Pequeña viñeta escrita por obligación.
Gracias,
nigmarepor el beteo. Ya sabes que es para ti. Sin tu presión, esto no estaría aquí. Disfrútala.
Y a
charloneepor estar ahí discutiendo sobre el nombre de esta locura.
-Oh, por Dios.
Richard recargó su pesado cuerpo contra la pared y se dejó caer lentamente hasta el suelo. En el transcurso, soltó el cuchillo ensangrentado que cayó generando un estrepitoso ruido. No le importó. Su mirada no podía despegarse de aquel cuerpo inmóvil que yacía unos metros frente a él, justo encima de un enorme charco de sangre.
Los ojos, casi desorbitados, recorrían una y otra vez el inerte cuerpo de su esposa, Mary, con quien había tenido diecisiete años de feliz matrimonio.
-Oh, por Dios… La maté. ¡La maté!
El hombre se tapó el rostro con las manos, intentando evitar el terrible panorama que ante él se presentaba. Pero las imágenes eran muchas más de las que podía ver con los ojos. Su mente estaba llena de recuerdos de momentos atrás donde, sin saber cómo, había degollado a quien fue su único apoyo por más de la mitad de su vida.
Aquella mañana, extrañamente soleada a pesar del invierno que azotaba la ciudad, Richard se había levantado sintiéndose levemente extraño. Lo había achacado a la falta que le hacía su esposa, que se encontraba de viaje visitando a sus viejas amigas. Por eso, había agradecido el aviso de que ella llegaba esa misma tarde, así no la extrañaría más.
Se dispuso entonces a organizar el pequeño departamento en el que vivían, recogiendo la ropa sucia, barriendo y sacudiendo los lugares más visibles. Para el medio día, él ya estaba vestido y arreglado, con la mesa servida y a la espera del regreso de su amor.
No se percató del pastillero que había caído debajo de la mesa mientras ponía el mantel encima.
Se sentó en su sofá preferido, justo en frente del viejo televisor donde sintonizaba de vez en cuando los partidos de su equipo favorito de fútbol. Respiró ansioso y se dio cuenta de que sus manos estaban bañadas en sudor. Cerró los ojos, intentado calmar los nervios de la espera, pero apenas sintió sonidos en el recibidor, se levantó, casi de golpe, y corrió al encuentro de su esposa.
Richard se extrañó bastante al no ver a nadie. Escuchó una puerta cerrarse, así que prefirió asomarse por la ventana para comprobar que el automóvil de Mary estuviera en su lugar. Grande fue su sorpresa cuando no lo vio. Y fue en ese preciso momento en que comenzó a sentirse observado.
Se giró casi desesperadamente en busca de algo o alguien, pero seguía sin ver nada. Caminó lentamente hasta la cocina y tomó el cuchillo que más cercano tenía; casualmente, uno que jamás había sido usado.
Con el arma en su mano, Richard, que rozaba los cincuenta años de edad, dio cortos y cautelosos pasos alrededor del departamento, en búsqueda de lo que fuese que había entrado en su casa.
Desde ese momento, todo sucedió muy rápido. Alcanzó a ver una figura pequeña que intentaba abalanzarse sobre él desde la espalda. Se lo impidió. Empujó a esa persona con toda la fuerza que sus brazos le permitieron, haciendo que se estrellara contra la pared. Arremetió contra ella en un feroz intento de defender su casa y con un corte limpio hirió el cuello de su agresor.
La sangre se disparó contra su rostro.
Asustado como estaba, Richard retrocedió tres pasos, se pasó la mano libre por sus ojos y, al limpiarse un poco, la imagen que vio lo dejó pasmado: tendida en el suelo, Mary, su mujer, estaba inmóvil y con los ojos azules abiertos, como si estuviese aún mirándolo.
-Oh, por Dios.
Richard recargó su pesado cuerpo contra la pared y se dejó caer lentamente hasta el suelo. En el transcurso, soltó el cuchillo ensangrentado que cayó generando un estrepitoso ruido. No le importó. Su mirada no podía despegarse de aquel cuerpo inmóvil que yacía unos metros frente a él, justo encima de un enorme charco de sangre.
Los ojos, casi desorbitados, recorrían una y otra vez el inerte cuerpo de su esposa, Mary, con quien había tenido diecisiete años de feliz matrimonio.
-Oh, por Dios… La maté. ¡La maté!
El hombre se tapó el rostro con las manos, intentando evitar el terrible panorama que ante él se presentaba. Pero las imágenes eran muchas más de las que podía ver con los ojos. Su mente estaba llena de recuerdos de momentos atrás donde, sin saber cómo, había degollado a quien fue su único apoyo por más de la mitad de su vida.
Fue en ese preciso momento, mientras su mente trabajaba a toda velocidad buscando los motivos que le permitiesen entender que tal desgracia hubiese sucedido, que la comprensión llegó de golpe a él.
Había sufrido otra crisis porque en la ausencia de su mujer había olvidado tomarse las pastillas que le mantenían bajo control. La esquizofrenia paranóica que sufría desde hacía tanto tiempo había vuelto a desatarse, pero ya no tan inofensiva, sino que había manchado sus manos de sangre por primera vez. Y había acabado con la vida de su esposa, y con la suya.