Dec 24, 2008 02:53
-No sabe cuánto le agradezco que haya venido, Padre -dijo el gnomo, abriendo una puerta unas tres o cuatro veces mayor que él y sosteniéndola para que Draucandir pasara-. Su nombre en la correspondencia fue el único cabo al que pudimos agarrarnos...
Entraron en lo que parecía ser una sala destinada a recibir visitantes. Varias sillas de tamaño humano y aspecto confortable se agrupaban alrededor de una mesilla baja. Todo el mobiliario se veía grotescamente enorme al lado del anfitrión.
-No hay nada que agradecer -respondió el sacerdote, con voz oscura-. Señor...
-Libhurr -respondió el gnomo, en un tono similar-. Doctor Gléwak Lihburr.
La expresión de ambos era grave, a pesar de la cortesía que mostraban el uno respecto al otro. Una vez Libhurr hubo cerrado la puerta, el Padre Draucandir no pudo retener la pregunta ni un instante más:
-¿Qué les ocurrió?
Gléwak Libhurr abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella. Tras unos instantes así, tomó aire, levantando visiblemente los hombros, y lo dejó escapar de golpe en un suspiro. Se llevó una de sus manitas arrugadas al rostro, para quitarse unos anteojos, sostenidos en precario equilibrio sobre su abultada nariz, que pasó a limpiar con un pañuelo.
-Es una triste historia... -comenzó, pareciendo de repente mucho más viejo de lo que Eithan lo había considerado en un principio. Le indicó que se sentara señalando con los anteojos, pero él mismo no tomó asiento, sino que permaneció de pie, como si estuviera dando una clase-. Se trataba de una expedición a las ruinas de una antigua fortaleza enana, cerca de aquí, en la misma Espina del Bosque. Existían túneles que la conectaban con Vector, pero fueron derribados mucho tiempo atrás, cuando cayó en manos de los orcos. Pasamos siglos buscándola, hasta que, hará unos quinientos años, dimos con ella bajo varios metros de roca. Desde entonces es un lugar corriente al que dirigir nuestras investigaciones, en especial desde que, hace relativamente poco, mi predecesor encontró en los niveles inferiores evidencias de la ocupación, en algún momento de la historia, por parte de elfos oscuros. El interés de tales hallazgos, y de los que pudieran seguir, es indudable para nuestro gremio: los elfos oscuros son una raza esquiva y cerrada, de la que apenas tenemos registros...
El Padre Draucandir escuchaba la perorata arqueológica con educación, pero con una cierta impaciencia. No había hecho, nueve años después, todo el camino de vuelta a Vector para oír hablar de fortalezas enanas y elfos oscuros. Su interlocutor pareció notarlo, porque se interrumpió, se aclaró la garganta tratando de disimular su evidente turbación y cambió radicalmente el tema de su discurso:
-Fuimos sorprendidos por una tormenta de nieve -dijo, estrujando los anteojos entre sus manitas y ensuciando de nuevo los cristales que tanto se había esmerado en limpiar. Era evidente que le resultaba mucho más fácil hablar de arqueología que del tema que les ocupaba-. Son raras en esta época y nuestros astrónomos no la habían previsto. La mayor parte del equipo se hallaba resguardada cuando comenzó, puesto que las zonas en las que trabajamos son principalmente subterráneas. Sin embargo, a un pequeño grupo lo encontró en la intemperie. James estaba entre ellos...
El Padre Draucandir sintió un profundo dolor en el pecho. Aunque no hubiera sabido ya de antemano el triste destino de su viejo conocido, el tono con el que el arqueólogo había pronunciado aquella última frase no le habría dejado ningún lugar a dudas.
-¿Y Elliane? -preguntó, con un hilo de voz.
-La mayor parte del grupo de James fue regresando poco a poco, por separado. Dijeron que se habían dispersado durante la ventisca. Pasaron los minutos y James no apareció. Elliane perdió la calma e insistió en salir a buscarle. Tratamos de disuadirla, pues la violencia de las tormentas puede fácilmente desorientar a los que se aventuran en ellas, pero no hubo nada que pudiéramos hacer. Físicamente, un humano es muy superior a un grupo de gnomos ancianos...
-Comprendo... -respondió el Padre, percibiendo la culpa y el remordimiento en el tono de su interlocutor.
-Las horas pasaron, sin que la tormenta amainara ni llegaran noticias de ellos. Fue una noche terrible. Les encontramos dos semanas después, resguardados en una cueva, abrazados, muertos por congelación. James tenía las dos piernas rotas. Creemos que se despeñó por el borde de unas rocas, tratando de encontrar el camino de regreso en condiciones de visibilidad muy limitada. Al llegar Elliane hasta él, comprendió que no podía cargarlo de vuelta hasta el campamento, así que buscaron refugio en una cavidad cercana. Podrían haber sobrevivido, si la tormenta hubiera amainado antes, o si no se les hubiera terminado el combustible...
"Y Elliane podría haber sobrevivido también, si hubiera optado por abandonar a James", comprendió Eithan, sin necesidad de que Libhurr se lo dijera. Aquello era exactamente lo que habría cabido esperar de la muchacha que conocía.
-Supongo que debemos agradecer a los dioses que, al menos, les permitieran encontrarse -dijo, manteniendo la impasibilidad propia de los elfos. Sin embargo, dejó caer los párpados, por temor a que sus ojos le traicionaran-. Siempre fueron una pareja muy unida. Es un consuelo pensar que se tendrán el uno al otro en el viaje al Reino de las Almas.
Gléwak Libhurr asintió con la cabeza, con aire melancólico. Terminó de limpiar sus anteojos por segunda vez y se los colocó de nuevo sobre su naricita bulbosa. Después se pasó la mano por el escaso cabello que todavía quedaba en su cabeza.
-La cuestión, Padre, es que no sé como abordar el tema... -admitió, juntando las manos frente a su pecho y frotándolas la una contra la otra-. Elliane y James dejaron atrás a una niña pequeña, Drelliane. Desde su triste fallecimiento, la Universidad se está ocupando de ella, pero me temo que no podemos ofrecerle el hogar que necesita. Hurgamos en su correspondencia con la esperanza de encontrar una pista que nos llevara hasta algún familiar, pero el suyo fue el único nombre que hallamos.
-Tanto uno como la otra eran hijos únicos -explicó el Padre-. Sus padres ya no se encuentran entre nosotros.
-Vaya, lo siento... -se lamentó el gnomo-. ¿Entonces no tiene parientes vivos? ¿Nadie que pueda hacerse cargo de ella?
Draucandir negó con la cabeza, pesadamente.
-Ningún pariente -corroboró, con la mirada caída-. Pero sí sé de alguien que puede cuidarla.
-¿Sí? -El rostro de Gléwak Libhurr se iluminó con un rayo esperanza-. ¿Quién?
-Yo.
fantasía,
verano,
cuentos