entonces el superyó se rindió al ello

Dec 17, 2009 03:16

Hace meses desde la última vez que publiqué fanfic, así que disculpadme si me notais un poco oxidada. Por el fandom no voy a pedir perdón, tendreis que aceptarme tal y como soy (que lo sepas, mordaz)

Título: Entonces el Superyó se rindió al Ello (psicología del Yo y la sangre)
Autor: earwen_neruda
Fandom: Vampire Diaries
Pairing: Damon/Elena
Advertencias: no recomendado para menores (je), AU con respecto a los dos últimos episodios de la serie.
Dedicado a: dryadeh y lauranio por haberme soportado todo este tiempo y ser, básicamente, las mejores betas del mundo.

Primero, unas aclaraciones básicas sobre la psicología de Freud para el título.
El Ello: Su contenido es inconsciente y consiste fundamentalmente en la expresión psíquica de las pulsiones y deseos.
El Yo: Instancia psíquica actuante y que aparece como mediadora entre las otras dos. Encargado de desarrollar mecanismos que permitan obtener el mayor placer posible, pero dentro de los marcos que la realidad permita.
El Superyó: Instancia moral, enjuiciadora. Constituye la internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales.


Entonces El Superyó se rindió al Ello
-psicología del Yo y la sangre

(“Dijo Platón que los buenos son los que se contentan con soñar aquello que los malos hacen realidad.” -Sigmund Freud)

Nunca te han gustado las historias de vampiros.

Cuando Jeremy se sentaba delante de la televisión enfundado en su peor pijama, el de cuadros, y la caja de cereales entre las rodillas para ver Buffy tú estabas demasiado ocupada practicando la coreografía del partido del sábado como para fantasear con colmillos afilados y chicas demasiado menudas como para ser capaces de salvar el mundo. Crees que es imposible que un vampiro que ha vivido casi cien años se fije en una adolescente por muy intrigante que sea, y no es que tengas nada contra Bella Swan. Es que es un hecho matemático.

(Pero la verdad es que te gustaría poder hablar con ella cara a cara y preguntarle cómo lo hizo exactamente, lo de sobrellevar que la persona de la que estaba enamorada no fuera humana)

Te gusta pensar que tienes la mente abierta. Soportas la actitud arrogante de Caroline porque recuerdas días mejores en los que ella estaba ahí para ti, pintándote las uñas de los pies mientras hablabais de saltaros las clases para ir de compras -y duele, lo fácil que parecían las cosas entonces, ¿verdad? No vas a admitirlo porque también te gusta pensar que eres fuerte, pero duele como mil agujas bajo la piel en movimiento constante.

O puede que no, puede que estés equivocada y seas tú la que ha cambiado.

Estás ahí para limpiarle el pelo a tu hermano cuando vomita en el baño después de haberse pasado con la dosis habitual y también estás para abofetearle más tarde, un tú te mereces mucho más que esto, Jer a gritos, pero sin palabras. Mantienes la cabeza alta cuando caminas por los pasillos del instituto y la gente murmulla, un cúmulo de “pobre Elena” y “pobres señores Gilbert” que prefieres no escuchar.

Sigues yendo al cementerio para escribir, a pesar de todo. Y tiene gracia porque eso es algo que parece sacado de una de esas películas de terror que tanto odias: una chica sola y ensimismada, la oscuridad y la neblina. No te sorprenderías si alguna vez aparecieran los créditos por arte de magia pero agradecerías que por lo menos Tarantino tuviera la decencia de dirigir la historia de tu vida. Solías preguntarte de dónde venía toda aquella niebla, pero no has vuelto a hacerlo desde que Stefan te contó la verdad; lo cierto es que no sabes exactamente cuándo decidiste que preferías vivir arrodillada a morir de pie.

Quieres a Stefan, ésa es la verdad. Es un sentimiento dulce que te nace de la punta de los dedos de los pies y recorre todo tu cuerpo, como los amaneceres asomada a la ventana poniéndote hasta las cejas de helado con tía Jenna o ver Titanic el mismo día por tercera vez. Es algo natural en ti de una forma en que no debería serlo porque tú no eres de ese tipo de chicas que caen rendidas a los pies de unos ojos bonitos, apenas lo conoces y es un vampiro, por el amor de dios, pero hace tiempo que forma parte de lo que eres y ni siquiera te habías dado cuenta.

Querido diaro, me llamo Elena Gilbert. Tengo un hermano menor, dos mejores amigas, mi color favorito es el rojo y adivina qué, el hombre con el que quiero pasar el resto de mi vida no es un hombre.

Por cierto, ¿lo del color rojo?
Sarcasmo.

Quieres a Stefan, pero sueñas con Damon.

Son pesadillas, al principio. Sangre y dolor y súplicas, ventanas abiertas, puertas que nunca llegan a cerrarse. Cuervos. La primera vez que sueñas con que te muerde en el cuello eres incapaz de salir de la cama para coger un vaso de agua durante más de una hora y casi te sientes ridícula cuando tocas tres veces en la pared para que Jeremy conteste como cuando erais pequeños y tus padres todavía estaban vivos (solían pelear a menudo aunque no sea así como te guste recordarlos, y siempre que escuchabas sus gritos dabas exactamente tres veces con los nudillos en la superficie lisa que conecta vuestras habitaciones); o te sentirías ridícula de no ser porque todavía estás sudada y temblando.

El agua únicamente consigue resecarte más la garganta y no consigues volver a dormir hasta que suena la alarma del despertador y es hora de levantarse.

La segunda vez ni siquiera recuerdas los detalles exactos, pero sabes que Él aparecía en tu sueño con la misma certeza con la que sabes que el sol volverá a salir mañana o que los Back Street Boys nunca deberían haber sacado nuevo disco. Tus manos están cerradas sobre las sábanas como si fueran garras y la almohada está mojada ahí dónde hace menos de cinco minutos estaba tu cabeza. Antes de volver a acostarte te aseguras de que la ventana está bien cerrada y sacas del cajón el crucifijo que te dio tu madre aunque sabes que es meramente decorativo; quizá prestaste más atención a Buffy de la que en un principio creías.

(Lo que sea, solías verlo únicamente por Xander y Anya)

Te hace sentir más fuerte no contárselo a nadie. Son sólo sueños; cuando tenías cinco años solías soñar que los osos amorosos entraban en tu casa por la chimenea para secuestrarte y obligarte a abrazarles durante horas. A veces te ríes de ti misma y las palmas de tus manos tiemblan cuando las pasas por tu pelo, piensas he tenido pesadillas peores que un par de mordiscos y ojos rojos en la oscuridad, sonrisa tirante y falsa como suele serlo últimamente, coches que se estrellan de todas las formas que puedas imaginarte; eso sí. Eso sí que consigue que te hagas un ovillo en la cama y llores, algunas noches. Entonces, cuando la niebla llega tras tus párpados y el escenario cambia al de la casa de los Salvatore casi te sientes agradecida por poder escapar de la memoria perpetua de tus padres.

En realidad dura poco, ese sentimiento. Justo lo que tarda Damon en sonreír desde el sillón con las piernas abiertas y el pelo mojado por la lluvia que todavía cae afuera, moviendo el dedo índice en un gesto que entiendes perfectamente pero prefieres ignorar porque incluso en tus sueños eres tozuda, cuando el miedo te congela los huesos y los truenos te sacuden por dentro. Él chasca la lengua,

- Ven aquí, Elena. - ele demasiado exagerada, vocales que se deslizan por debajo de la lengua; Damon siempre consigue que tu nombre suene como algo oscuro y pecaminoso.

Niegas con la cabeza.

- Puedo ir a por ti, si lo prefieres.

Corres a través del pasillo pero lo sabes, ¿verdad? que es cuestión de tiempo que te atrape. Notas cómo el pánico te engarrota las extremidades y le escuchas murmurar un “¿por qué nunca eligen la primera opción?” desde el comedor e inmediatamente después notas su aliento en la nuca y su mano en tu cintura, parándote tan súbitamente que se te corta la respiración. La pared te araña la espalda a través de la camiseta y sus ojos arañan un poco más adentro cuando te mira a la cara, azul que no es limpio en absoluto y el reflejo de toda la gente que ha muerto en las mismas manos que te están sujetando ahora mismo. Logan, el señor Tanner. Caroline y Vicky en su iris. Levantas la barbilla y el labio inferior te tiembla pero sabes que no vas a llorar porque alguien te enseñó hace tiempo que las lágrimas pueden derramarse también por dentro.

Pestañeas y cuando vuelves a abrir los ojos estás sentada en el sillón, de vuelta en el comedor.

- ¿Lo ves? No era tan difícil. - está inclinado sobre ti, camisa negra y espacio personal menos uno. Sus manos se apoyan en los brazos del sillón cuando se arrodilla delante de ti; tú todavía estás jadeando por el esfuerzo de la carrera y él ni siquiera se molesta en fingir que está cansado.

Te hace sentir tan pequeñita. Y tú odias no tener el control. Él sabe que lo odias.

Podrías pegarle. Sueles hacerlo en tus otras pesadillas, antes de permitir que sus colmillos te toquen. Lo has hecho en el mundo real no una, sino dos veces y que te maten (que te mate) ahora mismo si no es lo más satisfactorio que has hecho en mucho tiempo, podrías; Damon no se revolvería. Damon ni siquiera notaría un leve cosquilleo y te pican las manos de ganas pero estás tan, tan cansada. Te gustaría que se bebiera todo de ti hasta dejarte seca y se fuera cuanto antes pero prefieres quedarte quieta y apretar los dientes mientras él acerca la boca a tu cuello y entonces.

Entonces su lengua.

La sorpresa hace que abras los ojos de golpe y dejes que se te escape el gemido que llevas conteniendo desde que te diste de bruces con él al darte la vuelta aquella tarde mientras buscabas a Stefan, encontrándolo a tus espaldas -donde ha estado desde entonces, donde está siempre. Deja un rastro de saliva desde la mandíbula hasta el lóbulo de tu oreja y dice algo que suena como “hmmm, me apetece cambiar las reglas del juego” pero su voz te llega distorsionada, atemporal, imposible. De repente tu corazón es un caballo de carreras que está a punto de salírsete del pecho para buscar la meta en algún lugar lejos de tu cuerpo y crees que de poder hablar estarías diciendo algo como muérdeme de una vez, por qué no me muerdes.

(Stefan, Stefan, Stefan)

Decides que esto es más de lo que puedes soportar cuando desabrocha el primer botón de tu falda con una facilidad obscena, usando la mano que no te mantiene pegada al sillón. Le empujas con toda la fuerza que tienes, que no es mucha pero por cristo bendito que es suficiente, y consigues separarle unos centímetros de ti. Ni siquiera te habías dado cuenta de que habías dejado de respirar hasta que el aire vuelve a llenar tus pulmones.

- No te atrevas, Damon. - le amenazas.

(Le suplicas)

Sus palabras todavía rondan tu cabeza como el fantasma de las últimas navidades cuando te despiertas a eso de las tres de la mañana, con el pelo lleno de nudos de tanto moverte y el olor del cambio en el aire viciado de tu habitación.

“Estás tan adorable cuando intentas engañarte a ti misma.”
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(“Tu visión devendrá más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón. Aquel que mira afuera, sueña. Quién mira en su interior, despierta.” -Carl Jung)

Pensaste que todo acabaría cuando no hubiera más pesadillas pero si tienes que ser sincera contigo misma y algún día tendrás que serlo, no quisiste darte cuenta de que hace tiempo que tu vida se ha convertido en una pesadilla constante.

Es una rutina. Te levantas, te lavas los dientes, desayunas. Finges una sonrisa mientras untas la tostada con mermelada y contestas a las preguntas de tía Jenna. Sí, llevo la comida en la mochila y cuidaré de Jer, como siempre y no, no he vuelto a hablar con Stefan. Intentas tranquilizar a Bonnie diciéndole que lo suyo no son poderes, sino una serie de extrañas coincidencias porque lo último que necesita tu vida además de un novio vampiro es una amiga médium, y hablas con Caroline de todo y de nada en particular, sobre todo de nada porque así es más fácil no fijarte en las heridas que ya empiezan a cicatrizar en su cuello.

Tomas notas en clase y ríes en voz alta cada vez que Matt hace una broma; eres buena fingiendo que no tienes ganas de girar el cuello y mirarle. Aún así, notas sus pupilas en la nuca, ardiendo como si pudieran abrirte un agujero en la base del cráneo y a lo mejor eso forma parte de los poderes sobrenaturales de Stefan, ¿no? quemar cosas usando sólo sus retinas pero qué puedes saber tú, si lo más parecido que has visto en tu vida es Entrevista con el vampiro y admitámoslo, aquello fue por Brad Pitt y Tom Cruise.

Comes al aire libre, sentada en el banco que está reservado para las animadoras, junto al césped, pero por supuesto que hacen una excepción por ti. Nadie nota que masticas cada bocado más veces de las que deberías; nadie nota que tu corazón hace flip-flop cada vez que pasa cerca un descapotable.

La parte más dura empieza a partir de las once de la noche, cuando ya has cenado y no queda programación decente en la televisión. A estas alturas te serviría la indecente y ha habido días en los que incluso te quedaste viendo la tele tienda para retrasar la hora de ir a la cama, pero es inevitable. Tarde o temprano tus párpados empiezan a cerrarse, no importa cuánto café hayas tomado esa noche, y la cabeza de tía Jenna acaba asomándose por el hueco de la escalera.

- Deberíamos comprar ese pelador de patatas, creo que están empezando a salirme callos en los dedos y es fucsia. Claramente, debe ser nuestro.

- Buen intento, Elena. Ahora vete a la cama.

Los que dicen que lo que cuenta es intentarlo no sueñan con lo mismo que tú.

Damon te sonríe desde el porche de tu casa, a plena luz del día. En las anteriores pesadillas, las buenas (que puede que no lo fueran tanto pero si las comparas con estas sí, entonces sí que lo parecen), todo pasaba de noche, en sitios oscuros como el cementerio. Pero últimamente todo se desarrolla a la luz del día y tú estás incluso más asustada ahora que el sol te da en la cara y te calienta la coronilla al abrir la puerta.

- Otra vez tú. - dices. Y tienes que admitirlo, incluso para un sueño es sorprendente que sigas esperando que sea otra persona la que está delante de tu puerta a medianoche pero no solían llamarte animadora por nada.

- ¿Puedo entrar?

- No, no puedes. Pero vas a hacerlo de todas formas.

Te lleva hasta a la habitación sin ni siquiera tocarte, lo único que tiene que hacer es caminar hacia a ti y tú retrocedes automáticamente chocando contra lámparas, estanterías y cada peldaño de las escaleras, negándote a mirar nada que no sean sus ojos porque piensas que de seguir mirando un poco más terminarás por darte cuenta de con quién estás tratando, y cada poro de tu piel dejará de gritar al unísono la cruda realidad de que quieres te toque. Desesperantemente suave, justo como lo hace cuando llegas al borde de la cama y pone la mano en tu estómago para hacer fuerza y que caigas de espaldas sobre el colchón; peligroso cuando pone una rodilla a cada lado de tu cuerpo y te mira como si quisiera comerte sin dejarse ningún pedazo de piel por masticar y después fuera a volver para preguntarte por el postre. Feo la primera vez que te toca y tu espalda se arquea hacia arriba, se pega contra su pecho y él se lame los labios, y eso que ni siquiera he empezado contigo.

Lo peor de estos sueños, los malos, es que eres consciente de todo. De las muertes, la sangre, las sonrisas ladinas. Damon respira a dos milímetros de tu boca mientras se desabrocha los pantalones y tú eres consciente de cada razón por la que no deberías estar aquí ahora, de cada una de ellas por minúscula que sea. Sabes que su apellido es Salvatore y todos los impulsos eléctricos de tu cerebro están echando chispas para que te apartes, que vas a odiarte a ti misma más de lo que le odias a él cuando te despiertes y sabes que no va a besarte aunque te hormigueen los labios porque ésas son las reglas del juego y tú, no nos engañemos, eres sólo un peón.

- Dilo.

- Por favor.

(Te prometiste no volver a suplicar después de tus padres pero él siempre encuentra la manera de que acabes traicionándote a ti misma)

Le arañas la espalda y él sisea en tu oído sólo para ver cómo tu cuerpo responde; sabes que no le haces daño pero le gusta ver la manera en la que te muerdes los labios para no gemir su nombre.

- Dilo. - repite. Tú giras la cabeza a un lado para que no pueda mirarte a los ojos y Damon te la aprieta con una mano para obligarte a hacer contacto visual y empuja las caderas hacia adelante creando fricción; odias la forma en la que tu cuerpo se impulsa hacia arriba por instinto para encontrarse con el suyo, como si fuerais dos imanes condenados a atraerse todo el tiempo cuando lo único que tú quieres es repelerle.

Odias que te tiemblen las rodillas y se te contraigan los dedos de los pies cuando desliza sus manos por tus muslos, el pitido insistente en tus oídos y que tu temperatura corporal no pueda medirse con un termómetro porque evaporizaría el mercurio. Odias sus dedos largos, su ridículo pelo despeinado y la forma en la que inclina la cabeza a un lado, a veces. Es un sentimiento líquido que corre por tus venas junto a la sangre y bombea a través de todo tu organismo tintándolo todo de un negro que no habías conocido hasta ahora, categórico y terrorífico. Liberador. En honor a la verdad, esa grandísima hija de puta, te odias mucho más a ti misma de lo que te gusta fingir que le odias a él.

Y lo dices, claro que lo dices. Siempre acabas diciendo lo que él quiere oír.

- Oh, dios, hazlo. Te quiero a ti, no a Stefan. Nunca a Stefan. A ti, Damon. Por favor.

Cuando aparta tus bragas a un lado con los dedos y empuja crees que podrías reírte y llorar al mismo tiempo, piel contra piel y sudor, tanto sudor, ¿eres sólo tú o sudan los vampiros? Pero no es que importe porque entonces Damon gira las caderas justo en el ángulo exacto como si hubiera estado estudiándote durante toda la vida y supiera exactamente qué teclas tiene que pulsar para que te derritas a sus pies como una figura de barro y oh, oh, oh, enroscas las piernas en su cintura y te dejas llevar como hace tiempo que no lo haces, las medias verdades y las responsabilidades evaporándose para condensarse después en el techo, sobre vuestras cabezas, descargando la lluvia que termina de llevarse tu sentido común por las cañerías.

Echas la cabeza hacia atrás cuando él susurra un mentirosa que suena amargo y afilado contra tu cuello y te hace sentir mejor pensar que es inevitable, saber que va a morderte antes de notar sus colmillos contra tu piel y no hacer nada para impedirlo.

Esa noche no hay estrellas en el cielo más allá de tú ventana cuando te despiertas, y ni siquiera los golpes de Jeremy al otro lado de la pared consiguen que dejes de temblar como si tuvieras cinco años.
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Nunca te han gustado las historias de vampiros que se redimen, al final. Una vida de sangre no puede saldarse con una única buena acción y siempre te pareció increíble que Buffy olvidara todo lo que Angel y Spike habían hecho antes de enamorarse de ella aunque en realidad, si le hubieras prestado un poco más de atención a la pantalla, te habrías dado cuenta de que ella no olvidó nunca.

Tú tampoco estás dispuesta a hacerlo.

Ni siquiera cuando vas a casa de los Salvatore para hablar con Stefan y escuchas la siguiente conversación:

- …vuelvas a acercarte a Elena. No permitiré que le hagas daño. - sólo captas el final de la frase, pero no te es difícil reconocer su voz. Dulce y profunda, vibrante; podrías hacerlo en cualquier parte.

Stefan.

La siguiente voz no es tan reconfortante.

- Aaaw, tú siempre tan caballeroso. ¿Pero no has leído el Cosmopolitan últimamente? Las damas prefieren a los chicos malos. Deberías saberlo por experiencia.

- Katherine no era ninguna princesa en apuros.

Escuchas un sonido seco en la habitación desde las escaleras y te acercas a la puerta casi por instinto, asomándote a través de la rendija entreabierta con el corazón latiéndote tan fuerte que crees que podría partirte en dos el pecho. Te cuesta que el gemido no escape de tu garganta cuando ves a Damon arrinconando a Stefan contra uno de los armarios, agarrándole el cuello con una sola mano.

- No te atrevas a hablar así de ella.

Te has preguntado cómo era Katherine desde la primera vez que escuchaste su nombre. La imaginas rubia con los ojos claros como una ninfa, capaz de hacer que los dos hermanos Salvatore se arrodillasen a sus pies con un solo movimiento de cabeza; poderosa por dentro y frágil por fuera. En tu cabeza, ella es una mujer lo suficientemente dulce como para conseguir el amor de Stefan, pero lo bastante fuerte para doblegar a Damon. Perpetua e inalcanzable como los vampiros de las viejas leyendas, de piel blanquecina y translúcida y labios rojos como la sangre.

La envidias. A Katherine, la que sigue presente en cada rincón de la casa de los Salvatore. A la mujer, la vampiresa, a su memoria. La misma que cien años después hace que Damon tenga la mano alrededor del cuello de Stefan.

La envidias porque no puede competirse con un recuerdo.

- Déjala en paz, - dice Stefan, y te duele darte cuenta de que suena como una súplica- esto es entre tú y yo, Elena no tiene nada que ver. Ella no es Katherine, Damon.

- Oh, pero yo sé perfectamente lo diferentes que son. - medio susurra mientras afloja el agarre de su mano sobre la garganta de Stefan. - Elena nunca será como Katherine porque no sabe cómo divertirse ni será capaz de flirtear como ella lo hacía; tiene fuego donde Katherine había ido acumulando hielo con el paso de los años. ¿Pero qué me dices de ti, Stef? Después de todo, no fui yo el que volvió a Mystic Falls para ver en persona al vivo retrato de Katherine.

Las piezas empiezan a encajar delante de tus ojos como si tu vida fuera un puzzle gigantesco al que no habías sido capaz de encontrar un sentido hasta ahora; que nunca hayas visto una fotografía de Katherine; la manera en la que Stefan te mira casi con devoción, a veces; Damon en tu cocina aquella noche con los ojos brillantes, ella era preciosa, muy parecida a ti en ese aspecto. Que intentara besarte y se quedara perplejo cuando murmuraste un “vamos a dejar una cosa bien clara: yo no soy Katherine” con los dientes apretados.

Estás tan mareada que tienes que apoyar una mano en la pared, pero en algún punto entre la auto-compasión y la rabia aprendiste a ser lo suficientemente fuerte como para no caerte.

- Entonces, ¿por qué sigues perdiendo tu tiempo con ella? - pregunta Stefan. No se te escapa el detalle de que no ha respondido.

¿Por qué, Stefan, si desde historia con el señor Tanner tú siempre tienes una respuesta para todo?

En vez de contestar, Damon gira la cabeza imperceptiblemente, lo justo para ocultar la expresión en su cara (pero tú sí la ves, toda esa tristeza que él se empeña en ocultar) y también para que sus ojos se encuentren con los tuyos a través de la rendija de la puerta con languidez, como si hubiera sabido desde el principio que estabas ahí, escuchando.

- ¿Por qué no? - contesta, sonriendo mientras para ti está claro (tan claro ahora) que llora por dentro. Damon, el hermano malo. El vampiro de manual, de los que desangran a sus víctimas por placer y después clavan sus cabezas en estacas sólo para poder ver la expresión vacía en sus caras.

Damon, el que no se fijó en ti porque te parecías a Katherine porque no se fijó en ti en absoluto.

¿Por qué no?
¿Por qué no?

Después de eso corres todo el camino hasta tu casa y no te atreves a levantar la mirada hacia los árboles porque temes ver algún cuervo posado entre las ramas o peor, a una Katherine que no es rubia en absoluto devolviéndote la mirada desde algún espejo.

(Buffy nunca olvidó al monstruo que Spike había sido pero sí perdonó al hombre que sabía que podía llegar a ser)
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Puedes sentir en los huesos que éste es el último sueño. Tu espina dorsal es como un cable recubierto de caucho que da descargas eléctricas cada vez que el viento azota la ventana de la sala de estar y todo lo que eres capaz de escuchar es el boom boom de tu corazón martilleándote los oídos mientras sigues de pie frente a la puerta, esperando. Como siempre. Por última vez.

El sonido del timbre no se hace esperar; Damon está en tu casa tan pronto como el reloj marca las doce. Chaqueta de cuero abierta, ojos sobrenaturales en la oscuridad del porche y sonrisa permanentemente lobuna, de las que asustaban a Caperucita. Tienes la tentación de decir “señor lobo, qué dientes tan grandes tienes” pero estás segura de que la respuesta sería “voy a hacerte tantas cosas tan sucias que cuando acabe contigo suplicarás para que deje de jugar contigo y te coma mejor” y no sabes qué te asusta más, si conocerlo lo suficientemente bien como para saber cómo reaccionaría a tus palabras o el que se te prenda la piel de ganas de que las cumpla.

- ¿Puedo entrar?

Le preguntó el lobo a la abuelita.

- Sí.

Damon se queda en el linde durante unos segundos procesando tus palabras, quieto como una estatua de hierro que se derrite progresivamente delante de tus ojos de la misma manera en que lo hace el azul de su iris cuando te mira con la boca entreabierta, pero da un paso adelante y cierra la puerta tras él con un portazo categórico antes de que tengas tiempo a descodificar la emoción en su cara. Puede que sea curiosidad porque acabas de cambiar las reglas del juego. Tal vez es fascinación. Lo más seguro es que acabe de ver en ti un gesto propio de Katherine, te dices. Eso es, añoranza.

Y dime, Caperucita, ¿no se te ocurre que quizá la culpa sea sólo tuya?

Esta vez no retrocedes ante su avance, ni siquiera cuando la punta de sus zapatos negros roza la desgastada de tus zapatillas. Cierras los ojos al sentir su aliento cálido en la cara y no le das tiempo a que haga ningún comentario hiriente (ni sarcástico) antes de ponerte de puntillas y rozar sus labios con los tuyos de una manera tan efímera que incluso parece irreal en tu sueño. Damon no reacciona, al principio. No se mueve para empujarte hacia la pared más cercana y bajarte los pantalones hasta los tobillos, no abre la boca para decir “¿es ahora cuando me transformo en un príncipe?” ni coge por los hombros para desgarrarte el cuello con sus colmillos. Damon, de hecho, no reacciona en absoluto.

- ¿Por qué vienes todas las noches, Damon? -preguntas, voz aparentemente serena y manos temblorosas cerradas en puños a cada lado de tu cuerpo.

- Para atormentaros a ti y a mi hermano. -la mentira le sale de forma tan natural como respirar. Solo que los vampiros no respiran y ha tardado más de los diez segundos de rigor en contestarte.

- Mentira.

Vuelves a posar tus labios sobre los suyos, esta vez haciendo más presión.

- Porque te pareces a Katherine. - contesta cuando os separáis, y hay un dolor sordo en tu pecho como el que hacen los cristales de la esperanza rota pero has decidido apostártelo todo a una sola carta y ¿lo has dicho ya, que no solían llamarte animadora por nada?

- No. - dices, y la tercera vez que vas a alzarte sobre tus pies y coges su cara con tus manos casi con dulzura Damon te agarra por ambos brazos con tanta violencia que cierras los ojos y piensas que esta vez, si te mata aquí y ahora, será sólo culpa tuya.

Pero el ‘crack’ de tus brazos jamás llega; no hay colmillos en tu cuello ni sales volando contra una ventana. En vez de eso, todo lo que escuchas es a Damon y puede que no todos los vampiros respiren pero resulta que los de tu historia sí lo hacen, fuerte y pesado en tu oído. Íntimo a un nivel completamente nuevo.

- No lo sé. - responde por fin entre los dientes apretados.

Cuando te besa (cuando por fin te besa) no puedes evitar las comparaciones. Con Stefan era tan fácil, boca con boca y todo el tiempo del mundo, perderte entre sus brazos para volver a encontrarte segundos más tarde, nueva y entera. Mejor.

Besar a Damon es ir a la deriva por laberintos de niebla que no tienen rincones para que puedas esconderte. Sentir su lengua profanando la tumba de tu boca, agarrarte a sus hombros porque la fuerza de vuestros cuerpos embistiéndose es como un choque de trenes y temes descarrilar y caerte. Besar a Damon es obsceno y asfixiante, separarte de él porque crees que vas a ahogarte en su saliva y saber que va a tardar segundos en estar sobre ti otra vez, tirándote del pelo y acercándoos todavía más haciendo presión en la parte baja de su espalda.

Besar a Damon es francamente vergonzoso y si existiera un undécimo mandamiento probablemente diría no besarás a Damon Salvatore, pero no estás segura porque crees que podría englobarse en honrarás a tu padre y a tu madre.

Os separáis horas después, días, semanas. Estás tan mareada que te tiemblan las rodillas y ya no sabes si es por la falta de oxígeno o porque los labios de Damon se han vuelto de color rojo sangre por la fricción y te mira como si tuviera hambre.

Hambre de qué, tienes ganas de preguntarle, ¿de mí o de mi sangre?, pero él ya ha desaparecido y tú te despiertas sobre tu cama como de costumbre, empapada en sudor y con el reloj de tu mesita de noche marcando exactamente las doce.

Esa noche dejas la ventana abierta y esperas.

(fin)

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