Jan 16, 2009 22:28
[Este capítulo pretende ser un pequeño homenaje a senseis y senpais, y en definitiva a todo aquel que ha estado dispuesto a perder un poco de su tiempo para enseñarme algo de kendo. どうもありがとうございました!!]
La escasa luz que se filtraba hasta la superficie del bosque podría haber hecho pensar que se trataba de las primeras horas del amanecer o de las últimas del ocaso, pero lo cierto es que era pleno mediodía. Los gigantescos árboles del corazón de Edhellion, con su espeso follaje, apenas dejaban pasar algún que otro rayo de luz osado. Sin embargo, aquella tenue penumbra era más que suficiente para los ojos de los elfos.
Allí, centenares de metros por debajo de los suntuosos edificios de la milenaria ciudad de Sylvania, la tranquilidad del bosque se hallaba turbada por dos figuras que blandían espadas de madera.
-Las armas de los humanos funcionan de forma parecida a las hachas de los enanos o los orcos, basando su efectividad en su gran masa -explicaba la mayor de las dos, admirando la fina talla que tenía entre sus manos. A pesar de ser sólo un arma destinada a los entrenamientos, había sido manufacturada por los más finos ebanistas de Sylvania y reproducía hasta el más pequeño detalle la propia espada que le colgaba del cinto-. Requieren una fuerza notable para ser levantadas y luego son dejadas caer sobre el adversario. Los daños producidos se deben más a la fuerza del impacto que a lo afilado de la hoja. Solemos referirnos con sorna a ese estilo de lucha como "dar garrotazos".
Una risilla escapó de los labios del menor. La imagen de un orgulloso guerrero humano vestido con una pesada armadura y blandiendo una porra como las que llevaban los ogros y los gigantes de las historias era poco menos que ridícula.
-Sin embargo, no debe ser tomado a la ligera, pues, aunque distinta a la nuestra, sigue siendo una forma de combatir. Y de matar. -El pequeño recuperó el rostro impasible esperado de uno de su raza-. Las espadas de los elfos, en cambio -continuó el mayor, con un gesto de aprobación-, son ligeras y afiladas, confiando en la velocidad y en la precisión del corte. En consecuencia, requieren una mayor técnica para resultar efectivas, pero son devastadoras en manos de un luchador entrenado. No puedes esperar vencer a un humano, ni mucho menos a un orco, en pura fuerza física, pero sí puedes hacerlo en velocidad y habilidad. Eso sí, para ello deberás formarte como guerrero y como persona. Y no será un camino fácil. Ni corto.
El pequeño Eithel asintió con resolución. Su padre le dedicó una sonrisa.
-En primer lugar, ¿ves qué llevo? -Golpeó con los nudillos del guantelete el pectoral de su coraza, produciendo un límpido sonido metálico que resonó por las profundidades del bosque-. Las armaduras de otras razas son pesadas e incómodas, por lo que sólo las visten cuando existe perspectiva de combate. Un caballero elfo, en cambio, lleva su armadura siempre que sale de casa, como símbolo de su rango y de su disposición a cumplir su deber en cualquier momento. Afortunadamente, nuestros artesanos saben cómo construirlas para que tal costumbre no se convierta en un suplicio. Cuando seas mayor, ten por seguro que llevarás una. Pero debes merecerla.
Eithel asintió de nuevo, decidido a cumplir con aquellas expectativas.
-Bien. Así me gusta -aprobó Elran-. Veamos cómo se te da esto de esgrimir la espada. ¡En guardia! -ordenó, señalándole con la punta de su arma.
Lleno de energía, el joven Eithel aferró la espada por delante de su cuerpo y plantó firmemente los pies en el suelo, tal y como el propio Elran le había enseñado momentos atrás. El padre sacudió la cabeza negativamente.
-¿A eso lo llamas una guardia? -preguntó, con un cierto descrédito-. ¡Relájate!
-¿Cómo voy a relajarme si se supone que mi vida está en juego? -inquirió el menor, incrédulo.
-Precisamente por eso debes relajarte -respondió Elran, con firmeza-. La tensión conlleva lentitud, entumecimiento. ¿Cómo quieres reaccionar si tienes todos los músculos agarrotados?
Aquello pareció convencer al más joven, quien movió ostensiblemente los hombros y la espalda en un intento por estirar todos aquellos músculos que tenía inconscientemente contraídos.
-Un poco mejor -aceptó el padre, basculando la cabeza a un lado y otro-. Ahora separa un poco más los pies, si no quieres perder el equilibrio en mitad del combate. -Instintivamente, Eithel bajó la vista para comprobar que, en efecto, los tenía excesivamente juntos-. ¡¡No los mires!! -exclamó Elran, dejando caer la punta de su espada de madera sobre el cráneo expuesto de su hijo, quien alzó la vista al instante, llevándose la mano al lugar del golpe con un silencioso gesto de dolor-. No quiero que apartes la vista de tu adversario por nada del mundo. Incluso desenvainarás y volverás a envainar con los ojos puestos en él, aunque ya le hayas vencido.
Eithel, todavía frotándose la cabeza, miró a su padre y maestro a través de una minúscula ranura entre los párpados. Era más que evidente que aquello de los pies lo había hecho a propósito: le había tendido una trampa y él había caído de lleno. No iba a permitir que tal cosa sucediera de nuevo.
Elran, por su parte, sonreía con descarada satisfacción. Podía oír los pensamientos de su hijo casi palabra por palabra, pues habían sido los suyos propios varias décadas atrás, cuando el que entonces era su mentor -un joven Capitán al servicio de su padre- le había hecho caer en la misma treta. La amabilidad y el cuidado que había puestos en ese golpe eran algo que no había sabido apreciar en aquel momento.
-Bien, ¿ya te has vuelto a poner en guardia? -reanudó, dejando los recuerdos para más tarde. El pequeño asintió, clavándole una mirada que parecía querer traspasarlo. Excelente. Eso era justamente lo que quería conseguir-. Perfecto: atácame.
Eithel permaneció inmóvil como una estatua, con el rostro transformado en el epítome del desconcierto. ¿Que le atacara? Y... ehm... ¿¿cómo??
-¡Tú atácame! -ordenó su padre, extendiendo los brazos a ambos lados de su cuerpo.
Los dedos del joven se cerraron con fuerza sobre el mango de su arma. Cogió aire y movió un pie adelante. Antes de que tuviera tiempo de mover el segundo, la voz de su padre lo volvió a dejar clavado en el sitio.
-¡Para! -exhortó, con la autoridad de aquel que estaba acostumbrado a mover unidades sobre el campo de batalla-. ¿Quieres hacer el favor de relajar los brazos? No se trata de estrangular la espada. -Gentilmente, pero con firmeza le puso una mano sobre el pecho y le empujó hacia atrás hasta que el pie avanzado regresó a su posición original-. Venga, inténtalo de nuevo.
Obedeciendo, Eithel inspiró profundamente, dejando salir el aire mientras se cercioraba de que sus músculos estuvieran destensados. Nunca habría imaginado que no hacer fuerza pudiera costar tanto. Avanzó de nuevo un pie y después el otro, mientras descargaba la espada de madera con todas sus fuerzas. Elran giró sobre el pie derecho, sin ningún esfuerzo, para hacerse a un lado y la punta del arma rebotó en el suelo del bosque con un "bong" bastante ridículo.
-No ha estado mal, como garrotazo -valoró el padre-. Pero lamento decirte que estarías muerto -Eithel sintió como la punta de madera del arma de Elran le pinchaba, burlona, un par de veces por debajo de las costillas-. Todavía nos falta mucho antes de convertir eso en un corte que puedas hacer con una espada. -Retiró el arma del costado de su hijo, quien volvió a ponerse en guardia con presteza, a pesar de lo mustio de su expresión-. Para empezar, así es como pelearía un granjero. [¡Qué apropiado! ¡Tú como una vaca. Perdón, no he podido resistirme XD] ¡No puedes perder el control de la espada! ¿Por qué crees que has dado con ella en el suelo?
-Porque no la controlaba -admitió Eithel entre dientes, bajando la mirada hacia el lugar que había golpeado.
Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, una ráfaga de aire frío acarició su frente. Levantó los ojos para ver la espada de su padre detenida tan cerca de la misma que incluso sentía la presión que ejercía la curva de madera pulida y roma que pretendía ser el filo sobre sus cabellos.
-Exactamente -respondió el padre, retirando el arma-. Para empezar, no tienes que partir al enemigo por la mitad. Con mucho menos también lo matas. ¿Qué crees que habría pasado antes si la espada no hubiera sido de madera?
-¿Que se habría clavado en el suelo?
-Correcto. Dime, ¿qué hace un guerrero en una batalla con la espada clavada en el suelo?
-¿Morir?
-Bien. Veo que la teoría te la sabes. Entonces, ¿por qué dejas que tu arma te controle a ti cuando está claro que debería ser al revés?
Eithel no encontró respuesta a esa última pregunta. Desvió los ojos una vez más, pero recordando lo que había ocurrido la ocasión anterior los levantó justo a tiempo para ver como una espada de madera se movía hacia su costado. Instintivamente, interpuso la suya propia para bloquear el ataque.
-Muy bien -le felicitó Elran, moviendo aprobatoriamente la cabeza-. No está mal, para ser la primera vez que coges una espada.
-Sí, ya... -desdeñó el otro, receloso.
-Claro que sí. No esperarás hacerlo todo bien desde el principio, digo yo... El camino es largo.
-¿Cómo de largo?
-Muy largo.
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