A Taste of Compulsion

Dec 06, 2013 21:15


No permito que mis traducciones sean publicadas en ninguna otra página, así que por favor no las utilices ni las adaptes.

(Masterlist)

¡Hola a todos!
Como les prometí la semana pasada, aquí les traigo otro fic, escrito por changdictator (que como muchos sabrán, es la autora de Anterograde). El fanfic este es un Kaisoo y no es largo.
Ha sido bastante complicado traducirlo; por momentos no sabía qué quería decir la autora y recién me daba cuenta un rato después, y hubo una o dos expresiones que no supe qué querían decir ni encontré respuesta en internet así que las traduje literales. xD Además, no sabía si traducir el título como "Un sabor a compulsión" o "Una probada de compulsión". Le dejé el primero, pero les comento por si les interesa lol. TUVE MUCHOS PROBLEMAS OK??? (?) Pero en fin, fue entretenido traducirlo también, me ha gustado la experiencia tan desafiante. (?)

Nada más para agregar, sólo que espero que lo disfruten. Muchas gracias por leer, y si me dejan algún comment estaré más agradecido todavía~ Sólo les toma un minuto, no sean vagos. :'c
Les dejo los links de mi Tumblr, Twitter y Ask, por si desean contactarme por otro lugar o seguirme. ¡Saludos! :D

Título: A Taste of Compulsion (Un sabor a compulsión)
Autora: Changdictator
Género: Romance / Horror
Idioma original: inglés
Fanfic original: click aquí
Traductor: Drake15
Palabras: 6168

A Taste of Compulsion

-Al segundo bocado ya casi todo sabe a dolor.

En los días despejados, el sol estruja lentamente el cartel de un domo de cristal y acero en el lado oeste de Chungmuro, arrojando un océano de colores sobre los transeúntes. Combinado con el resplandor iridiscente de las boutiques cercanas y las rítmicas masas de turistas, el café transparente (acertadamente nombrado como algo italiano que nadie puede pronunciar) resulta cegador de día y etéreo de noche. Una gran lágrima, tal vez, en un campo de concreto y cemento, arrugado por sorprendentes maravillas e igualmente sorprendentes precios. La zona perfecta para los desagradablemente ociosos y los muy adinerados.

Pero no es por la sobresaliente arquitectura que se realizan tantas reservas a pesar de los exorbitantes precios. Es por las creaciones del maestro chocolatero Kai: trozos de alma humana esculpidos con ojo de artista, inolvidablemente dulces e indisculpablemente amargos; nada diferentes de las relaciones rotas.

Sin embargo, a esa hora no hay sol ni animadas multitudes tratando de espiar hacia la cocina vidriada. Todas las luces y el personal se han ido; lo único que queda es un ejercicio en una desierta monocromaticidad. Dentro, Kai se sienta, enfrentado a un invitado con jeans rotos y una camiseta informal que parece cómicamente adolescente, emparedado entre mullidos almohadones de terciopelo y masivos candelabros.

-Entonces… -comienza el invitado con énfasis, mirando por encima del anaquel de lo que debían ser unos pocos cientos de trufas y pralinés de todos los motivos y colores imaginables.

-¿Alguna vez has oído hablar de la trufa perfecta, Joonmyun-ssi? -pregunta Kai en voz baja, con sus oscuros ojos brillando mientras toma una de ellas con dedos nudosos y delgados y la deposita en la bandeja frente a Joonmyun-. Porque verás, estoy trabajando para crear el chocolate perfecto. Es una tarea complicada, sin embargo, porque el problema radica en la cobertura: sin cobertura no hay ganache, no hay baño, no hay trufa; es casi imposible encontrar una sin vicio.

-Ehm…

-Pero todas estas -Kai abarca con su brazo el estante de un metro- están hechas de la cobertura perfecta. Y me gustaría compartirlas contigo. Prueba una.

Kai se aparece en el trabajo con tres horas y dos minutos de retraso, ni un segundo más ni un segundo menos, y con una notable regularidad semana tras semana, sin ninguna razón en particular más que porque puede. También se niega a hacer las órdenes: la gente obtiene lo que él tiene ganas de hacer, y si no está de humor para hacer nada entonces se sienta y contempla cómo Sehun lidia con la furia pública.

Es viernes por la noche aquella vez que Kai decide que algo no está en su lugar.

-Vamos, Kai, por favor -se queja Sehun tan pronto como irrumpe en la cocina, prácticamente llorando-. El embajador ruso ha esperado dos días por una trufa, y no puedes simplemente…

-No estoy de humor hoy. Dile que intente otra vez mañana. -Kai se encoge de hombros, reclinándose sobre su banco y pasando las páginas de una revista de arte.

Luhan, uno de los baristas, le lanza a Sehun una mueca irónica, pero ninguno dice una palabra porque así es como son las cosas. Kai tiene la libertad de hacer lo que quiera, incluso incendiar la cocina entera, y la gerencia no levantaría un dedo contra él porque él es la tienda. Sin importar el número de chefs pasteleros estrella que contraten, Kai es irremplazable.

Es irremplazable porque, en las noches en que todo está en su lugar, obras de arte legendario florecen fácilmente de sus palmas. Granos y manteca de cacao, leche, azúcar, lecitina. Prácticas singulares en la cúspide de la creatividad humana, con todo tipo de formas: desde surrealistas flamencos de chocolate blanco demasiado hermosos como para devorarlos a un simple mousse de champagne adornado con delicados ribetes de azafrán. Obras que redefinen el paladar con una mezcla de las coberturas más comunes y una pizca de algo más allá de la genialidad.

Una multitud se apiña a menudo detrás de los muros de cristal para observar a Kai batir la ganache o templar la viscosidad, esculpir belleza en chocolate. Hay algo hipnótico, quizás la forma en que agita la espátula para producir sorprendentes y firmes líneas, partiendo la identidad en cada lote. La fluidez se combina en agudos contornos; el mercurio moldea el acero, el humo emancipa la arena, el romance disuelve el horror.

Pero con frecuencia, mientras tormentas de polvo de avellanas del Piamonte pulverizadas vuelan por las capas de praliné templado sobre bourbon sobre puré de mangos, los movimientos de Kai se congelan.

Y se quiebra.

Es una visión sorprendente cuando las pinzas de metal vuelan por el cuarto, creando pizcas de marrón sobre las paredes de cristal e inmediatas telarañas debajo. Y es igualmente sorprendente ver la casi perfecta creación, irradiando lujo, ser tirada con descuido a la basura.

Pero la frutilla del postre es el inexpresivo ceño fruncido de Kai, incluso si es una visión bastante común en el rostro de alguien adicto a un concepto elusivo. Uno que está eternamente un poquito fuera de alcance.

El crítico gastronómico, Kim Heechul, tiene algo entre éxtasis y conmoción mientras saborea la forma en la que el chocolate de Kai simplemente se le desliza por la lengua, dejando rastros de algo tímidamente dulce y sin embargo mordazmente picante. Un balance de especias notoriamente delicado que sólo sería probado en la ronda final de una competencia internacional, y Kai lo trata como cualquier otro lote encaminado hacia la basura.

-Azúcar molida, chocolate holandés, vainilla, canela, pimienta roja y… ¿qué es esto?

-Jengibre -aporta Kai, apenas levantando la vista de su cuaderno, incluso aunque Heechul sea probablemente el crítico más influyente del continente. Continúa masticándose el pulgar, un hábito nacido de algo entre la ansiedad y la frustración probablemente, con su mirada escabulléndose por las líneas de crípticos garabatos taquigráficos.

-Jengibre -parlotea impacientemente el crítico-. Eso es, jengibre. Por supuesto. Le da el picor justo pero sutil, sutilmente hecho para un toque oriental. Gran textura y presentación, Kai, eres un genio…

-Lo sé.

-Dios, esto sabe perfecto -repite Heechul, ya estirando su brazo para tomar otra porción cuando Kai finalmente quita la mirada de las raídas páginas y lo detiene a medio camino con ojos amenazantes.

Todos los otros trabajadores de la cocina contienen el aliento con sádico regocijo cuando Kai cierra su cuaderno y lanza la caja de dulces que Heechul había estado alabando hacia su destino original, la basura, murmurando:

-¿Perfecto? Deberías hacerte revisar la lengua.

Casi todos oyen al crítico comentar con desprecio en voz alta sobre por qué tienen los mejores chocolateros que ser unos putos estúpidos de camino a la salida, aunque a nadie le sorprende ver un diez sobre diez en el periódico de la mañana siguiente. Después de todo, si Kai no es perfecto, entonces nadie lo es.

Nadie sabe quién es el nuevo cliente, vestido con accesorios de hipermercado y una mirada estúpidamente perpleja. A nadie le interesa. Por lo que saben, probablemente es sólo otro turista, demasiado pobre como para pagar nada, muy poco rentable como para ser atendido. Sehun ni siquiera se molesta en levantar la vista de su teléfono mientras el muchacho se abre camino lentamente por entre los expositores de vidrio de todas las esculturas de Kai. Barcos, trenes, tsunamis en tonos marrones, negros y blancos. Sus dedos rozan los escaparates de cristal y cada tanto su rostro entero se ilumina.

Y nadie nota que hay alguien estudiando al muchacho con la misma intensidad con la que él estudia las obras de arte, en algún lugar por entre medio del caos en la cocina. Una línea recta de tensión letal de un par de ojos hacia otro.

-¿Por qué no usan ningún color? -pregunta el joven tan pronto como llega al escritorio principal. Sehun se toma un segundo extra para poner sus ojos en blanco antes de levantar la vista con una exasperación apenas disimulada.

-Es la declaración artística de nuestro maestro chocolatero. Simplicidad por elegancia. Añadir decoraciones innecesarias podría corromper el sabor.

-Pero lucen un poco sin vida así.

-¿En serio? -Sehun asiente, arqueando sus incrédulas cejas para el toque de sarcasmo. Ni siquiera el más meticuloso chef o el crítico más cruel habían encontrado nunca una sola cosa de la que careciera el trabajo de Kai. Era casi demasiado cruel ver a un plebeyo pobremente vestido haciéndose quedar como un idiota. -Bueno, ¿en qué te puedo ayudar?

-Quisiera una caja de… -El muchacho parece darse cuenta repentinamente de que aún no ha visto el menú.

Sehun sacude su pulgar en dirección a los nombres blancos entizados sobre las paredes de vidrio, sin molestarse en añadir nada porque no es como si el joven pudiera pagar alguno de sus productos.

-¿Qué hay en su…? -comienza él, y se calla cuando un anaquel de trufas aún líquidas es golpeado contra el mostrador.

Sehun casi salta de su asiento, y su teléfono repiquetea por el suelo de la fuente mientras Kai sonríe por lo que debía ser la primera vez en su vida. Es la sonrisa más natural y genuina, sin un solo dejo de su usual burla, pero aún así Sehun no puede evitar sentirse un poco perturbado por la forma en que la boca de Kai se curva hacia arriba.

-No te recomendaría las cajas -murmura éste-, ya que son, en una vergonzosa mayoría, restos.

-Oh -tartamudea el muchacho parpadeando con rapidez, aunque eso no parece quitarle ni un poco la confusión. Es un espectáculo, su evidente perplejidad contra la aplastante, inexplicablemente sin aliento, emoción de Kai. Y es igual de asombroso cómo todavía se las ingenia para encontrar las palabras, a pesar de la ardiente e inmóvil mirada del chef-. Ah. De acuerdo. Gracias. Pero a mi novio no le gusta el caramelo.

-Envuelve uno de cada uno.

-¿Uno de cada qué? -Sehun parpadea y se encoge cuando Kai voltea su impaciente mirada hacia él.

-Uno de cada lote que tenemos.

Así que Sehun saquea más de cinco docenas de cajas y, por órdenes del chef, cobra el paquete por un desmesurado monto, el cual Kai paga de su propio bolsillo por algún motivo.

Lo que sigue después de eso, mientras Sehun se lo narra a Luhan con balbuceante desconcierto, es realmente historia.

Seúl durante el verano está rebosante de vida, de un colorido idioma y de música callejera mezclada entre colores brillantes y pantallas de LED en los rascacielos. Mucho tráfico a todas horas e interminables cuerpos dispersándose en todas direcciones. Pero nada de eso importa porque, mientras Kai va como un bólido por la calle esperando aplastar o atropellar al muchacho llevando una caja de dulces envueltos con lujo sobre su oxidada bicicleta que valdrá quizás la mitad, todo lo que parece existir en el mundo son sólo ellos dos. Nada de colores, nada de música, nada de cielo o aire o el desagradable coro de contrariados conductores que son más o menos desplazados fuera del camino por el veloz convertible.

-Hey -llama Kai tan pronto como alcanza al joven que pareciera estar perpetuamente impresionado de una u otra forma. Grandes ojos y labios separados, un ciervo bajo reflectores.

Se cambia al otro carril para acortar la distancia, con su codo saliéndose por la ventana y una sonrisa inapropiadamente radiante sobre sus mejillas.

-¡Chocolate sin vida-ssi!

-Oh…

-Me llamo Kai -declara, casi chocándose contra un autobús entrante porque está conduciendo en el lado equivocado de la calle. Ignorando el estridente bocinazo y una llamarada de vulgaridades, continúa: -¿Cuál es tu nombre?

-Ehm -tartamudea el muchacho-. Ehm, ehm… mierda, no… -Y se choca contra un árbol, y la bici, el chocolate y las risas caen por doquier.

-Bueno no, usualmente recuerdo mi nombre; no es un problema de memoria -explica Kyungsoo más tarde, mientras están sentados de piernas cruzadas y descalzos en el suelo del tremendamente enorme penthouse de Kai, una extensión interminable de baldosas de mármol blanco y un pequeño punto de muebles de cuero aquí o allí. Sin color e inmaculado. Se supone que sea una perfecta captura del arte moderno y la soledad humana, lo cual parece entibiar las ruborizadas mejillas de Kyungsoo y sus nerviosas risas.

Kai presiona su mano contra la de Kyungsoo y le explica: «Tu bolsa de hielo se está cayendo», cuando el otro casi salta de sorpresa. Los dedos de Kai están más fríos que el hielo, y tan afilados como diamantes esculpidos.

-Es sólo que, cuando me pongo nervioso, me quedo en blanco. Ya sabes.

-¿Insinúas que te pongo nervioso? -Kai frunce el ceño, aunque su agarre de la mano de Kyungsoo no se afloja.

-Fuiste amable al conducir en contramano -explica Kyungsoo con un débil murmullo. Kai casi no le responde, pero cuando lo hace es un resoplido sorprendentemente adolescente. La noche se escabulle entre bucles de risas, y la amistad entre Kyungsoo, el nervioso estudiante de posgrado, y Kai, el genio chocolatero, cristaliza antes del amanecer.

Excepto que tal vez no es realmente una amistad. Es más como una intriga.

Un día, Kai arrastra a Kyungsoo, tartamudeando y protestando, hacia la cocina. Luhan casi deja caer su batidor de huevos al ver a un extraño en la cocina, y Chanyeol, el torpe practicante, sí lo deja caer. Y una caja entera de caramelos cuando Kai ni siquiera reacciona ante el fuerte parloteo a su alrededor.

Pero nada de eso parece importar, mientras Kai lanza fuera todos los frascos y cajas, abre los barriles viejos y arranca las etiquetas de los nuevos envíos, forma tormentas de arena con leche en polvo y telarañas con azúcar caramelizada, sartenes con jarabe burbujeante, y probablemente cuatro o cinco lotes de todo lo que la cocina ha y no ha visto. No para hasta que sus uñas están pintadas con especias y el refrigerador ha sido vaciado de los ingredientes para todo un mes.

-Pruébalo. -Es lo primero que dice tras seis horas y media de ciega obsesión, un poco falto de aliento pero lento y firme como es usual. Tal vez con un dejo de anticipación.

La cocina deja de respirar. Toda la atención migra hacia Kyungsoo mientras él estira una temblorosa mano para tomar el primero de un entero batallón bermejo, aún sangrando caramelo y escupiendo bourbon y puré frutal con vodka.

-Es, ehm. -Kyungsoo no cierra sus ojos ni ladea la cabeza como Heechul o sus clientes normales. No se embelesa ni se agita. Simplemente se muerde los labios, adorable e incómodo. -Lo del relleno es ehm, es dulce pero… ¿no en realidad?

-De acuerdo. -Kai asiente y empuja el resto del interminable océano marrón algo más cerca.

Dando una ojeada a la enorme cantidad restante, Chanyeol casi siente pena por Kyungsoo. Pero pensándolo mejor, no tiene nada de malo saborear toda una tarde de invaluable paraíso.

-¿Sehun me contó que esta es la primera vez que…? -Kyungsoo lucha por hallar la expresión correcta, tocando con los dedos la punta del delantal sin usar de Kai, distraídamente. Sus nudillos suenan. Kai no se mueve. El acre aroma del licor hervido y el cacao tibio les llena los pulmones hasta el tope, espeso como el humo y claro como la noche.

-Invito a alguien a mi cocina -completa Kai, lloviendo caramelo de la punta de un batidor en prolijos retazos. Goteando arte y fuego y pólvora de las puntas de sus dedos.

-¿Por qué yo?

-Hay algo en ti. -Levanta la vista de las filas de pequeñas piedras de chocolate, tomando con cuidado una aún fresca. -Es muy bueno -Y la deposita entre los labios de Kyungsoo, retirando sus dedos para lamer el líquido restante- y muy, muy adictivo. -Kyungsoo olvida tragar. Un débil suspiro escapa de sus labios, uno por el que puede fácilmente culpar a la decadente esencia de una empalagosa dulzura en el aire. Kai estira un brazo y le cubre los ojos con un pequeño susurro: -Esa mirada me volverá loco algún día.

Todo arde con la chispa del esclarecimiento.

Montando una ola de impulsividad y bravuconería, Kyungsoo quita la mano de Kai de su rostro y se aparta. Lanza la mano de Kai tan lejos como puede.

-E-estoy en una relación. Tengo novio. No vamos a romper.

El vacío nublando las facciones de Kai mientras se muerde el pulgar es tan atemorizante que Kyungsoo no se da cuenta de que ha jadeado de alivio cuando una sonrisa se le dibuja. Todo dientes y amabilidad.

-No te preocupes, Kyungsoo-ssi; no es nada de ese tipo. No quiero ni necesito ser tu novio. No me desvío hacia ti. Me desvío hacia la perfección.

Con el tiempo Kyungsoo se vuelve un miembro regular de la cocina, la primera y probablemente única persona que no es escrutada profundamente, destrozada y apaleada por la desgarradora crítica de Kai. Para sorpresa de nadie, también es el único a quien el chocolatero le solicita consejo, incluso siendo extraño que alguien casi sin entrenamiento culinario profesional tenga permitido estar en cualquier sitio cerca de los compulsivos hábitos de Kai.

Cuando Luhan saca el tema de cuán raro es que Kai se quede horas extra últimamente, trabajando hasta bien entrada la noche, Sehun simplemente se encoge de hombros y le explica que Kai probablemente siempre ha querido hacer horas extra.

-Conociéndolo, probablemente no sabía en qué trabajar, ya que todos le dicen siempre que es perfecto. Y ahora lo sabe.

-Sigue siendo raro -bromea Luhan.

Sehun no puede evitar estar de acuerdo. No obstante, no es como si Kai estuviera coqueteando con Kyungsoo, ya que está claro que Kyungsoo tiene novio. Después de todo, cada vez que Kai le dice que se lleve un lote a casa, siempre comenta sobre cuánto los disfrutará Joonmyun.

-Además, Kyungsoo conoce a Kai bastante bien. Puedes alabarlo u odiarlo, pero no puedes realmente amarlo. No puedes amar a alguien que no diferencia querer de necesitar.

Entre las muchas cosas que Kyungsoo le presta a Kai (sus grandes camisetas cuando Kai se queda a dormir en su sofá y a escarbar en pilas y pilas de sus viejas fotografías, consejos sobre cómo llevarse bien con el personal de la cocina, trozos y partes de sí mismo cuando llegan con el invierno soplándoles el cuello), la de mayor importancia es su compañerismo, probablemente. Es increíble lo que la amistad le genera a una persona; deshace el congelamiento invernal y derrite las inexpresivas miradas de Kai y sus súbitos estallidos. Es casi aproximable ahora. Los expositores del café están llenos de esculturas de chocolate obscenamente vívidas y los críticos lo llaman una nueva era en el diseño de confitería.

-Quisiera pensar que realmente me gustas. Eres amable y agradable, y tus ojos son geniales -confiesa Kai una noche, gritando por encima del fuerte rugido del fuego y el crepitante aceite mientras Kyungsoo lanza una multitud de cosas del refrigerador hacia un wok. Una receta para el desastre, probablemente.

-Seguramente soy la única persona que realmente intentaste que te guste, Kai -exclama en respuesta Kyungsoo. Su voz resuena con bastante fuerza dentro del diminuto estudio del licenciado. Aunque pequeño, con chirriantes tablas en el suelo y gruesas ventanas que no se pueden comparar al penthouse de Kai de baldosas blancas y paredes de cristal, está pulcro y organizado con una mano neurótica que Kai encuentra hilarante.

Éste se mastica el pulgar un poco, relajándose en la butaca que Kyungsoo siempre ocupa, y siente una ligera esencia del suavizante que el chico usa.

-Mi nombre no es Kai. Es Kim Jongin.

-¿Por qué te llaman Kai, entonces?

-Tiene un aire artístico, una combinación de la simplicidad y las consonantes fuertes -dice, y es una media verdad porque Kai no se trata del aire artístico, la simplicidad o las consonantes fuertes; se trata de las distorsiones plásticas y las distracciones. Un ejercicio para esconder su alma, porque debajo de todo el frenesí no hay nada. El chocolate no es tanto un arte sino una ilusión para el vacío centro de ganache.

-Sin embargo creo que Jongin suena mejor. Suena natural. -Kyungsoo se encoge de hombros mientras lleva un plato de vegetales y fideos de apariencia pastosa fuera de la cocina, lo posa a los pies de Kai con dos pares de palillos y enciende la televisión casi por instinto.

-¿Qué es esto? -demanda Kai, con su mirada revoloteando por la comida como si evaluara su toxicidad. Kyungsoo nota su vacilación y resopla con poco entusiasmo, con su atención puesta mayormente en el nuevo episodio de una comedia.

-Kimchi de espaguetis.

-Pediré una pizza -decide Kai sin perder otro segundo, y Kyungsoo inmediatamente lo vuelve a sentar con una mano en su cintura. Si no hubiera estado mirando la televisión con tanta atención, habría notado el rubor sobresaltado en las mejillas de Kai.

-Pruébalo -murmura. Kai lo hace, y cuando comenta cuán sorpresivamente bien sabe, Kyungsoo simplemente ríe y apaga la televisión-. Cocino con cuidado y alegría.

-Yo también.

-No, tú cocinas con orgullo y expectativas.

-Deberías pedirle opinión a tus clientes -propone Kyungsoo unas semanas más tarde, la noche de un jueves. El café se ha vuelto una destilación del transparente vacío en noches como aquella, inflado ocasionalmente por los ruidos de la batería de cocina-. Los otros cafés lo hacen, tienen favoritos de los clientes y tal, y promociones semanales…

Las luces están apagadas y Kai trabaja apuradamente a través de la luz lunar, con un suave a capela que Kyungsoo llevó hacia él fluyendo por los parlantes detrás, rumbeando dentro y fuera de los rayos plateados. Cada tanto Kai tiene un ánimo letárgico, como si estuviera frenando para saborear el momento, tal como ahora.

-Porque no tienen ni idea de lo que sabe bien hasta que se los dices. Además no puedes hacer promociones con el arte; tamaña insensatez.

-Ya veo, pero ¿por qué hablas así? -suelta de la nada Kyungsoo, bastante abruptamente, e imita la grave voz de Kai para expresar su punto-: tamaña in-sen-sa-tez. Como un libro. Hablas como el narrador de un manual.

Kai se quita los guantes de cocina y se apoya contra la pared vidriada, casi pensativo.

-No lo sé, supongo que no hablo mucho con la gente.

-Lo noto. Le hablas al chocolate, ¿no? -murmura Kyungsoo, y si no hubiera sido por la sonrisa en sus labios y el brillo en su ojo, Kai probablemente le habría lanzado un guante a la cara.

En vez de eso, Kai se contiene y extrae una pequeña barra de chocolate de su bolsillo, una barra de tienda. El envoltorio está arrugado y deja salir un medio derretido y húmedo desastre, el cual Kai empuja hacia la cara de Kyungsoo.

-Prueba un bocado de esto.

-Mmm. -Kyungsoo asiente, tragando luego un sorbo de agua.

-¿Y bien? ¿A qué crees que sabe?

Tras toser, Kyungsoo dice:

-Sabe a amor para mí. -Aunque sus palabras son interrumpidas tan pronto como su sonrisa se convierte en un estallido de carcajadas que rompe el silencio bajo el domo de cristal, tan fácilmente como aquella noche en el apartamento de Kai.

Éste no comparte su alegría, sin embargo, y sólo entorna los ojos y regresa a trabajar, con un débil:

-Eres un raro.

-Y tú estás hablando con normalidad -añade Kyungsoo. Para su deleite, Kai se voltea y lo observa con un asomo de sonrisa radiante, y tal vez el corazón de Kyungsoo da un vuelco-. Pero estás enamorado del chocolate.

-¿Qué hay de ti?

El silencio es incómodo. La respuesta de Kyungsoo sólo lo empeora.

-Joonmyun.

-No creo que lo hayas conseguido todavía -murmura Kyungsoo, con una amarga brisa primaveral revolviéndoles el cabello e impactándoles el rostro. Kai se ofreció a sacarlo a dar una vuelta en su convertible, pero se siente más bien como una carrera. Andando por las autopistas temeraria y furiosamente. Empeñándose en demostrar que no hay callejones sin salida en el camino navegando por los riscos-. Creo que te faltan muchas cosas. Creo que eres brillante, pero… pero necesitas… necesitas sentimientos.

-Sentimientos -repite vagamente Kai. Las melodías de Bob Dylan ruedan entre ambos, pero es sólo una existencia temporal llevada instantáneamente por el viento.

-Como pasión por algo; algo además del chocolate, me refiero. Como amor, tal vez. ¿Quizás amar a alguien…?

-Amo la perfección -responde Kai pensativamente, virando en una esquina, y Kyungsoo sisea cuando su cuello suena por el pronunciado giro. Cree que Kai es un poco así. Todo impulsos y giros pronunciados, pensamientos directos. Es tanto un creador como un destructor de la perfección, y cuando llegue el día en que se quede sin cosas que destruir, bien podría destruirse a sí mismo. Alimentar con sus miembros y su corazón y su alma a un concepto suicida porque, sin importar su brillantez, después de todo Kai no es perfecto. A fin de cuentas siempre habrá un callejón sin salida.

-No, eso no es lo…

-Es la única forma -decide Kai, y sus ojos se pegan a los de Kyungsoo.

Pero éste no dice nada. Kai siempre ha estado así: buscando una entidad inexistente y cayendo, destrozado.

-¿Acaso el amar a algo que nunca te amará de vuelta, a algo que ni siquiera puedes comprender, no te duele?

-¿No es esa la definición de amor? Al segundo bocado ya casi todo sabe a dolor.

Con el paso de los años, Kai comienza a pasar sus noches en la cocina, despertándose para trabajar durante otro día y experimentar durante otra noche. Los cuadernos raídos son tirados porque ya nunca hay tiempo suficiente para sus ideas. Extrae proporciones y nuevas especias del aire y la inmensa brillantez, yendo velozmente hacia un final que nadie puede comprender y definiendo, redefiniendo, arañando, perfeccionando, reperfeccionando la perfección.

A veces Kyungsoo lo va a visitar durante las noches, deambulando por los muros de vidrio para sorprenderlo con una comida casera o algún nuevo álbum de música. Tras pasar tantas horas con Kai, la cocina se ha vuelto como un segundo hogar, y ha probado tantos dulces que no sería sorpresa si lo que corre por sus venas es chocolate en vez de sangre.

-¿Qué intentas hacer? -pregunta Kyungsoo cuando Kai se inclina una vez más sobre el mostrador, poniéndose en puntas de pie para espiar por encima de sus hombros incluso aunque no sirva.

-La trufa Kyungsoo -dice Kai, apuntando una serie de números en su cuaderno.

-Muy gracioso, Jongin.

-Cierra los ojos y abre la boca -le ordena Kai. Kyungsoo obedece, no sin un poco de titubeo al comienzo.

Una pausa significativa, antes de que algo suave y frío se encuentre con la lengua de Kyungsoo. Reprime una carcajada.

-Esto… Kimchi de espagueti…

Kai lo interrumpe.

-No, cuidado y alegría.

Kyungsoo casi abre los ojos, pero Kai pone una mano sobre ellos y los vuelve a sumir en la oscuridad. Algo más suave y cálido toca su lengua esta vez, abrumadoramente empalagoso y un poco grasoso.

-¿No es esto de…?

-Sabe a amor. Chocolate de tienda, luces de tienda, romance de tienda en los mostradores de los cigarrillos -le recuerda Kai. Kyungsoo recuerda barras de chocolate derretidas y a Kai con mitones demasiado grandes, y el letargo de un jueves. Comienza a comentar y es entonces cuando Kai le da de comer el último pedazo. Blando, frío, húmedo, con un dejo de humo de cigarro y polvo de cacao y litio y compulsión, una gran cantidad de amargura y algo de azúcar y Kai. Kai. Es Kai.

Está probando a Kai.

-¿Qué hay de esa? -pregunta éste cuando remueve sus manos del rostro de Kyungsoo y su cuello y lo atrapa con sus piernas en su lugar. Rodillas chocándose. Aire pesado. Ojos oscuros. Kyungsoo es apenas lento, así que Kai responde por él: -Como una adicción. Sabes como una adicción.

Podría haberse volteado, dicho algo sobre que tenía que irse a casa y el hecho de que eso estaba mal, pero podría haber sido persuadido por unos pocos gemidos, el arrastrar de pies y miradas detrás de pestañas, manos sujetando cinturas y labios sobre nucas. Algo filoso se desliza por su palma. Un corte de la hoja del cuaderno.

-No, Jongin, escucha; esto no funcionará -murmura Kyungsoo, algo disgustado con el aliento de Kai corriendo por su cuello y su pecho y su muslo contra su espalda. Kai traza una línea curva desde su codo hasta el corte en su palma, con cierta extravagancia artística, antes de levantar la mano y presionar su lengua contra él.

-Lo hará. Lo hará. Eres perfecto, Kyungsoo.

Y tal vez la sofocante sensualidad en los ojos de Kai es contagiosa, porque cuando mira en ellos, todo se ralentiza lo suficiente como para que Kai remueva su boca de la mano de Kyungsoo y la reubique sobre sus labios. Su mano se cierra sobre su cintura y no recuerda darse la vuelta, pero tal vez lo hizo. Narices rozándose, dedos agarrándose, soltándose, atrapándose, cayendo. Palmas sujetando gargantas y dientes destrozando la carne, sangre embadurnando el brazo de Kai y pulgares explorando gemidos y jadeos, parpadeantes miradas moldeando fuertes temblores y plegarias silenciosas.

No es un beso, por definición de Kyungsoo, porque es muy rudo y urgente y Kai se lo está devorando vivo con sus manos y su boca y su firme mirada, sin dejar mucho intacto como para negarse a lo que sigue.

Sin embargo, nadie se niega cuando un artista te está esculpiendo de esa forma. No en romance, sino en una obra maestra. Desensamblado meticulosamente e inspeccionado. La textura de su voz. El sabor de su piel, brillando con sudor y saliva y rastros blancos y la forma en que se rompe; el «crack» y el acabado en el paladar. Rearmado y reconstruido. Expuesto en el gran domo de cristal.

El problema con Kai es que, al contrario de los típicos adictos, no deja que la obsesión lo arrastre por el polvo. En vez de eso, salta al volante y maneja a esa puta hasta destrozarla, incluso aunque le cueste un brazo o una pierna; o con Kyungsoo, su cordura.

Murmurando fuertemente sobre «tal vez fue demasiado, tal vez muy pronto», camina por la cocina vidriada, entrando y saliendo. Intenta enfocarse en la receta en su mano. Derretir manteca sin sal y Guayaquil amargo. Añadir una yema de huevo. Hacer merengue con claras y azúcar. Mezclar. Congelar. Hornear. No funciona. Una vez más. Derretir, batir, congelar, hornear, repetir. Algo no está en su lugar. Kyungsoo.

Han pasado dos semanas desde que lo vio por última vez, y las cosas jamás habían sido así. Kyungsoo siempre había atendido sus llamados. Se había unido a Kai cuando se lo había pedido. ¿Qué cambió?

El mundo está lúcido, pero Kyungsoo no tiene sentido. Su silencio no tiene sentido. Para Kai, que sólo registra las personalidades como ingredientes, buenos o malos, Kyungsoo llega vacío. Una cantidad de emociones y ninguna conclusión. Sólo frustración. Tal vez del mal tipo. Kai hace comparaciones con el chocolate porque, después de todo, es lo único que entiende. Tal vez Kyungsoo no había sido propiamente derretido, tal vez había apurado el templado. Tal vez estaba moldeando arena. ¿Era Kyungsoo defectuoso?

Así que, cuando Kyungsoo finalmente le devuelve la llamada, Kai suelta todo (incluso un manojo de almendras fileteadas) y se asusta a sí mismo al hacerlo porque cómo puede alguien ser más importante que el chocolate, pero el pensamiento no dura porque, tan pronto como escucha la voz de Kyungsoo, todo termina y todo lo demás comienza.

-¿Hola?

-Kyungsoo…

-Jongin. Yo, eh. -Kyungsoo tartamudea y la bilis se le sube a Kai a la garganta. Las náuseas de un lío inminente llegan en cámara lenta. Se siente horriblemente como si estuviera apuñalando a alguien con unas pinzas. -Eh, sabes qué, es sólo que… He querido contártelo desde hace… un tiempo… Joonmyun y yo…

Hecho polvo. Kai se sujeta a las esquinas de su alma pero nada queda ya, excepto piel y sangre en las uñas.

-Estamos comprometidos. Estaremos comprometidos. La fiesta es el próximo fin de semana.

Lo que Kai escucha a continuación no son palabras diferentes ni pedidos específicos. Entiende todo lo que Kyungsoo le dice acerca de que a Joonmyun realmente le gustan tus trufas, y sé que es terrible de mi parte… pero sería realmente especial… pensó si te podíamos pedir un… ya sabes, eh, algo como una selección de compromiso para distribuir en la fiesta, y… honestamente, no tienes que hacerlo… entiendo, entiendo. Simplemente le diré a Joonmyun que estás ocupado, es ridículo de… lo siento, porque yo sólo, tú solo, ¿estamos bien? ¿Estás bien? Pero sólo son sombras de algo mayor.

Más allá de las pequeñas preocupaciones y la temblorosa voz de Kyungsoo, Kai siente un chispazo de esperanza en su lengua. Cuando el polvo se asienta lo que queda ya no es un espejismo. No se ha sentido tan emocionado en mucho tiempo. Sus rodillas crujen mientras se pone de pie, deslizando sus dedos por el libro de recetas. Crípticas líneas de números y anotaciones. Kyungsoo jamás había sido deficiente.

Kai simplemente no había estado viendo de la forma correcta.

-No, estamos bien. No hemos estado mejor. Te haré la trufa perfecta.

-¿Estás seguro?

-Necesitaré de tu participación.

Porque Kyungsoo es un ingrediente. El ingrediente más esencial.

La gente define la perfección como un concepto efímero. Es algo que simultáneamente atrae y repele a sus pretendientes. La perfección es el único sueño irrealizable, porque ¿cómo pueden los carentes crear algo sobrante?

Kai decide, mientras baña a Kyungsoo en vodka y ron, lo llena de bourbon y champagne, que no es acerca de la creación. Perseguir la perfección no involucra crear incompletos de manojos de nada. Se trata de usar el ingrediente adecuado. El problema con el chocolate no es la mente o el método, sino el material básico.

Así que lo resuelve encendiendo un fósforo y prendiendo los ojos sin vida de Kyungsoo. En la oscuridad de la noche, todo hace combustión con el brillo del esclarecimiento. Desde un poco más allá en la calle, luce casi como si el domo de cristal se hubiera tragado el sol.

Y su chocolate cobra vida, con un murmullo de humanidad.

90g de puré de kalamansi, 110g de crema 35% líquida, 40g de glucosa, 155g de cobertura madirofolo, vainilla de Tahití, bayas, 150g de cobertura de Ghana, 30g de trimoline, 10g de cáscaras de naranja, 3g de cáscaras de limón y una pizca de Kyungsoo hacen el praliné ideal.

Una pizca de Kyungsoo hace todo ideal.

Con la mañana llega una multitud, apiñada detrás de los muros de cristal para observar a Kai batir la ganache y templar la viscosidad, esculpir belleza en chocolate. Hay algo hipnótico, quizás la forma en que agita la espátula para producir sorprendentes y firmes líneas, partiendo la identidad en cada lote. La fluidez se combina en agudos contornos; el mercurio moldea el acero, el humo emancipa la arena, el romance disuelve el horror.

Y mientras tormentas de polvo de avellanas del Piamonte pulverizadas vuelan por las capas de praliné templado sobre bourbon sobre puré de mangos, los movimientos de Kai se vuelven más veloces, más imprudentes, deslumbrantes y furiosos. Tan deslumbrantes y furiosos que nadie nota la fuerte esencia de algo, no como la canela o el chai, tal vez un poco como carne, en el aire.

-¿Alguna vez has oído hablar de la trufa perfecta, Joonmyun-ssi? -pregunta Kai en voz baja, con sus oscuros ojos brillando mientras toma una de ellas con dedos nudosos y delgados y la deposita en la bandeja frente a Joonmyun-. Porque verás, estoy trabajando para crear el chocolate perfecto. Es una tarea complicada, sin embargo, porque el problema radica en la cobertura: sin cobertura no hay ganache, no hay baño, no hay trufa; es casi imposible encontrar una sin vicio.

-Ehm…

-Pero todas estas -Kai abarca con su brazo el estante de un metro- están hechas de la cobertura perfecta. Y me gustaría compartirlas contigo. Prueba una.

Joonmyun asiente y dice un rápido «gracias» antes de dar un bocado. Inmediatamente, algo entre un ceño fruncido y una sonrisa de confusión se dibuja en sus labios.

-Ehm, esto…

-Es el sabor de la compulsión. -Kai le devuelve la mirada, hecho todo labios suaves y ojos duros mientras toma una trufa para él mismo. Mastica. Traga. Otra. Otra. -Anda, sírvete.

Incluso aunque trate lo mejor que puede de mantener la sonrisa, Joonmyun trata de no tener arcadas y Kai se puede dar cuenta por la palidez de sus mejillas. Su voz tiembla mientras dice:

-No, está bien; está, gracias, pero es sólo que… ¿tengo otra cita a la que ir?

Mucho después de que Joonmyun se fuera, con la perplejidad dibujada en todo su semblante, Kai aún puede ser visto sentado en el mismo lugar exacto, saboreando su obra maestra definitiva con todo el tiempo del mundo, porque finalmente ha capturado la perfección.

Cerrando los ojos, piensa en la textura de la voz de Kyungsoo. El sabor de su piel, brillando con sudor y saliva y rastros de blanco y la forma en que se rompe; el «crack» y el acabado en su paladar.

Perfecto.

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