A Reason To Live 13

Jan 07, 2012 19:11



Pick me up, dust me off

El camino hasta su templo le resultó tortuosamente largo. Y eso a pesar de que había usado los senderos aledaños, donde era muy poco probable que se topara con alguien y donde el tiempo que le tomaba el recorrido hasta Libra se reducía a la mitad.

Se mordía los labios con fuerza para no dejar escapar los sollozos que le generaba tener la garganta dolorosamente contraída. Sollozos que no se molestó en contener tan pronto cerró la puerta de su habitación y se recargó contra ella, dejando que la gravedad hiciera resbalar su cuerpo hasta hallarse sentado en el suelo.

Había amanecido sintiéndose inseguro ese día, sintiéndose agobiado y colapsado con todo. Creyó que solucionar el tema con Kanon sería suficiente para encontrar nuevamente su camino, para salir otra vez de esa apatía en la que terminaba cayendo con demasiada frecuencia si no había algo que lo tomara del brazo y lo sacara a tirones de allí. Pero no contaba con que bastaba un simple roce para derrumbar todo lo que parecía haber logrado en ese tiempo. Olvidaba que no servía de nada construir sobre una base endeble, porque al más mínimo remezón todo se desmoronaría. De nada valía intentar actuar como si todo estuviese volviendo a la normalidad si una sola pesadilla, un solo deseo, una sola duda, era suficiente para mandar todo abajo. Era la razón por la que se sentía sin escapatoria. Nada podría borrar los golpes que sus puños habían dado, los que su cuerpo había recibido o las órdenes que ciegamente había acatado. Nada podría hacer desaparecer el hecho de que había nacido para ser un guerrero. Nada borraría jamás el hecho de que mataban y morían en nombre de la justicia y el amor y el honor de servir a su diosa y todas esas burradas. Porque aquellas no eran más que excusas para disfrazar la verdad.

Para disfrazar que muchos de ellos sólo querían probarse a si mismos, que algunos buscaban imitar a otros, que a su vez, buscaban ganar admiración. Otros lo hacían porque habían llegado hasta allí siendo pequeños, bebés incluso, sin familia ni parientes y no conocían más vida que esa. También estaban los que habían hecho promesas mutuas con algún amigo de infancia o porque, en la ingenuidad y el frenesí de la adolescencia, estaban convencidos de que, verdaderamente, el mundo se alimentaba de nobles ideales. Por lo general, todas aquellas mentiras que sus maestros les inculcaban desde niños eran motivos suficientes para obedecer y luchar sin cuestionar ninguna de sus acciones, por lo menos, más allá de los veinte años. Después de eso, casi siempre cuando el remordimiento empezaba a brotar, muchos se daban cuenta de que las cosas no eran como lo creían y sin embargo, seguían inculcando a sus aprendices los mismos conocimientos, traspasando los mismos deberes y muchos podían hacerlo, sin grandes problemas, hasta el ultimo de sus días.

Desafortunadamente, una vida de mentiras es todo lo que cualquiera podría tolerar. Dos a punta de grandes esfuerzos y pasando desvergonzadamente por alto cualquier contradicción. Una tercera estaba destinada al fracaso. Dohko sonrió de lado; si consideraba que el santo que más años había servido a Athena no superó los setenta años, sin considerar ni a Shion ni a él mismo ni a los anteriores sobrevivientes de guerras santas, ya debería ir por la cuarta. Dejó escapar una risa amarga, recogiendo las piernas hasta tener las rodillas pegadas al pecho y apoyó la frente en ellas, enredando los dedos con fuerza en el cabello enmarañado, presa de una desesperación poco común en él y más dolorosa que cualquier hueso roto. Se sentía impotente y asustado, sin saber como salir de ese vacío en el que había caído, incapaz de detener los pensamientos que se agolpaban en su mente.

Después de poco más de doscientos cincuenta años viviendo de las mentiras que el resto le decía como verdades, de las que él se había creado como verdades y de las que había hecho a otros creer como tales, había alcanzado su límite. Ninguna razón le convencía, ningún motivo parecía entregar una mísera justificación. Ni la grandeza de trascender la historia ni el deseo de proteger a quienes ni sabían de su existencia. ‘Miéntete si es necesario’, le había dicho Kanon una vez, ‘terminarás creyendo que es verdad’. El gemelo tenía razón, era como solía funcionar. Pero comparado con él, el griego no era más que un chiquillo. A él, hacer tal cosa le podría dar una paz relativamente estable por varios años más. Para Dohko, sólo aumentaba la desazón.

Kanon era un muchacho que buscaba resarcir sus errores, que aspiraba a algo diferente y que buscaba enterrar su pasado bajo una vida nueva. Se recordaba intentando lo mismo muchísimos años atrás. Pero cuando alguien como Dohko había visto tanto, había vivido tanto más de lo que debería, ya se acababan las excusas para seguir buscando. Varias veces creyó que sí, que aún había algo que anhelaba más que nada pero cada vez se convenció de que no hacía otra cosa más que perseguir fantasmas. Cosas que no estaban destinadas a formar parte de su vida.

En ese instante, lo único que quería de verdad, era dejar de sentir ese peso sobre sus hombros, librarse de la responsabilidad que caía en él. Que las memorias no se siguieran acumulando tras sus parpados, que las costillas no le dolieran al respirar después de semanas bajo duros entrenamientos o cruentos combates. Que su corazón dejase de ansiar cosas tan efímeras como las que vivió siendo más joven. Lo único que quería, a fin de cuentas, era descansar y que todo se detuviese de una vez. Le aterraba la idea; el no saber que sucedería con todos aquellos bajo su silenciosa protección, pero en ese momento habría dado lo poco que tenía para detener ese golpeteo insistente contra su pecho.

Le embravecía recordar que hasta ese merecido descanso le fue negado, a pesar de que había entregado todo a cambio de recuerdos que no hacían más que asfixiarlo.
Dejó escapar una carcajada llena de resentimiento; ¡que sorpresa se llevaría Athena si pudiese leer su mente en esos precisos instantes! Seguidamente, empuñó las manos y apretó los dientes, la única forma en que podía expresar su frustración sin elevar su cosmos y llamar la atención de todos. Recargó la nuca contra la madera y cerró los ojos, intentando ignorar las imágenes que lo atosigaban y tratando de acallar los pensamientos que se arrebataban en su mente.

No supo en que momento la respiración se le acompasó, ni cuando las lágrimas dejaron de correr mientras permanecía allí, a la entrada de su habitación, rebuscando en sus memorias algún recuerdo alegre, algo, lo más ínfimo que pudiese darle un motivo para levantarse. Fracasó. Ninguno de sus recuerdos parecía ser suficiente porque todos habían terminado, de alguna u otra forma, mal. Recordaba las peleas con Shion y sí, sonreía con varias de ellas, pero rápidamente eran opacadas por ciertos momentos en los que no quería pensar por segunda vez. Recordaba con claridad a Tenma y enseguida, lo poco que había podido hacer por él, por protegerlo y cuidarlo como se lo había prometido. Celosamente guardaba los recuerdos de Defteros pero obstinadamente se negaba a ahondar en ellos; no podía clasificarlos como buenos o malos, transitando peligrosamente entre ambos, y por ese motivo, no fallaban en traer con ellos un desagradable gusto agridulce.

Entonces recordaba cosas más actuales: pensaba en su aprendiz y en cómo se había esforzado por evitarlo cada vez que los muchachos de bronce visitaban el santuario. En la muchacha que, probablemente, seguía esperando su regreso allá en Rozan. Y en Kanon, como no. En lo testarudo que el gemelo era y en como eso le había servido para sacarlo del resguardo que su soledad le entregaba. Sentía repentinas ganas de reír recordando las estupideces del griego y su rostro se volvía serio tan pronto reflexionaba en el temor que le producía saber que, en ese momento, parecía tenerlo a un brazo de distancia pero que en cualquier minuto podría esfumarse. Y en lo injusto que era estar continuamente comparándolo al otro que insistía en vivir dentro de su corazón, a pesar de que Defteros nunca le perteneció.

Cuánto rato llevaba allí…no podía estar muy seguro. Debía ser bastante tiempo a juzgar por lo entumecidas que se sentían sus extremidades. Se refregó los ojos antes de ponerse de pie a regañadientes. Estaba exhausto, como siempre después de un colapso emocional de esa envergadura. No le sucedía desde…Desde antes de la reunión con Athena. Suspiró con fuerza y se encerró en el baño. Una ducha nunca le venía mal en esas situaciones.

Minutos más tarde, se paseaba inquieto por toda la extensión de su templo, sin saber como lograr que su mente se detuviese o que la ansiedad, que se expresaba en un molesto cosquilleo en sus manos, cesara. Cada tanto, las ganas de explotar recuperaban fuerzas y la garganta se le volvía a cerrar. Intentaba detener las lágrimas pero tal acción hacía más difícil el respirar con normalidad. Habían pasado horas desde que dejara a Kanon y a los niños en el bosque y aún no era capaz de dominar sus emociones. Si hubiese tenido los ánimos, quizás y hasta se hubiese avergonzado de si mismo.

Se dejó caer pesadamente en uno de los sillones de la sala de Libra, resoplando y cerrando los ojos que le ardían con el cansancio. Volvió a refregarse las lágrimas y puso todas sus intenciones en dejar su mente en blanco por un par de segundos. En el proceso bostezó, finalmente evidenciado de forma tangible lo agotado que estaba. Ni siquiera se percató del minuto exacto en que se quedó dormido, muy a su pesar.

***

No fue fácil explicarle a la pequeña del refugio que no había hecho nada malo. Mucho menos, hacerle entender que Dohko no había sentido rechazo hacia ella específicamente y que no era su culpa que hubiese reaccionado así. ¿Cómo explicarle a una niña de tres años una reacción que ni él lograba comprender en su totalidad? Al menos, con eso podría sumar otra cosa a la lista de lo que no debía intentar con el chino: No bromear con escorpiones y definitivamente, NO usar niños para despertar algún tipo de reacción paternalista o algo en él. Estaba comprobado que no servía de nada.

Si las cosas hubiesen resultado tal como lo había imaginado en un principio, todo ese proceso debería haber sido relativamente sencillo. Es decir, la problemática era, en esencia, simple: el anciano maestro cansado y sin ganas ni motivos de seguir luchando, por ende, la rebeldía y el ir contra la corriente. El estar y al mismo tiempo, no estar. La solución era igual de simple pero tomaría más tiempo: acercarse a él, hacer buenas migas, ganar su confianza, empujarlo a dejar su templo, empujarlo a entrenar, a enseñar. Que volviese a ser el Dohko que todos conocían. Y que lo hiciese de buena gana. Así Shion tendría a quien recurrir en caso de necesidad, los dorados tendrían una imagen que imitar, los aprendices tendrían quien les enseñase a hacer las cosas como corresponden y él seguiría teniendo a quien admirar en silencio. Y cuando estuviese completamente seguro de que nada podría requerir de su intervención podría, tranquilamente, tomar sus cosas y largarse del santuario en busca de esa vida que tanto añoraba. Huir de ese lugar que le doblaba el peso que llevaba a la espalda.

No había considerado, dentro de su plan maestro, llegar a enamorarse del chino. Está bien. Reconocía que la atracción que sentía por el moreno venía desde antes de ser revividos. Y que distaba mucho del magnetismo que podría darse por simple admiración. Sin embargo, una de las reglas que se había autoimpuesto al principio de su tarea había sido, justamente, no llegar a enamorarse de él; mantener esa atracción bajo control y sus sentimientos a raya. Tanto se lo había repetido cada día, que había sucedido todo lo contrario, como si fuese un crío. Con razón Saga siempre lo miraba y le hablaba como si tratara con un aprendiz.

Era una situación compleja, porque desde que había finalmente aceptado lo que sentía por Dohko, hace semanas, su sentido común le gritaba que tomase sus cosas y se largase de allí. Que dejara todo tal cual estaba. Sin embargo, la compañía del moreno se volvió algo suficientemente adictivo como para tirar todos esos miedos y todo plan que su brillante mente hubiese creado, por la borda. Estaba seguro de que se metería en serios problemas pero ahora, camino a Libra, le importaba un bledo. Lo único que en ese instante ocupaba su mente era la visión de un Dohko derrumbado, unos ojos verdes con tintes grisáceos angustiados y al borde de las lágrimas y una frase, pronunciada con el mayor desánimo que había escuchado jamás, que hizo que su corazón se saltara un latido. Para variar, había tomado una decisión acelerada con la que, a pesar de no estar completamente seguro, pretendía seguir adelante. No lograba vislumbrar las consecuencias de esa decisión pero con el corazón zumbándole en los oídos, no podía ni quería pensarlo con claridad.

Llegando al séptimo templo, se apresuró en recorrer los pasillos que llevaban a las salas principales de Libra. Dohko no estaba en su cuarto, ni en la cocina ni en la biblioteca. Maldijo por lo bajo que el chino también pudiese apagar su cosmos de esa forma. Era de esperarse pero el de las malas costumbres era él, no Dohko. En medio de mudos reclamos, unos débiles quejidos llamaron su atención y no dudó en seguirlos, llegando directamente hasta la sala donde la pequeña mesita de centro era rodeada por sillones y la televisión. Se preguntó porqué aquella no fue su primera opción. Quizás por lo obvia.
Podía ver uno de los brazos de Dohko sobresalir por el costado del sillón, el codo torciéndose en un ángulo casi antinatural y los dedos encogiéndose y extendiéndose apenas, en espasmos inconcientes. Con sigilo rodeó el sillón, como si quisiera evitar que el otro lo obligara a abandonar su templo tan pronto lo viera. No sucedió por el simple hecho de que Dohko dormía. O hacia el intento, al menos, porque las cejas se le unían insistentes sobre la nariz, se agitaba quejándose débilmente cada tanto y podía distinguir dos lagrimitas escurriendo con pereza por sus sienes. Su primer instinto fue despertarlo pero rápidamente desestimó la idea. Con tranquilidad y tomándose su tiempo, se sentó en el sillón más cercano y se dedicó a estudiar la manera en que las facciones del chino cambiaban a medida que la pesadilla avanzaba descontrolada. De pronto ansiaba estirar la mano y reacomodar los mechones que se pegaban a la frente de Dohko debido al sudor, borrar el camino que las lágrimas hacían al caer por los costados de su cabeza y callar los quejidos que abandonaban los carnosos labios de Libra, mas permaneció donde estaba, un par de segundos después cambiando de posición para afirmar el mentón en una mano, tratando de descifrar cada gesto para adivinar en que consistían las pesadillas que aquejaban al mayor. Quizás ahí pudiese encontrar una pista que le sirviera para ayudar a Dohko.

No dio resultado y ensimismado como estaba en su tarea, los minutos pasaron volando. Hasta que el chino despertó sobresaltado y la brusquedad con que se movió hizo que Kanon diera un respingo. Tragaba con dificultad y respiraba como si acabase de correr una maratón. Sus dedos se hundían en el cojín mientras adquiría una posición precariamente sentada al borde del sillón. Tenía los ojos enrojecidos, con lágrimas contenidas que le empañaban la visión y miraba ansioso en todas direcciones; el gemelo no se atrevía a decir si era porque se sentía desorientado o porque buscaba algo.

Disfrutó brevemente el momento en que Dohko lo reconoció, notando como la arruga en su frente desaparecía momentáneamente mientras se volvía a recostar en el sofá, suspirando. Como si se aliviara de verlo ahí. Le llamó la atención pero antes de que hiciera o dijera nada, Dohko frunció el cejo nuevamente, limpiándose torpemente las mejillas húmedas.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó el moreno, cayendo en cuenta de que el gemelo ningún asunto tenía que atender en su templo.

- Trato de entender que pasa - replicó Kanon encogiéndose de hombros - Es la segunda vez que te luces con una salida así. Aunque creo que esta vez tu público no se sintió tan contrariado. Salvo por la criatura a la que hiciste llorar, claro.

Ahora Dohko recordaba porque era que prefería al griego lejos en determinados momentos. Bufó molesto y se levantó, sintiéndose un poco arrinconado cuando Kanon lo imitó sin demora.

- Déjame solo - le dio la espalda al gemelo, intentando deshacerse de él. Realmente no le fascinaba la idea de quedarse solo con sus tribulaciones pero hubiese preferido mil veces que Shion estuviera allí en esos momentos y no Kanon. La presencia del griego únicamente acrecentaba su alteración.

- No.

La respuesta del muchacho fue escueta y Dohko la percibió demasiado próxima; Kanon lo seguía de cerca, totalmente ajeno a la orden que le había dado.

- Hablo en serio - gruñó, lo suficientemente alto para que el gemelo lo escuchara sin tener que voltear a enfrentarlo.

- Yo también - la voz de Kanon sonaba, invariablemente, desafiante. ¿Por qué Kanon no podía entender que quería estar solo? Quizás porque sabía que aquello no era cierto.

Dohko volvió a gruñir y casi festejó su victoria cuando atravesó el umbral de su habitación y sin darse la vuelta, azotó la puerta. Excepto que tal azote nunca retumbó en las paredes del cuarto como debió haberlo hecho. Esta vez si giró, sólo para encontrarse con Kanon frotándose una muñeca y mirándolo con reproche.

- ¡¿Qué demonios quieres de mí?! - exclamó Dohko exasperado y agitando los brazos - ¿Por qué no puedes, aunque sea una vez, hacer lo que te pido?

- Quiero que me digas de una vez porque te niegas a aceptar que estás aquí de nuevo. Porqué insistes en ver todo lo que has hecho como si fuese una especie de crimen cuando eres el más…correcto de todos los santos que he conocido y no entiendo porqué insistes en torturarte de esta forma. Casi te pareces a mi hermano - contestó Kanon, dando un par de pasos hacia Dohko y deteniéndose con sorpresa cuando lo vio retroceder la misma cantidad de pasos - Entenderte. Eso es lo que quiero.

Dohko lo miró intensamente unos segundos, mordiéndose el labio y parpadeando repetidas veces para despejar la visión. En seguida, se pasó una mano por el cabello y dejó caer pesadamente el brazo contra su costado, pasando saliva con dificultad. Dos o tres veces hizo un gesto con el mismo brazo, como si pensara comenzar a explicarse mas no hallaba las palabras para hacerlo. Se pasó la lengua por los labios, sintiéndolos resecos y contuvo el aire unos minutos antes de mirar nuevamente a Kanon.

- Ya te lo he dicho - murmuró el chino, con una voz tan calma que si no hubiese sido porque se escuchaba rasposa y extremadamente contenida, Kanon habría creído que Dohko estaba perfectamente y que él no hacia más que perder el tiempo. Por lo visto, el mismo Dohko desconoció su voz, pues se aclaró la garganta varias veces antes de continuar hablando, con el mismo falso control que denotaba su esfuerzo por mantener la calma - Estoy cansado de toda esta mierda, de toda esta hipocresía. ¿Cuántas veces más necesitas que te lo diga para que me dejes en paz? No pedí volver a esto. He tenido suficiente. No tengo la voluntad para continuar con esta porquería. Ni la voluntad ni las ganas. No sólo eso, es que tampoco quiero esforzarme en hacerlo. Estoy cansado de sufrir porque a alguien más se le ocurre que debo hacerlo. ¿Es suficiente respuesta para ti? Ahora, por favor, vete. Es lo único que te estoy pidiendo.

Kanon no respondió y no tuvo intenciones de moverse, se quedó en el mismo sitio en el que llevaba talvez quince, veinte minutos sin inmutarse, sosteniéndole la mirada y quizás, mirándolo con un poco más de dureza. Dohko no tardó en creer que sólo lo hacia para molestarlo y hacerlo explotar. Inteligente, pero no tenía intenciones de darle en el gusto al gemelo. Apretó los dientes con la finalidad de no gritarle un par de insultos al griego y cuando pretendía exigirle nuevamente que se marchara, Kanon rompió el silencio que se apoderó del cuarto por unos momentos. Que su voz sonara estupefacta y un reproche se escondiera tras sus palabras le hizo empuñar las manos imperceptiblemente. De pronto se sentía furioso y un poco descontrolado, y por el bien de ambos, sería una buena idea que por primera vez, el gemelo mantuviese la boca cerrada. Era demasiado pedir pero no perdía nada en intentarlo. Claro que el griego tenía otros planes en mente.

- ¿Te das cuenta de lo injusto de tus palabras? Parece que no. ¿Crees que alguno de nosotros quería volver a vivir esta basura? ¿De verdad crees que todos estamos contentos y felices recordando cada estupidez que hicimos durante todos estos años? Si no te pasaras tratando de arrancar de todo y de todos, podrías haberte dado cuenta que aunque traten de demostrar que las cosas van espectacularmente bien, es todo lo contrario. Nadie está contento con esto. Nadie. Pero todos, al menos, lo intentan. Te lo dije antes y te lo diré las veces que sea necesario; tú tienes que buscarte los motivos para continuar. Tú tienes que querer dejar que todos esos malditos recuerdos se queden donde pertenecen. En el pasado. ¿Crees que esto es muy lindo para mi? ¿Tienes una puta idea de lo que me cuesta mirar a todos a la cara aún cuando sé que al menos la mitad de ellos no fue mejor que yo en el pasado? Porque yo soy el bastardo que maquinó toda la jodida refriega en el santuario hace más de diez años. ¿Te acuerdas? ¿Sabes lo difícil que es tratar de olvidarme de todo eso cada vez que Saga y yo estamos en la misma habitación? ¿O saber que, no sé, varios de los santos se convirtieron en asesinos porque me las arreglé para que Saga hiciese todo el trabajo sucio y usurpara el lugar del Patriarca, dando órdenes descabelladas que nadie se negaba a cumplir? ¿Sabes cuantas veces me ha carcomido la conciencia recordar que se me fue de las manos el asunto y que ahora Saga carga con la culpa de lo que yo empecé y él terminó sin siquiera ser conciente de ello? ¿Sabes que se siente que todos se esfuercen por perdonarte algo que ni en millones de vidas podrás resarcir, sabes como aumenta la culpa que sean capaces de hacer algo como eso cuando lo único que he hecho desde entonces es decir que lo siento y sacrificarme pensando que sería un bonito broche de oro? Tú…Tú no has hecho nada ni remotamente reprochable en toda tu vida. ¿Por qué carajo insistes en mortificarte de esta forma? ¡Contéstame! Dame una maldita razón, ligeramente aceptable y te dejaré en paz el tiempo que quieras, pero tienes que darme una respuesta.

Kanon alzó la voz sin siquiera pensarlo y Dohko fue tomado por sorpresa con aquellas declaraciones. Sin embargo, la incredulidad ante las palabras del joven griego hizo hervir su sangre nuevamente, como si la molestia del muchacho se le traspasara por el simple hecho de estar en la misma habitación que él. Se vio alzando la voz de la misma forma, resonando con fuerza en las paredes a pesar del temblor que la adornaba.

- Injusto. Déjame decirte que es injusto. Vivir más vidas de lo que es natural es injusto. Ver a tus amigos morir sin poder hacer nada porque son tus órdenes, es injusto. No poder intervenir porque son los designios de tu Diosa y las cosas así deben suceder para que se haga la historia, es injusto. ¿Sabes qué significó para mí tu ridícula rebelión? Ver morir a mi mejor amigo. ¡Porque así es como tenía que suceder para que se cumplieran los designios de Athena! Que dos muchachos jugaran el papel de villanos porque nadie más podría hacerlo y si eso no pasaba, la historia no se cumpliría como debía hacerlo, es injusto. Ver todo eso, saber que no puedes hacer nada para evitarles tales destinos…eso es injusto. ¿Crees que te tocó la peor parte sabiéndote culpable de tus acciones y viendo como todos tus compañeros fueron afectados por las malas decisiones que crees que tomaste? Estabas destinado a rebelarte cuando el resto de nosotros debíamos seguir órdenes con la cabeza gacha y la boca cerrada. ¿Quieres sentirte responsable de lo que tu generación tuvo que atravesar a causa tuya y enrostrármelo como una forma de decir que estoy exagerando? Prueba cargando con los destinos de al menos diez generaciones sobre tus hombros, viendo a cada uno de ellos sufrir mientras se mordían la lengua para no hacer o decir cosas que fueran en contra de su orgullo y su honor, sin que tú puedas hacer nada por ayudarlos y recién entonces voy a considerar escucharte reclamar por mi comportamiento. No tienes una puta idea de lo que es injusto. No tienes el maldito derecho de reclamarme nada por no has vivido ni una quinta parte de lo que yo he vivido. Cuando caiga en ti la responsabilidad de valorar el sacrificio de una generación que murió luchando contra Hades para ver a otra haciendo lo mismo, recién ahí puedes venir y…

- ¡Dioses, cállate! - Kanon gritó furioso, alzando la voz lo suficiente para hacerse escuchar por sobre la voz de Dohko.

El chino se vio cerrando la boca, sorprendido por la repentina interrupción del gemelo y el tono rabioso de su voz, y parpadeó confuso ante lo que acababa de abandonar su boca, seguro de que todos aquellos reproches llevaban años acumulándose en silencio en su interior. Se sintió un poco avergonzado por reaccionar a la provocación de Kanon destilando todo el resentimiento que guardaba hacia la orden y permaneció estático donde estaba, a pesar de que el griego cerraba la distancia entre ambos y le sostenía la cara para evitar que apartara la mirada. Intentó alejarlo o por último, mantenerlo a distancia poniendo sus manos contra el pecho del geminiano, sin embargo, terminó sujetándole la camiseta con fuerza, como si temiese que de un momento a otro decidiera hacerle caso y largarse de allí. Ahora que aquellos sentimientos -que tan aprensivamente guardaba incluso de Shion- habían salido a flote, no estaba tan seguro de querer que el gemelo se marchara y lo dejara con sus fantasmas como única compañía. Dohko cerró los ojos con fuerza cuando Kanon apoyó la frente contra la suya, intentando evitar que el gemelo reconociera cada una de las emociones que debían expresarse en sus ojos. Jaló de la camiseta a la que se aferraba con un poco más de fuerza al sentir lágrimas escapar de sus ojos luego de cerrarlos. Sentía cómo la garganta se le volvía a cerrar, sofocándolo mientras le impedía, a la vez, reclamar contra el actuar de Kanon. Tenía la leve impresión de que la excesiva cercanía del gemelo le arrebataba toda la furia que había sentido momentos antes y que el desasosiego volvía a instalarse cuando la imagen de alguien más se dibujaba en su mente. Dejó escapar un gemido ahogado tan pronto sintió al cálido aliento del gemelo contra su rostro.

- Ya basta de esto. No tienes idea de cómo detesto verte actuando de este modo, diciendo que te das por vencido con tanta facilidad. Odio verte sufrir porque no eres capaz de vislumbrar cuanto te necesitamos todos aquí. ¿Por qué no puedes aceptar que estás devuelta porque ni siquiera Shion puede mantenernos relativamente cuerdos por su propia cuenta? ¿Te has puesto a pensar de qué forma tu sola presencia influye en los demás; cómo influyó en las generaciones anteriores? Me…- el griego dudó menos de un segundo en continuar hablando - Me duele ver que te torturas por cosas que no puedes cambiar. Me enoja como no tienes idea que sientas lástima por ti mismo. Yo te necesito aquí…pero te necesito entero. Te necesito siendo el odioso santo de Libra que siempre sabe que decir en cada momento, siendo el que me trajo de vuelta a éste lugar para reparar aunque sea en una ínfima medida mis errores - las palabras de Kanon sonaban extremadamente comprometedoras pero éste no logró encontrar mentira en ellas y a medida que hablaba, disminuyó el tono de su voz paulatinamente, hasta convertirlo casi en un susurro. Podía sentir los temblores que recorrían el cuerpo de Dohko y las respiraciones agitadas que chocaban contra su rostro. Se sintió temblando también, ante perspectiva de lo que estaba por hacer y tragó fuerte una vez antes de enredar los dedos en los cabellos rojizos del chino, atrayendo su rostro más cerca todavía y rozando su nariz contra la del moreno antes de volver a susurrar - Sólo…cállate de una vez.

Y se apoderó de los labios de Dohko, sin pensarlo otra vez, en un movimiento torpe y carente de la seguridad que desprendían sus palabras. Respiró con fuerza por la nariz, saboreando la suave piel de los labios del moreno, sin atreverse a más por el momento. Dohko, por su parte, trató de apretar aún más los ojos al sentir la boca de Kanon contra la suya, arrugando la frente sin animarse a imitar la acción del gemelo y aflojando levemente el seguro agarre de sus manos en la camiseta del muchacho. Sintió la vacilación de Kanon al rozarle los labios con la punta de la lengua, la calidez de ésta pidiéndole permiso tímidamente para entrar. Dohko se encontró entreabriendo la boca casi de inmediato, a pesar de que permanecía aturdido y su lengua se negaba a reciprocar los movimientos de la de Kanon, que exploraba despacio cada rincón de su boca.

La falta de respuesta por parte del chino hizo que toda la valentía de la que Kanon hacia gala hace unos momentos, se desvaneciera como por arte de magia. Reticente, comenzó a alejarse, dispuesto a tartamudear una disculpa, darse media vuelta y salir del templo de Libra lo más rápido que le fuera posible, sin embargo, al sentir que se apartaba, Dohko removió una de sus manos del seguro lugar en que se encontraba, sobre el pecho del gemelo, y la plantó firmemente en la nuca de éste, impidiéndole cualquier intento de fuga. Las respiraciones de ambos chocaban tan pronto abandonaban sus labios, los dos permaneciendo con los ojos herméticamente cerrados, temerosos de que al abrirlos el momento desapareciera como si nunca hubiese ocurrido.

El beso fue algo que Dohko no esperaba y para su sorpresa, resultó un hecho más que agradable. Deseado, podría decir. Como si lo hubiese estado esperando sin siquiera ser conciente de ello. Como si lo hubiese estado necesitando desesperadamente, si la forma en que su cuerpo pareció relajarse al contacto con los labios de Kanon era algún indicio. Esto, se dijo mientras Kanon volvía a buscar sus labios a tientas y apenas rozándolos, era algo que quería de forma egoísta. Que sin importar si Athena, Shion o quien sea estaban o no de acuerdo con que, por primera vez, deseara algo que no beneficiaría a nadie más que a él y al griego que se inclinaba para besarlo nuevamente, lo tendría de todos modos. Porque ansiaba ese contacto que se reducía solamente a los dos implicados. Porque se sentía ridículamente bien que los pulgares del gemelo le acariciaran las mejillas mientras volvía a apoderarse de sus labios. Decidió no pensar en nada más entonces, sin importar que consecuencias pudiera conllevar su decisión. Probablemente los días venideros pensaría una y otra vez en cada una de las posibles implicancias, divagando incansablemente al respecto, pero en ese preciso momento, poco le importaba. De un momento a otro, sujetó con fuerza los cabellos azulados de Kanon entre sus dedos y lamió los labios del griego sin recato, mientras dejaba escapar el aire que se acumulaba en sus pulmones a través de la nariz.

Kanon no perdió el tiempo en tratar de comprender el porqué del cambio de actitud del moreno y lo besó con intensidad, dejando resbalar una de sus manos por el rostro de Dohko hasta llegar a la cintura, envolviéndolo con su brazo para presionarlo contra su cuerpo. El gemelo sonrió desfachatadamente contra la boca del chino al oír un gruñido vibrar en el pecho de éste.

Los besos entonces se volvieron desesperados, con mordiscos intercalados cada tanto, con suspiros ansiosos que se escapaban de vez en cuando y respiraciones agitadas que repercutían en la habitación cada vez que se obligaban a separarse para recuperar un poco el aliento.

Kanon posó la mano que hasta entonces sostenía el rostro de Dohko en la nuca del chino, sujetando sutilmente pero con fuerza los alborotados cabellos que encontró allí, jalándolos para obligar a Dohko a exponer el cuello. Éste, aún tratando inútilmente de acompasar su respiración, tragó saliva. Sus ojos entornados se cerraron ante el placer que la boca de Kanon le regalaba al recorrer el camino que su palpitante arteria marcaba, arrancándole mal contenidos gemidos a sus labios entreabiertos. El de cabellos azules iba depositando contra su piel besos, succiones y mordiscos alternadamente, dejando claras marcas de su paso por aquel terso terreno. Kanon desvió entonces su recorrido para morder con particular fuerza el lugar donde comenzaba el cuello de Dohko, quien emitió una extraña mezcla entre siseo y gemido.

Dohko pudo sentir como sus rodillas se doblaron en reacción al mordisco y un leve sonrojo en sus mejillas fue la única evidencia de que se alegraba de tener uno de los brazos de Kanon aún rodeando su cintura; de otro modo estaba seguro de que sus rodillas habrían colisionado dolorosamente con el suelo. En venganza, la mano que se enredaba en la cabellera del gemelo jaló con fuerza, arrancando un quejido de la garganta del muchacho como pago por su osadía. Intercambiando los papeles, esta vez fue él quien comenzó a recorrer ávidamente el cuello de Kanon con sus labios, al tiempo que sus manos se colaban sin vergüenza bajo la camiseta del gemelo, deleitándose con los firmes músculos que se extendían bajo ellas y acelerando visiblemente la respiración del griego. En menos de un segundo, aquella molesta camiseta era arrojada hacia algún rincón del cuarto mientras la lengua de Dohko abandonaba la tarea de juguetear con una de las orejas de Kanon - que para su sorpresa resultó ser una zona particularmente sensible, si la forma desesperada en que el gemelo gimoteaba le servía de pista - para dedicarse a saborear la delgada capa de sudor que cubría el bien formado pecho del peliazul. Esa era una de las pocas veces en las que desvergonzadamente agradecía ser el más bajo de los Doce. Dohko sonrío contra la piel de Kanon al sentir como las manos del griego se crispaban sobre sus caderas, luchando por mantenerse en pie, cuando sus labios se cerraron sobre una de las oscuras protuberancias de su pecho, succionando suavemente. Sus propias manos, atentas ante las reacciones que obtenían del menor, no perdieron tiempo en recorrer la ancha espalda sobre la que se encontraban y una, más traviesa que la otra, se deslizó sigilosa sobre las costillas y el abdomen del gemelo hasta alcanzar el pantalón de Kanon y comenzar a desabrocharlo con premura.

Kanon echaba la cabeza hacia atrás, intentando tomar bocanadas de aire para suplir la cantidad que perdía con cada gemido hasta que la misma mano traviesa que antes luchaba por desatar sus pantalones intentaba colarse bajo ellos, una vez cumplido su objetivo anterior. Bajó la mirada para fijarla en la de Dohko, quien lo observaba sorprendido al sentir sus muñecas restringidas con fuerza por los largos dedos del gemelo. Kanon sonrío de lado, obteniendo un bufidito molesto de parte del moreno, silenciado rápidamente por la boca cada vez más hambrienta del griego. Sin romper el contacto, Kanon comenzó a empujar al chino, quien retrocedía a tropezones de espaldas a la cama. En el preciso momento en que sus piernas chocaron contra la cama y sus rodillas se doblaron por el impacto, Dohko sintió las manos de Kanon liberar sus muñecas y sus fuertes brazos rodear su cintura, impidiéndole caer sobre el mullido colchón y obligando a las caderas de ambos hacer contacto, arrancando sonoros gemidos de la boca de uno y otro.

A esas alturas, tanto la razón de Dohko como la de Kanon se habían esfumado casi por completo y ninguno pensaba en otra cosa aparte del delicioso calor que se formaba en sus entrañas. De ahí en más, lo único que regía sus acciones fue la sorda necesidad de sentir cada parte del cuerpo que tenían frente hacer contacto con el propio.

Dohko apoyó la frente contra el hombro desnudo del gemelo, dejando que su cabello ligeramente humedecido por el sudor cayera sobre su rostro, mientras permitía que las manos del griego recorrieran libres sus costados y espalda, primero sobre la delgada tela de la camiseta que usaba ese día, luego escabulléndose confianzudas bajo ésta. Su respiración volvía a perder el ritmo a medida que esos dedos recorrían específicos puntos sobre su torso y pronto se vio resoplando ansioso contra el cuello del menor, sujetándose del largo cabellos azulado que caía como una cascada hasta la espalda baja de Kanon y empujando acompasadamente sus caderas contra las del griego. Oyó a Kanon gemir y gruñir entre dientes para segundos después verse despojado de la camiseta que tanto parecía importunar al gemelo y viéndose obligado a levantar la cabeza debido al insistente empuje que un par de dedos ejercían contra su barbilla.
En ese momento, Kanon tiró el poco autocontrol que parecía mantener por la borda y besó desesperado la boca que ahora le respondía con la misma intensidad. Sin miramientos, empujó a Dohko sobre la cama sin dejar de besarlo y gateó hasta encontrarse directamente sobre él, apoyándose en codos y rodillas. Las manos de Dohko luchaban por recorrer, al mismo tiempo, cada parte del cuerpo de Kanon mientras que sus labios, hinchados por los mordiscos que el gemelo les había propinado previamente, batallaban por imponerse.

Admitió su derrotada cuando un prolongado gemido interrumpió su tarea al sentir el peso del griego recargarse completamente sobre él. En un acto reflejo, abrió las piernas permitiéndole amoldarse mejor contra su cuerpo, tragando saliva con dificultad y resoplando al sentir la firme erección de Kanon presionarse insistente contra la suya.

Kanon gimió contra el cuello del moreno y con descaro, comenzó a frotar rítmicamente su pelvis contra la otra que imitaba sin demora sus movimientos. Escuchó a Dohko pronunciar su nombre entre jadeos y el último resquicio de cordura que le quedaba decidió hacerse presente en ese exacto momento. Se levantó temblorosamente apoyando una mano a cada lado del rostro de Dohko, que lo observaba con los ojos aún enrojecidos por el llanto previo, entrecerrados debido a la pesadez de que eran víctimas sus parpados y con labios sonrojados, apenas separados para dejar escapar los jadeos desesperados que el constante vaivén de las caderas de Kanon le provocaban.

Kanon tragó con dificultad ante la visión que se extendía frente a sus ojos y le costó trabajo reconocer como propia la voz ahogada que abandonó su boca.

- Si quieres detenerte…- jadeó fijando las verdes esmeraldas en el rostro de Dohko sin dejar de presionarse contra él ni un solo segundo -…éste es el momento para que me lo digas.

Por toda respuesta, Dohko rodeó la cintura de Kanon con las piernas, atrayéndolo imposiblemente más cerca, obligándose a sí mismo a arquear la espalda ante el placentero contacto y sintiendo como las uñas del griego se clavaban en sus hombros, intentando vanamente mantener la compostura. Kanon, entonces, dejó completamente de lado cualquier atisbo de racionalidad y con una habilidad que incluso le sorprendió a él mismo, metió una de sus manos entre ambos cuerpos y desabrochando el pantalón del moreno, lo jaló hacia abajo, liberando su erección y regocijándose con la suave piel sobre la que ahora se cerraban sus dedos.

Las manos de Dohko buscaron consuelo frente a aquella aturdidora sensación aferrándose a la musculosa espalda del geminiano, rasguñando la piel bajo ellas con mayor violencia a medida que Kanon aumentaba la fricción sobre su pene. Desesperado por administrar el mismo suplicio al muchacho, bajó las manos por los costados del griego, arrastrando el pantalón de Kanon lo más bajo que su actual posición le permitía, sin embargo, el gemelo interrumpió su acción comenzando a besar el pecho que subía y bajaba en rápidas respiraciones bajo su cuerpo, marcando un claro camino hacia los estilizados abdominales del chino, delineando con su lengua los contornos para después detenerse a succionar la piel que rodeaba el pequeño ombligo. Enseguida, las manos de Dohko se cerraron con fuerza sobre los cabellos azulados que se adherían a la frente de Kanon, presionando levemente hacia abajo para obligar al gemelo a continuar su camino.

Kanon rió contra su piel y en vez de obedecer, terminó de quitarle los pantalones, incorporándose para deleitarse observando el cuerpo tembloroso que tenía a su disposición. Dohko gimió al sentir el aire entrar en contacto con su piel, frío en comparación al calor de ésta y apoyó un brazo contra su frente, intentando disimular lo avergonzado que se sentía bajo el escrutinio de esos ojos verdes. Sin intenciones de perder más el tiempo, Kanon se deshizo rápidamente de su propio pantalón, sonriendo insolentemente al ver la expresión deseosa en el rostro del moreno.

Dohko no estaba muy seguro de que ocurrió exactamente a continuación, pero un instante después se vio cerrando las manos con fuerza sobre las sábanas y refregando la mejilla contra la almohada, resoplando para quitarse del rostro el cabello que cubría sus ojos. Claramente Kanon había usado la diferencia de estatura a su favor para voltearlo en un abrir y cerrar de ojos, sujetando con uno de sus brazos su cintura para mantenerle la cadera en alto mientras que con el otro trataba de equilibrarse sin cargar todo el peso sobre la espalda de Dohko. Podía sentir el calido aliento del gemelo golpear contra su nuca, provocando que se le erizaran los finos vellos que le cubrían parte del cuello. Cerró los ojos y apretó las manos con más fuerza al sentir los labios de Kanon deslizarse, apenas rozando la piel, por la línea que marcaban sus vértebras hasta llegar al lugar donde éstas terminaban su recorrido. Dejó escapar un largo suspiro y comenzó a mordisquearse el labio inferior para impedir que más gemidos desesperados salieran de su boca. El brazo de Kanon aflojaba su agarre alrededor de su cintura para dedicarse a acariciarle los muslos antes de que su mano se cerrase nuevamente sobre su rígido miembro. Podía escuchar las respiraciones aceleradas del gemelo a su espalda, gimiendo igual de desesperado que él al rozar su propia erección contra sus glúteos y concentrado como estaba en no perder detalle de los deliciosos sonidos que llegaban a sus oídos, no se percató - salvo por el siseo inconciente que abandonó sus labios - del momento preciso en que Kanon introdujo un dedo en su interior, dibujando imaginarios círculos para relajar la tensión de los músculos que se cerraban ante tal intromisión. Dohko gimió quejumbroso y patéticamente frustrado cuando sintió que Kanon retiraba aquel dedo, sin embargo, segundos después el griego introducía, nuevamente y sin preámbulos, dos dedos que se removían alternadamente dentro de Dohko, buscando ansiosos un punto en particular.

Dohko resopló ante la nueva intromisión y giró el rostro para apoyar la frente contra la almohada, que para entonces ya se sentía humedecida por el sudor que caía sobre ella. Jadeó ante el constante movimiento de aquellos dedos y al aumento de presión que Kanon continuaba ejerciendo sobre su erección, y bufó molesto al debatirse entre empujar contra aquellos dedos entrometidos o embestir contra el puño que se cerraba sobre su entrepierna. Afortunadamente, no le fue necesario tomar una decisión. Dejó escapar un muy audible gemido al mismo tiempo en que Kanon daba un gritito victorioso. Sus dedos habían encontrado lo que buscaban tan dedicadamente y Dohko estuvo seguro de ver pasar todas las constelaciones delante de sus ojos. Hundió la nariz en la almohada resoplando como animal mientras sentía a Kanon reclinarse sobre él, quitando con una mano el cabello que se adhería contra su cuello para después besar con entrega la zona despejada.

Kanon retiró lentamente sus dedos del interior de Dohko y nuevamente se incorporó, afirmando con fuerza las caderas del moreno con ambas manos para mantenerlo en el lugar. Observó como el santo de Libra se levantaba ligeramente sobre sus codos, despegando el rostro de la almohada pero aún ocultándolo bajo el torbellino de cabellos castaños y rojizos, sus manos jamás abandonando el seguro agarre que mantenían sobre las sábanas. Los jadeos y gemidos del chino le resultaban intoxicantes y sabía que una vez sintiera todo ese calor rodeándolo y aquellos sonidos aumentar de intensidad, las cosas terminarían rápidamente. Gimió al sentir el cuerpo de Dohko removerse inquieto y presionarse ansioso contra él y decidió, en menos de una milésima de segundo, que no le importaba que las cosas acabasen rápido en ese momento, sólo quería tenerlo. ¡Ya!
Sin demorarse más, se posicionó entre las piernas que se abrían invitándolo y de una embestida penetró en ese calor que lo aturdía de una forma que lo tuvo parpadeando atontado varios segundos. Apretó los dientes al sentir como aquella estrechez se relajaba para recibirlo y crispó las manos manteniendo a Dohko quieto para permitir que se acomodara a la sensación de tenerlo dentro. El chino resoplaba desesperado y volvía a hundir el rostro contra la almohada, refregándolo contra ella, intentando de esa forma mitigar los gemidos y el agobio que lo embargaba.

Permanecieron inmóviles varios segundos, Kanon esperando que Dohko le diera algún indicio de que podía empezar a moverse. Cuando éste ultimo volvió a empujarse demandante contra él, el muchacho no perdió el tiempo para establecer un ritmo pausado que, como era de esperarse, duró poco. Dohko recibía cada una de sus embestidas empujando contra él y Kanon se vio obligado a acelerar el paso, jadeando y gimiendo sin intentar contenerse, pues las respiraciones ahogadas y los bufidos ansiosos que el moreno dejaba escapar cada vez que embestía le hacían perder el poco control que podría mantener sobre sus movimientos.

Dohko sentía arder cada fibra de su cuerpo y la sensación de ahogo que se apoderaba de él le desesperaba, pero al mismo tiempo lo llenaba de placer. Intentó incorporarse, soportando el peso de su cuerpo sobre sus manos, sin embargo, sus brazos trémulos cedían a los pocos segundos y su mejilla volvía a refregarse contra la almohada. Gruñó frustrado y lo intentó nuevamente. Esta vez, sintió el peso de Kanon recargarse contra su espalda y el brazo derecho del muchacho se coló bajo el suyo para fijarse finalmente sobre su pectoral izquierdo, aquel donde la espada de Hades había dejado una indeleble cicatriz. Ahogó un gemido y su mano derecha se cerró sobre el antebrazo que cruzaba su pecho, comprobando que con tal acción Kanon pretendía ayudarlo a soportar su propio peso. Sintió los resoplidos de Kanon contra su oreja e instintivamente arqueó la espalda, llevando la cabeza hacia atrás para apoyarla contra el hombro del gemelo. Las embestidas del peliazul aumentaban su fuerza y profundidad, incrementando también la cantidad de sinsentidos que salían de la boca del moreno. Dohko llevó la mano que le quedaba libre hacia la cabeza de Kanon para enredar los dedos en las hebras a las que parecían haberse vuelto adictos, antes de volver a apoyarla contra la cama. Kanon mordía su cuello, marcándolo como suyo y Dohko podía sentir como sus entrañas se contraían ante aquella noción. Una orden susurrada fue todo lo que necesitó para liberarse de la tensión que parecía acumularse en su vientre.

- Córrete.

Dohko sintió como todos sus músculos se contrajeron al mismo tiempo tan pronto su nublado cerebro fue capaz de procesar las palabras de Kanon, dejando que su semen se escurriera por su bajo vientre y sobre las sábanas al tiempo que un gemido prolongado surcaba el de otro modo silencioso ambiente que los rodeaba.

Kanon siseó al sentir las uñas del chino incrustarse sin reparos en su brazo y gimió sin aire al sentir el cuerpo bajo él contraerse violentamente, arqueándose contra su pecho, empujándolo irremediablemente hacia su propio clímax. La mano que se encontraba apoyada sobre la cama se cerró en un puño hasta dejar los nudillos blancos mientas la otra no abandonaba su lugar en el pecho de Dohko. Dando una ultima embestida, clavó sin clemencia los dientes en el cuello expuesto del moreno, ahogando así el grito ahogado que de otro modo habría abandonado su boca al contraerse y desparramar su esperma dentro de Dohko. El cuerpo de éste, aún estremeciéndose a causa de la tensión, se sentía ya casi completamente relajado entre sus brazos, salvo por la dificultosa respiración del chino, e incapaz de sostenerse a si mismo por más tiempo, Kanon se desplomó contra la espalda de Dohko, aprisionándolo entre el peso de su cuerpo y la cama. Al santo de Libra no pareció importarle.

Ambos continuaban resoplando fatigados, intentando recuperar un ritmo más o menos normal de respiración mientras que Kanon, con su mano libre, intentaba asir el cobertor lo suficiente para taparlos a medias. Dohko suspiró - atrevía a decirse que contento aunque no lo admitiría en ese preciso momento - cuando Kanon refregó su mejilla contra la suya, tratando de apartar los cabellos que se adherían a los rostros de ambos. El griego depositó varios besos contra su oreja, mandíbula y sien, y Dohko se dejó arrastrar por ese cómodo sopor que hacía a sus parpados pesar toneladas. Lo último que sintió antes de caer agotado en un sueño profundo fue a Kanon rodar hasta recostarse a su lado, queriendo inútilmente recuperar el brazo que había quedado prisionero bajo su cuerpo.

***

Una molesta picazón en la nariz lo sacó de las profundidades del sueño en que se encontraba sumergido, mas se negó a abrir los ojos. La molestia en cuestión se detenía cuando arrugaba la nariz y resurgía momentos después. Molesto, giró sobre su cuerpo hasta recostarse completamente de espaldas, bostezando sin tapujos y estirándose cual felino, con los brazos sobre la cabeza y arqueando la espalda hasta que las vértebras dieron un chasquido al reacomodarse. Apretó los ojos mientras bostezaba nuevamente y dejaba caer los brazos pesadamente a los lados de su cabeza. Entonces la picazón sobre su nariz regresó e intento alejarla con un manotazo. Escuchó risotadas a su lado y recién ahí, sus ojos se abrieron de par en par y su cuerpo se congeló en el lugar.

Kanon abría y cerraba una de sus manos - seguramente aquella que había permanecido toda la noche prisionera bajo su cuerpo - tratando de recuperar su irrigación normal. Con la otra, sostenía un mechón de su propio cabello, que resultaba ser el causante de la picazón que atormentaba a la nariz del chino.

- Dioses, como duermes - reclamó Kanon al verlo abrir los ojos finalmente - Llevo toda la mañana esperando que despiertes para poder largarme.

Dohko sintió como el tiempo se detuvo por un segundo, recordando de golpe cada instante vivido la noche anterior y como impulsado por un resorte, se sentó en la cama. Abrió y cerró la boca repetidamente, sin poder encontrar las palabras adecuadas para romper el silencio. Kanon lo observaba divertido, levantando una ceja e intentando reprimir la sonrisa que amenazaba con asomar en sus labios. Dohko bufó molesto al sentir el sonrojo que se apoderaba de su rostro y volteando la cara para esconderla de Kanon, se cruzó de brazos, removiendo las piernas ante la incomodidad que lo atosigaba.

- Pudiste haberte marchado. No tenías porque quedarte aquí - recalcó mordisqueándose el labio.

Kanon rió con ganas y el santo de Libra no podía negar que luego de esa semana del demonio, le resultaba algo agradable de oír. Pronto el gemelo controló sus risotadas y paseó la punta de sus dedos con delicadeza por la espalda morena que se erguía frente a sus ojos. Dohko tuvo que esforzarse por contener el gemido que derivó de tal acción.

- La verdad…no - murmuró Kanon, ensimismado en su tarea de marcar caminos que sólo él podía ver en la piel apiñonada bajo sus dedos - Primero; porque dormiste encima de mi brazo toda la noche y no quise despertarte al tratar de sacarlo. Se me hace que no habías dormido una noche completa hace tiempo - sonrió seguro de que sus palabras eran bastante cercanas a la verdad y que avergonzado como ya estaba, Dohko no lo admitiría. Sacudió la cabeza como si saliese de un trance y cesó su tarea de rememorar la sensación de esa piel a la que en un par de horas se había vuelto adicto. Mientras se levantaba con pereza de la cama, buscando con la mirada su ropa esparcida por la habitación, dio un segundo motivo - En segundo lugar; es bastante probable que de haberme marchado a mitad de la noche, me habrías vuelto a ignorar por, digamos, dos semanas. Con suerte. Obstinado como eres, quizás hasta el resto de mi vida ¿O me equivoco?

Dohko giró la cabeza con brusquedad al escuchar aquellas palabras, un dejo de asombro brillando en sus pupilas. Kanon le daba la espalda, paseándose completamente desnudo por su habitación recogiendo su ropa, sin ningún atisbo de vergüenza. 'Claro, con todo ese pelo que tiene para esconderse', pensó Dohko embelezado por la forma en que el azulado cabello de Kanon se mecía y la forma en que sus músculos se contraían al colocarse los pantalones. Arrugó la frente al caer en cuenta de que su extraña fascinación - como Kanon decía - por el cabello del gemelo era tan cierta como la repentina inseguridad que comenzaba a sentir en esos momentos. Surgió en su mente la duda respecto a que pasaría con ellos de ahí en más. La presencia molestosa del gemelo se había vuelto una constante en su vida, que lo sacaba con asombrosa facilidad de sus estados depresivos. Le asustaba la forma en que se había vuelto dependiente del menor de los gemelos pero parecía aterrorizarlo todavía más la posibilidad de perder el apoyo que representaba.

- Kanon, ¿qué…?

- ¿…pasó anoche? - completó el muchacho, mirándolo de reojo, con una ceja levantada y una sonrisa insolente curvándole los labios.

- Creo que es bastante obvio qué sucedió anoche - resopló avergonzado el moreno y haciendo… ¿era un puchero lo que Kanon veía formarse en los labios de Dohko? - ¿Qué…?

Nuevamente fue interrumpido, esta vez por los labios demandantes de Kanon, que atraparon con seguridad los suyos, besándolo relajadamente con el único objetivo de silenciarlo. Dohko se encontró a si mismo ansiando responder aquel beso. Segundos después, Kanon se apartó apenas, con el labio inferior del chino entre los dientes. Sonrió al liberarlo y clavó la mirada en la del otro santo, sosteniéndosela un segundo o dos.

- Es un poco más de mediodía. Saga debe estar haciendo una lista de lo que pudo haber hecho mal para entender porque no llegue a dormir anoche - murmuró rodando los ojos y tan solo presionando su boca contra la de Dohko por un momento antes de agregar un susurrado Te veo luego y guiñarle un ojo a Libra.

Acto seguido se incorporó y dio media vuelta, emprendiendo su camino fuera de la habitación y del templo, rumbo a Géminis, sin siquiera hacer el intento de mirar una vez sobre su hombro.

Dohko lo vio marchar sin decir palabra, demasiado ofuscado con todos los acontecimientos para intentar formar frases remotamente coherentes. Sintió nuevamente el calor subir por su rostro y jalando el cobertor consigo, se dejó caer de espaldas sobre la cama, tapándose hasta el rostro con la manta.

- ¡Por Athena y todos los dioses del Olimpo! - casi gritó al sentir el calor de su rostro aumentar de intensidad - ¿En qué me estoy metiendo?

Se metió completamente bajo las mantas y se hizo un pequeño ovillo. Se removió varias veces mientras trataba de encontrarle un sentido a lo que había sucedido aquella noche y durante esa mañana. Resopló frustrado al no llegar a nada satisfactorio. Su duda respecto a Kanon y a cómo serían las cosas de ahí en adelante no logró ni abandonar su boca. Y ahora se sumaba el tratar de explicar que pasó por su mente para dejarse llevar de tal modo. No bastó más que un beso del gemelo y se le olvidaron cada una de las razones que se había planteado para convencerse de que la inusitada atracción por el griego era algo erróneo. Problemático al menos. Era casi como si en ese justo momento se le hubiese fundido el cerebro. Se sentía tan familiar que se le encogía el corazón. Dejó salir el aire pausadamente y se quitó las mantas del rostro con violencia, girando en la cama hasta clavar los ojos en el techo, como si las respuestas que buscaba estuviesen escritas allí y no se hubiera percatado antes. Lo único que encontró fue otra pregunta que carecía de respuesta; ¿Qué era exactamente lo que esperaba obtener Kanon metiéndose con él? El gemelo no era precisamente un cachorrito perdido; sabía perfectamente que quería y que hacer para obtenerlo, y eso hacia incomprensible para él la necesidad que éste tenía en estar a su lado tanto como le fuese posible. Porque, de alguna manera, no le parecía lógico que el griego sintiera algo más que atracción y admiración por él. Se avergonzó al darse cuenta de que no podría evitar sentirse decepcionado si era así.

Se tapó la frente con un brazo, jugueteando nerviosamente con el labio que sus dientes aprisionaban de manera inconciente, mientras rememoraba el sabor de la boca de Kanon. El calor en las mejillas esta vez no le sorprendió más que para hacerlo sonreír taimado. Un mohín de disgusto reemplazo rápidamente aquel gesto.

- Shion se va a enfadar tanto si se entera de esto - suspiró Dohko, girando sobre su costado y enterrando la nariz en la almohada que sus brazos aferraban para ocultarle el rostro. Sonrió distraído contra la tela, reconociendo ese aroma ligeramente salado que la impregnaba. Le recordaba al agua de mar y a cabellos sedosos color cobalto por igual. Volvió recostarse de espaldas lanzando la almohada lejos y gruñendo ante su actitud de crío enamorado. Actuar así le quitaba absolutamente todo derecho moral para reprender los gestos bochornosamente infantiles de cualquier otro santo. Resopló una vez más, dándose por vencido en encontrar respuestas ligeramente cuerdas para todo lo que se agolpaba en su mente. Las cosas definitivamente irían cuesta abajo desde entonces, podía estar seguro de eso.

Una sonrisa idiotizada le curvó nuevamente los labios; al menos y como si de magia se tratase, toda la angustia que había sentido durante esos días parecía haber desaparecido. Quien se lo hubiera imaginado. Si alguien le hubiese dicho que besar a Kanon le haría sentirse así de bien, quizás hasta lo hubiese hecho él mismo mucho antes. Poco probable, pero seguro lo habría considerado.

TBC

- Cap. 12 - // - Cap. 14 -

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