Open your eyes 3

Sep 18, 2012 00:29



Blue skies turning grey

Saga se tallaba un ojo, tratando de enfocar la vista mientras tropezaba por los pasillos del Tercer Templo. Estaba acostumbrado a levantarse temprano y eso, sumado a un sueño intranquilo, lo tenían buscando desayuno a las seis de la mañana.

La noche anterior, él y Kanon hablaron hasta bien entrada la madrugada. De todo y de nada al mismo tiempo. Hablaron de cosas superficiales, uno que otro recuerdo de niñez, nada de los malos momentos. Nada de lo que a Saga le parecía importante.

Era como si se estuviesen conociendo otra vez.

Al final, habían terminado bostezando cada dos palabras. Kanon fue el primero en tomar la iniciativa - decidiendo que perdían el tiempo -, y yéndose a la cama. Saga lo imitó poco después, dándole un vistazo al reloj, que marcaba poco más de las tres de la madrugada.

En ese instante, calcular la cantidad de horas que había dormido le tomó, aproximadamente, el mismo tiempo que tardó en ir de su cuarto a la cocina. Dos horas y casi cuarenta minutos de un descanso que jamás llegó, era muy poco tiempo para creer que lograría estar alerta tan temprano. El golpe en la cadera, que se dio con el borde de la mesa, lo convenció de que tenía razón. Arrastrando los pies, tomó una pequeña tetera, la cargó con agua y la puso sobre la cocinilla. En la bruma de su mente, un café cargado - sin azúcar, considerando cuánto le costaba mantener los ojos abiertos - se perfilaba como una idea espectacular. Estiró los brazos sobre su cabeza, bostezando y haciendo crujir los huesos de la espalda.

- No pareces del todo… despierto. ¿Has dormido algo?

Saga se paralizó de inmediato. Supuso que debía verse gracioso, con los brazos alzados y los ojos abiertos de par en par. Aunque era imposible que el intruso hubiese visto su rostro, porque así como se consideró incapaz de moverse incluso para bajar los brazos, era incapaz de voltearse. Sintió pasos a su espalda y luego, una silla arrastrándose por el suelo.

- Me vendría bien un café. Y algo de comer. ¡Dioses, me vendría bien algo de comer!

El griego bajo los brazos con lentitud. La vergüenza lo abrumó a una velocidad pasmosa y tuvo que tragar con fuerza, apretar los ojos y contar hasta diez antes de ser capaz de girarse completamente. No se percató de que permaneció en esa misma postura - y con los labios firmemente cerrados por varios minutos -, hasta que la voz nuevamente detuvo la algarabía que se formaba en su cabeza.

- No te veía esa cara desde…- lo imaginó contando con los dedos - Desde que tenías doce años. Y creías que, por algún motivo, que aún no logro imaginar cuál podría haber sido, iba a castigarte. Puedes relajar los puños, Saga.

No sólo la actitud infantil que adoptó le pareció vergonzosa. Estar en su presencia lo era aún más. Que le hablara con tanta suavidad, con tanto cariño, le parecía cruel. Insoportable y doloroso; más de lo que se había imaginado horas atrás. Apretó aún más los puños.

- Mírame, Saga - era una orden.

Abrió los ojos mientras tensaba la mandíbula. Descubrió que tenía la vista empañada y se habría rehusado a alzarla si hubiese tenido la opción. No la tenía.

Con un suspiro trémulo alzó el rostro, sólo para toparse con una sonrisa suave que le retorció las entrañas. Supo que tenía la mente en blanco cuando notó que abría y cerraba la boca y de ella no salía nada más que gemidos estrangulados.

Shion apoyaba el rostro en una mano y los ojos violetas no perdían detalle de las reacciones del gemelo. La compasión lo invadió cuando vio que, en un momento dado, Saga apoyaba una mano en el lavaplatos, a su espalda. No podía decir si lo hacía para sopesar sus opciones de huida o porque necesitaba sujetarse de algo. Le costó trabajo impedir que la piedad se mostrase en su rostro; Saga no toleraría que lo mirase con lástima ni por el más efímero de los segundos. La tetera pitaba sobre la estufa, pero a ninguno de ellos le importó. Vio a Saga alzar el rostro al techo, como si se ahogara y boqueara por un poco de oxigeno. Lo vio quebrarse en el momento justo en que un sollozo angustiado le llegaba a los oídos.

- Lo…- Saga hablaba luchando contra el nudo en la garganta - Lo siento - fue un susurro, pero una vez que se disipó, se llevo con él la dificultad de Saga por hablar - Lo siento tanto.

Era difícil mantenerse impasible al ver a uno de sus santos más poderosos caer presa de la desazón. Era una suerte que Saga no lo mirase, porque Shion tuvo que desviar la vista y parpadear un par de veces para controlar el escozor que le atacaba los ojos.

- No tienes que disculparte de nada - aseguró volviendo su vista hacia el gemelo. La carcajada grave y amarga, y la mano que se alzaba para cubrirle los ojos al griego, le hicieron saber que sus palabras eran correctas, porque el gemelo jamás las creería. Y Shion nunca había visto a Saga más equivocado en su vida.

Le resultaba obvio que sus palabras eran dolorosas para el griego, que en esos momentos se giraba, aún riendo entre sollozos, para agacharse sobre el lavaplatos y sostenerse la cabeza en las manos. Gimoteaba en su intento desesperado por controlarse. Shion sabía que sería así de duro, pero tener la certeza y presenciarlo se le antojaban situaciones diametralmente opuestas. Tal vez Saga nunca aceptaría sus palabras como ciertas. Y quizás, por esta vez, Shion no tendría la más mínima idea de cómo arreglar el daño que los dioses le habían hecho a ese hombre, poniéndole sobre los hombros una carga demasiado pesada para él.

Se puso de pie con un poco de duda y se acercó con cautela a la cocinilla. La tensión que se instaló en el gemelo podía sentirse con facilidad desde donde se encontraba, unos pasos a su derecha. Apagó el gas y la tetera dejo de pitar casi de inmediato.

- Si lo que necesitas es oír que estás perdonado, vas a escucharlo…- susurró Shion y Saga, aún con el rostro escondido entre las manos, negó con todo el cuerpo. El Patriarca, entonces, sonrió débilmente y deslizó una mano por el hombro del griego hasta llegar a su cuello, presionando con ligereza un poco más abajo de la nuca, como había hecho tantas veces cuando Saga era pequeño - Si lo que necesitas es expiarte de alguna forma…Respira hondo, contrólate y empieza a comportarte como un santo de Athena. Tenemos mucho trabajo que hacer estos días - agregó con voz más firme y procurando hacer énfasis en la palabra ‘tenemos’.

Sus palabras podrían haber sonado duras, carentes de empatía, pero podía adivinar, sin temor a equivocarse, que era lo que Saga necesitaba oír. Nada de consuelo, nada de lástima. Si quería tener a Saga de pie y moviéndose, tenía que darle una palmada en la espalda, hacerle creer que le importaba un carajo si estaba sufriendo o no, y decirle que a él, lo que le interesaba, era hacer lo que le correspondía; poner al Santuario en funcionamiento. Había sido una jugada sucia presentarse de improviso en el templo de Géminis y acorralar a Saga, apenas unas horas después de que éste hubiese revivido y cuando aún estaba en proceso de digerir sus acciones pasadas, sin embargo, Shion no podía sentarse a esperar que el gemelo juntase el valor suficiente para enfrentarlo. Mal que mal, Saga sabía muy bien como mover al Santuario y seguía confiando en él para hacerlo correctamente. El chico era su sucesor natural después de todo.

- No tengo todo el día, Saga - dijo Shion, minutos después y volviéndose nuevamente hacia la mesa - Necesito discutir un par de cosas contigo.

- Dame un segundo.

La voz del gemelo seguía siendo ahogada por las manos que le cubrían el rostro. Shion continúo estudiándolo desde la mesa, en silencio, sin dejar que se le escaparan los detalles. Un instante después, vio como Saga se enderezaba respirando hondo y luego dejaba escapar el aire en un suspiro profundo, limpiándose con torpeza las mejillas. Casi podía ver como las murallas se levantaban a su alrededor luego de hacer eso, regresando a la naturaleza de Saga que todos conocían pero que distaba mucho de ser real; frío, calculador, imperturbable. El Patriarca sonrió en ese punto: el griego solía ser imperturbable, salvo cuando era tomado por sorpresa. O acorralado de forma canalla en la quietud de su cocina en horas tempranas, cuando aún no llevaba su traje de indiferencia. A pesar de que sus hombros recobraron esa apariencia elegante y orgullosa de siempre, pudo notar que le costaba algo de trabajo tomar las tazas y preparar el café sin que le temblaran las manos.

Finalmente, Saga colocó una de las tazas frente a él y ansioso por voltear su atención en algo distinto al hecho de que el muchacho evitaba alzar la vista, le dio un sorbo. Sin querer, hizo una mueca de asco y segundos después, el gemelo le acercaba los terrones de azúcar y un cartón de leche.

- Se me olvida que eres un poco débil de estomago.

Y allí estaba otra vez, el santo de Géminis, con su cinismo y su templanza forjados a mano. Shion sonrió.

- ¿Qué es lo que te trae por aquí? ¿Tan temprano? - Saga se detuvo.

- ¿Tan de improviso? - completó Shion, notando la vacilación del gemelo. Cuando Saga asintió, aún mirando hacia un costado, continuo - En primer lugar, hacerte saber que eso que estabas planeando… Lo de aislarte y esconderte del resto de nosotros…No va a ser posible. En algún momento tienes que enfrentarlos a todos - Saga sonrió con tristeza - Kanon iba a buscarte, era obvio. Iba a obligarte a enfrentarlo. Supuse que debía hacer lo mismo.

Saga se escondió tras la taza de café, tomando un trago largo.

- Pero sabrás que no todos lo harán. No todos saben que la forma de hacerte reaccionar es arrojarte de bruces contra la realidad - agregó Shion - Ni siquiera Aioros.

Era gracioso como todo lo que Saga trataba de ocultar podía leerse en sus ojos, si se sabía bien dónde mirar. El geminiano siempre tenía esa expresión melancólica en el rostro, que se escondía cuando fruncía las cejas, se volvía un poco turbia cuando apretaba los labios, se transparentaba hasta hacerse casi invisible cuando sonreía. Se agudizaba si le nombraban al arquero. Era evidente, tangible y real cuando murmuraba, muy bajo, ‘Lo sé’.

- Voy a necesitarte para dirigir este lugar - dijo el lemuriano - Como debes haber notado, me tomará algo de tiempo hacer que Dohko coopere conmigo, así que estoy confiando en ti para que me ayudes.

Saga le dio un vistazo rápido, como si a último minuto se hubiese arrepentido de mirarlo y asintió en silencio.

Shion tomó el último sorbo de café con leche de su taza y la sostuvo un segundo - vacía entre los dedos -, columpiándola y sopesándola. Sabía que iba a ser fácil recurrir a Saga; el gemelo probablemente se sentiría con la obligación de hacer todo lo que le pidiera, sumiso, como si eso fuese alguna forma de compensación. Suspiró, preguntándose sin querer, cuánto tiempo llevaba jugando así de sucio. Probablemente, desde que se convirtió en Patriarca. Y lamentaba saber que no dejaría de ser así en un futuro próximo.

- Y para que las cosas funcionen - murmuró dejando la taza sobre la mesa - Tendrás que ponerte en buenos términos con el resto - Saga dejo escapar un bufidito incrédulo - Al menos, tienes que ser capaz de hablar y estar en el mismo cuarto que el resto de los santos por más de dos minutos, Saga - el gemelo contrajo el rostro pero agachó la mirada, dándole la razón - Ve tu como lo haces…Pero hazlo.

- De acuerdo - Saga aceptó y Shion no pudo evitar presionar un poco más allá.

- Sobre todo con Aioros. Porque los necesito trabajando juntos…

- Como siempre - interrumpió Saga.

- Como siempre - Shion imitó la sonrisa desganada del gemelo.

- Veré que puedo hacer.

- No verás nada, hijo - argumentó Shion, levantándose - Vas a hacerlo y punto.

- ¿Por qué estás tan seguro de que Aioros no pondrá objeciones? - farfulló Saga, súbitamente molesto - ¡Dioses! ¿Por qué todo el mundo cree que me perdonará con tanta facilidad?

- Porque no te das cuenta, pero tienes la pequeña manía de subestimarlo en estas cosas - replicó Shion. No había humor ni en su rostro ni en su voz, conciente de que esa no era la razón por la que Aioros aceptaría cualquier disculpa proveniente de Saga, antes de que éste incluso la pensara - Ahora, si me disculpas, tengo mucho que hacer. Ven a verme más tarde.

Saga no contestó, considerando las últimas palabras de Shion, tratando de ver cuánto de razón había en ellas. El Patriarca no esperó a que la encontrara para marcharse.

En el pasillo, Shion tropezó con un adormilado Kanon, que tan pronto lo vio, frunció el ceño.

- ¿Y tú que haces aquí a estas horas? - gruñó Kanon, lo suficientemente alto para que Saga lo oyera en la cocina y le gritara que, por los dioses, mostrara un poco más de respeto, haciéndolo sonreír travieso - ¡Su excelsa señoría! ¿En qué puedo servirle, tan gustosamente, a tan tempranas horas de la mañana? - exclamó con burla y pudo imaginarse a Saga maldiciendo en su contra cuando lo escuchó gritar su nombre.

Shion rió entre diente luego de mirar sobre su hombro para comprobar que Saga permanecía dentro de la cocina.

- ¿Cómo te fue con él? - susurró Kanon, de pronto, muy serio.

- Creo que bien - contestó Shion, también en un susurro - ¿Puedes estar en mi despacho en, digamos, una hora? Tengo que hablarte - Kanon asintió y Shion se despidió de él palmeándole el hombro, antes de alzar la voz - Tengo una biblioteca llena de archivos que ruegan ser ordenados, Kanon. No me obligues a pedirte que lo hagas.

Kanon rodó los ojos con fastidio y siguió su camino hacia la cocina. Shion hizo lo propio. Era momento de dejar de perder el tiempo y poner las cosas en marcha.

***

- ¡Oh, que lindo! ¿Estabas esperándome? - Kanon puso esa sonrisa que le cruzaba la cara de lado a lado cuando lo vio, de pie, a la entrada del templo.

- No a ti precisamente - masculló Aioros, levemente decepcionado y echando por tierra su actuación cuando Kanon se llevó una mano al pecho, en un gesto dolido.

- No tienes corazón, Aioros.

El arquero sonrió y le hizo un gesto a Kanon para que lo siguiera.

- Sin rodeos, por favor - dijo Kanon, pero lo siguió de todos modos - Aunque te cueste creerlo, tengo más cosas que hacer.

- ¿Cómo está?

- Exactamente como te lo imaginas.

Aioros se desplomó en el sillón de la sala, suspirando. Se jactaba de tener una imaginación muy buena…y dolorosamente cercana a la realidad. Kanon se sentó frente a él y Aioros lo estudió detenidamente. Sacudió los rizos, receloso.

- ¿Cómo es que no estás molesto conmigo? - le preguntó de pronto y el rostro del gemelo de oscureció en dos segundos.

- Créeme que he estado furioso contigo por mucho tiempo - contestó y Aioros se sorprendió al no percibir rastros de esa rabia en su voz - ¿No te parece bien?

- Claro que si. Por eso te lo pregunto. Porque no lo pareces y te recuerdo bastante enojado.

Kanon volvió a sonreír, como si nada. Era sorprendente la facilidad con la que las emociones desfilaban por su rostro.

- Porque eres un desgraciado con el que no se puede estar enojado mucho tiempo.

- ¿Cuánto?

- ¿Diez años tal vez? - Aioros rió.

- Es satisfactorio saber que soy el responsable de una constancia que no te caracteriza.

Kanon sonrió divertido. Le agradaba Aioros. Desde que tenía memoria. Hubo un tiempo, cuando era más joven, en que tuvo celos de él, pero cuando descubrió porque Saga le prestaba tanta atención, varios años más tarde, esos celos desaparecieron tan rápido como aparecieron.

Aioros se pasó las manos por el rostro, en un gesto cansado y enredó sus dedos en los rizos castaños, despejándose la frente y, taciturno, clavó la vista en el gemelo.

- ¿Qué crees que debo hacer? - preguntó, sin dejar de mirarlo. Kanon pareció pensarlo seriamente un minuto y luego se encogió de hombros, como si no le importase en lo más mínimo. Aioros apretó los dientes y se jaló levemente el cabello, algo frustrado - ¿De verdad quieres que lo diga, no es así?

Kanon sonrió mirándose las uñas y poniendo la lengua entre los dientes, arrancándole al arquero un gruñido molesto.

- Siento no haberte escuchado, ¿vale? Tenías razón - Kanon no parecía satisfecho - En todo. Lo siento. Me equivoqué. Quiero arreglarlo.

- Siempre quieres arreglarlo todo, Aioros - murmuró Kanon - Pero tienes que entender que a veces no hay nada que puedas hacer.

Aioros se tensó al escucharlo. Arrugó las cejas, un tanto molesto, pero sobretodo, alarmado.

- ¿Eso crees?

- Pasaron catorce años, Aioros - le recordó el gemelo, golpeando ligeramente la voz. Luego, más como si hablara consigo mismo, añadió - Haz que un hombre se encierre en si mismo y recopile todos sus remordimientos por esa cantidad de años y el resultado será, más o menos, algo similar a lo que es Saga hoy día.

- Quiero recuperar a tu hermano - comenzó a decir Aioros pero Kanon lo cortó antes de que lograra decir algo más.

- Quiero recuperar a mi hermano - dijo y dio una carcajada desprovista de humor - Pero no va a suceder. Saga tiene grietas por todos lados. Y la persona que alguna vez fue…

- No se ha ido a ningún lado, Kanon - esta vez fue el arquero el que interrumpió al gemelo. Sonreía, apenas - Alguien como Saga no se pierde por esas grietas. Se esconde de la luz que se filtra por ellas.

Kanon hizo una mueca de disgusto al escucharlo.

- ¡Dioses, estás perdido!

Aioros no pudo evitar las carcajadas. Kanon no alcanzaba a imaginarse siquiera el grado de perdición en el que caía cuando se trataba de su hermano.

- Necesito tu ayuda - dijo y Kanon negó con la cabeza.

- No - Kanon se puso de pie y rodeó el sillón en el que se sentaba hasta apoyar los codos en el respaldo - Lo que necesitas es decirle la verdad.

Aioros resopló mirando el techo.

- Prefiero no hacerlo, si es posible.

Su respuesta pareció molestar al gemelo, que volvió a hacer esa mueca de disgusto y se rascó la cabeza.

- ¿Y que pretendes hacer, entonces? - terminó preguntando un segundo después, lejos de estar convencido.

- No decírselo, recuperarlo, vivir felices para siempre. Algo así, a grandes rasgos.

Kanon agitó los brazos y puso los ojos en blanco, dándose por vencido.

- Eres demasiado optimista. Te lo digo por tu bien, tanto optimismo hace mal - El arquero sonrió al escucharlo.

- ¿Vas a ayudarme?

El geminiano no contestó de inmediato. Se acercó a la puerta, dispuesto a marcharse., sin embargo, se detuvo a pocos pasos, con el semblante mostrando la inseguridad que sus gestos escondían.

- Espero que sepas bien lo que estás haciendo - dijo - Voy a ayudarte, no porque me lo hayas pedido, sino porque eres el único que puede acercarse a Saga más allá de lo que cualquiera puede…Pero sigo creyendo que es mejor que se lo digas. Y que eres un bastardo egoísta por no hacerlo.

Kanon desapareció después de eso. Aioros permaneció varios minutos con los ojos fijos en el lugar que había ocupado, repitiendo sus palabras. Sabía que tenía razón, sobretodo cuando le decía lo egoísta que estaba siendo. Sin embargo, a su juicio, cobarde y miedoso lo habrían definido mejor en ese momento. No quería hacer desaparecer la pequeña posibilidad de recuperar a Saga y decirle como habían sido las cosas en realidad, acabaría con ella eventualmente.

Podía soportar ser egoísta, que Saga lo odiara podría sobrellevarse, siempre cuando estuviese allí, donde le correspondía. Al lado suyo. Que diera media vuelta y se alejara para siempre, no podía ni considerarlo.

***

Tres, cuatro golpes en la puerta lo rescataron del letargo que comenzó a aquejarlo.

Estaba cansado, luego de una noche en vela atendiendo uno que otro pormenor, y a pesar de ello, seguía tratando de organizar lo mejor que podía esa especie de renacimiento del Santuario. Alzó la voz para que quién tocaba, entrase a su despacho. No le sorprendió que Kanon apareciera tras la puerta y caminara en su dirección estudiando con indiferencia cada rincón. Aunque haya estado allí una decena de veces. El muchacho se sentó frente a él, al otro lado del escritorio, y comenzó a tamborilear los dedos contra las rodillas, sin prestarle mayor atención.

- ¿Pensaste en lo que te dije ayer?

Kanon lo ignoró, aún paseando la mirada por el cuarto. De pronto, hizo un gesto, recordando algo de la nada.

- Oye, ¿qué te dijo Saga está mañana?

Shion dejo la lapicera sobre las hojas que cubrían el escritorio, rogando por un poco de paciencia. Estaba acostumbrado a que Kanon tratara de sacarlo de sus casillas, pero no por eso dejaba de ser molesto.

- Estoy hablando en serio - dijo - Estoy demasiado cansado para aguantar tus niñerías.

- Yo también - resopló el griego - Quiero saber cómo reaccionó.

- Como era de esperarse en tu hermano - contestó Shion impaciente - Derrumbándose, disculpándose, levantándose y obedeciendo.

- Un soldadito perfecto, ¿no?

Shion no contestó. Permaneció callado hasta que Kanon se cansó de su silencio y lo miró fijamente, exigiéndole una respuesta.

- Voy a hacer lo posible por ayudarlo. A él y a todos los demás, tal como te lo dije anoche. A ti, si me dejas - dijo Shion, tratando de que su voz tuviese la convicción necesaria para que el muchacho le creyera - Tengo la obligación de hacerlo. De lo contrario, no habría aceptado todas las exigencias que me pusiste.

Kanon sonrió satisfecho. Asintió, tratando de obviar la sensación que le producían las palabras de Shion. Esa seguridad que querían entregarle, no era más que algo pasajero. Ni siquiera el Patriarca, por más años de experiencia que tuviera arreglando los errores de otros, podría solucionarlo todo.

- De acuerdo - murmuró - No es como si hubiese tenido que tomar una decisión, de todos modos - Shion le devolvió una mirada desconcertada - Creo que ya lo había decidido… Tampoco me gusta ver al chino así.

Shion parpadeó perplejo y a continuación, la revelación tras las palabras del muchacho se le hizo tan evidente que le dieron ganas de golpearse la frente. No estaba seguro de si lo que quería era estar en lo correcto o medianamente equivocado, pero prefirió no decir nada al respecto.

- Déjame hacer las cosas a mi modo - dijo Kanon - Si vas a estar llamándome la atención cada tres días, puedes olvidarlo por completo.

El Patriarca dudó en aceptar lo que Kanon le pedía. Equivocado o no, siempre existía la posibilidad de que el desenlace de la treta que tenían entre manos resultara, incluso, peor de lo que ya era. Era un riesgo que no podía darse el lujo de tomar. No cuando se trataba de un tema delicado para él. Que Dohko de repente decidiera que estaba cansado del Santuario y de la vida de caballero sería problemático. Que, además, terminaran peleándose, haría todo más difícil para él, que aunque lo evitara, siempre terminaba recurriendo al moreno para apoyarse. Era algo preciado lo que ponía en manos de Kanon. Eran años de amistad. Pero había algo en los ojos del muchacho y en la forma en que miraba al moreno, que lo había impulsado a manejar que Kanon fuese revivido en el templo del Patriarca y a pedirle su ayuda en la primera oportunidad que tuvo. Rogarle a Athena y a todos los dioses que podía recordar en ese momento, no parecía ni remotamente suficiente.

- Trata de no hacer nada estúpido - resopló al final. Kanon sonrió mostrando los dientes, así que se vio forzado a pedirle por favor, que de verdad no lo hiciera.

- Descuida - contestó el gemelo - No tengo grandes planes de hacer estupideces, porque tú - agregó apuntándolo con un dedo - vas a hacerme un favor.

Shion alzó una ceja, en parte por la insolencia del gemelo, en parte porque le intrigaba cuál podría ser aquella petición.

- Ya tienes a Saga con correa y con bozal - le dijo, haciendo que su voz sonara lo más áspera posible - Sabes que hará lo que te pida. De ahora en adelante lo dejas solo. Nada de cuidarlo, nada de sobreprotegerlo, nada…

- Suena como si quisieras que sufra - intervino Shion, anonadado. Tal vez se equivocaba, pero era lo que destilaban las palabras de Kanon. Como si una venganza quisiera abrirse paso desde lo más profundo de su alma.

- Nada de tratar de esconderlo del dolor - completó Kanon, ignorándolo. Cuando el gemelo lo miró, le brillaban los ojos - Saga se encargará de encontrarlo de todos modos.

- ¿De qué estás hablando? - preguntó Shion, realmente confundido - Si hay algo que Saga va a hacer, con toda seguridad, será revolcarse en ese dolor.

Kanon sonrió. No con saña ni burla, sino triste, acongojado, de pronto bañado en una lástima poco frecuente. Kanon no solía sentir lástima por nadie. Bien porque no se lo merecían, bien porque resultaba insultante para alguien como ellos; Shion no lo sabía con seguridad.

- Cuando éramos niños, muy pequeños, creo que recién habíamos llegado aquí, le tenía miedo a la oscuridad. Así que siempre me pegaba a Saga. Él me dejaba, me decía que no tenía porqué temerle, se enojaba; pero me dejaba. Un día me dejo sólo. Apago las luces y por más que traté de evitarlo, me dejo solo, salió de la habitación y cerró la puerta con llave - Kanon torcía los labios en una mueca azorada, como si recordar el hecho aún lo molestara - Yo lloraba, pataleaba, creo que me tiré un par de veces contra la puerta, pero Saga estaba del otro lado y no había forma de que pudiese abrirla - el gemelo desvió la mirada y sonrió de improviso, deleitándose con haber capturado la atención de Shion - Al final, me tranquilicé. No sé si fue porque estaba agotado, porque perdí las esperanzas, no sé. El miedo no se había ido, pero se me hizo algo más llevadero. Cuando amaneció, hasta encontré la oscuridad más segura. Le tenía miedo a la oscuridad porque no podía ver que sucedía. Y resultaba que, amaneciendo, la luz podía hacer siluetas más aterradoras. Las sombras se estiraban, se deformaban y podía imaginar cosas mucho más descabelladas que no ser capaz de ver que sucedía. Cuando la puerta se abrió, Saga me preguntó si había resultado. Dijo que llevaba días tratando de comprobar si sería efectivo pero que no podía asegurarlo, así que había decidido probarlo. No sé que le dije. Ya no recuerdo tanto, pero sé que deje de temerle a la oscuridad - hizo una mueca y negó sus propias palabras - La verdad no deje de temerle, pero era soportable. Pasaron años para que comprendiera que pretendía Saga.

- Podrías ayudarme aquí, porque me cuesta trabajo seguirte la idea - murmuró Shion, intrigado. Conocía a los gemelos de toda la vida y seguía sin saber todas las historias que los incumbían.

- Es como dicen en las películas - Kanon soltó una carcajada - Aunque no te creo muy seguidor de las películas. Algo de que mientras más cerca estás de un enemigo, más seguro te encuentras. Si te paras bajo sus narices, es imposible que te vean. Saga cree que estando más cerca de lo que te asusta, de lo que te duele, de lo que te daña, el efecto se reduce. ¿Nunca te preguntaste porque Saga siempre buscaba estar solo? - Shion bajó el rostro, dándole a entender a Kanon que nunca encontró una respuesta satisfactoria - Porque le daba miedo quedarse solo. Era como…si estuviese entrenando para cuando sucediese de verdad. Como dices, se revuelca en su dolor, porque tiene la esperanza de que en algún momento duela un poco menos. Porque se siente seguro escondiéndose en esa esperanza.

- Aún no logró entender porque quieres que lo deje sufrir - murmuró Shion y Kanon agitó suavemente la cabeza, batiendo los cabellos azules.

- No te estoy pidiendo que lo dejes sufrir - contestó - Te estoy pidiendo que lo metas en ese cuarto y que lo dejes allí, enfrentando las cosas por su cuenta. Sabes que no voy a quedarme para siempre en este lugar. Voy a largarme en algún momento, te guste o no - añadió el gemelo al ver que Shion pretendía replicar - Y cuando me vaya, Saga no podrá seguir escondiéndose en mi. No podrá tenerme cerca para ocultarse de lo que sucedió entre nosotros hace años. Y de algún modo, tiene que prepararse para ese momento.

Shion no parecía compartir su opinión.

- Si es como dices - dijo, luego de unos segundos - Saga dejará de esconderse en ti para esconderse en Aioros - Kanon se encogió de hombros.

- Quizás. Pero Aioros tampoco podrá esconderle la verdad tanto tiempo y cuando eso suceda, tampoco podrá esconderse en él.

- ¡Pero eso será dejarlo completamente desvalido! - Shion alzó la voz, sin dar crédito de lo que oía.

- Creo que le tengo un poco más de confianza a Aioros que tú - rió Kanon enseñando los dientes - Honestamente, si yo no fuera el gemelo de Saga…Aioros probablemente sería algo así como su siamés. Aioros no va a dejar a Saga solo, por más que el idiota de mi hermano lo intente. No puede. Y al final, a Saga no le va a quedar más remedio que aceptarlo.

- ¿Porque de otro modo si terminaría quedándose solo? - cuestionó Shion en un murmullo. Miró a Kanon, sólo para encontrarlo asintiendo en silencio. Por un segundo, se maravilló con la mente que se mostraba ante él, tras ese rostro distraído, la lengua afilada y la sonrisa insolente. Probablemente, siempre había mirado en menos la agudeza del menor de los gemelos y recién ahora, luego de años, descubría lo que de verdad pasaba en esa cabeza - No es necesario que te vayas para lograr todo eso - dijo, antes de poder detenerse.

Kanon rió sacudiendo los hombros, se recostó contra el respaldo del sillón, mirándolo con una sonrisa presumida y el cuerpo relajado. No le contestó y cuando volvió a hablar, pretendió que la conversación que acababan de tener jamás había ocurrido.

- ¿Puedo hacerte una pregunta? - la sonrisa desapareció de sus labios lentamente. Shion asintió - ¿Se nota?

- ¿Qué cosa?

- ¿Qué hago lo mismo que Saga? ¿Tú crees que lo nota? - Shion hizo un gesto apesadumbrado antes de contestarle. Luego de lo que Kanon acaba de contarle, se preguntaba porqué no lo había visto antes. Sabía que estaba allí, pero no había logrado ponerle el dedo antes de ese día.

- No. No creo que Saga lo note - Kanon suspiró aliviado. Luego, volvió a verse algo preocupado.

- ¿Pero tú si lo notas? - Shion no se preocupó de ocultar las carcajadas sarcásticas.

- Si fuera posible criar a alguien sin saber definir los gestos que los delatan, quizás no lo habría notado.

Kanon reaccionó poniéndose de pie y sin dignarse a mirar a Shion mientras lo hacía. Talvez pretendía esconder una sonrisa.

- Eres tan desagradable cuando te bajan los instintos paternales.

Shion dejo de reír cuando Kanon alcanzaba la puerta. Lo llamó cuando la abría.

- No me habría dado cuenta - le dijo - No me habría percatado si no me hubieses dicho lo de recién.

La preocupación que se había asentado en la frente de Kanon se disolvió al escucharlo. Al salir, ningún gesto en su rostro delataba la conversación que acababan de tener.

***

Por cómo habían marchado las cosas la noche anterior, Aioria sabía que aún era muy pronto. Sin embargo, no pudo contener las ganas de probar suerte. Subió a Sagitario, a pesar de que el sentido común le decía que no obtendría nada.

Por eso le sorprendió entrar a la sala principal del templo y encontrar a Aioros de pie junto al enorme ventanal, con un brazo apoyado sobre el vidrio y la frente descansando en él.

Cuando alzó la cabeza, por un segundo sólo para saludarlo, Aioria notó el agobio y el cansancio producto de horas de reflexiones infructuosas. Afuera el sol se ponía, despidiendo un día que se había extendido más de lo debido, gracias a reencuentros, palmadas en la espalda y uno que otro manotazo buscando desordenarle los rizos. No se topó con su hermano durante el día. Tampoco se topó con el santo de Capricornio, ni con el de Cáncer ni Piscis. Chocó de frente con Saga, en su camino a Aries, pero el gemelo lo esquivó usando todas sus habilidades. Gracias a eso, daba por sentado que Aioros llevaba todo el día allí, quizás también frente al ventanal, observando todo cuanto podía ver desde allí sin participar de nada. Pensando, alternando escenarios, poniéndose en diferentes situaciones, tratando de decidir qué hacer.

Aioria se sentó cruzando las piernas sobre el sofá y jugueteando con los cordones de las zapatillas. Esperando que Aioros le diera una señal para permanecer allí.

- ¿Qué pasó? - la voz de Aioros destilaba duda - Después de que morí, ¿qué fue lo que pasó contigo?

No le sorprendió la pregunta. La había considerado. Había supuesto su respuesta. En ese momento, sin embargo, descubrió que no quería hablar de ello. Que no había una razón lo suficientemente fuerte como para hablar de ello. Que no era necesario que Aioros supiese los detalles. ¿Para qué? No había caso. Prefería dejarlos donde estaban, enterrados junto a todos los otros recuerdos desagradables. Se lo dijo así, pero Aioros no parecía dispuesto a aceptarle tal respuesta.

- Voy a enterarme - le dijo - Sea como sea, voy a enterarme. Si no me lo dices tú, lo hará Saga. Tarde o temprano. ¡Dioses! Sé que de todos modos voy a tener que oírlo de Saga. También quiero escucharlo de tu boca.

- Tienes una idea de lo que sucedió - murmuró Aioria, mirando a Aioros acercarse una mano al mentón y morderse los nudillos, ansioso - No veo que sacas con preguntarme eso.

- Porque sólo oyéndolo de ti, podré saber como te afectó todo - contestó Aioros - Oyéndolo de Saga, voy a saber qué significó para él, pero no cómo pudo cambiarte a ti.

Hacía eso de cargar la voz cuando se refería a él. En los ‘ti’, en los ‘tú’. Y era gracioso, porque le movía algo en la sangre cuando lo hacía. Así que accedió a contárselo. Dejó de lado algunos detalles, pero en general, se lo contó todo. Resultó más fácil hacerlo, dado que su hermano permaneció todo el tiempo dándole la espalda, sin embargo, había gestos que lo traicionaban. Tanto a él como a Aioros. Que de repente se le estrangulaba la voz. O a veces, tenía que parar en medio de una frase y tomar aire. Quizás tuvo que limpiarse los ojos en un par de ocasiones. Y cada vez que Aioros intuía algo así, Aioria podía asegurar que se mordía los labios y apretaba los ojos para no demostrar que le dolía. Lo traicionaban la respiración acelerada, que chocaba contra el vidrio empañándolo, uno que otro jadeo que se pasaba de listo y huía, los dedos que se cerraban cuando Aioros dejaba de apoyar la frente contra el brazo y escondía los ojos, la otra mano, que terminaba por plantarse en el vidrio, un poco más al lado, dejando una huella con el calor que desprendía su cuerpo.

Cuando dejó de hablar, Aioria bajó la vista y sonrió al notar que, en medio de su nerviosismo, se había desatado los cordones y cada cinta tenía un par de nudos imposibles.

Murmurando, en voz baja, casi temeroso, le dijo a Aioros que era su turno. Su hermano comprendió a qué se refería, sin duda, porque soltó un suspiro lánguido que fue seguido por su voz ronca, cargada de emoción contenida, que se volvía más grave al usar ciertas palabras, que le faltaba el aire en otras. En un momento, alzó la cabeza con tanta brusquedad que Aioros dudó en continuar un segundo. Se había dado la vuelta y lo observaba. De seguro, había notado el nerviosismo que lo invadió de un momento a otro.

Continuo hablando, sin dejar de mirarlo y sin titubear esta vez, como si clavar sus ojos en él le diese fuerza para hacerlo. Llegó un momento en que Aioria tuvo de ponerse de pie y moverse, aunque fuese caminar en círculos, porque el conflicto de emociones que generó lo que Aioros acababa de contarle, lo llenó de una energía nerviosa que tenía que liberar. Y darle un puñetazo a su hermano, aunque tentador, no le pareció ideal.

- Supongo que eso cambia un poco las cosas - murmuró Aioros, acercándose y sentándose en el borde del sillón. Frente a él, Aioria sólo detuvo su paseo para mirarlo con fiereza y hacerle sentir que acababa de decir una estupidez.

- No, un poco no - le dijo - Las hace de nuevo, Aioros.

Aioros no supo bien que contestarle, porque supuso que si. Para él, era lo único cierto. Para Aioria era la otra historia, la nueva, y que de repente, contradecía todo lo que la antigua le contaba.

- No puedo creer que no hayas hecho nada - escuchó que Aioria rezongaba y sintió la necesidad de defenderse.

- Hice lo que había que hacer - escupió Aioros y se arrepintió tan pronto Aioria arrojaba los brazos al cielo y luego, afirmaba las manos en las caderas, negando.

- No, hiciste lo que te dijeron que hicieras - cuando Aioria hablaba así, golpeando las palabras, parecía que rugía - Pasé más de diez años escuchando que eras un traidor que atentó contra Athena. ¡Dioses! Hubiese preferido un millón de veces haber escuchado que eras un traidor por haber desobedecido esa puta orden.

- No podía hacerlo - dijo Aioros, mientras se pasaba las manos por el rostro. Aioría tuvo que esforzarse para no gritarle.

- ¡Claro que podías!

- ¡No podía, maldita sea!

Aioros no hizo tal esfuerzo. Guardó silencio luego de eso, cerrando los dedos con fuerza sobre las rodillas; como si temiese gritar otra vez. Aioria seguía sin comprender porqué. Muchas piezas cayeron en su lugar esa tarde, pero no podía dilucidar porqué Aioros había permitido que las cosas sucedieran así. Suspiró, comprendiendo - al ver el rostro acomplejado y miserable de su hermano -, lo difícil que debía ser para él. Sobretodo, lo difícil que debía ser para él cargar con esa culpa. Porque era culpa la que le pesaba en los hombros, ahora lo tenía claro. Se acercó y en un gesto premeditado y cuidadoso, apartó los cabellos, oscuros y rizados, que le impedían ver sus ojos. Ese azul turbio le recordaba cielos cargados de tormenta, a punto de explotar.

- Lo siento, Aioria - murmuró el arquero - De veras, lo lamento - dijo otra vez, apoyando el rostro en la palma de su hermano.

Se sentía extraño; ser quien reconfortara a Aioros. Siempre se imaginó que, de verlo otra vez, sería al revés. Como cuando era pequeño.

- No tienes que disculparte conmigo - susurró Aioria, sin dejar de juguetear con el cabello de Sagitario. No le dijo con quién debía disculparse. Su hermano lo sabía de sobra.

TBC

- Cap. 2 -

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