Hace ya más de un mes,
serena_m_lupin me invitó a unirme a
un estupendo club de lectura en Goodreads que se ha puesto en marcha oficialmente en enero: Sociedad Literaria "Tantos libros, tan poco tiempo" (aprovecho para hacerle un poco de publicidad por aquí). Ha sido la excusa perfecta para dejarme de tonterías y unirme de una vez por todas a esa red social sobre la que llevo orbitando más de un año sin decidirme a hincarle el diente. Y, aunque he llegado tarde, como siempre, el fin de semana pasado tuve oportunidad de leer en un par de ratos libres el primer libro del año propuesto por el club: Coraline, de Neil Gaiman.
Así que aquí llego con la reseña que, por primera vez, será crossposteada simultáneamente en GR. Por cierto, si alguno de los esporádicos lectores que circule por aquí se mueve también por GR, avisadme o sentíos libres de
agregarme. Estaré encantada de empezar a hacer amigos por allí, si averiguo cómo demonios funciona la plataforma.
Título original: Coraline (160 pags.)
Autor: Neil Gaiman
Editorial: Salamandra, 2009
Idioma original: Inglés (traducción de Raquel Vázquez Ramil)
Aburrida y harta de ser ignorada por sus padres, la pequeña e inquieta Coraline Jones decide invertir los últimos días de vacaciones de verano en explorar a fondo la vieja casa a la que se acaban de mudar. Sin embargo, lo que Coraline no sospecha es que esos muros esconden mucho más que un simple trío de vecinos estrambóticos. Y, cuando atraviesa una puerta prohibida, descubriendo la otra cara de su nuevo hogar, se dará cuenta de que su ansia de aventuras la ha llevado a un lugar del que tal vez no logre regresar...
No soy muy buena juzgando libros escritos en formato de cuento infantil, porque siempre siento que se quedan a medio gas y me cuesta desconectar lo suficiente como para disfrutarlos con sinceridad. Pero, a pesar de todo, Coraline es un cuento que logró hacerme disfrutar bastante, especialmente en su segunda mitad. Tiene pasajes muy perturbadores y algunos diálogos dignos de enmarcarse. Y, como es una historia muy corta y ligera, los altibajos del ritmo argumental no llegan a convertirse en un verdadero problema.
Esa irregularidad es lo que más se le podría achacar, aunque todos los hechos están bien concadenados. Hay un capítulo inicial en el que se presenta a los personajes y se establece la situación, un segundo capítulo en el que se introduce el peligro para empezar a crear tensión y, a partir del momento en el que Coraline cruza la puerta, la trama coge impulso. Puede dar la impresión de que en esa fase inicial hay bastante paja y detalles superfluos que, en otras circunstancias, quizá habrían servido para perfilar mejor a los personajes y que sin embargo no cumplen del todo su función. Pero también hay que señalar que casi nada de lo que dice Gaiman está dicho al azar y en algún u otro momento vuelve a salir a la luz. Incluso el documental sobre insectos que se queda viendo Coraline al principio de la historia es un interesante guiño a lo que nos espera después.
No obstante, la trama sufre a veces un curioso efecto de montaña rusa. Está en constante ascenso hasta que Coraline visita por primera vez el otro mundo, baja de repente cuando regresa a casa y comprende lo que está ocurriendo, despega otra vez de golpe cuando empieza su "misión de rescate" y de repente llegamos a un capítulo final terriblemente anticlimático. Puede percibirse una pauta ahí, quizá un intento de Gaiman de dar un toque más mundano a esta aventura delirante. Porque la acción no culmina en una apoteósica batalla final que suponga el punto álgido de la historia. Es un poco como mirar más allá del omnipresente "felices para siempre" y descubrir que aún quedan cabos sueltos por atar. Una técnica bastante interesante, sobre todo para un cuento, pero anticlimática de todas formas.
"-Oh, eres tú -le dijo al gato.
-¿Lo ves? -repuso éste-. No es tan difícil reconocerme, aunque no tenga nombre.
-Ya, ¿y qué hago si quiero llamarte?
El animal frunció el hocico y no se dejó impresionar por la pregunta.
-Llamar a los gatos es un ejercicio sobrevalorado -confesó-. También podrías llamar a un torbellino."
(capítulo 5; lo mucho que me ha hecho disfrutar el gato no tiene nombre)
Sobre los personajes también hay poco que decir, porque se ciñen a su vez al formato al que pertenecen y se limitan a representar arquetipos. Coraline, al menos, lo es de forma evidente: un personaje unidimensional creado con un propósito muy concreto. Así son los protagonistas de los cuentos. Pero Gaiman consigue hacerla ver muy fuerte, a pesar de todo. Representa la valentía, el arrojo, esa resolución con la que es necesario enfrentar los problemas en la vida real. Es fácil sentirla como una buena heroína. Y, aun así, también tenemos acceso a su parte "negativa", aunque sea de forma tangencial. Ese toque impaciente y caprichoso que deja traslucir a veces y que, de forma indirecta, es lo que le crea los problemas. De hecho, la lucha de Coraline con la otra madre viene a ser la lucha de Coraline contra sí misma, lo peor que hay dentro de ella o lo peor en lo que se podría convertir si cediera a su egoísmo. En cierta forma, Coraline no sólo representa el valor, sino también el autocontrol frente a esa vida idílica que la otra madre le ofrece.
Curiosamente, los adultos están mucho más definidos, incluso con un simple par de pinceladas. La personalidad de todos ellos, desde los padres hasta los vecinos, los otros o hasta el gato, salta a la vista enseguida y les da volumen. En ellos hay matices, además, que sólo un adulto podría comprender o captar en su totalidad. No representan arquetipos buenos o malos, simplemente son como son. Personas. Y cumplen bien su función.
En esa galería de secundarios, quienes más destacan son el gato y la otra madre. El gato, porque es un espíritu libre que va a donde quiere y hace lo que quiere, pero cuyo salvajismo y carácter caprichoso nunca se obvia. Y la otra madre, porque encarna la posesión más brutal y absoluta, tan controladora que es capaz de crear un mundo a su medida y convertir a todo el que la rodea en simples peleles. Ella es un personaje fascinante, la cara más cruda y siniestra del amor posesivo. Porque nunca se cansa de repetir que quiere a Coraline, pero la quiere como se quiere a un objeto de tu propiedad.
Es muy interesante cómo Gaiman la construye, como si fuese un reflejo de esas madres sobreprotectoras y asfixiantes que anulan por completo a sus hijos. Los ojos de botones son un gran detalle, porque, a fin de cuentas, el amor es ciego, y ese tipo de personas sólo ven lo que quieren ver. Los niños a los que convirtió en conchas vacías, arrebatándoles el alma, también recuerdan a los hijos que pierden por completo su identidad bajo una madre dominante que lo hace y lo decide todo por ellos. Esa madre se presenta como la única capaz de dártelo todo y cumplir todos tus deseos, pero ¿cuál es el precio? Vivir a su sombra, siempre comiendo de su mano, sin libertad. Con la otra madre, Gaiman convierte el amor en algo monstruoso.
"-¿Cómo voy a saber que mantendrás tu palabra? -le preguntó la niña.
-Lo juro. Lo juro sobre la tumba de mi madre.
-¿Tiene tumba?
-Claro que sí. Yo misma la puse allí, y cuando intentó escabullirse, la volví a enterrar."
(capítulo 8, mientras Coraline y la otra madre negocian su acuerdo; mejor diálogo de todo el cuento)
Ése es el eje central de Coraline, el pulso entre una paternidad de aspecto descuidado o indiferente y la paternidad tóxica y sobreprotectora. Coraline tiene que elegir entre unos padres que no siempre están pendientes de ella, pero que la quieren y le permiten ser ella misma, y unos padres que prometen vivir constantemente para ella, pero pretenden atraparla como a una mosca en una telaraña. El cuento nos habla de hasta dónde pueden llevarnos nuestros deseos, del peligro de dejarnos tentar por las fantasías, del valor de conformarse con lo que se tiene y de que escapar de la gente tóxica (y de sus garras) es posible si se les planta cara y no te rindes. De los problemas no se puede huir, hay que combatirlos de frente. Es interesante además que Coraline luche contra la otra madre con el objetivo claro de salvar a los demás, no sólo a sí misma. Mientras que la historia empezaba con la niña abrumada por su propio aburrimiento y desencanto, termina con ella enfrentándose a todo por sus padres y el resto de niños, comprendiendo de verdad qué es lo que importa.
Tanto las señoritas Spink y Forcible como el señor Bobo ofrecen también su propia moraleja, aunque de forma mucho más sutil. El mundo de la otra madre es la trampa más obvia, la fantasía que pretende atraparte en sus redes; pero las dos ancianas artistas también viven atrapadas, rememorando siempre un pasado glorioso que nunca volverá, del mismo modo que el señor Bobo ha entregado su vida a un proyecto irreal que nunca lo llevará a ninguna parte. En la casa de Coraline, todos viven atrapados, pero es ella la que tiene la oportunidad de luchar contra su propio mundo fantástico y escapar de los espejismos, para redescubrir el valor del mundo real y la vida ordinaria. Porque hasta los mejores sueños se pueden convertir en una pesadilla si te dejas devorar por ellos.
En cuanto al estilo, es muy llamativo cómo Gaiman se adapta a la estructura y redacción propia de los cuentos, pero es capaz de brillar intensamente en los diálogos, sólo con un par de palabras bien dichas. Todas las intervenciones del gato destacan en ese aspecto, soltando perlas aquí y allá. Algunas de las reflexiones de Coraline, sobre todo al final, también comparten esa brillantez. Por lo demás, resulta más importante lo que se insinúa que lo que se dice textualmente. El tono es ligero y accesible, pero consigue crear imágenes complejas y una ambientación muy tensa con aparente sencillez (las escenas en el teatro del otro mundo y en el sótano con el otro padre, durante la búsqueda de Coraline, son buenas pruebas de ello; dignas de pura pesadilla). Todo aderezado con unas dosis de humor negro nada desdeñables.
En definitiva, una obra rica e interesante de la que se puede extraer mucho, pero con un formato que en ocasiones parece quedársele pequeño y que peca de irregularidad. Aun así, merece mucho la pena darle una oportunidad. Al fin y al cabo, es un cuento; te lo puedes terminar en una tarde.
Tuve oportunidad de ir a ver Los mundos de Coraline con las chicas hace años, cuando la estrenaron en el cine (de hecho, ya la comenté aquí en su día), y recuerdo que a todas nos impactó, en mayor o menor medida. Fue una noche memorable. Pasó a la historia por el mítico "¡Me cago en las putas cucas!" de la pobre Viki, que en aquella época estaba sufriendo una plaga de cucarachas en su propia casa y no le hizo ni pizca de gracia el matiz... coleóptero de la película. Sin embargo, decidí hacer un rewatch también para poder convertir este post en una de esas combo reseñas libro-peli que tanto me gustan. Y ha sido una experiencia de lo más interesante.
Es curioso cómo, incluso contando la misma historia, Los mundos de Coraline se convierte en una cosa muy distinta al cuento de Gaiman. A base de pequeños retoques aquí y allá, en parte por las exigencias de tener que transformar un relato así en un film de hora y media, los personajes se metamorfosean y las dinámicas cambian. El mensaje de fondo sigue siendo básicamente el mismo, pero la forma de presentarlo difiere un montón.
Para empezar, la estructura argumental de la película es totalmente distinta y se percibe un intento por introducir mejor los distintos elementos y darles cohesión. El conflicto se va construyendo más despacio, invirtiendo tiempo en hacer crecer la tensión entre Coraline y sus verdaderos padres, mientras los otros padres se esfuerzan mucho más también en tentarla con sus espejismos. A partir de un fuerte punto de inflexión, el tono cambia y se desencadena la aventura en sí, durante toda la fase final de la historia, que se cierra con un buen clímax. Esto solventa en cierta forma el ritmo irregular del cuento, pero también le da a la película un formato mucho más "tradicional", que destroza el carisma de la obra de Gaiman. Porque Los mundos de Coraline es una aventura épica al uso, con batalla final incluida y final feliz, en el que todos se reúnen alegremente en el jardín como una familia.
La conclusión del cuento original es diametralmente opuesta: no hay final feliz, ni siquiera hay un cambio sustancial en la vida de la gente después de esa experiencia. Y no lo hay porque en Coraline se habla de las pequeñas batallas diarias, las luchas que todos debemos librar en nuestras vidas y que necesitamos ganar para seguir adelante, pero por las que nadie nos va a dar una medalla. Coraline fue una heroína invisible, nadie se enteró de lo que hizo o por lo que tuvo que pasar. Pero es que ni siquiera ella misma necesitaba ese reconocimiento, y eso es muy importante viniendo de una niña que al principio se nos presentaba hastiada por el déficit de atención paterna. Su premio fue simplemente crecer y convertirse en mejor persona.
Ese alargamiento de la trama también termina desdibujando a los personajes. En el cuento, representaban arquetipos; en la película, necesitan más volumen para hacerlos más atrayentes. De esta forma se le da a Coraline un arco evolutivo que en el cuento no tiene ni necesita: empieza siendo mucho más apática, las fricciones con sus padres se acentúan, se la empuja hasta el punto de desear ir al otro mundo (algo que en el cuento jamás sucedió) y sólo cuando la cosa le explota en la cara se da cuenta de su ceguera y cambia de actitud. La parte positiva es que eso le da más personalidad. La parte negativa es que se convierte en una Coraline distinta, muy lejos de la niña perspicaz e inteligente del cuento.
Algo parecido pasa con los padres. En la película se presentan mucho más agrios (especialmente la madre), mientras que en el cuento son simplemente producto de una rutina corriente y apática. Sin embargo, también es cierto que el film trabaja la situación con más detalle, haciendo hincapié en que al estrés de la mudanza se suma el estrés por cumplir unos plazos de entrega en el trabajo. De hecho, una vez entregan el catálogo que estaban preparando, la actitud de la madre cambia y se torna más conciliadora, pidiendo la comprensión de una Coraline que, para ese entonces, ya está al límite. Y todo justo antes de desaparecer, claro, porque no hay que desperdiciar la oportunidad para endosarnos un buen recurso dramático a la trama.
A la otra madre también le han hecho un buen lavado de cara, tornándola mucho más obvia. Para que no nos quepa ninguna duda de su carácter controlador y obsesivo, decidieron convertir a los habitantes del otro mundo literalmente en marionetas, introduciendo además el añadido de los muñequitos vudú (que no aportan nada en realidad, pero son toda una declaración de intenciones por parte de la otra madre). La película repite por activa y por pasiva que su único deseo es dominar. Incluso lo representan de forma bastante interesante al final, cuando el otro mundo termina de desmoronarse, convirtiéndose en una simple telaraña. Personalmente, me gustó más el reto que supuso la otra madre en el cuento, donde todo era más sutil y te incitaba a teorizar. La otra madre de la película sigue siendo escalofriante, pero también un poco menos carismática.
Sin embargo, lo que más le reprocho a la película es el absurdo añadido que supuso Wyborne, el otro niño de la casa. Supongo que los guionistas no querrían tener a Coraline sola ante la cámara la película entera, pero es que la gracia de esta historia es que Coraline está sola. Wybie no sólo no aportaba nada a la trama, sino que se empeñaron en meterlo en todas partes, hasta el punto de que termina provocándole a Coraline el síndrome Ron Weasley (al que las películas convirtieron en un pelele, robándole buena parte de su protagonismo en favor de una Hermione sobredimensionada que se comía los roles de ambos porque sí). Wybie no está tan sobredimensionado y comprendo que algo tenía que hacer, ya que lo habían creado. Pero el problema es que su intervención le robaba potencia a las acciones de Coraline, que en más de una ocasión casi se vio como una damisela en apuros. Wybie pone en marcha la trama, acompaña a Coraline en ambos mundos, la rescata más de una vez y, por si no fuese bastante, además es también el elemento que conecta la línea de la otra madre (le da la muñeca a Coraline) con la de los niños desaparecidos (la hermana de su abuela es una de los fantasmas). Es demasiado peso para un personaje que ni existe en el cuento original.
Coraline era perfectamente capaz de salvarse solita. Se sirvió sólo de su inteligencia y del apoyo puntual del gato para resolver todo ese entuerto. Y no creo que fuese necesario ningún personaje que ejerciera de hilo cohesor en esta historia.
Eso sí, técnicamente, la película es preciosa. Laika hizo un gran trabajo con el diseño de los personajes (la expresión de Coraline encajaba con ella al 100%) y, sobre todo, con los escenarios. La escena en la que Coraline y el gato salen del otro mundo y se adentran en la "niebla" es fantástica, así como la forma en que todo lo creado por la otra madre se va desarmando conforme encuentran las almas de los niños. Recrearon bastante bien la atmósfera que imprimía Gaiman en el cuento; aunque también hay que admitir que los enfrentamientos con las otras Spink y Forcible y con el otro padre no le hacen justicia en absoluto a sus escenas homólogas del libro. Imagino que las escenas originales eran demasiado perturbadoras como para reproducirlas tal cual.
Aun así, jugaron bien sus cartas. En la película se intenta imprimir un carácter mucho más amable al otro mundo y concentran toda su creepyness en los ojos de botones. A Gaiman le bastaban un par de palabras para crear una atmósfera agobiante y siniestra desde el primer momento, pero las necesidades de la película son distintas y la fórmula que utilizaron en Laika cumple con su función. Pocas cosas hay tan inquietantes como la imagen amable de algo que sabes que no lo es.
Por último, mención especial a la música. Los mundos de Coraline tiene una banda sonora muy bonita y delicada, que encaja a la perfección con el ambiente de la historia.
En definitiva, admito que éste es uno de esos casos en los que la película pierde bastante si la comparas con el texto original. Pero las dos versiones tienen su chispa propia, juzgándolas por separado.
Y, sea como sea, la historia de Coraline merece ser conocida.