Verano, décima parte: Padre Como-te-llames-ahora

Feb 07, 2010 23:17


Yaith arremetió contra el Padre Draucandir, blandiendo su espada en un ataque horizontal, dirigido al cuello del sacerdote. Su primer instinto fue intentar paralizarlo de nuevo, pero esta vez el cruzado se hallaba sobre aviso y se había protegido con sus propios poderes clericales. Reaccionando a tiempo, saltó atrás para esquivar el filo del guerrero.

El corte sólo hirió el aire, pero el sacerdote no tuvo tiempo de contraatacar antes de que el arma de Yaith Aenarion volviera a abalanzarse sobre él. Levantó el brazo izquierdo, con la palma vuelta hacia la hoja, y la espada del paladín chocó con una barrera invisible, rebotando hacia atrás en mitad de su trayectoria. Eithan Elannon se tomó un instante para sonreír ante la expresión de desconcierto del cruzado, tras el que respondió con un golpe ascendente, dirigido al hueco que la armadura dejaba bajo el brazo para permitir el movimiento. Con los reflejos de un luchador experto, Yaith giró sobre sí mismo, haciendo que el arma se estrellara sin consecuencias en la convexidad de su placa pectoral.

Sin darle un instante de respiro, el guerrero atacó de nuevo. Esta vez Draucandir bloqueó la espada con la suya propia, para a continuación mover rápidamente la mano izquierda, con la palma abierta, en dirección a su adversario. A pesar de que no llegó a tocarlo, Yaith Aenarion fue empujado unos dos metros atrás. Apenas había terminado de recuperar el equilibrio cuando vio la hoja del sacerdote trazar un arco en dirección a su cabeza. Tuvo el tiempo justo de dar un paso atrás e interponer su arma en la trayectoria del ataque.

El contraataque llegó casi inmediatamente, y esta vez fue el sacerdote quien se vio obligado a protegerse y retroceder. Su oponente incrementaba su velocidad, reflejos y fuerza con cada golpe, y el Padre Draucandir no pudo evitar albergar la “ligera sospecha” de que, a pesar de la instrucción expresa de no intervenir en el duelo, Ilethen estaba utilizando sus poderes sacerdotales para inclinar la balanza a su favor, probablemente sin que el cruzado se percatara de ello.

Aunque él mismo estaba intentando incrementar sus propias capacidades físicas, del poder del Sumo Sacerdote y la habilidad combativa de Aenarion resultaba una combinación temible. Pronto Elannon se encontró no haciendo otra cosa que defenderse, bloqueando lo que parecía literalmente una lluvia de espadas. Tenía que hacer algo por romper esa dinámica de combate, antes de que llegara un golpe que no consiguiera bloquear.

Sin vacilar, se lanzó directamente contra el cruzado, obligándole a dejar de atacar para poder cubrirse. Presionando su arma contra la de él, consiguió mantenerla bajo un relativo control por unos instantes, mientras adelantaba la mano libre y, con suavidad, tocaba su armadura. En apenas un instante, la coraza comenzó a disolverse como si estuviera hecha de sal y alguien hubiera echado agua sobre ella. En varias de sus partes aparecieron orificios, que comenzaron a agrandarse, hasta que no quedaron de ella más que unas pocas piezas de metal descomponiéndose en el suelo.

-¿Pero qué...? -exclamó el caballero, mirando los tristes restos de lo que había sido una impecable y carísima armadura. Montando en cólera, empujó con todo su cuerpo contra el arma del sacerdote, forzándole a retroceder y atacándole inmediatamente y con dureza. Draucandir, mucho más lento, no tuvo tiempo más que para cruzar los brazos frente a su cuerpo y crear una nueva barrera invisible contra el que se estrelló el ataque del cruzado. Llevado por la ira, Yaith continuó atacando, pero cada uno de sus golpes era detenido en mitad del aire por la barrera. Dándose cuenta de la inutilidad de sus ataques, dejó de atacarla con la espada y trató de avanzar contra ella, pero su cuerpo también fue detenido. El Padre Draucandir sacó partido de este momento para estirar el brazo derecho, rompiendo el hechizo y llevando el filo de su espada hasta el costado del cuello del cruzado, quien, al desaparecer de repente la resistencia contra la que forcejeaba, necesitó de todo su equilibrio élfico para no precipitarse hacia adelante y herirse él mismo con el arma del sacerdote.

-Os he vencido, valiente cruzado -afirmó el Padre, con menos seguridad de la que le hubiera gustado mostrar en ese momento. El filo de su arma rozaba la piel de su oponente, pero él apenas podía terminar de creerse que aquella última maniobra hubiera salido bien-. No hagáis que tenga que derramar vuestra sangre.

Yaith Aenarion abrió la mano derecha, dejando que su espada cayera al suelo. Pese a su derrota, volvió a alzar los hombros y la mirada y, con la dignidad esperada de un Caballero de Arthia, dijo:

-Acepto vuestra victoria, Padre, y me rindo ante vos. Sois temible en la lucha y los poderes que los dioses os conceden demuestran que se encuentran de vuestro lado. Os declaro ganador de este juicio divino y ratifico vuestra afirmación acerca de la inocencia de esta muchacha. Si alguno de los presentes quisiera seguir acusándola, debería enfrentarse no sólo a vos, sino también a mí.

El Padre Draucandir asintió con una sonrisa, apartando la hoja del cuello del cruzado y dándole la vuelta en su mano, de forma que la empuñadura apuntara hacia arriba, lista para ser devuelta a su propietario.

-Siento lo de vuestra armadura -dijo-. No es mucho lo que un sacerdote de pueblo puede ofreceros, pero puedo tratar de compensaros de alguna forma...

-Hacerlo sería una ofensa y una humillación, Padre -se negó el cruzado-. No aceptaré una compensación por la armadura que yo mismo decidí arriesgar llevando al combate. Me alegro de que los dioses se contentaran quitándome la armadura en lugar de la vida.

Por toda respuesta, el sacerdote se llevó el puño al pecho e inclinó levemente la cabeza, en señal de respeto. Yaith Aenarion le devolvió el gesto y ambos parecieron considerarlo una despedida, pues a continuación éste se agachó a recoger su arma del suelo, mientras Draucandir retornaba la que le había sido cedida a su legítimo dueño.

-Nos vamos, chicos -dijo el guerrero, incorporándose de nuevo y devolviendo la espada a la vaina de su cintura-. Ya no tenemos nada que hacer aquí.

Apenas habían comenzado el resto de cruzados a obedecer a su líder, una figura femenina, todavía algo infantil, emergió del interior del templo. Como es evidente, Drelliane había hecho caso omiso de la advertencia del sacerdote y había observado toda la escena a escondidas. Corriendo, se lanzó hacia él, abrazándole fuertemente y hundiendo la cabeza en sus vestiduras oscuras. Mientras los cruzados se adelantaban para ir a buscar los caballos y prepararlos para el viaje, el Sumo Sacerdote permaneció mirándolos en un siniestro silencio. Instintivamente, Draucandir levantó los ojos y, receloso, rodeó con sus brazos los hombros de Drelliane, en actitud protectora.

-Me ofendes, Elannon -pronunció Su Eminencia con una clara nota de odio en la voz-. Pensar que podía intentar hacerle algo a la chica después de que ganaras su inocencia en el juicio divino... ¿Qué clase de persona crees que soy? -Eithan Elannon no respondió, pero tampoco relajó un solo músculo de su cuerpo-. Una maniobra muy hábil -admitió Sendaril-, pero no te habría valido para nada si hubieras luchado conmigo en lugar de con ese sobrino real descerebrado e inexperto. Está bien: tú ganas esta vez. Nosotros nos iremos de este pueblo, Padre Como-te-llames-ahora, pero a ti más te vale no poder nunca un pie fuera de él. Porque, si volvemos a vernos, juro por el Monarca Divino que yo mismo me enfrentaré a ti. Y, una vez te haya derrotado, llevaré lo que quede de ti al Rey, para que haga contigo lo que más le plazca. ¿Me has entendido?

-Perfectamente, Eminencia -respondió, tan tenso como la cuerda de un arco.

-Me alegro -respondió el Sumo Sacerdote, haciendo ademán de seguir al resto del grupo-. Ah, y no te preocupes por tu pequeño secreto -se detuvo para decirle-. Mientras no te muevas de este culo de mundo, por lo que a mí respecta sigues desaparecido, muerto, o como sea que prefieras estar. Sólo cuídate de no volver a interponerte en mis asuntos una vez más, porque te aseguro que será la última.

Eithan asintió con la cabeza, pero Ilethen Sendaril no llegó a verlo, puesto que ya se había dado la vuelta y comenzado a andar para reunirse con sus hombres. En ningún momento miró atrás.

fantasía, verano, cuentos

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