La verdad de las mentiras

Mar 28, 2008 00:17

 
Leo esta mañana en la columna de Javier Ortiz que es muy probable que Txeroki sea una parafernalia de sombras chinas vascas. Es decir: que Txeroki no tiene res extensa, no come, no mea, ni yace con vasca placentera en los ratos de asueto que permite el ser un hijo de puta y tener pistola.

Una vez más la publicidad. Estar en la calle, retumbar en las orejas. Txe-ro-ki, se entiende que el chafardeo etarra ha leído a Nabokov, aunque sea la primera página, en busca de una teta núbil en la que poner semilla, que es de lo que va esta ralea: procrear de uno mismo, el mismo ceño fruncido, la misma linfa terruñera, temerle y matar al vecino, que es otra cosa que no eres tú y te confunde.

Este egotismo colectivo y peligroso ha llevado a crear una identidad falsa y que funcione. Funciona porque nos la creemos, le hemos dado forma y le hemos fomentado el miedo. Hasta aquí bien. Pero resulta que este ballet de pompas de jabón es más pedestre y común de lo que esta ‹‹fancy prose›› (Nabokov otra vez) pudiera hacer ver.

Según una señora que mantiene el humor pese a llamarse Morton Gernsbacher, construimos el mundo para entenderlo. A cualquiera que haya transitado la psicología cognitiva le suena esta musiquilla. Si uno construye el mundo al aprehenderlo, de algún modo se lo inventa. Si se lo inventa, no es lo que hay ahí afuera lo que uno entiende, sino la representación mental que se ha hecho del mundo.

En la ideología feudal occidental este mundo era reflejo del Mundo verdadero en el que reinaba Dios; es sabida la obsesión de la religión por rebajar la vida a un ensayo. Lo que veíamos y lo que entendíamos era una reconstrucción. Esta asunción impuesta a la sombra de los sillares románicos y de los pináculos góticos estuvo de pie durante mucho tiempo (todavía en Quevedo: ‹‹pasa veloz del mundo la figura››). Luego la gente que leía y pensaba cambió de tercio, aunque no de baraja.

Conozco a quien, con dieciséis años, se fue para su padre, comulgador dominical auténtico, y le espetó: ‹‹papá, Dios no existe, lo he matado yo. Me ha ayudado Nietzsche››. Este testimonio parece una boutade de la Gernsbacher, pero no, y encima es cierto. Da por pensar que huimos del mundo interponiendo intermediarios o entreactos, pero es que somos crédulos por naturaleza y necesitamos hacernos un paripé para verlas venir.

Txeroki era necesario para ETA y nos parecía plausible y entra en los planes y se puede reconocer una vez deshilvanada la treta: publicidad y folletín. Los gruñidos de la tribu eran una sofisticación sociológica preñada de grandeur. La historia, el argumento, el guión. No es un entretenimiento de damiselas Thackeray, ni turbulencias faulknerianas, ni la sabia paciencia épica de Homero, la literatura es nuestra manera de abarcar el mundo. La neuronas espejo parecen explicar que la literatura es cosa de disfrute al reproducir en nuestro cerebro la actividad que leemos.

No es menos peligroso Txeroki por ser un bulo.
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