Como ya comenté hace tiempo, el año pasado fue el 10º aniversario de Corazón de tinta (en su edición española), así que me propuse una relectura de la trilogía para celebrarlo. Se ha hecho un poco de rogar, pero por fin terminé el primer libro el otro día. Y,
aunque ya hablé de él en su momento, cuando lo leí por primera vez, aquí traigo una reseña renovada, porque es interesante comparar las dos lecturas, con seis años de diferencia entre ellas.
Título original: Tintenherz (Corazón de tinta, 608 pags.)
Autor: Cornelia Funke
Editorial: Siruela, 2009
Idioma original: Alemán (traducción de Rosa Pilar Blanco)
Meggie Folchart y su padre Mortimer siempre han tenido una vida fuera de lo común. Mo, que es restaurador de libros y un ferviente amante de la literatura, se las ha ingeniado para transmitir a su hija el amor por las historias, poblando su mundo de fantasía. Pero cuando una noche aparece en su casa un hombre extraño, con un nombre aún más extraño, trayendo consigo una sombra de inquietud digna de las mejores novelas de aventuras, Meggie tendrá oportunidad de comprobar que hay cuentos que es mejor que permanezcan dentro de las páginas. Y que desear vivir nuestras historias favoritas es mucho más peligroso de lo que nunca pudo imaginar…
Leí Corazón de tinta por primera vez en el verano de 2009, en cuestión de dos días, así que sobra decir que me apasionó. Había visto primero la película, de la que me quedé enamoradísima, y eso también influyó mucho en mi fanatismo, aunque la novela difiere bastante de lo que vimos en la gran pantalla. Sin embargo, la relectura se me ha atragantado mucho más, a pesar de que la novela sigue gustándome. Tal vez no esté hecha yo para relecturas, a no ser que hayan pasado muchísimos años desde la primera vez o se enmarquen en alguna maratón conjunta.
Sea como sea, Corazón de tinta sigue siendo una historia fantástica que aún supone un importante soplo de aire fresco en determinados aspectos que valoro por encima de todo. No me ha enganchado tantísimo como la primera vez, eso es cierto; pero, cuando leía, disfrutaba lo indecible y las páginas se me acababan sin sentir. Me ha arrancado carcajadas, me ha vuelto a maravillar en esos puntos que guardé en tan alta estima y, en general, creo que ha envejecido realmente bien. Sigue siendo un chapó monumental para la señora Funke.
La trama arranca despacio, a pesar de que ya se nos plantea el "misterio" en el primer capítulo. Reconozco que, hasta la entrada en escena de Elinor, la novela se me ha hecho lenta y me costó coger el ritmo, quizá porque ya conocía la historia y las partes iniciales de presentación y ambientación me sobraban. Aun así, una vez llegan a la enorme finca Loredan, la cosa se anima y la lectura se hace mucho más amena. En parte porque Elinor representa un alto porcentaje de la salsa de este libro.
Siendo objetivos, tampoco es que pasen grandes cosas o vivamos increíbles momentos de acción. El argumento es sencillo y relativamente lineal, con los personajes yendo y viniendo constantemente, siempre en torno al libro que supone el corazón de esta novela (larga vida a la metaficción). En vez de meternos de cabeza en una aventura surrealista, todo lo que sucede a lo largo de la historia es tremendamente mundano. Todo, excepto ese gran punto de fantasía que representa el don de Mo: traer a la vida a los personajes de los libros con su lectura. Si no fuese por eso, Corazón de tinta sería hasta simplista. Porque no deja de estar ambientado en el mundo real; y el mundo real es lo que es, no da más de sí.
En el fondo, Funke consigue un efecto muy interesante planteando la trama de esta forma: todos están metidos en un embolado fantástico, pero ni los secuestros, ni las amenazas, ni las fugas, ni las persecuciones que nos encontramos en el libro son asuntos extraordinarios. Ni siquiera se narran con excesiva emoción, como si se los quisiera despojar a posta de ese carácter trepidante que marca siempre los hechos en las novelas (y que a veces los vuelve un poco irreales, sea dicho de paso). De hecho, más de una vez los personajes reflexionan sobre lo diferente que es ver situaciones así en un libro a encontrártelas en la vida real. Es muy curioso que un libro que habla de libros no te dé la sensación de estar leyendo un libro mientras lo lees, pero creo que ahí reside precisamente gran parte de su chispa.
"... Pero Meggie se llevaba en cada viaje sus libros también por otro motivo. Eran su hogar cuando estaba fuera de casa: voces familiares, amigos que nunca se peleaban con ella, amigos inteligentes, poderosos, audaces, experimentados, grandes viajeros curtidos en mil aventuras. Sus libros la alegraban cuando estaba triste y disipaban su aburrimiento..."
(pag. 31)
Sin embargo, sí ha habido detalles argumentales que me han hartado un poco en esta relectura. No me refiero a cuestiones técnicas; una de las cosas que más me gusta de Funke es que es tremendamente lógica a la hora de narrar, así que es casi imposible encontrar la más mínima incoherencia o aspecto que no encaje en sus textos. Para mí, que soy muy quisquillosa con los pequeños detalles, incluso con cosas en las que la mayoría de la gente ni se fija, este rasgo suyo es una bendición. Sus novelas son como puzles perfectos, no deja cabos sueltos, y eso las hace mucho más auténticas. No, lo que me ha hartado ha sido, irónicamente, las constantes referencias literarias. Me ha sorprendido, porque creo que en su momento me encantaron, pero esta vez se me han hecho cansinas, repetitivas, petulantes y, en dos o tres ocasiones, han llegado a irritarme de verdad; sobre todo cuando procedían de Meggie o de Mo (la relación de Elinor con los libros me despertaba mucha más simpatía). Creo que quizá se le haya ido un poco la mano con esa caracterización, ha habido momentos (muy pocos, eso sí) en los que se sentía casi esperpéntico. Pero quizá sea una manía personal, porque en los últimos años he desarrollado una aversión enfermiza por la petulancia hípster/cultureta y ahora detesto todo lo que tenga un tufillo similar.
Yo siempre he amado los libros con toda mi alma y me he alimentado de ellos, así que Corazón de tinta me dio de lleno en el corazón (valga la redundancia) cuando lo leí por primera vez. Me sentía identificada con todo y con todos, su pasión por la literatura me emocionaba profundamente. También es cierto que me pilló en un momento de mi vida realmente sensible. Pero ahora que he vuelto a leerlo casi seis años después, me siento como si fuese una pastelosa película romántica de Hollywood, de esas que hablan del amor verdadero y los flechazos a primera vista, desde una perspectiva absolutamente irreal. Creo que el amor a la literatura que se plasma aquí cae un poco en el mismo cliché. Todo es fantástico, todo está idealizado. Y por supuesto que la literatura es maravillosa y nos aporta muchísimo, pero tampoco es un "príncipe azul". Los príncipes azules no existen, en ningún ámbito de la vida. Tener una relación de amor platónico con los libros también entraña sus peligros y puede ocasionarte serios problemas, si no aprendes a poner cada cosa en su lugar. El aislamiento social, la huida de la realidad y la frustración existencial son algunos de ellos; y lo sé porque los he sufrido en carne propia durante muchos años. Es como vivir soñando con la llegada del mentado príncipe azul, menospreciando lo que te rodea porque no llega al nivel de tus expectativas fantasiosas. Esa forma de afrontar la vida es autodestructiva, y no conviene olvidarlo. La ficción es ficción, y ésta no puede llegar a dominar tu mundo. Así que no puedo evitar pensar que esta novela rezuma demasiada afectación a ese respecto. Tanta que, por momentos, llega a indigestar.
Es cierto que esos aspectos negativos no se ocultan por completo. Elinor es un buen ejemplo de ello, sin familia, sin amigos, sin nada ni nadie más que su casa gigantesca llena de libros. La soledad que siente al regresar al hogar sin Mo y Meggie es conmovedora. Pero sólo se trata de pasada, no se profundiza en ello. Tampoco se hace hincapié en el detalle de que Meggie tiene 12 años y es completamente asocial, no tiene contacto con ningún ser humano a parte de su padre y toda su vida son los libros. Ni siquiera va al colegio, apenas. El asunto se pinta como algo muy idílico, pero a mí me ha parecido triste, muy, muy triste. Supongo que la intención de la autora era conectar con los ratones de biblioteca, y vaya si lo consigue; pero no estoy segura de que ofrezca una salida a esa forma de vida, a pesar de la obvia moraleja de que las historias están mejor en las páginas de los libros que campando por nuestro mundo.
En fin, independientemente de todos los más y los menos que la novela pueda tener en el plano argumental, su verdadera joya de la corona son los personajes. Y es que Funke ha creado una galería maravillosa, uno de los mejores elencos que he encontrado nunca en una novela. No porque sean los reyes del carisma (que no lo son), sino porque tienen un nivel de realismo y autenticidad que los hace únicos, tan tangibles como personas de carne y hueso.
Tenemos a Meggie como heroína, una niña que siente total devoción por su padre, pero a la que le importa un bledo la ausencia de una madre que no recuerda; y que, como buena niña de 12 años, es egoísta, envidiosa e ingenua, con unas ideas de bombero jubilado que sólo pueden tener sentido en la mentalidad de un crío. No obstante, cuando se narra desde su PoV, todo te parece tan lógico como puede parecerle a la propia Meggie y, tengas la edad que tengas, te metes de lleno en su piel. Estos rasgos tan humanos, que así a bote pronto podrían sonar peyorativos, revalorizan muchísimo el personaje. Y no se puede pasar por alto que, ante todo, Meggie es una chica muy, muy valiente. Tiene miedo, por supuesto, pero también tiene un carácter fuerte que le permite conservar la firmeza. Hay un momento, ya hacia el final, en el que Elinor intenta compararla con un "héroe literario", pero termina desistiendo, porque no recuerda ninguno digno que sea mujer ni que sea tan valiente como lo está siendo Meggie, en la situación en la que se encuentra. Ese simple pasaje resume bastante bien lo que aporta la figura de Meggie a esta historia.
De Mo nos queda claro desde el principio que es un hombre intrínsecamente bueno, pero eso tampoco lo convierte en un ángel. También es egoísta a su manera, la obsesión por el libro y por recuperar a su mujer han marcado por completo su vida. Y, por mucha pena que le dé la situación de Dedo Polvoriento o por más que le preocupen Capricornio, Basta y los demás, decidió huir de ellos de una forma más o menos cobarde y se ha pasado casi diez años dándoles esquinazo, porque "ya tiene bastante con sus propios problemas". No fue una reacción muy heroica, pero seguramente sea lo que hubiésemos hecho cualquier hijo de vecino en su situación. Incluso cuando el sufrimiento los rodea, él sigue anteponiendo su nostalgia, hasta el punto de que Meggie llega a sentir celos de su madre ausente. Y no es que esa nostalgia haga que todo el universo le dé igual, su hija también es de una importancia vital para él y el afecto que siente por Elinor es innegable. Simplemente… es humano. Y otro de los detalles de Mo que más me gustó, aunque se menciona muy de pasada, es que ha tenido "novias", es decir, intentó rehacer su vida después de la catástrofe de aquella noche en que leyó Corazón de tinta por primera vez. Pero nada consiguió hacerle olvidar.
"... Eres un muchacho tan crédulo, Dedo Polvoriento. Contarte mentiras me divierte. Tu ingenuidad siempre me ha dejado estupefacto, pues al fin y al cabo tú mientes con sorprendente habilidad. Y es que simplemente te complace creer lo que te viene en gana..."
(pag. 192)
Sin embargo, del trío protagónico (que en realidad viene a ser más un sexteto), mi favorito es y siempre ha sido Dedo Polvoriento. Yo me enamoré de él a través de la película y seguía bastante obnubilada cuando leí la novela por primera vez, aunque ambas versiones del personaje son como el día y la noche; pero en esta ocasión he tenido oportunidad de re-enamorarme del comecerillas con más conocimiento de causa. Y es que, aunque tiene algunos rasgos buenos, Dedo Polvoriento es, en general, una persona despreciable. Es egoísta (más que Meggie y Mo juntos), cobarde, mentiroso, manipulador, un chaquetero que sólo piensa en sí mismo, rancio, mezquino, una verdadera rata de alcantarilla… y conseguir que un personaje así se convierta en algo tan entrañable es una obra de ingeniería narrativa espectacular. Porque, por más perradas que cometa, es imposible no sentir lástima por él o incluso justificarlo. A Dedo Polvoriento le destrozaron la vida hace nueve años, cuando lo trajeron al mundo real, y todo lo que hace desde entonces, por muy reprobable que sea, desprende tanto patetismo y desesperación que el lector no puede hacer más que compadecerlo. Hasta el asunto de Resa es comprensible, visto desde su lógica retorcida. Es una rata, sí; pero pobre rata.
Muchas veces se habla del hermetismo de Dedo Polvoriento, que, aunque sufre a la vista de todo el mundo, nunca abre su corazón a nadie, de modo que nadie sabe por qué sufre exactamente. La película destroza eso, porque tiene que jugar con el formato audiovisual, pero con la relectura he sido verdaderamente consciente de lo secreto que es el secreto de Dedo Polvoriento. Ni siquiera cuando se narra desde su PoV le da la más mínima pista al lector (por cierto, sus pasajes son de mis favoritos; siempre es interesante meterse en la cabeza de un tipo como él). Ahora tengo que esperar a leer Sangre de tinta, para terminar de analizar el asunto en toda su magnitud, porque ya no recuerdo los detalles. Pero no nos adelantemos. Incluso sin saber lo que hay más allá, Dedo Polvoriento es un personaje magnífico. Me gusta mucho el tándem que forma con Mo, también: casi una década unidos por el lazo del destino, pero lejos aún de ser amigos, guardándose un profundo rencor mutuamente, que nunca sale a flote. Está bien que la novela acabe como acaba, para ambos. No podría haber sido de otra forma.
Elinor también merece montones de alabanzas, aunque su personaje se puede resumir en que es sencillamente genial. Adoro su carácter, su humor negro y su lengua mordaz. Y también sus debilidades, porque debajo de toda su coraza no deja de ser una mujer asustada que se encuentra envuelta de repente en un asunto que le viene grande. Me encantan los pasajes que se narran desde su punto de vista, y me gusta el análisis de ella que hace Dedo Polvoriento en un momento dado, también. Como ya dije al principio, Elinor es la que le da color a la novela (ella y Fenoglio), porque ninguno de los otros tiene tantísima chispa. Buena parte de las fantásticas quotes que me apunté son suyas, y buena parte de las carcajadas que solté también vinieron de su mano. Y, aun así, tiene también su propio halo de dramatismo y tristeza. Fantástica, fantástica Elinor.
"... ¡Me aburro! Soy un escritorzuelo, como certeramente me calificaste, necesito papel para vivir igual que otros necesitan pan y vino o cualquier otra cosa..."
(pag. 464)
Fenoglio es otro punto fuerte de la historia, y el personaje con el que más identificada me he sentido en esta relectura. Porque me gusta muchísimo su carácter y su evolución. Es genial cómo pasa de escritor prepotente con complejo de dios a hombre horrorizado al darse cuenta de que no es en absoluto divertido encontrarte cara a cara con tus propias creaciones. También tiene una forma de ser muy especial, con ese descaro medio suicida, y un humor que amenizaba la narración. Fenoglio refleja varios de los rasgos más asquerosos que tenemos los escritores, tan marginados de la realidad como los lectores, pero con el agravante de dedicarnos a crear nuestras propias realidades; así que él siempre es una buena excusa para hacer un poco de autocrítica y reírse de uno mismo.
Con respecto a Farid… es un personaje al que le cogí mucho cariño en la película, pero al que llegué a odiar conforme avanzaba la trilogía. Por suerte, en Corazón de tinta todavía es un chaval entrañable, aunque siempre será un misterio para mí por qué está tan emperrado con Dedo Polvoriento, que (todo sea dicho) lo trata como el culo. Si me pongo a pensar en ello, sólo se me ocurren teorías psicológicas un poco retorcidas, del estilo de que está tan acostumbrado a que la gente lo maltrate, que se pega a Dedo Polvoriento porque también lo trata mal y la situación se le hace familiar. No es que el otro le esté pegando palizas todo el tiempo, pero en fin, la cruda realidad es que hay gente que, aun habiendo sufrido a ese tipo de personas, tiene una tendencia inconsciente a seguir juntándose con ellas. Por supuesto, también está Gwin y está el fuego; pero seamos francos, a quien se pega Farid como una lapa es a Dedo Polvoriento, sin más escusas. Y eso que Mo lo trató mucho mejor… A veces se me hace medio surrealista esa devoción tan fanática por su parte.
De los malos no hay mucho más que decir, ya se los analiza suficiente dentro de la propia novela. Pero bueno, Capricornio, Basta y Mortola son también grandes personajes, que cumplen bien con su función. Para mí, se quedan algo cortos y estereotipados en relación a los demás (sobre todo Capricornio), pero es que son personajes salidos de una novela, y parece que Funke los ha hecho así a posta. Hay cosas suyas que me cansaron, especialmente todo el tira y afloja entre Basta y Dedo Polvoriento, los jueguecitos y las amenazas, que en ocasiones se alargaban demasiado. Aunque los puntos flacos de Basta le daban más personalidad, también terminaron envolviéndolo en un aire de patetismo que le restaba mucha fuerza como villano y hacía casi incomprensible que inspirara de verdad el miedo que en teoría causaba a todo el mundo. En ese aspecto, Mortola era un poco más sólida y estaba mejor equilibrada, con rasgos humanos como Basta y genuina maldad como Capricornio.
"... ¿Hay algo más hermoso en el mundo que las letras? Símbolos mágicos, voces de muertos, sillares de mundos maravillosos mejores que éstos, que dispensan consuelo, disipan la soledad, guardan los secretos, proclaman la verdad..."
(pag. 567)
Sobre temáticas, el eje central de la novela es la propia literatura, obviamente. En todas sus facetas, desde la perspectiva del lector hasta la del escritor, desde los amantes de libros hasta los creadores, pasando por los "médicos" (como Mo). Pero también hay pequeños detalles que pasan más desapercibidos y que merecen una mención. Es muy curioso cómo se habla constantemente de violencia, crimen, asesinatos, coacciones y chantajes, pero, a causa de ese toque de patetismo en los malos, no llegues a ser consciente del todo de las auténticas dimensiones del asunto. Pasa lo mismo con las mujeres que tienen esclavizadas en el pueblo de Capricornio; son las criadas, sí, pero seguramente sean también algo más y se abuse de ellas en muchos grados diferentes. Más de una vez se da a entender, Elinor reflexiona en un momento dado sobre lo que podrían llegar a hacerle a Meggie aquellos tipos si tuviera un par de años más, y a Resa nos la presentan como "la favorita" de Capricornio, cuando todos sabemos lo que eso significa (y ella misma se niega siempre a hablar de lo que le han hecho en ese pueblo). El caso es que la parte más cruda de todos esos asuntos no se oculta, pero se sugiere con tanta sutileza que tal vez sólo un adulto lo llegue a captar. Toda la novela tiene un barniz de falsa inocencia, para encajar en el género juvenil, que permite una doble lectura. Y eso tiene sus pros y sus contras: por un lado, ese trasfondo de crudeza le da profundidad y verosimilitud a la situación; por otro, tratarlo de forma tan velada puede llegar a relativizarlo un poco.
No me quiero extender más. Voy a terminar comentando que el estilo narrativo de Funke me gusta muchísimo, pero que en algunos momentos se me hacía demasiado rimbombante, con una terminología un poco elevada de más. No sé si eso es culpa de la traducción o ella lo hizo así a propósito. Porque, aunque en principio parece poco realista que Meggie hable de esa forma con la edad que tiene, también es cierto que la niña se ha criado devorando libros, y esa relamidez en el lenguaje puede ser hasta lógica.
Voy a hacer una pausa entre libro y libro de la trilogía, intercalándolos con cosas más ligeras, así que mi próxima víctima va a ser El gran Gatsby. Lo tengo en la estantería desde hace mucho y estoy deseando hincarle el diente, a ver qué tal.
Después, sí, le llegará el turno a Sangre de tinta. Que Dios me pille confesá.