domingos de lectura...

Dec 02, 2007 15:21

 llevo desde hace unos días con una idea en la cabeza, una idea para un fic. Un fic de SUPERNATURAL...

pero no un fic de  Sam y Dean adultos.. no, a mí se me aparecen en la imaginación adoloescentes, creciendo, sin apenas saber lo que es un hogar, y sin embargo sabiendo cosas que al resto nos dejarían muertos...

A mí me intriga esa parte desconocida, esos años previos a que Sam se largara a Stanford.
Así que mi cabeza ha rumiado un fic, bueno, en realidad está en ello..va a ser por capítulos. Si veo que os gusta y que lo disfrutáis, seguiremos. Si no, pues nada, carretera y manta...

Para que nos centremos, la historia empieza con un Sam de 13 años, y con Dean teniendo 16... no recomendado a menores de 17 años, supongo que es obvio el decir por qué... y el resto..pues ya lo iréis conociendo.

Pairing: sam/dean
Edad: sam 13 dean 16
Nc: no recomendado menores 17

Here comes the rain…

A veces las mejores cosas vienen sin que uno las espere. Se acercan, despacio, acechan, observan y nos acaban mordiendo, justo, justo, cuando menos lo esperábamos.
Lo que más nos asusta y desconcierta, es que ese mordisco se nos ha metido dentro, absorbido, penetrado, diluido, y ya no somos… sólo queremos y deseamos.

Un coche negro- Out of my hands (dave mathews band)

El coche entra raudo y veloz, marcando surcos en el barro. El desguace está lleno de charcos. La luna causa estragos en la carrocería brillante, reluciente, negra del coche. En el asiento trasero, dos ojos curiosos, voraces, absorben las pocas imágenes que la luna permite apreciar en esta noche borrosa, oscura y semitrágica.
Buena noche para ir de caza.
Los colmillos de los doberman relucen blancos y brillantes. Sam siente un nudo en el estómago. Justo en el momento en que el coche se detiene, es consciente de lo que están haciendo… y el nudo del estómago crece, aumenta y se estira hasta acabar explotando.

La radio del impala se para. John quita la llave del contacto, y el impala deja de rugir, acallando el silencio nocturno. Nadie respira dentro del coche. Nadie osa levantar una sola palabra. Si los silencios fueran armas, los tres que respiran dentro dejarían de ser carne y pasarían a ser sólo alma. Fuera del cuerpo. Menos que nada.

-Papá…por favor…- Dean se revuelve en el asiento delantero. Copiloto. Observador de mapas. Cuidador aventajado. Un niño con alma de viejo en unos zapatos demasiado cansados.

John Winchester no quiere hacerlo. Le duele el alma, el cuerpo y las palabras. No quiere hacerlo, pero los últimos acontecimientos le han dejado tan frío, tan desolado que no puede permitirse ni un fallo más. Solo necesita tiempo. Un poco más de tiempo.

Si la justicia existiera, a estas alturas él estaría en una casa confortable, viendo la tele, mientras un aroma femenino trastearía en la cocina, y unas risas infantiles le dibujarían sonrisas diminutas y un hoyuelo en su mejilla. Pero no.
La justicia no entiende de verdades, de familias. La justicia no existe para los que son como él. Parias sin alma ni tierra.

-Coge las bolsas de atrás, Dean.
-Pero papá… por favor…

Sam mira a uno y a otro. Desde el asiento trasero siempre ha visto pasar la vida por los lados del impala. Nunca ha estado delante. Nunca demasiado cerca. Siempre demasiado lejos de todo, demasiado protegido. Nunca ha visto la verdad del mundo que Dean sí conoce. Aunque lo intuye. Intuye ese mundo y lo teme. Por eso admira a Dean. Porque siempre está ahí. Siempre lo protege. Siempre sabe qué hacer. Y ahora Dean está igual de contrariado y dolido que él. Y los dos saben que nada de lo que digan o hagan podría cambiar la decisión de su padre.

El timbre áspero, y los ladridos de los doberman de fondo…

-Hola Bobby…. ¿podemos pasar?

La decisión - Bad Company (Bad Co.)

-Entonces… lo has pensado bien, ¿no?

Bobby llena dos tazas grandes de ese café tan espeso y ácido, que huele a matarratas y desinfectante. Como todo lo que hay en esa casa. Sam apenas puede mirar el suelo. Lleno de libros, papeles, pergaminos y trastos. Brújulas, aparatos de medición extraños y botellas de mil formas y colores se amontonan en los rincones, y gruesas capas de polvo se dibujan en los estantes más cercanos.

John Winchester coge su taza de café, mueve la cucharilla ligeramente, y soplando las volutas de humo que giran con parsimonia, asiente lento.
Lento pero con vehemencia. Ha tomado una decisión, y nada podrá cambiarla.

-¿Tan grave fue para que decidas abandonar a los chicos?

La mirada de odio dura sólo unos segundos. John Winchester sabe que es su amigo, pero no. Jamás entenderá que no es un abandono. Es lo mejor para ellos. Por lo menos por ahora. No es justo para los chicos. No.
Desde que Mary… desde lo de Mary, siempre los ha arrastrado a sus cacerías. Por todos los estados habidos y por haber. Carreteras, moteles, casas abandonadas… gente buena y gente mala… aunque a estas alturas de la vida, quién decide lo que es bueno o lo que es malo…
No. John Winchester sabe que tiene que poner tierra por medio. Que no puede permitirse el lujo de dudar entre el bien y el mal. No puede permitirse el lujo de ser vulnerable. De ser débil. Y sabe perfectamente cuál es su debilidad.
Su debilidad en realidad no es una, sino dos, y respiran agitadamente al otro lado de la sala, en espera de lo que les diga tras hablar con Bobby.

-No me puedo permitir ni un fallo más, Bobby… si aquella estriga hubiera acabado con…
-Pero no lo hizo. Llegaste a tiempo.
-Si, pero… podría no haberlo hecho. No quiero condicionar mi vida a los “podría”.. “podría haber hecho esto o aquello”… acabaré volviéndome loco. Y ellos no se lo merecen.

John se mira los pies, incómodo. Por tener que dar explicaciones. Por tener que justificar algo que es injustificable. El miedo nunca podrá serlo.
Y su miedo es tan latente… que a veces le duele confesarlo. Confesar su amor por esos dos chicos. Sus chicos.

-Entonces… ¿crees que ese cura puede cuidarlos?
-¿El padre O’Malley?... claro, está de acuerdo. Él está al tanto. No hay problema.

John suspira pesadamente… deja la taza encima de la mesa. Sus manos son grandes, cansadas. Están agrietadas, de tantas veces que ha tenido que usarlas. Bobby se quita la gorra, raída y llena de vetas de grasa. Se rasca la cabeza, y lo mira.
Si las miradas pudieran hablar, esta diría, “amigo… no quisiera estar en tu pellejo”.

¿Y quién querría?.............

Cuando el ruido del Impala no es más que un recuerdo, Bobby es consciente de las dos miradas clavadas en su espalda.

continuará....

supernatural

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