Aug 26, 2008 21:33
Yeeey.... bueno luego de mucho tiempo... me decido a poner la primera entrada en mi live... que cosas... no se si alguien lo leera alguna vez... pero bueno... que sea lo que sea...
Como primera entrada dejo la primera parte de un fic Remus/Sirius ...
Diviértanse leyendo... xD smuak
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La puerta cerrada del baño le acoraza del mundo exterior como un último refugio. Un espacio pequeño en el que se resguarda, húmedo y cálido, de la bulliciosa y estentórea plaza de escenario que se desdibuja afuera entre el tumulto de la subsistencia colegial, con sus risas, la magia, los terrores adolescentes y sus abscesos de fantasía, que es la vida de Hogwarts. Se resguarda, se abstrae, se incuba en un mudo devenir con la respiración trastornada y el corazón apenas aporreando las venas de sangre. Rodeado de ese mundo de objetos inertes, fríos y emananantes, llenos de infiltraciones, y del olor penetrante a jabón, Sirius tiene la sensación de un alivio pasajero a su afiebrada complexión y las náuseas merman de a poco dentro de la viciada pieza, sólo reemplazadas por un sudor frío y un vacío en el estómago que se contrae en punzadas que vienen y van a intervalos inconstantes.
Le escuece la boca, los labios, gran parte del cuerpo y cualquier área de piel que esté en contacto con cualquier otra superficie que no sea el aire mismo, le escuece pensar. Sólo quiere cerrar los ojos y echar la cabeza atrás mientras fuma un cigarrillo de hierba, pero no puede. Está encerrado a cal y canto dentro del baño, porque no desea que los otros lo noten, que se percaten de su estado, y no solo de su lamentable estado, sino también de ese cambio que se produce de pronto en él.
Siente el ardor recorrerle cada centímetro, los cardenales abiertos en la espalda le adormecen y al mismo tiempo le alteran el sentido del tacto, como si toda la piel yaciera adormecida por alcohol pero está caliente y arde. La carne está magullada en varios lugares, y los rasguños le atraviesan parte de la cara y cuello también. Pero no reconocerá que siente desabrimiento por las marcas ni la sangre, más bien una singular concupiscencia que exacerbaba en él otros tantos sentimientos.
De haber sido otro sitio, otro tiempo y otro el cariz sería posible creer que Sirius Black, consumado predador y agresivo por naturaleza, se haya visto envuelto en una, tan común, pelea entre casas contrarias y debió haber sido una pelea aguerrida con alguna clase de humano con complejo de gato o alguna criatura similar, porque nadie, o nadie normal, podría causar tales lastimaduras ni en cantidad ni en calidad. Lo cierto es que Sirius no se ha metido en pelea ninguna, al menos no de ese tipo.
No recuerda cómo ni dónde han logrado aparecer tantas contusiones y tan profundas incisiones en la carne, sin embargo recuerda el quién, pero únicamente quiere pensar en el escozor que le produce la piel rota y rasgada y nada más, y porque de todas formas así es mejor, sólo recordar el qué y no el cómo o el quién.
Sensaciones como el dolor no le son extrañas, lo conoce, lo reconoce, lo saborea, es un estadio en su oscura mente que se estancó años atrás, como un recuerdo, atrapado entre la melancolía y la frustración, rozando los detrimentos de su propia naturaleza que no le ha llevado muy lejos del punto de partida.
Sirius conoce el dolor en sus más íntimos matices y sus más voluptuosas tonalidades, le resuena como notas discordantes entre las remembranzas de una niñez odiada, cuando su madre le incordiaba con su desamor en más de una muestra violentada de su carácter, sublime como los Black, pero muerto y marchito. Se instruyó en un dolor tan íntimo que se resquebraja desde los rincones más yermos de su conciencia, aplacada y apolillada por largos días de odio como lenitivo. Porque para los Black el dolor era también paliativo de las más y de las menos, venganzas desavenidas, sedes sin saciar y pasiones inconsumadas, y Sirius lo aprendió bien.
Y sin embargo es la sensación de dolor, que a su pena, comienza a tornarse placentera, poco a poco, la que le mantiene sin aliento, enervada su mente en galimatías turbulentas y sentimientos contradictorios. Pero los escalofríos que las terminaciones nerviosas emiten a su cerebro en forma de irritación y desagrado avanzan paulatinamente desde su espalda por la espina dorsal subiendo por el cuello para luego descargar en sus piernas y estancarse en la cintura baja con un cosquilleo que lo estremece.
No es que sea masoquista, no lo es, tal vez, debe confesar, un poco sádico, siempre lo ha sospechado, porque se autosatisface en su propio dolor como algo externo a él, algo que va más allá de su cuerpo y sus propias sensaciones, es simplemente el dolor en sí mismo, sólo el dolor, no más. Y sin embargo la etiqueta de masoquista le queda mejor.
Es una sensación fuera de lo corpóreo que se arremolina en su inconsciente. Se autosatisface en contemplar sus propias heridas y arañazos y de observar las que marcan sinuosos caminos en el cuerpo de Remus, no sin cierto recelo, porque no obstante, las del castaño producen en él otro sentimiento distinto al de su cuerpo en el espejo, porque ver las marcas rojas y sangrantes se le antojan adecuadas para él mismo y no para Remus, como algo que ha sido así siempre y por el simple hecho de pensarlo es más natural que nada.
El dolor no le hace sentir vivo, es simplemente que el dolor vive con él. Lo único que le hace percibir que está vivo es cuando lo hace mediante otros cuerpos, como cuando posee a su compañero de cuarto hasta hacerlo gritar una voz que se esconde en su propia garganta pero que no puede expresar, no porque no posea la capacidad de hacerlo sino porque sencillamente no puede, ya sea que no existe en él esa voz sino únicamente mediante Remus y es cuando escucha su propia vida suspirado en los labios de su amante. Lo mismo sucede con el dolor, no puede experimentarlo en su mente propia porque no existe como algo fuera de ella, está ahí, diseminado por su cuerpo, pero más allá de sentirlo lo percibe en el cuerpo y le agrada la sensación porque finalmente es sino su cuerpo el que sufre y no él y porque sólo conoce lo conoce como dolor mediante otros cuerpos, y en su cuerpo propio, al igual que el sexo, le satisface.
Empero, ha desarrollado una enfermiza necesidad por sentir el dolor, de palparlo, de envenenarse por el agobio de los impulsos nerviosos alterados que pulsan en advertencia y palpitan en su cerebro como los temblores después de un orgasmo forzado. La sensación va más allá de solo sentir ese dolor, es simplemente percibirlo, como el éxtasis que le recorre ácido por las venas y como el humo de la marihuana, nublándole los sentidos poco a poco.
Por ello ahora siente culpa, siente culpa de sentir solicitud para con Remus por su propia y pueril satisfacción. Lo ama, pero no deja de temerse cruel en su deseo intemperante y la satisfacción sentida por percibir el dolor de Remus como propio y no comprenderlo como dolor. Un sentimiento oscuro y ondulante, producto de horas magras y generaciones podridas que le educaron con ramalazo.
Escucha el sonido de la puerta a su espalda, y sabe quien ha ingresado sin virarse para descubrirlo. Las manos temblorosas y pálidas de Remus se posan sobre las suyas que se afirman al borde del lavabo; la respiración cortada del castaño le acaricia cálida la espalda con palabras que no alcanza a escuchar. De pronto aquel recinto abstracto de la realidad se ha vuelto sofocante y angustioso, ahogado de penas y una angustia casi palpable. Remus siente una culpa tan penetrante y profunda que se odia, y olvida todo lo que debería recordar y todo lo que debería amar y exclusivamente siente odio por si mismo.
Una mirada gris le recubre desde arriba, con cierta supremacía, y las pupilas amarillentas del lobo rehúyen abrumadas, porque sí, el lobo se siente abrumado por la simple presencia de Sirius. El moreno le domina, le instiga, se apodera de su cuerpo a su antojo y Remus se abandona con facilidad mientras Sirius le obliga a besarle dirigiendo su rostro hacia el suyo, aun herido, a probar de sus labios mórbidos la sangre Black. Sirius la aprisiona con su cuerpo, lo posee con su presencia mientras besa sus manos con afecto solícito y ansioso, las lágrimas caen sobre las baldosas del suelo y un suspiro trémulo y sofocado del castaño escava en pensamientos que no desea entender, para luego devorarle entre caricias fortuitas, ávidas.
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