tenía un efecto inmediato y lo sabía. Cuando estuvo a su lado Lincoln se empinó la copa, pero justo antes de que rozara sus labios y tal y como sospechaba, ella se la arrebató. No se molestó en protestar. Olivia jamás habría permitido que "envenenara" sus labios con el sabor del alcohol.
-¿Qué penas? -preguntó ella vaciando el vino sobre un ficus y devolviéndole la copa vacía con cara de satisfacción.
-Alguna tendrás -dijo con media sonrisa-. Todo el mundo tiene, incluso las pelirrojas impertinentes. -Miró de reojo el ficus-. Me gustaba esa planta.
-¿Y cuales son tus penas Lincoln?
Se limitó a sostener su mirada burlona mientras seguía sonriendo. “Que una pelirroja me está usando y ya no me importa. Ya no tengo orgullo”. Antaño formaba parte de la danza el intentar encontrarle sentido a todo aquello. Necesitaba engañarse, ya lo creo que lo necesitaba, creerse algo más que un capricho. Esta noche todo cambiaba. Suspiró al verla acomodarse en su sofá, ignorándole.
-¿Por qué esta vez? -preguntó él.
-Tiene dos semanas de permiso y ha ido a visitar a su madre. Me aburro -dijo distraídamente.
-Te aburres -repitió con voz cansada.
-Es sábado por la noche, Lincoln. Me aburro -replicó ella como si fuera lo más evidente del mundo.
-Soy tu antídoto contra el aburrimiento, me siento honrado.
-Y yo soy el tuyo, según veo. Papeleo ¿verdad? -exclamó la mujer con una sonrisa maliciosa y señalando con la cabeza la pila de documentos con el distintivo de la División Fringe.
Se sonrojó, avergonzado. Su visita le había chafado un plan alucinante.
-Esta mañana hemos estado a treinta segundos de una cuarentena así que sí, estoy con el papeleo -dijo intentando justificarse.
La mujer se quitó las botas, los calcetines y subió los pies al sofá. Tenía las uñas pintadas de rojo, como era su costumbre sin importar la época del año.
-Treinta segundos -bufó ella mientras se acomodaba-. Eso no es nada. Sabes lo de Charlie ¿no?
-¿El qué?
-Lo de su récord.
-No sé. Es posible.
Claro que lo sabía. Todo la División de New York había oído esa historia como un millón de veces, pero si era ese el tema de conversación escogido no iba a protestar. Finalmente se sentó a su lado, muy cerca de ella, pero para qué mantener las distancias cuando en un pestañeo Olivia podía romperlas.
-Seis segundos -exclamó Dunham dramáticamente-. En Boston, unas semanas antes de que todo se fuera al carajo, Charlie y su equipo estuvieron a seis segundos de quedar congelados en ámbar para toda la eternidad. Eso sí es algo por lo que desperdiciar una noche de sábado. Pero lo interesante es lo que pasó antes.
Lincoln no hizo amago de interrumpirla. Por el entusiasmo que ponía al hablar, estaba claro que Olivia adoraba escucharse a si misma.
-El punto de no retorno está en quince segundos -prosiguió-. En ese preciso momento lo das todo por perdido y sólo queda esperar lo inevitable. Así que cuando la voz robótica de la cuenta atrás dijo el número mágico todo el mundo entró en pánico. Algunos salieron corriendo, otros empezaron a llorar, gritar, llamar a sus familias, declarar su amor por alguien... Muy épico todo. -Sonrió con descaro-. Aunque mi parte favorita de la historia es la que Charlie no cuenta y achaca a una leyenda urbana.
Él también sonrió. Era la parte favorita de todo el mundo, menos de Francis, claro.
-En los que iban a ser sus últimos segundos de vida, a Charlie le tocó oír la desesperada declaración de amor de un tal John. Ese pobre hombre debió desear haber muerto cuando finalmente detuvieron la cuarentena. Dudo que volviera al trabajo al día siguiente.
Rieron al compás durante un buen rato. Hacerlo a costa de Charlie era ya un clásico entre ellos. Olivia le echó entonces un breve vistazo lascivo, por cortesía pensó Lincoln, pues no había demasiado que admirar.
-Así que, Capitán -dijo arrastrando sensualmente su cargo-, treinta segundos no es nada y ese papeleo puede esperar.
Y fue al encuentro de sus labios. Casi con timidez, casi con miedo a pesar de ser un gesto repetido decenas de veces. Pero sólo era parte de su juego. Esperaba que, como todas las noches anteriores, él tratara de zafarse. Que actuara como el caballero que se suponía que era. Que le suplicara que se fuera a casa. Que balbuceara que no jugara con su corazón. Pero él no quería resistirse, ya no, y respondió al instante. Ponérselo fácil no era su estilo pero se acabó. Su orgullo estaba de vacaciones, era el juguete de Olivia Dunham y lo había aceptado.
La atrajo hacia si con fuerza y comenzó a devorar sus labios con una pasión que ni él mismo sabía que tenía. Ella cambió de actitud instintivamente, devolviéndole el beso con la misma intensidad. Hasta que comprendió que aquello no era lo normal. Rompió el beso bruscamente y le miró extrañada o puede que asustada.
-¿Qué? -preguntó él casi riéndose.
Estaba genuinamente anonada; su cambio de actitud no se lo esperaba. Lo gracioso, pensó Lincoln, es que ahora era él quien estaba disfrutando. Sí, esa noche iba a ser diferente.
-¿Olivia? ¿Estás bien?
Tardó en responder, pero no porque estuviera recuperando el aliento (aunque también). Miraba a Lee como si le viera por primera vez, como si no fuera él.
-¿No vas a protestar? -dijo ella por fin.
Lincoln se encogió de hombros.
-No.
Y de nuevo hizo suyos los labios de Olivia.
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Capítulo Segundo)-----------