Titulo: Fiebre
Autor: Amigo Secreto
Para:
obsscure Advertencias: Ninguna.
Notas: Lo siento por la tardanza.
Sudoración.
A Narcisa Malfoy el corazón se le cerró en un puño cuando aparecieron frente a la Madriguera. El edificio era mil veces peor a cómo se lo había imaginado. Era horrible, multicolores, asimetrico, sin una gota de buen gusto en su implementación. Estaba casi segura que no había visto un lugar más feo que aquel. Cruzar el jardín supuso un gran acopio de valor, pensaba en qué animalejos podrían crecer ahí, quizás qué clase de hierbas silvestres venenosa podía rozarle sin siquiera sospecharlo.
Ese lugar era escalofriante. Sobretodo si pensaba quien vivía ahí era la asesina de su hermana Bellatrix.
Cuando Madame Pompfrey golpeó la puerta, algo dentro de Narcisa se sacudió con fuerza. Quería huir pero sabía que ya era demasiado tarde. Inspiró profundamente y pensó en su hijo tendido en la cama, durmiendo todo el día y cada vez más pálido y débil. Sólo ese recuerdo fue suficiente para que ella mantuviera la cabeza en alto y la lengua entremedio de los dientes, mordiéndosela.
La cara de Molly Weasley varió desde la sorpresa hasta la rabia. No sabía que hacían ahí esas personas, los que fueron cómplices y autores de tantos crímenes, los que, a su criterio, deberían estar en Azkaban cumpliendo una condena muy larga. Veía a Madame Pompfrey mover los labios, pero no entendía palabra de lo que ella decía, porque Molly estaba demasiado preocupada en observar cada movimiento de Narcisa o de Lucius e instintivamente se llevó la mano al delantal que usaba, en busca de su varita y pensó que odiaba mucho a Arthur, por no estar en casa.
- ¿Podemos pasar a verla, Molly?
- ¿Ellos? ¿Por qué, Poppy?
- ¿No me estabas escuchando, cierto? No importa. Al parecer Draco Malfoy tiene la misma enfermedad que tu hija, Molly. Padecen los mismos síntomas, tienen el mismo aspecto, pero ninguno de los señores Malfoy sabe por qué se enfermó su hijo. Quizás puedan compartir información entre ustedes y tratar de averiguar cuál es el nexo entre ellos dos...
Molly se puso roja y parpadeaba con incredulidad. No quería hacerlo, quería gritarles que se fueran, correrlos de su casa a escobazos o algo por el estilo. Quería que se fueran de ahí en ese mismo instante. A nadie le pasó desapercida la rigidez facial de Molly, ni el modo en que sus cejas se juntaban.
- Molly, piensa en tu hija, a lo mejor este encuentro resulta útil para ella también.
La señora Weasley permaneció en silencio largamente, no sabía qué hacer, no sabía cuál era la decisión correcta.
Narcisa tenía las manos cerradas en puños, jamás había pasado por una situación tan embarazosa o mejor dicho, muy pocas veces en su vida recuerda haberse sentido así. Era humillante. Percibía el sudor encerrándose y humedeciendo su mano y cada parte de su cuerpo siendo dominada por los nervios. Estaba tiesa, esperando el veredicto de aquella desmejorada mujer hasta que ésta finalmente dijo. -Está bien, síganme.
Los peldaños crujían con cada paso, la escalera no parecía muy firme a los ojos grises de Narcisa, y tampoco a los de Lucius, quién no podía mutar el rictus de asco que tenía en su cara.
“Gracias a Merlín”, pensó Narcisa cuando se dio cuenta que la habitación de la hija de los Weasleys quedaba en el primer descanso de aquella estrecha escalera. La puerta se abrió y salió de la habitación la chica Granger, a Lucius se le crispó el labio superior y sus cejas se juntaron un poco. La chica tuvo la misma reacción, sumada a la de llevarse la mano al bolsillo, seguramente en busca de su varita; Hermione sólo se calmó cuando sus ojos se dirigieron hasta Molly y ésta, disimuladamente, asintió, dando a entender que todo estaba bien.
Narcisa, como siempre, cogió la mano de su marido y se la apretó suavemente.
La habitación de la chica Weasley estaba llena de música, luz y colores. De un viejo cachivache muggle salían agudas notas de violines. Tenía un par de posters en las paredes, típico de adolescente, y una ventana por la que entraba los cálidos rayos del sol. Las cortinas eran de gasa, ya casi transparente, y se podía observar el jardín en todo su esplendor. Desde esa posición, a Narcisa, no le pareció tan feo como cuando lo cruzó por primera vez unos minutos atrás.
La chica tenía puesta una vieja camisola, el pelo se le pegaba en las sienes y tenía la frente brillante, bañada de pequeñas gotitas de sudor. Los labios entreabiertos y rojos, la respiración silenciosa y profunda, muy similar a la imagen de Draco. Madame Pompfrey tenía razón.
Vértigos.
Hay una cosa de Ginevra Weasley que Draco no puede negar. Es bonita.
Muy bonita.
Tiene los ojos siempre resplandecientes, palpitan como si bailaran alguna extraña danza alegre, tiene la sonrisa siempre al borde de los labios y una pequeña nariz respingona. La cara cubierta de diminutas y desteñidas pecas, el cabello chispeante. Y no es que Draco lo descubriera recién, al verla rodeada de nieve. No, siempre lo ha sabido.
Lo que Draco no sabía era el magnetismo de su mirada, lo díficil que es contemplarla sólo por un segundo, lo fácil que es caer en su telaraña de sonrisas y de bromas, el aroma dulce de su cabello y lo tentadores que son de cerca sus labios rojos.
No es que sintiera algún impulso irrefrenable de besarla o algo similar. Es sólo que jamás se había dado cuenta de lo enigmática que podía ser la forma en que deja caer los párpados una y otra vez, ni tampoco el brillo de la lengua dentro de su boca. Es como si tuviera al frente una revelación, se siente como si por fin comprendiera uno de los grandes misterios del mundo, o llevado a términos sencillos, el por qué la mayoría de sus compañeros le dedicaron más de algún gemido en mitad de la noche mientras las mantas se sacudían al vaivén de alguna mano que se movía con prisa.
Y sonreía solo, porque nunca ninguno de ellos la ha visto así; con pequeños trocitos de piel, mostrando pecas y lunares en los diminutos agujeros de su camisola. Nunca la han visto siquiera en pijama y quizás muy pocos le han visto las piernas pálidas y delgadas que flecta con facilidad. Y es en ese instante cuando Draco recuerda que ella le vio desnudo, su sonrisa se petrifica y de pronto sintió las mejillas llenas de calor; su cara adquiere un rubor evidente y pensó que quizás Ginny Weasley se reiría de él cuando todo esto acabase.
Y sintió una sensación rara, como si su cuerpo perdiera las relaciones de tiempo y distancia, como si su cuerpo tiritara por dentro o el mundo se moviese demasiado rápido y él se quedase en un punto fijo. Sentía que todo vibraba y que sus ojos no eran capaces de enfocar correctamente; se mareaba.
Y aunque la sensación duró un momento importante, Draco se intentó tranquilizar; respiró profundo y se autoconvenció que no era tan atroz que le hayan visto desnudo, sabía que sus formas eran agudas y atrayentes, sabía que, aunque sea absurdo, su cuerpo no es motivo de pudor. Y se preguntaba si alguna vez se acabaría eso o si se quedarían atrapados en medio de la nada para siempre. O quizás se morirían dentro de unas horas o días. O quizás ya estaban muertos. Y fue entonces cuando no le importó mucho que Ginevra le haya visto así, y le dio lo mismo que sus mejillas estuvieran llenas de color, total, jamás podría decirle nada a nadie.
- ¿En qué piensas? -Le preguntó Ginny, mientras se acostaba de espalda en la nieve y trataba de formar la figura de un ángel, agitando los brazos lentamente sobre la blanca superficie.
- En que no quiero estar aquí contigo...
Draco se dio cuenta como los ojos de Ginny se estrecharon, le miraron furiosos y respondieron antes que las palabras. -Demasiado bello para ser cierto. Ya sabía que tu amabilidad no podía ser tan fácil. Te lo explicaré así, Malfoy, supongo que anoche vi una estrella fugaz, cerré los ojos mientras deseaba quedarme atrapada contigo en algún plano mental. Dije, “Por favor, Merlín, que me encierren con el ser más desagradable del mundo...”
El rodó sus ojos durante el parloteo de Ginny, y cortante le respondió. -No, no me refería a eso, Ginevra, es decir...creo que habrían personas peores con las que quedarme atrapado... -pensó en Hermione Granger, en cualquiera de los otros Weasleys y por supuesto, en Harry Potter. -...me refiero que estoy aburrido de estar atrapado. Me da casi lo mismo la compañía.
Sin embargo las palabras no tuvieron el efecto esperado por Draco, los ojos de Ginny seguían estrechos.
Convulsiones.
Narcisa no podía creer que estaba en la cocina de los Weasleys, con un gran tazón de chocolate caliente entre las manos. Ha visto como lo preparó aquella mujer, y verla agitar de ese modo la varita, tan diestramente para los hechizos domésticos, le hizo recordar a su hermana Andrómeda. Desde pequeña era a ella a quien regañaban porque le gustaba practicar ese tipo de hechizos, propios de magia inferior, según sus padres, casi magia elfica.
Por un momento se preguntó qué sería de ella, cómo estaría sin su marido. Había oído dentro del ajetreo que se vivía por aquellos días en su casa, que había resultado muerto. No sería sincero decir que aquella muerte le afectó, pero ahora sí le preocupaba, aunque sea escasamente, el estado de su hermana. Se preguntaba cómo luciría, hace mucho tiempo que no la ve...Quizás tenga un aspecto similar al de Molly, quien hacía florituras con su varita, armando un verdadero concierto con las ollas, escobillones, cuchillos y otros instrumentos caseros.
Madame Pompfrey ya no les acompañaba; después de mostrarle sólo a Narcisa el color de la piel que cubría el abdomen de Ginevra, se retiró de La Madriguera, alegando que debía volver a atender sus labores en Hogwarts. Sin embargo, a Narcisa se le cerró el corazón en un puño cuando la oyó decir.
- Cualquier inconveniente o problema que tengan me envían una lechuza. Hablaré con la profesora Sprout y con el profesor de pociones.
Era bastante incómoda y extraña la situación. Por supuesto que notó que su marido estaba rigido en la silla, y también notó que cada silla era distinta a la otra. Narcisa jamás había estado en una casa donde no tuvieran siquiera un juego uniforme de comedor. Sin embargo el chocolate caliente sabía bien, por alguna desconocida razón le resultaba reconfortante tomar aquella bebida, como si fuera una pócima que aliviará un poco sus preocupaciones.
- ¿Cuándo se enfermó su hija? -Preguntó Lucius. La ejecución de dirigirle la palabra suponía un gran esfuerzo para él, o al menos, así lo sintió Narcisa.
- Hace una semana, visitó a Harry y al volver de Londres no se sentía bien. Al comienzo no era más que un poco de fiebre y muchas ganas de dormir. Pensamos que se trataría de alguna enfermedad común y corriente...pero, hace cinco días ya no despertó más. -Lucius le dedicó una mirada significativa a su esposa, porque lo que relataba esa mujer era exactamente lo mismo que le había sucedido a Draco, incluso en los mismos tiempos.
- ¿Y por qué está acá y no en San Mungo? -Inquirió Narcisa. Aquel punto aunque no era relevante para el estado de Draco, le producía una curiosidad inexplicable. Ellos no habían dejado a su hijo en el hospital mágico porque preferían que estuviera en casa, bajo sus constantes cuidados y vigilancias y además temían que alguien pudiera tomar represalias de la familia aprovechándose de la condición de Draco, algo similar a lo que le sucedió a Bode.
- Porque en San Mungo nos dijeron que no sabían lo que tenía y que querían dejarla en observación, pero Arthur no lo permitió...Prefiere tenerla cerca y que los medimagos la visiten aquí, además Poppy nos ha ayudado bastante. ¿Cómo calman la fiebre cuando se eleva mucho?
- Nos han recetado un tónico que preparan en la botica de los Bobbin, aunque no ha servido de mucho. Draco está peor que su hija.
- ¿Y qué fue lo último que hizo su hijo?
Narcisa y Lucius se miraron, pensativos. Luego ella contestó. - Lo último que hizo fue ir a la casa de Theodore Nott.
- Ginny nunca se ha acercado a ese chico. -Respondió Molly, como si hablara de una persona leprosa o que padecía alguna enfermedad altamente contagiosa. Quizás deberían averiguar qué sucedió ahí. Ginny, en cambio, lo último que hizo antes de caer enferma fue ir a ver a Harry a Londres como les dije, y ahí no sucedió nada raro para que ella pudiera enfermarse.
Narcisa no estaba segura si su marido se envaró por la mención del chico Potter o porque ya no soportaba más ese lugar. En todo caso, ella también había tenido suficiente. Se alzarón en medio de la pequeña cocina, dando a entender que aquella entrevista había acabado. Molly, tras dudar un momento, se acercó a ellos con una pequeña botella en las manos.
- Cinco gotas en la lengua por la mañana y otras cinco por la noche. O cuando sude demasiado. - No sabía qué responder, aquel gesto la dejó sin palabras. Sólo fue capaz de medio sonreir y asentir solemnemente con la cabeza. Los Weasleys eran personas raras. -Narcisa...-continuó Molly. -...el chocolate tenía melissa. No le hará mal tomar un poco cuando no se sienta bien.
Muy raros, pensó Narcisa cuando cruzó los limites de La Madriguera y se disponía a desaparecer con un giro de su elegante capa.
Alucinaciones.
La boca roja sobre la de él, su respiración cambiaba, se hacía profunda y más escasa. Aquel beso traía calor en medio de tanto frío, las lenguas se enredaban suavemente, como si fueran dos libelulas jugando a volar, luego, una mano helada rozaba las mejillas tibias y escondían un mechón chispeante tras una pequeña oreja. Un cruce tímido de las miradas, casi fugaz, después párpados que caían y labios que chocaban lentamente y que se probaban como quien saborea un vino añejo.
Y luego, un bufido.
Draco sacudió brevemente su cabeza y se dio cuenta que Ginny no estaba junto a él, que no tenía su nariz cerca, ni que tampoco le había estado besando, sino que aún está tirada en medio de la nieve moviendo los brazos lentamente mientras hace ruidos propios de la gente cuando está aburrida.
Cuando se dio cuenta que era todo una ensoñación, pensó que realmente estaba enfermo porque no se explicaba de otro modo esa estúpidez de besar a una Weasley.
- No me has dicho qué se siente ser el nuevo traidor a la sangre.
La escuchaba, pero no le estaba prestando atención, sin embargo si se dio cuenta que ella tenía los labios muy rojos, quizás porque estaban heridos, resecos. Y entonces pensó que si se hubieran besado todo tendría que haber sido mucho más lento, más suave porque, de cualquier otra forma, dolería.
- ¿No me dijiste que no hay frío? ¿Qué casi es un estado mental? -Preguntó Draco, ignorando las palabras de Ginny.
- Sí...o sea no estoy segura, pero eso creo.
- Entonces, ¿Por qué tienes los labios tan lastimados?
Ginny sonrió y se llevó una mano a la boca, sintió las heridas y arrugó un poco la nariz. -No lo sé, puede ser por dos razones.
- ¿Cuáles? - Y no sabía por qué pero a cada segundo se sentía más ansioso, más sofocado. Quería saber eso y muchas cosas más. Como por ejemplo, cuántas pecas tiene en cada mejilla y si la espalda es similar. También quería saber por qué en su pijamas hay un estampado de una mantícora y no un hipogrifo. “Así es mejor”, pensó luego, al recordar al pollo gigante que le lastimó un brazo. Qué cómo aprendió a jugar quidditch si en su casa no habían ni siquiera escobas decentes y por qué prefiere jugar de cazadora, si de buscadora no lo hace tan mal.
- Puede ser porque tengo la manía de mordermelos...así... -Y le indicó cómo lo hacía. Levantó un poco la mariposa de su labio y a Draco le dio la sensación de que los dientes superiores son muchos y todos muy diminutos dentro de una boca demasiado pequeña. Se dio cuenta que Ginevra Weasley no era perfecta, que tenía una sonrisa apretada y algo torcida, y también se dio cuenta que eso lo hace feliz. Aunque no sabía por qué. -...O podría ser por culpa de Harry, no sé por qué pero siempre me deja los labios irritados, probablemente sea cuando se afeita y me roza con las mejillas...
No es que no lo supiera, o no lo sospechara que algo así ocurría, pero era bastante incómodo tener que escucharlo. Porque él no era la loca de Lovegood, ni la estúpida de Granger para tener que oír esas cosas, y en realidad tampoco quería saberlas. Sus ojos mutaron. Sin quererlo, se solidificaron y brillaron con otra intensidad, sus labios se fruncieron un segundo y tuvo la necesidad imperiosa de desviar la mirada hasta otro lado, cualquier otra parte que no fuera la boca lastimada de Ginevra Weasley
- Así que...Potty no sabe besarte.
Ginny se sonrió, pensando que era una broma, no reparó en el tono de la voz, ni en la forma peculiar de arrastrar las sílabas, menos aún, en la mirada afilada de Draco. -Yo no dije eso.
- No, no lo dijiste pero se deduce porque tienes la boca tan rota como si fueras una...
- ¿Una qué? -Inquirió ella, con las aletas tráslucidas de su pequeña nariz dilatadas.
Bastó simplemente eso para que la nieve ya no fuera un simple estado mental, sino un real factor que influía en el clima que ambos debían soportar.
Fue entonces cuando Draco, con los ojos muy abiertos, tuvo otra visión. Una en donde sus manos se cerraban en torno a un cuello, y unos ojos verdes, completamente asfixiados, le pedían misericordia. Nunca terminó la frase para Ginny, por supuesto. Nunca se disculpó tampoco.
Céfalea.
Lo primero que hizo Narcisa cuando llegó a su casa, fue quitarse la capa y dejarla sobre uno de los sillones que estaban en el recibidor. Luego el elfo lo ordenaría todo, como era la costumbre. Se quitaba los guantes, a tirones, casi histerica, mientras transitaba por el pasillo que le lleva hasta la habitación de su hijo. Abrió la puerta rápido, buscó esa pequeña botella de vidrio opaco que le dio Molly Weasley y trató de recordar cuántas gotas era la dosis.
¿Seis o cinco?
No estaba segura, quería consultarlo con Lucius, pero entonces notó que la respiración de su hijo era irregular, como si se estuviera ahogando. Deslizó a través de los azulosos labios cinco gotas. Y se quedó de pie junto a él, dudando si debía colocar una más o esperar hasta que comenzaran los efectos.
Pero fue Lucius quién llegó con un pergamino en la mano, los ojos desorbitados y la mandibula apretada. Fue él quién le dijo. -¿Qué fue la última cosa que comió Draco? -Y la voz sonaba tan potente y enérgica que Narcisa se sintió un poco intimidada.
- No...no sé, ¿le preguntaste a Krabby?
Lucius se dio vuelta rápidamente, ondeando su capa. Los pasos resonaban en toda la casa y le escuchó gritar el nombre del elfo. Narcisa fue presa del miedo un segundo, se coló en su sangre y le paralizó todo el cuerpo. Pero como quien sale de un hechizo, agitó su cabeza brevemente y siguió la ruta de su marido.
- Amo, no lo sé. Se lo juro, no comió aquí.
- No. -Gritó Lucius. -¿Qué le has hecho? ¿Qué le has dado? -Y cuando la rabia chispeaba en sus pupilas, cuando estaba a segundos de dar una orden cruel y despiadada, Narcisa le dijo, con una mano en el pecho, la otra en una sien y la nariz hacia arriba.
- Es verdad, Lucius. Ese día comió con Theodore...
Un rayo de luz abriéndose paso entre la niebla, Narcisa se sintió iluminada y creyó comprender todo. Sus labios se apretaron y frunció el ceño.
- ¿Qué te sucede? -Preguntó Lucius, preocupado por la mutación en el rostro de su esposa.
- Sólo me duele la cabeza. -Respondió y se acercó a su marido para besarle en las mejillas. - Si no vuelvo en una hora, ve acompañado a la casa de Nott.
- ¿Nott?
- Sí, quiero saber que comió Draco.
- Te acompaño.
- No. -contestó enérgicamente. -Estás demasiado alte...cansado. Recuerda, nos vemos en una hora más, Lucius.
Deshidratación.
Draco Malfoy estaba tan callado que ni siquiera su respiración se podía escuchar. Acostando en la nieve, con los brazos flectados y las manos en su nuca; miraba el cielo encapotado mientras pensaba cuánto rato estaría Ginny Weasley enojada e ignorándolo.
Porque en algún momento se le tendría que pasar, pensó. Nadie es capaz de estar tanto tiempo sin hacer nada, eso sin contar, que ella lo necesitaba. Porque si no fuese así, ella no estaría a su lado, sino que se hubiese levantado del suelo y se habría marchado a cualquier otro lugar, igual de aburrido, meneando su cabellera roja.
- ¿Sabes qué, Weasley? Me da lo mismo que no me hables. -Dijo de pronto.
Ginny giró la cabeza y lo miró detenidamente un segundo. A Draco le dio la sensación que quería decirle algo, pero sus labios jamás articularon palabra alguna. Ella volvió a mirar el cielo y a ignorarlo tanto como podía.
Y parecía que ese juego estúpido, esa idea de pretender que no hay nadie al lado, iba a durar para siempre. O hasta que nos muramos, pensó Draco. Luego sintió un malestar al fondo de la garganta, como si tuviera un pelo, y tosió. Pero la sensación aumentaba cada vez más, y sus intentos por despejar las vías respiratorias eran cada vez mayores. Cof Cof Cof. Y su cuerpo entero se contraía como una cuncuna al caminar. No había agua, no había nadie que le pegara una palmada en la espalda, bueno, casi nadie.
- Draco, ¿estás bien?
Draco la miró con los ojos llorosos, a causa de la tos, y le dijo a duras penas. -Claro, estoy estupendo. ¿No ves?
Ginny cuando lo vio con el rostro rojo, completamente asfixiado, se incorporó y le ayudó a que él hiciera lo mismo. No sabía que más hacer, así que lo único que se le ocurrió fue rozar la espalda de Draco numerosas veces, como si lo estuviera acariciando. Hizo exactamente lo mismo que hacía su madre con ella cuando era pequeña y se atoraba con comida.
Lentamente la tos cedió, Draco podía tragar y respirar mejor. Los ojos ya no estaban repletos de lágrimas y su cuerpo no se retorcía, como si fuera víctima de un cruciatus.
- ¿Mejor? -Preguntó Ginny, sin rastro alguno de agresividad en su voz y con la mirada cálida y amplia.
- Sí, gracias. -Musitó Draco. - Pero no tenías por qué hacerlo, ya estaba casi bien.
Draco sintió el peso de sus propias palabras cuando Ginny quitó violentamente su mano de la espalda. Y se dio cuenta de lo bien que se sentía el calor que traspasaba la tela del pijama cuando ya no lo tenía.
- Ya sé por qué no tienes amigos. No sabes valorar nada.
Draco tragó en seco y contestó. -Y a ti quién te dijo que no tengo amigos.
- Nómbrame uno.
- Pansy, Daphne, Theodore, Blaise...
- Dije amigos, no compañeros de curso. Gente a la que visites o que te visiten, alguien a quien le cuentes tus problemas...
- Yo no tengo problemas -Interrumpió Draco. -Además yo si me visito con algunos, por ejemplo, el otro día fui a la casa de Theodore, conversamos un rato y comimos juntos. Pero no me quedé mucho tiempo porque me comencé a sentir mal y preferí volver a mi casa.
- ¿Qué sentías? -Preguntó Ginny, con la voz bajita, filtrándose en el aire hasta zumbar inquietantemente en los oídos de Draco.
- Sed. -Contestó Draco, y no sabía por qué pero cuando dijo esa palabra miró los labios rojos de Ginny y tuvo la necesidad de tragar; y quiso tragar toda la humedad de Ginny para apaciguar la sensación incómoda que sentía dentro de su propia boca.
- Yo también. -Comentó Ginny. -Sólo quería colgarme del grifo, pero aún así no se pasaba.
Pero Draco no la escuchó, estaba demasiado ocupado pensando en si pudiera colgarse de la boca de Ginny cómo lo haría. ¿Lentamente o tan desesperado como se sentía en aquel momento?
Nauseas.
Narcisa sabía que se estaba metiendo en la cueva del lobo, pero aún así, jamás dudó un segundo. Llamó a la puerta con los nudillos desnudos y la varita fuertemente apretada dentro del bolsillo. Esperó un segundo antes que un elfo abriera la majestuosa puerta.
Theodore Nott leía El Profeta sentado en una butaca de respaldo alto, las llamas de la chimenea bailaban agitadamente y sobre una mesa pequeña había una taza. Theodore la saludó amablemente y se sentaron ambos, frente a frente.
- Dime, Theodore. ¿Por qué a mi hijo? -Preguntó Narcisa, mirándole fijamente a los ojos. El joven frunció el ceño y contestó.
- No entiendo que es lo que quiere decir, señora Malfoy.
Narcisa se acercó un poco a él, con las pupilas muy abiertas y la cara cruzada por un gesto de indolencia. -Quiero saber por qué has intentado matar a mi hijo. Sé que has sido tú.
Theodore frunció los labios, y parecía sopesar su respuesta. -No sé por qué me culpa a mi, señora Malfoy.
- Porque tú fuiste el último que lo vió y ya sé que se fue envenenado con comida, lo han dicho en San Mungo. Y la última vez que comió fue aquí...contigo.
- Eso no significa nada, señora Malfoy. Quién dice que no se pudo intoxicar antes, y que el efecto era retardado.
Narcisa se sintió confundida, el joven tenía razón; perfectamente pudo haber sido cualquiera. Pero algo dentro de ella le decía que estaba en lo cierto.
- Bien... -Murmuró Narcisa. -Tendré que decirle a los Weasleys que le pidan a Potter que te investigue a ti y toda tu casa. -A Narcisa no le pasó desapercibido el modo en que Theodore frunció el ceño, ni la manera en que apretó la taza que tenía entremedio de las manos. -Que no se te olvide que conozco este lugar desde hace mucho tiempo y sé que no te gustará verte implicado en escándalos públicos, Theodore. - El joven estaba observándola con los ojos entrecerrados, como si estuviera estudiando la posibilidad de matarla o torturarla. -Ya no me interesa quién o por qué lo hizo, sólo quiero saber cuál es la cura. Se está muriendo.
- ¿Qué es lo que tiene Draco?
- Supongamos que no sabes. -Contestó irónicamente Narcisa. -Tiene mucha fiebre, delirios, padece de dolores y la piel del vientre se vuelve a cada instante más oscura.
- ¿Y por qué le tendría que importar esto a los Weasleys? -Preguntó Theodore, incorporándose de su asiento.
- Porque su hija padece lo mismo que Draco.
- ¿La hija?
- Sí. Como lo oyes...
Theodore hizo más pronunciada la arruga que se formaba entre sus cejas. Chasqueó la lengua un segundo antes de contestar. -Era una broma. No la planeé yo, ni pienso decirle quién lo hizo. Se suponía que Draco enfermaría y que en esa enfermedad estaría con Potter y, ahora que ambos se llevan tan bien, -agregó ácidamente. -...pasarían un tiempo juntos. No teníamos planeado matar a Draco, ni que enfermera tan gravemente.
- No me interesa, sólo quiero el antídoto, Theodore. O te juro que me iré directo al Ministerio y dejaré que esos aurores y todo el Wizengamot caiga sobre ti y tus amigos. Te juro que Azkaban sigue siendo tan horrible como antes.
- ¿Y se la tengo que dar sin nada a cambio? -Preguntó con una sonrisa irónica. -Claro que no, el trato es éste. Usted no le dice nada a nadie, ni donde consiguió la poción que ha curado a Draco, ni quien se la dio. Tampoco puede decir que ha estado conmigo, ni que yo participé en esto. Esto quedará entre nosotros...Y tendrá que dársela primero a la chica Weasley antes que a Draco. No sería muy inteligente dejarla morir y que después Draco se mejore, la gente sospecharía y la culparían. Usted, como no es responsable, hablará y todo se habrá acabado para mi. Así que primero a la Weasley esa, después Draco.
Narcisa sintió asco de ese joven, de ella misma y de su voz cuando dijo -De acuerdo.
Salió de la casa de Theodore con una pequeña botella entre las manos que tenía un brebaje de color azul intenso. Y giró su capa con un amplio gesto para aparecer en La Madriguera.
Disnea.
Y fue en ese momento, con los labios secos y ansiosos, cuando se movió tan lentamente a través de la nieve como si el acercamiento fuese producto del desplazamiento de la Tierra. Cada segundo que pasaba se preguntaba si era correcto o no.
Por supuesto que no.
Aquello estaba absolutamente mal por un millón de razones, pero ninguna de esas incluían a Potter.
Una Weasley, con el cabello vulgarmente rojo, una gryffindor, una chica que lo había ignorado deliberadamente, que le llamaba cobarde cada vez que podía a sus espaldas junto al grupo de perdedores que eran sus amigos. Por supuesto que no era correcto, ella era una traidora a la sangre.
¿No lo soy yo también ahora?
Fue el último pensamiento que tuvo antes de dejar caer los parpados y buscar a tientas, como un ciego, aquella zona baja de la cabeza de Ginny, ese lugar del que nacían cientos de cabellos fragantes y que tenía un hendidura extraña donde calzaban perfectamente los dedos de Draco.
Y escuchó un -¿Qué diablos estás hacien...? - Y luego no escuchó nada más, porque estaba besando a Ginny Weasley y todo dentro de Draco vibraba y se hacía cada vez más estrecho.
Podía sentir los pequeños golpes de electricidad en los labios y la necesidad insana de apretarla más y más, de hundir más en su mejilla su nariz helada, y que la respiración tibia de Ginny fuera toda la música que existiera en ese lugar, no más violines, no más nada. Quería que los dientes pequeños y apretados de Ginny le mordieran la boca, el cuello, las orejas. Que lo mordieran entero y que apretaran fuerte.
Pero por el momento se conformaba con que le devolviera el beso.
Y aunque estuvieran sus propios labios delineando los suyos, era bastante triste encontrarse como respuesta una boca cerrada casi herméticamente y con una respiración enrabiada.
Sin contar las manos de ella en sus hombros, intentando empujarlo o alejarse de él, porque esa diferencia Draco no la tenía del todo clara.
Ginny era una chica de cuerpo ligero, eso se notaba en las formas que se colaban por debajo de la camisola y porque a Draco no le costó tanto atraerla ni retenerla junto a él, pero también era una chica que escondía fuerza en sus delgados brazos. Porque al final, logró despegarse del imán que eran los finos labios de Draco y ahora le miraba con los ojos llenos de furia y tantas palabras por gritar, que no le sale ninguna.
Y antes de que ella reaccionará, a Draco se le paralizaron los nervios como cada vez que escuchaba la palabra “no”. Porque no estaba acostumbrado a ninguna negativa, no estaba acostumbrado, ni se quería acostumbrar. Recordó rápidamente todas las cosas que había obtenido desde pequeño, y muchas veces sólo por apellidarse Malfoy, y está vez a él le parecía que le negaban un beso precisamente por su nombre.
Es ahí entonces, cuando la cogió nuevamente de la cabeza, enterrando sus dedos largos en la espesa cabellera de Ginny y la besó del modo más furioso. No se detuvo, ni le importaron los quejidos ahogados, ni que la respiración de Ginny fuera caliente, ni los esfuerzos de ella por mantener los labios muy cerrados. Le besó con tantas ganas que Ginny ya no podía contenerlo y cuando Draco logró que su lengua probara la textura de la que se escondía en esa boca pequeña, se le trizó el corazón y se sintió ahogado. O quizás se sintió así porque Ginny tenía los ojos cerrados y se dejaba besar, dejaba que él respirara sobre su piel y que bebiera de ella como si fuera un manantial oculto en el desierto.
Estaba feliz, pero no porque hubiese ganado, ni porque hubiese obtenido lo que quería, como siempre. Sino que estaba contento porque Ginny Weasley le besó lento, con sus labios resquebrados y sobretodo con los ojos muy cerrados y las manos cruzadas detrás de su cuello.
Rubor.
Es Ginny quien despiertó como si dejara de estar bajo un encantamiento, y superado aquel instante en que un beso profundo se transforma en una lluvia de besos cortos, intercalados con algunas leves mordidas en los labios, se alejó lentamente de él.
No sabía qué decir.
¿Estúpido? ¿Tonto? ¿Idiota?
Claro, podía decirle una de esas tres palabras o todas a la vez, pero eso no justificaba lo que ella acababa de hacer. Porque sabía que dejó que la besara y sobre todo sabía que ella le besó de vuelta.
¿Estúpida? ¿Tonta? ¿Idiota?
Sí, ella se sentía exactamente así.
Tenía las mejillas llenas de vergüenza y de rabia. No era normal que no supiera qué decir, no era normal que quiera cavar con sus propias manos un pozo profundo en la nieve y esconderse ahí hasta que venga Voldemort a avisarle que por fin murió.
Pensó en Harry y tenía ganas de arrancarse la lengua con las manos y de llorar hasta que los ojos se le salieran. Pero lo peor es que si pensaba en Draco, en él que estaba al lado de ella mirándole con los ojos agitados, y quien le tocaba la comisura con la yema de su dedo índice para secar una chispa de saliva, se sentía tonta e irritable.
- ¡Imbécil! -Le dijo, mientras apartaba la mano de Draco. -¿Por qué hiciste eso?
Draco apretó los labios y le dijo, con las aletas de la nariz dilatadas. -¿Quieres saber por qué? Porque quería. ¿Y tú, por qué me besaste de vuelta?
Y a Ginny le pareció que era el momento perfecto para empezar a cavar aquel pozo, los pulmones se volvieron pequeños y algo dentro de su estómago se sacudió con violencia. No sabía la respuesta. Podía decirle que es el miedo a morir sin recibir un último beso o que fue el brillo de la nieve lo que la enloqueció. También podía culpar a la enfermedad y declarar que si ambos se han besado es porque es un síntoma más.
O podía ser un poco más sincera y decirle que no tenía ganas de besarlo. Que no se trataba de que no fuera guapo o que no le llame la atención, porque eso no era verdad, pero que fue su persistencia, la manera en que tomó su cabello y minó sus defensas. Quizás el choque de su piel helada, el olor a tabaco y cuero que desprendía su pulso. Que fue un poco de “que más da” y otro poco de necesidad; necesidad de quitarse esa angustia que pesaba como una loza sobre su pecho. Que si fue tan simpática y paciente no fue porque sea una buena persona, sino porque quería tenerlo exactamente en esa posición. Que fue culpa de él, de la manera en que sus ojos palpitan cuando sonríe, que reflejándose en sus pupilas gris se sentía más bonita y capaz de contar las estrellas que se esconden en ellos.
Draco, te besé simplemente porque nunca había besado a alguien sangre pura y quería saber qué me estaba perdiendo. ¿Conforme? -Dijo mientras elevaba las cejas, intentando calmar el calor que sentía en las mejillas. Mentía, o mejor dicho, omitía. No dijo que con él sentía ese vértigo de cosa prohibida, tabú y sucia. No le dijo que estando con él, y siendo besada por él, se sentía poderosa.
Draco bajó la cabeza y miró el suelo, se sonrió como si tratara de ocultar detrás de eso un signo de derrota, elevó solamente los ojos cuando le preguntó. -¿Y qué tal?
Ginny volvió a sentir las mejillas acaloradas, se acercó un poco a Draco y jugó a hacer una bolita de nieve con las manos. De pronto, se sintió más confundida y muy adolorida. Era como si le jalaran de los cabellos, era como si alguien quisiera arrancarle la cabeza y ocuparla como quaffle. Cerró los ojos, se le escapó un quejido, trató de pensar en otra cosa para que ese agudo dolor acabase pronto.
Cuando abrió los ojos, ya no la estaban taladrando los ojos grises y preocupados de Draco, sino los ojos cálidos de su madre.
- ¿Draco? -Murmuró, confundida.
Ya pasó, cariño. -Le dice su madre mientras la abraza.
Palidez.
Y la chica esa despertó diciendo el nombre de su hijo. Quiría que siguiese hablando, quería saber si estaba bien, si estaba a salvo. Se incorporó Narcisa de aquel asiento hecho de retazos de lanas multicolores, con un pergamino entre las manos que decía que Draco está igual que la última vez, que no ha empeorado.
Ya estás bien. -Dice completamente seria. -Ahora me voy. -Antes de la que Molly dejara de abrazar a su hija y le dijiese algo, como un “la acompaño a la puerta”, Narcisa agregó. -Conozco la salida. No se preocupe.
La chica Weasley lucía bien. No estaba completamente repuesta; aún tenía la mirada vacía y las mejillas pálidas. No lloró en el hombro de su madre, sólo estaba ahí, muy quieta y parpadeando lentamente.
Narcisa tomó su capa y abre la puerta de la habitación. Fue entonces cuando la chica se despegó del cuerpo de su madre y le dijo. -¿Podría darle un recado a Draco?
Tanto Narcisa como Molly fruncen el ceño. -Sí, por supuesto. ¿Qué cosa?
- Dígale que no ha estado tan mal.
Narcisa asintió y salió de la habitación, pero antes de cerrar la puerta escucha la voz gruesa de Molly agregar un -Muchas gracias. -que ella no contesta. Con la prisa marcando cada uno de sus movimientos, no corría, pero poco le faltaba para llegar a los limites de La Madriguera. Giró apresuradamente, desapareciendo sobre sí misma acompañada de un fuerte crack. Llegó a su casa con las manos temblorosas, el frasco que traía dentro del bolsillo de la capa parece quemarle. Estaba ansiosa, completamente urgida.
No dio explicaciones a nadie cuando entró a su hogar. Se dirigió hasta el cuarto de su hijo, separó cuidadosamente los labios de él y desliza a través de ellos el líquido azul brillante. Contó mentalmente y parecía que los números se estiraban. La chica Weasley ya había despertado cuando habían pasado dos minutos.
Sus manos transpiraban, Lucius estaba a su lado, pero ella no era capaz de sentirlo. Su corazón estaba paralizado. No escuchaba las preguntas, no quería dar respuestas.
De pronto sintió una débil tos, y vio por primera vez en días, los ojos grises de su hijo. Le sonrió y sintió como su cuerpo volvía a funcionar con normalidad. Se sentía feliz, se sentía sana. Más ella que su hijo, era como si le hubiesen devuelto un trozo de alma o algo parecido.
Le abrazó tal como lo hizo Molly Weasley con su hija.
Los días pasaron y Draco cada vez estaba mejor. Algo taciturno solamente, como si siempre tuviera la cabeza en otra parte. Aunque ella creyó que podía ser parte de la conmoción por la enfermedad.
Narcisa se sentía igual, cada vez que le preguntaban cómo había dado con el antídoto, ella sonreía y decía que era un secreto de familia y que no lo podía revelar. Se lo ha dicho a Lucius, quien quería ir a cortarle la cabeza con sus propias manos a Nott, pero Narcisa logró convercerlo que no es la mejor idea y que ya encontraran un modo de poner en sobre-aviso a Draco.
Narcisa hizo todo. Mandó a lavar las sábanas, cortinas, y alfombra de la habitación de su hijo, vigiló que comía y que no. Dónde y con quién sale. Cumplió todos sus planes y cumplió todas las promesas. Por fin parece ese mundo donde todo parecía funcionar según lo planeado.
Pero hay algo que no hizo. Narcisa nunca le ha dicho a Draco el recado de la chica Weasley. Y no porque lo haya olvidado, sino porque no quiere que esa enfermedad, que ese extraño nexo, los siga vinculando con ellos. No quiere recuerdos para Draco, ni nuevas amistades. Si Narcisa cierra los ojos puede ver a la chica Weasley cubierta por una espesa capa de grasa, con su ropa vieja y su olor a comida casera.
No quiere saber nada de ellos, y no quiere que existan recados entre Draco y esa gente.
Así están muy bien. Total, la fiebre ya ha pasado y ella ya hizo mucho por esa chica Weasley.
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