Y la verdad es que no me arrepiento. (Y, de paso, aviso de spoilers a partir de aquí)
Si en la temporada anterior me pareció que perdían el rumbo de la historia, en esta final creo que han sabido volver a cogerle el pulso. Una temporada austera, sin florituras ni aventuritas joviales, que desde el principio se tornó más que oscura, triste, dirigiéndose firme e inevitablemente hacia el final que no podía ser otro sino el conocido, y, por lo tanto, trágico.
La temporada ha sido una larga despedida. De la serie, pero sobre todo del sueño imposible que quiere representar Camelot -el sueño de paz y justicia que intenta instaurar Arturo, el sueño de tolerancia que anhela Merlin- y de la hermosa historia de amistad entre los dos protagonistas. Inexorable como el destino, ese final, esa separación desgarradora, se iba fraguando a medida que las profecías conocidas de antemano se cumplían una a una, sin que Merlin pudiera hacer nada por evitarlas. Quizás en este sentido, Merlín y Arturo han fracasado - Arturo pierde su reino, Merlin pierde a su rey-, pero, por otro lado, es el momento también de su mayor victoria: el de reconocerse finalmente como son, apartar las mentiras y encontrarse -a solas y sin nada- con su única verdad: la lealtad absoluta, el agradecimiento, el amor mutuo.
El capítulo final, sorprendentemente anticlimático tras la batalla definitiva, me parece en este sentido de una gran belleza. Incluida la descolocadora escena final, por lo que supone de terco mantenimiento de la esperanza: cuando Albion lo necesite, Arturo regresará y allí estará Merlin, esperándole. Enlaza con la leyenda y la trae a nuestros días, demostrando que la magia, como la amistad, vive aún entre camiones y asfalto.
Este capítulo final sirve también para anudar los últimos cabos sueltos y aquí, la verdad, me parece que en algunos casos se ha ido demasiado rápido: el final de Morgana merecía más metraje y más grandiosidad, porque ha sido la absoluta antagonista de toda la serie y muy especialmente de esta temporada. Igual que se lo merecía Mordred en el episodio anterior. El pobre Gwain podía muy bien haberse salvado y su muerte, casi de epílogo, resulta un tanto gratuita. Perfecto que Ginebra herede el trono y la misión de Arturo, pero difícil lo va a tener si no le han quedado más caballeros que Percival y Leon. Y el entrañable Gaius, pese a ser un secundario, quizás merecía una despedida más emotiva de Merlin, porque su relación paterno-filial ha sido uno de los logros de la serie. En cualquier caso, el escaso desarrollo de estos desenlaces menores puede justificarse porque necesitábamos cada segundo para el tema principal: la nueva desgarradora intimidad de Arturo y Merlin en su agónico viaje hacia Avalon.
Mención muy especial de esta temporada final también para Mordred. Todo un sorpresivo acierto cómo han presentado y desarrollado este crucial personaje. En todas las visitaciones de la materia artúrica que conozco, siempre aparecía como un villano rastrero y sin matices. Me quedo sin dudarlo con la inocencia y nobleza de este Mordred juvenil, tan digno caballero de Camelot que Merlin es incapaz de acabar con él, pese a estar seguro del oscuro destino a que está condenado.
Junto a Mordred, Morgana, señora absoluta de las fuerzas del mal en esta temporada. Quizás un poco plana como antagonista. Su paulatina caída en el lado oscuro a lo largo de toda la serie, pedía un poco más de piedad para su personaje, algún resquicio de redención, porque hemos visto que Morgana al principio era solo una niña asustada por sus poderes, una princesa rechazada por su propio padre, un pobre ser perdido a quien sus seres más queridos (padre, hermano) arrinconaron. Morgana se ha hecho mala a fuerza de sufrir, dividida entre dos familias enemigas, ninguna de las cuales le dio el cariño que ansiaba. En esta temporada es ya solo la hechicera malvada, movida por el deseo de venganza ypoder, pero sigue siendo hermosa, magnética y fuerte. Una erinia dispuesta a todo para cobrarse años de humillación .
Y sí reconozco que quedan algunos flecos (los dragones, los caballeros, la convivencia en paz con la magia -¿que llevará a cabo Ginebra?-, igual que reconozco que Merlin no será una de las grandes series de todos los tiempos, pero en su planteamiento ha sido un producto más que digno. Muy entretenido. Demuestra que se puede contar una historia que nos enganche y nos emocione, aunque se dirija a para un público juvenil. Merlin es una historia blanca, que recupera las aventuras de siempre y los personajes sin doblez en un marco atemporal un poco de cuento de hadas y eso, tan sencillo y tan poco habitual, es la clave de su encanto.
Y ya que estamos, también confieso que precisamente esas “licencias” que se toma en la ambientación son las que más me cuesta asumir. Vale, me digo que el mito artúrico tampoco tiene mucho que ver con la historia y que ya era una idealización muy poco rigurosa del pasado cuando nació allá por el siglo XIII. Que luego además, cada juglar, escritor, cineasta, dramaturgo o artista que lo retomó volvió a poner de su inventiva cuanto le plugo, pero es que hay cosas… A ver, por ejemplo, Percival a dónde va, hombre de Dios, siempre con los brazos desnudos bajo la armadura. ¡Que unos buenos bíceps no justifican semejante desatino por mucho que haya que presumir de gimnasio! Guerreros sajones conviviendo con castillos barrocos franceses, Ginebra y su familia de raza negra… En fin. Acepto pulpo porque hablamos de dragones, magos, hadas, profecías… y tampoco nos vamos a poner en plan arqueológico, pero siento que su reinvención del cuento a veces es demasiado libre.
Dicho lo anterior, me ratifico en que Merlin ha resultado un entretenimiento muy agradable y que su temporada de desenlace ha sido un magnífico remate.
Les echaré de menos y seguramente volveré a buscar a estos amigos.