vampiro viejo no aprende trucos nuevos

Mar 04, 2010 10:02

Tenía que acabar pasando. Tú lo sabías, yo lo sabía. Por lo general, tocar un fandom sacrosanto como éste me infunde tanto respeto que intento desesperadamente no escribir fanfic para no arruinarlo(Generation Kill, Firefly), pero mira, no ha podido ser.

Título: Vampiro viejo no aprende trucos nuevos
Autor: earwen_neruda
Fandom: Being Human
Pareja: Mitchell/Annie
Duración: one shoot.
Dedicado a: el team!Bristol 2010 de twitter, aka yadwhiga, dubhesigrid y nasirid.
Advertencia: no hay spoilers de la finale, esto es más bien una escena perdida entre la primera temporada y la segunda. Y por si te lo estás preguntando, sí, NC-17, bitch.
Summary: "Esa noche hay algo en el aire que le altera, que hace que sus ojos estén más oscuros de lo que es habitual. Algo que Mitchell jamás admitirá que es hambre."



Vampiro viejo no aprende trucos nuevos
(“Nuestros amantes permanecen dentro de nosotros como fantasmas, encantando los pasillos y habitaciones desiertas; a veces susurrando, a veces gritando. Pero siempre ahí, esperando” - J. Mitchell, Being Human)

Mitchell no puede dormir. Es un poco cliché para un vampiro, pero en su defensa tiene que decir que esa mañana ha tomado mucho café y que por lo menos él no brilla.

Normalmente tarda menos de cinco minutos, todo párpados pesados y bostezos desde antes de las nueve, sobre todo si el día ha sido especialmente duro y algún cabrón desconsiderado ha vomitado en los baños. Su rutina consiste en levantarse, trabajar, ser el rey de los vampiros, ver The Real Hustle con George; a lo mejor hacer palomitas, dependiendo de cómo de interesante esté la estafa de esa noche y las ganas que tenga de levantarse. Después, sólo tiene que entrar, deshacerse de la ropa y dejarse caer sobre la cama para dormirse. Fácil y rápido, como desgarrarle el cuello a una chica de piel cremosa y aliento de cereza después de haberle invitado a una copa.

Pero no esa noche. Esa noche hay algo en el aire que le altera, que hace que sus ojos estén más oscuros de lo que es habitual. Algo que Mitchell jamás admitirá que es hambre.

Mitchell aprieta las sábanas entre las manos y mantiene los ojos cerrados, se concentra en cualquier cosa que no sea el eco del sabor de la sangre en su boca, grabado en el paladar desde hace tanto tiempo que resulta doloroso sólo recordarlo; finge que sus labios no están agrietados y que la textura de la piel de su última víctima no está grabada en sus dedos como huellas dactilares. Casi lo consigue, casi.

A veces, no siempre, a Mitchell se olvida de lo difícil que es engañarse a uno mismo. “Más sabe el vampiro por viejo que por vampiro” solía decir Herrick, y a él siempre le daba pereza corregirle.

El hambre es soportable. Miles de cuchillos clavándose en su garganta y un par de brazos de metal sólido aplastándole los pulmones que hace tiempo que no necesita; no importa, de verdad. Sufrió torturas mucho peores durante la guerra, a lo largo de los años. Este dolor es familiar, como uno de esos perros viejos que suelen seguir a los viandantes hasta la puerta de sus casas (se siente tan identificado a veces, con esos perros, tratando de seguir a la humanidad hasta el portal de su alma y descubrir qué es lo que les hace extraordinarios, mortales).

(O para que le den algo para comer en su defecto)

A lo que no se acostumbrará nunca es a los recuerdos. Con cada golpe de rojo que le llega tras los párpados puede ver una cara conocida, escuchar el sonido de los tendones al romperse, reproducir gritos grabados en la cinta reversible de su memoria que nunca termina de borrarse, la muy cochina. Volver a probar su sangre amarga y caliente. Como latigazos de culpa.

Está empezando a plantearse seriamente la posibilidad de darse cabezazos contra la pared hasta quedarse inconsciente como alguno de esos gilipollas de Jackass cuando escucha algo en la habitación contigua, algo que suena etéreo y frío como si George se hubiera olvidado de cerrar la ventana (otra vez), pero mucho más agradable que eso y con un ligero olor a té.

Annie.

Durante un momento, Mitchell se siente aliviado de que no sea George -George, con la sangre de híbrido saltando de vena en vena, demasiado cansado después de la luna llena como para oponer resistencia y no, no, no, no. No George. Nunca.

¿Por qué no?- pregunta la cara B de su alma, ésa a la que no hace falta que se le sople en las ranuras para que funcione.
Pues porque George es… George. Miope y tontorrón, vergonzosamente noble, licántropo. Familia. George.

A su respuesta le siguen unos segundos de tranquilidad prestada, el silencio roto únicamente por los pasos livianos que provienen de la habitación de al lado. La siguiente pregunta, Mitchell lo sabe, es inevitable.

¿Y Annie?

Podría decir muchas cosas. Podría decir “porque ella sí opondría resistencia y sus gritos alertarían a George”, “porque Annie es un fantasma, capullo”, o dedicarse a sí mismo un discurso apasionado sobre las mil razones por las que no debería hacerlo, que muy probablemente incluirían las palabras ‘familia’ y ‘coño’ y ‘té calentito’. Pero al final, todo acaba reduciéndose en un no rotundo y categórico. No, porque no quiero.

No, porque ella me necesita y eso me hace sentir más humano.

Mitchell sigue escuchando con los ojos cerrados, un pie y luego el otro, tap tap tap, y ¿es raro que el sonido de los pasos de Annie le relaje? Supone que sí, pero tampoco es que importe demasiado. No cuando tiene tanta sed que sería capaz de drenar a toda la población de Bristol y lo raro, para qué vamos a engañarnos, sería que hubiera algo normal en su vida. Aparte del sofá y las palomitas, y los jueves fregando los platos con guantes de goma y pelearse por ver quién limpia el baño y George y Annie, el fantasma y el hombre lobo, de una manera completamente disfuncional y fantástica.

Annie. Caminando aburrida en la habitación de al lado, esperando a que el sol vuelva a salir para prepararles el desayuno y sentarse en la mesa a verlos comer con una sonrisa en la cara, de ésas que llegan hasta los ojos. Con el pelo oliendo permanentemente a champú y limpio y casa, y esa ropa color gris que no le pega en absoluto. No, qué va. Annie debería vestir del color del cielo y la hierva recién cortada; tampoco es que Mitchell sepa mucho de moda pero la última vez que lo comprobó el rosa y el azul seguían pegando, allá por los cincuenta, ¿sesenta? Dios, se siente tan viejo.

Tan cansado.

Quizá deberían probar primero a quitarle la ropa. Sería lo correcto, ¿verdad? Comprobar que pueden hacerlo. Deshacerse de la camiseta primero y los pantalones después; deslizar la superficie lisa de las botas por sus piernas suaves y morenas, interminables como un episodio de Britain’s got talent (que no es como si lo viera normalmente pero George tenía curiosidad ese día y él estaba realmente, realmente muy aburrido).

Se recrearía en el brillo de la luz artificial sobre la piel de sus hombros. Quizá se atrevería a tocarla, quizá no. Te sorprenderías si supieras lo cobardes que pueden llegar a ser los vampiros a veces.

En la habitación, lejos de sus ensoñaciones, Mitchell se nota duro bajo las sábanas pero se obliga a sí mismo a no moverse.

Puede que se lamiera los labios, todo hombros tensos y mandíbula marcada, y Annie se riera entonces desde el fondo del estómago, alto y fácil, Annie, “¿a qué estás esperando, Mitch? Pensaba que los vampiros erais más lanzados. Las películas nos tienen tan engañadas” pero él no le dejaría continuar y le besaría gentil y lento, justo como ella merece ser besada. Como aquella primera vez en su habitación sentados en el suelo, “nada te toca, ¿verdad? Tú nunca te asustas” y “desearía que eso fuera verdad”.

Solo que esta vez no tiene nada que ver con besar a alguien que viene de la calle. Mitchell cierra los ojos y si no llevara años de ventaja haciéndolo empezaría a odiarse ahora, en el mismo momento en el que mete las manos dentro de los pantalones y se le escapa un gruñido animal de dolorplacer de la garganta. La textura de los labios de Annie está perfectamente definida sobre los suyos, calientes como el infierno que ambos saben que espera detrás de cada puerta. Dulces, porque no podría ser de otra forma. Mitchell se acaricia rápido y fuerte, como le gusta, y de verdad que quiere parar porque es Annie y está en la habitación de al lado y esto es algo que se hace en el baño, coño, qué asco, pero ella acaba de enredar los dedos en su pelo y ¿sinceramente? Nunca se le ha dado demasiado bien separar la comida del sexo.

En la realidad paralela de su imaginación, donde no existen cosas como la sangre o los colmillos, a Mitchell le faltan manos para acariciar todas las partes de Annie que lleva queriendo tocar desde hace tanto tiempo, y cuando los dos caen sobre la cama su pelo le hace cosquillas en la mejilla como plumas de cuervo. Ella le quita la camiseta como lo hace todo, concienzudamente y con el ceño ligeramente fruncido, y cada roce de sus dedos provoca un seísmo de nueve grados en la escala Richter de su cuerpo. A la mierda los puentes, los edificios y los lagos, piensa para sí mismo cuando sus pieles se tocan. Y cuando Annie le mira directamente, sabe que puede ver el cartel de ZONA CATASTRÓFICA en sus ojos. Brillo inesperado alrededor del iris y pupilas negras como la boca del lobo.

Léelo bien, le dice (se dice), porque quiero que sepas exactamente qué es lo que haces conmigo.

Mitchell incrementa el ritmo y tiene, tiene que abrir los ojos para mirar hacia la pared que les separa y recordar las miles de razones por las que no debería tirarla abajo a patadas -a dentelladas, si hace falta. Cientos de razones. Una veintena, por lo menos. ¿Menos de quince pero más de diez? No, más de cinco seguro. Y disminuyendo.

En su cabeza, a Annie se le escapa una risita cuando le lame el cuello y dice “puedes morderme, sé que quieres hacerlo. También sé que pararás antes de que llegue a sentirlo” y a Mitchell no le hace falta nada más para acabar sobre su mano, líquido y pegajoso, viendo blanco detrás de los párpados. Más de cien años, miles de chicas y una sonrisa es suficiente. Qué vergüenza, John. Cualquiera diría que eres George.

(O humano)

Después se queda respirando sobre la cama con tanta fuerza que se le olvida que se supone que no debería hacerlo, con las manos temblorosas por algo que definitivamente es hambre, pero no del tipo al que está acostumbrado. No, no. Este escozor sordo es otra cosa; algo más que añadir a la lista de sensaciones cuyo nombre Mitchell jamás pronunciará en voz alta. La sed de sangre, la foto de Josie que todavía lleva en la cartera, el recuerdo de sus padres. Esto. Porque su vida es un desastre y no es el momento y todo es tan complicado, y ella se merece algo mejor (mejor que Owen, mejor que él).

Batallones de soldados enemigos y la comunidad al completo de vampiros de Inglaterra sólo consiguieron doblarle durante un tiempo y al final, sólo hacía falta una chica muerta, desarmada y con la cara lavada para partirle.

Oh, bueno.

Quién iba a imaginarlo.

(fin)

annie/mitchell, being human, mi fanfic

Previous post Next post
Up