Cuando Ginny abandonó los vestuarios del equipo de quidditch ya casi era de noche. Se tomaba muy en serio sus labores de capitana, así que se había quedado media hora más que el resto del equipo garabateando diferentes esquemas de juego en la pizarra. Quizás en realidad se había quedado atrás sencillamente porque no tenía ganas de ir al Gran Comedor y tomar su cena de San Valentín a la luz de las velas flotantes en compañía de un montón de parejas. Especialmente cuando la suya estaba en Londres y no había previsión de poder verlo hasta las vacaciones de Pascua.
No lo veía desde Navidades. Harry estaba muy ocupado con su formación como auror y Ginny, bueno, Ginny estaba en Hogwarts terminando sus estudios. Lo que en realidad le hubiese gustado hacer era presentarse a las distintas pruebas de selección para entrar en la reserva de algún equipo de quidditch, pero sabía que eso disgustaría a su madre y desde lo de Fred... todos evitaban darle disgustos.
Así que había decidido tomarse ese último año en Hogwarts como un año más de entrenamiento. Ganar la copa de quidditch la ayudaría a hacerse un lugar en el quidditch profesional. A Oliver Wood le había funcionado.
Pensaba en ello cuando llegó al hall del castillo. Como suponía, todos los estudiantes estaban en el Gran Comedor. Por un momento Ginny sintió la tentación de irse directamente a su habitación sin cenar pero entonces Luna salió de la pequeña habitación junto al Gran Comedor, en la que solían esperar las visitas o los alumnos de primero antes de la ceremonia del sorteo seleccionador.
Desde la guerra ya no llevaba su habitual collar de corchos, ahora llevaba un collar lleno de botones de colores. Por lo demás, seguía siendo la de siempre, y ahora se dirigía a Ginny con una sonrisa soñadora.
-Hola, Ginny -la saludó con su vocecita de duende.
-Hola, Luna, ¿por qué no estás cenando?
-Estaba buscándote -respondió ella cogiendo a Ginny de la mano, y sin añadir nada más la guió hasta la sala de las visitas. Ginny se dejó llevar con docilidad, preguntándose qué sorpresa le había preparado Luna. Tratándose de ella podía ser cualquier cosa.
Pero lo cierto es que ninguna de las disparatadas opciones que pasaron por su mente se acercó ni siquiera a la respuesta real. Había una persona esperándola allí. Un hombre, joven, de pelo moreno y rebelde, un poco más largo que en Navidades. Con gafas redondas que sólo hacían que sus ojos verdes resaltaran todavía más y vestido a la usanza muggle, con vaqueros desgastados y un jersey -esta vez sí -de su talla.
Era Harry.
Harry.
-Hola, Ginny -la saludó él con tranquilidad, como si se hubiesen visto el día anterior o tan sólo unas horas atrás. Acompañó las palabras de una sonrisa que hizo que Ginny lo observara con detenimiento. Estaba cambiado. Había algo en él, un aire diferente, más pleno. Maduro. Sexy.
Se dio cuenta de que había algo distinto en su cara. ¿Siempre había estado la línea de su mandíbula tan definida o era la sombra de una barba oscura y varonil lo que acentuaba sus rasgos?
Fuese lo que fuese, le quedaba bien.
Ginny se acercó a él, se puso de puntillas, le echó los brazos al cuello y lo besó en los labios. Con urgencia, un beso que decía "te he echado tanto de menos que quiero resarcirme, recuperar en cinco minutos todo lo que nos hemos perdido estas semanas", un beso de lengua ansiosa y juguetona, apoyando todo su cuerpo en el de él.
Harry le puso las manos en la cintura y le devolvió el beso, un beso que podría haber durado media hora y seguiría quedandóseles corto.
Y cuando se separaron, con una voz suave y susurrante, Ginny dijo:
-Hola, Harry.
Él volvió a sonreír, a dos centímetros de su boca, pero entonces sus ojos se desviaron hacia un lado y un poco de rubor trepó a sus mejillas, más marcadas. Podría haber derrotado a Lord Voldemort, salir en la prensa mundial mágica y ser el primer mago admitido como auror sin tener siete EXTASIS, pero seguía avergonzándose por algo tan sencillo como que Luna Lovegood estuviera presente mientras se besaban.
No lo veía desde Navidades. Harry estaba muy ocupado con su formación como auror y Ginny, bueno, Ginny estaba en Hogwarts terminando sus estudios. Lo que en realidad le hubiese gustado hacer era presentarse a las distintas pruebas de selección para entrar en la reserva de algún equipo de quidditch, pero sabía que eso disgustaría a su madre y desde lo de Fred... todos evitaban darle disgustos.
Así que había decidido tomarse ese último año en Hogwarts como un año más de entrenamiento. Ganar la copa de quidditch la ayudaría a hacerse un lugar en el quidditch profesional. A Oliver Wood le había funcionado.
Pensaba en ello cuando llegó al hall del castillo. Como suponía, todos los estudiantes estaban en el Gran Comedor. Por un momento Ginny sintió la tentación de irse directamente a su habitación sin cenar pero entonces Luna salió de la pequeña habitación junto al Gran Comedor, en la que solían esperar las visitas o los alumnos de primero antes de la ceremonia del sorteo seleccionador.
Desde la guerra ya no llevaba su habitual collar de corchos, ahora llevaba un collar lleno de botones de colores. Por lo demás, seguía siendo la de siempre, y ahora se dirigía a Ginny con una sonrisa soñadora.
-Hola, Ginny -la saludó con su vocecita de duende.
-Hola, Luna, ¿por qué no estás cenando?
-Estaba buscándote -respondió ella cogiendo a Ginny de la mano, y sin añadir nada más la guió hasta la sala de las visitas. Ginny se dejó llevar con docilidad, preguntándose qué sorpresa le había preparado Luna. Tratándose de ella podía ser cualquier cosa.
Pero lo cierto es que ninguna de las disparatadas opciones que pasaron por su mente se acercó ni siquiera a la respuesta real. Había una persona esperándola allí. Un hombre, joven, de pelo moreno y rebelde, un poco más largo que en Navidades. Con gafas redondas que sólo hacían que sus ojos verdes resaltaran todavía más y vestido a la usanza muggle, con vaqueros desgastados y un jersey -esta vez sí -de su talla.
Era Harry.
Harry.
-Hola, Ginny -la saludó él con tranquilidad, como si se hubiesen visto el día anterior o tan sólo unas horas atrás. Acompañó las palabras de una sonrisa que hizo que Ginny lo observara con detenimiento. Estaba cambiado. Había algo en él, un aire diferente, más pleno. Maduro. Sexy.
Se dio cuenta de que había algo distinto en su cara. ¿Siempre había estado la línea de su mandíbula tan definida o era la sombra de una barba oscura y varonil lo que acentuaba sus rasgos?
Fuese lo que fuese, le quedaba bien.
Ginny se acercó a él, se puso de puntillas, le echó los brazos al cuello y lo besó en los labios. Con urgencia, un beso que decía "te he echado tanto de menos que quiero resarcirme, recuperar en cinco minutos todo lo que nos hemos perdido estas semanas", un beso de lengua ansiosa y juguetona, apoyando todo su cuerpo en el de él.
Harry le puso las manos en la cintura y le devolvió el beso, un beso que podría haber durado media hora y seguiría quedandóseles corto.
Y cuando se separaron, con una voz suave y susurrante, Ginny dijo:
-Hola, Harry.
Él volvió a sonreír, a dos centímetros de su boca, pero entonces sus ojos se desviaron hacia un lado y un poco de rubor trepó a sus mejillas, más marcadas. Podría haber derrotado a Lord Voldemort, salir en la prensa mundial mágica y ser el primer mago admitido como auror sin tener siete EXTASIS, pero seguía avergonzándose por algo tan sencillo como que Luna Lovegood estuviera presente mientras se besaban.
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