Bienaventurados los que escriben durante 4 días... (II parte)

Dec 29, 2008 13:36

“Ruby volvió a por mí. Me digas lo que me digas me salvó. Más que eso, me hizo recapacitar. Lo que me dijo… Es lo que tú habrías dicho. Si no fuera por ella, no estaría aquí.”
(Sam Winchester, SPN 4x09)

Dean Winchester jamás había mirado un calendario. No es que le hiciera mucha falta, la verdad, no cuando cada día parece una burda copia del anterior, surcando una carretera que se extiende hasta el infinito con vistas a ninguna parte.

Para él la única diferencia entre un martes y un jueves es que la barba le ha crecido unos milímetros más y que ese día le toca ducharse.

Se sabe algunas fechas, no vayamos a restarle méritos, pero no por conocer el mes y el día exactos, sino por los presagios que lo anunciaban si uno ponía la suficiente atención.

Le bastaba con fijarse en su familia.

Cuando era más pequeño, Dean podía echar un vistazo rápido a John y sabría decirte cuantos días faltaban exactamente para que fuese el aniversario de la muerte de su madre.

Una barba de dos semanas que hacía su mejor esfuerzo por ocultar la mandíbula tensa que había bajo ella. Ojeras marcadas.  Faltaban tres días.

La voz ronca, gruñidos a modo de diplomacia. Faltaban dos días.

Más horas al volante de lo que cualquiera consideraría sano. Heridas en los nudillos. Faltaba un día.

“Quédate con tu hermano, chico, hoy iré yo solo”. Cero. Yo también la echo de menos, papá.

Para ser una persona que no sabe ni en qué día vive, puede sentirse orgulloso (cosa que jamás admitirá ni aunque le acribillen a balazos) de acertar siempre cuando el cumpleaños de su hermano está al caer. Tampoco hace falta ser un lumbreras para darse cuenta, porque, seamos sinceros, si de algo carece Sammuel Winchester es de disimulo.

Ya lo hacía de pequeño, eso de acercarse sigilosamente a Dean mientras ojeaba una revista (de coches, de tías en pelotas, qué más daba) y soltar como que no viene la cosa “mira Dean, ese libro de ahí está muy bien”  con toda la sutileza que un niño de siete años y flequillo tapándole los ojos puede tener.

Le mandaba de una patada al coche “no me des la murga, enano”, pero siempre recordaba el título, incluso el autor, que su hermano pequeño le había señalado y cuando Sam se despertaba después de hacer noche en asiento trasero del Impala, curiosamente, el libro aparecía junto a la chaqueta que usaba como almohada.

Dean Winchester jamás había mirado un calendario. Jamás, hasta el Infierno. Hasta que el fuego del abismo se fundió con su propia piel y el chasquido de la carne quemada pasó a ser el tic-tac que anunciaba el paso de cada segundo. Uno menos hasta llegar al infinito.

Durante rituales de exorcismos, mientras leía palabras en un idioma muerto que desconocía, demonios con ganas de tocarle los cojones (y asustarle) le susurraban, entre gritos de dolor, que una vez que pones un pie en el agujero, el tiempo, simplemente, dejaría de existir.

Pero no fue así para Dean, y créeme que él lo hubiera preferido.

Porque le torturaron de formas que ni la mente más morbosa hubiera podido imaginar. Y fue consciente del paso de cada puto día, porque al final de cada uno de ellos, cada uno, Alastair aparecía y le hacía la misma oferta “Dean, Dean, Dean, ¿por qué te empeñas en sufrir? No existen los héroes en el Infierno…” y a veces, incluso, iba más allá “Tu padre aguantó mucho menos… Todo esto puede acabar ahora mismo, humano estúpido, sólo tienes que decir que sí. Torturar a otras almas. Tú ganas. Yo gano. Fácil”.

Y cada día le decía que se lo metiera donde le cupiera.

Se lo dijo, durante treinta años. Hasta que vendió su alma por segunda vez (porque está seguro que su humanidad murió en el mismo instante en que aceptó la propuesta de Alastair) y el dolor (físico, porque el otro jamás se iría) desapareció.

Y lo que para la Tierra fueron cuatro meses…

… para él fueron más de cuarenta años.

Antes de acabar en el agujero, Dean tenía una vida normal. A lo mejor no el tipo de normal al que la gente está acostumbrada, con grandes casas y trabajos fijos, pero sí el tipo normal de los Winchester, con moteles viejos que tienen barra libre de vez en cuando y pistolas en la guantera. Pero ahora que está aquí, ahora que ha vuelto y ya no hay más fuego para quemarle, siente que el humo todavía le empaña la vista. Primero un ángel (un jodido ángel, con las alas y todo) le saca del infierno; después su hermano (el que siempre será pequeño -y no importa lo alto como un árbol que esté de Sam, Sammy) juega a ser el próximo anticristo, y por si eso fuera poco, se tira a Ruby. A Ruby, la zorra del infierno Ruby. Sam, que no se hizo una paja hasta los diecisiete porque Dean le dijo una vez que si lo hacía vendría un wendigo para comérselo mientras dormía.

Además, en la realidad paralela en la que vive ahora, Bobby se pasa el día pegado a una botella del viejo Jack ahogando las penas; el mismo hombre que siempre ha sido como un segundo padre para él, uno que siempre estaba ahí cuando lo necesitaba y llevaba una gorra un poco rara, pero también tenía barba y la mirada siempre fija en el horizonte, esperando. En esta realidad puesta patas arriba el presidente del país es negro, pero AC/DC sigue sacando sus discos sólo en CD. Está muy bien todo eso de que los hombres puedan casarse con hombres y las mujeres con las mujeres (en serio, que las mujeres lo hagan está muy, muy bien), pero ¿es demasiado pedir que AC/DC ponga a la venta su nuevo single en una cinta?

En esta realidad, Sam ha puesto un iPod en el Chevrolet. No, de verdad, “os dejo solos cinco minutos y el mundo se vuelve majara”.

Antes del infierno, de los gritos, los ganchos y el olor a carne quemada, las cosas parecían diferentes. Sam miraba a Ruby con los mismos ojos con los que él lo hacía, viendo a un demonio, aquello contra lo que John les enseñó a luchar, y no confiaba en ella más de lo estrictamente necesario, cuestionaba todo lo que decía porque está en la naturaleza de su hermano, lo de ser un grano en el culo. Pero ahora es diferente. Ahora es incapaz de no ver esas pequeñas cosas que hace seis meses le hubieran pasado por alto, como los roces casuales de hombro con hombro después de una pelea especialmente sangrienta, o la manera que tenía Sam de mirarla con esos ojos de perro apaleado cuando la herían. Y que empezara a referirse a Ruby como ella, en vez de por su nombre.

Cualquier otra persona no se daría cuenta porque es Dean el que tiene toda la fama y la sonrisa de bucanero, pero a la hora de la verdad es Sam el que miente mejor, el que dice “no se preocupe, señorita, todo va a salir bien” cuando un fantasma está a punto de morderles el culo y consigue que la chica sonría casi automáticamente.

Sam puede ser el puto Houdini de las palabras, pero Dean ha crecido arropando a ese crío por las noches, adivinando si tenía miedo o frío o pocas ganas de dormir por cómo temblaba bajo las mantas, y puede ver a través de todo eso. A través de esa montaña un poco impenetrable que es su hermano.

oOoOoOoOoOoOo

- ¿Quién nos va a detener? ¿Vosotros dos? ¿O esta puta del demonio?

Uriel coge a Ruby por el brazo y tira de ella con tanta fuerza que termina haciendo añicos uno de los cristales de la pared de enfrente, rebotando en él como una muñeca de trapo y cayendo al suelo con un grito agudo. Dean no había escuchado a Ruby gritar así (con ese tipo de dolor) hasta ahora.

A su lado, Sam aprieta los dientes y aguanta la respiración, como si fuera capaz de echar abajo la cabaña entera si la dejara salir de golpe, y a Dean le entra el pánico. No te muevas, no te muevas, notemuevas. De repente es consciente de la ridícula facilidad con la que Uriel y Castiel podrían acabar con ellos, con Sam, sólo haría falta un movimiento de su mano, un leve giro hacia derecha o izquierda y los dos se convertirían en polvo, millones de trozos de hueso roto en el suelo sucio de esa casa.

Dean reacciona de la única manera que sabe: como animal acorralado cuando huele el peligro. La adrenalina propia de la caza le satura las venas, Uriel levanta la mano hacia la cara de Ruby y lo siguiente que sabe es que está justo detrás de él, levantando la culata del rifle.

Le pega con todas sus fuerzas, y aún así cree que no es suficiente, ni siquiera para empezar. Uriel le detiene con obscena facilidad y le suelta un puñetazo directo a la cara.

El segundo golpe duele más que el primero, y Dean descubre que le han tenido engañado toda la vida y que todo lo que le habían contado sobre los ángeles era una sarta de mentiras.

De pequeño siempre tuvo miedo a las tormentas. Si se juntaban cuatro nubes y caían más de dos rayos, Dean se pasaba la noche en vela con los ojos abiertos como platos. Es entonces cuando se levantaba sigilosamente y caminaba de puntillas hasta la habitación de su hermano pequeño (que estaba enfrente de la suya, siempre al lado de Sammy). Se acercaba hasta la cuna, se ponía de puntillas y se asomaba para comprobar si seguía respirando. A veces (contadas porque era una marmota) le encontraba despierto mirándole con ojitos de cordero degollado a través de los barrotes de madera. En ese momento Dean cogía a su hermano en brazos, cerrando los ojos y apretando con fuerza a Sammy contra su pecho cuando algún trueno era especialmente ruidoso, y juntos recorrían el largo pasillo que le separaba de la habitación de sus padres.

John siempre le oía antes de llegar y le esperaba con la luz de la mesilla encendida. Dean se quedaba en el dintel de la puerta hasta que su padre sonreía y le decía “ven aquí, campeón” a la vez que cogía a su hermano y guiaba a Dean hasta la cama.

Se colaba entre las sábanas y, mientras su padre se encargaba de dormir a Sammy arrullándolo contra su pecho, su madre le abrazaba contra sí y le contaba historias sobre los ángeles, que cuidaban de ellos desde el cielo. Como Dios les enviaba a protegerlos. Y Dean oía poco a poco los truenos cada vez más lejanos conforme Mary le acariciaba el pelo, hasta que, finalmente, dejaba de escucharlos.

Su madre le había engañado. Porque esos ángeles de los que hablaba ella no pueden ser los mismos a los que se están enfrentado ahora. Si mal no recuerda, en los cuentos de Mary aparecían unos putos querubines amariconados, un par de repollos con lazos preocupados por lanzarte una flecha en forma de corazón directa a tu culo. No deberían ser un tipo con gabardina que acaba de dejar inconsciente a su hermano con tan solo rozarle la frente y un maromo cuatro por cuatro que lo está cosiendo a hostias mientras murmura “he estado esperando esto” con sádica satisfacción.

Y entonces… entonces Uriel y Castiel desaparecen, PUFF, un haz de luz blanca como en los cuentos de hadas y ya no están. A Dean le duelen todos los músculos del cuerpo y hasta ahora ni siquiera sabía que tenía tantas terminaciones nerviosas en la mano, pero se levanta del suelo y se limpia la sangre de la boca con la manga de la chaqueta porque está vivo y puede hacerlo, qué cojones.

Después ayuda a Ruby a levantarse, “vamos”, y la deja al lado de Sam mientras él va a buscar a Anna porque ¿dónde más puede dejarle que no sea ahí, ayudando al grandullón a levantarse? Es raro, eso de dejar que un demonio haga su trabajo y cuide de Sam, pero Lucifer está a punto de llegar a la tierra y que le jodan si confiar en ella es lo más raro que le ha pasado.

Antes de dejar la habitación ve como Ruby se arrodilla junto a Sam, que gime con los ojos cerrados, y va a tocarle (va a comprobar si está bien, como suelen hacerlo ellos después de cada caza), pero en el último momento Sam abre los ojos y la mira y Dean se da cuenta, de la manera en la que ella baja la vista y deja que sus manos se posen en sus rodillas, lejos del cuerpo de su hermano.

oOoOoOoOoOoOo

- No te preocupes. - dice Pamela. -Tranquila y relajada.

Dean se pregunta, sentado sobre la mesa que está al lado del sofá con las piernas separadas y pose de vaquero, cómo va a relajarse Anna, encerrada en esa habitación con una adivina sin pupilas, un cazador de monstruos como el hombre del saco, un chico psíquico capaz de exorcizar el mismo infierno con las manos desnudas y un demonio en el dintel de la puerta, mirándola fijamente con los brazos cruzados y chaqueta de cuero.

- Voy a contar atrás, del cinco al cero. - ¿Existirán universidades de psíquicos dónde enseñen ese tipo de cosas?- Cuando estemos en cero, entrarás en un profundo estado de hipnosis.

El ambiente parece más denso de repente.

- Cinco, cuatro,- las manos de Anna se relajan y se abren. - tres,- su respiración se tranquiliza. - dos, - Dean está empezando a ponerse nervioso. - uno. Un profundo sueño.

Y así de fácil, Anna está dormida. “Si existen esas universidades seguro que Pamela tiene un máster”, piensa con sorna para sus adentros, pero se calla porque la verdad es que el misterio de la chica pelirroja de bonitos ojos grandes y acuosos lo tiene intrigado. Está a punto de decir algo sobre el póster de la chica en bañador con piernas largas que, evidentemente, alguien puso ahí expresamente pensando en él, pero ese es el momento que elije Anna para empezar a sacudirse como el demonio.

Dean se gira hacia Sam para intercambiar una de las miradas de complicidad que sólo pueden existir entre hermanos, de ésas que dicen “ey, ¿has visto eso?” (como “ey, ¿has visto a ese tío que viene hacia aquí? Ten cuidado” o “ey, ¿has visto a esa rubia de labios carnosos de allí? Podría ser una bruja y a mí no me importaría interrogarla toda la noche, no sé si me entiendes”), y se da cuenta de que está sentado junto a la puerta de salida en vez de a su lado en el sillón vacío, a su derecha, como de costumbre.  El muy traidor.

Apoyado en un mueble cochambroso, el mastodonte de Sam mantiene una expresión neutra mientras Anna sigue gritando y arañando el sofá, revolcándose en sus recuerdos. Tiene un pie dentro de la habitación, como si supiera que en cualquier momento va a tener que levantarse (“siempre alerta, chicos”, solía decirles John, y él ya era un empollón con pelo de chica de pequeño), y el otro en el dintel de la puerta; tierra de nadie. De vez en cuando intercambia miradas que no se parecen en nada a las de los hermanos con Ruby y parece que ahí hay algo nuevo, algo que puede que no sea compañerismo pero que se le parece bastante y que, Dean sabe, no existía antes de que le dieran un ticket de ida al infierno sin posibilidad de vuelta.

‘En un lado o en otro, Sam. Muévete a un lado o al otro, pero no te quedes en medio como un gallina.’

A sus espaldas, Anna respira con más fuerza que nunca.

Unos metros más allá, Sam rehúye la mirada de Ruby.

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(Siguiente parte)

lauranio es mi perro to heaven, el sam/ruby es canon perra, mi fanfic

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