Apócrifo III- El espectáculo debe continuar

Jul 30, 2008 15:19


Nuevo apócrifo de "Te diré mi nombre" que no podría haber surgido de las tinieblas de mi imaginación sin la inestimable ayuda de Mordaz

¿Habéis sido buenas? ¿No habéis buscado el nombre del crupier en google? Entonces seréis recompensadas con una nueva historia. Espero que os guste



EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR

La sala de personal era el lugar más triste sobre la faz de la tierra. Oscura y subterránea, sólo se escuchaba el continuo correr del agua por las cañerías.

El espacio estaba comprimido por las taquillas empotradas contra las paredes desconchadas por la humedad y un largo banco metálico en el centro, anclado al suelo. Lo peor era el olor, una mezcla de pies y sudor agrio que el ambientador era incapaz de disimular. Al final todo se reducía a una sensación a ahogo, a la acuciante necesidad de escapar de ahí.

Sin embargo, Homer fue el último en salir. Era el único lugar del casino en el que uno podía encontrarse con la soledad. Lejos de turistas escandalosos y aquella irrealidad que le producía jaqueca. Permanecía inmóvil; sentado en el banco. Las piernas abiertas, los codos apoyados en las rodillas. La cabeza inclinada en señal de derrota, con el cansancio acumulado de aquel que tiene varios trabajos y todavía no ha terminado su jornada laboral.

Esa inmovilidad reptiliana se rompió cuando sus labios comenzaron a susurrar palabras de aliento a la nada mientras se pasaba las manos por el pelo rapado casi al cero "Ánimo, venga. Hoy es tu gran día, demostrarás que naciste para esto".

Llevaba tres noches sin dormir adecuadamente; consultando libros, haciendo cálculos, preparando su número. Nada podía fallar. Aquella noche sería suya. Todo lo demás, lo difícil, había sido superado con éxito; el casting, los nervios... Un ensayo general más y después, quizás, el nacimiento de un sueño.

Se dirigió hacia la taquilla 39. Como siempre se atascó y tuvo que darle un golpe para que se abriera. Su interior era un revoltijo de envoltorios de chocolatinas y bolas de calcetines. El estante superior era lo único bien ordenado. Varias barajas de cartas y una funda de viaje de plástico, de esas que se utilizan para guardar la ropa.

Con lentitud deliberada, como tratando de no malgastar sus fuerzas, desprendió la chapa de identificación del ridículo chaleco verde. Siempre que leía el nombre asomaba a sus gestos adustos una sonrisa irónica. Cuando acudió al cursillo de preparación para crupieres, la chica de personal le dijo que su apellido de origen griego podía causar suspicacias entre los clientes. Podía usar un pseudónimo y él decidió adoptar el verdadero nombre de  Houdini. Un constante recordatorio, colocado a la altura del corazón, de aquello que admiraba. Una especie de estímulo que curaba el desaliento de llevar ya demasiado tiempo en un trabajo que consideró temporal.

Siempre le fascinó la magia. Su primera desilusión con la vida fue cuando descubrió que en realidad no existía. Que no era más que hilos de pescador y juegos de espejos. Aquella también fue su primera revelación. Porque eso quería decir que él podía aprender a realizarla. Sus padres observaban con benevolencia su entusiasmo. Eran cosas de niños, se pasaría con la edad. Pero descubrió que era adicto a la teatralidad del espectáculo. Le recordaba a su barrio, cuando cada chico, en la soledad de su dormitorio, ensayaban poses sacados de viejas películas para parecer tipos duros.

Durante su adolescencia adquirió habilidad desabrochando el sujetador a las chicas y birlando alguna cartera para poder irse de marcha con los amigos. Quiso ser profesional, pero la ilusión se fundió bajo los potentes focos de la ciudad. Si algo sobraba en sus calles eran artistas de variedades. Las Vegas era una fiera que se amamantaba de espectáculo y siempre trataba de tener cerca sus próximas víctimas a devorar.

Por eso aceptó el trabajo en el casino, para poder practicar. Sus dedos, largos y delgados, manipulaban las fichas con rapidez. El ojo siempre era más lento y aquellos pobres diablos sedientos de codicia nunca se daban cuenta de que las fichas desaparecían bajo sus narices para ir a parar a sus bolsillos.

Era su compensación por los sueños perdidos.

Pero ahora el Club Tropicana le había dado una oportunidad que no pensaba desperdiciar. Había trabajado muy duro, preparando nuevas ilusiones que impactaran a un público que ya lo había visto todo. Aquella noche sería suya.

Se sacó la camisa blanca por la cabeza, sin molestarse en desabotonarla y la arrojó dentro de la taquilla. Una ley no escrita decía que los magos debían ser altos y delgados, pálidos como fantasmas. Él era todo lo contrario, bajo y macizo, de aspecto brutal y barriobajero. Pero sus manos eran de ilusionista. Siempre se sintió orgulloso pero poco identificado con  ellas. Era como si no concordaran con el resto del cuerpo. Dedos largos y delgados, uñas grandes. Rápidas, fluidas, silenciosas. Capaces de crear magia.

Se quitó los zapatos ayudándose con los pies y comenzó su transformación en prestidigitador. El frac le quedaba ridículo. Parecía más un guardia de discoteca que alguien que iba a subirse al escenario. Estaba incómodo. El traje le quedaba demasiado ajustado, ahogaba su don...o quizás fueran los nervios.

Iba a cerrar la taquilla cuando recordó algo. Recuperó los pantalones de entre el lío de ropa del interior y metió las manos en el bolsillo para rescatar las fichas que había burlado a aquel vaquero que actuaba como si el mundo le perteneciera. Debían ser unos cincuenta dólares. Debbie, la chica de las taquillas le cambiaría las fichas sin hacer preguntas. Su comisión le ayudaba a pagar el doctorado.

También pensó en ella, en aquella mujer. El casino era como una infección contagiosa, resultaba imposible permanecer inmune. La música, los focos, el ambiente te hacía participar de aquella excitación que se extendía entre los jugadores. Pero ella fingía. Parecía alegrarse por la victoria de su pareja. En realidad analizaba a todos los jugadores con aquellos extraños ojos enmarcados en kohl negro. Diseccionaba sus gestos, estudiaba su comportamiento, ajena al baile de dados. Y cuando ella le miró, insondable como las profundidades oceánicas, supo que ella era la única capaz de seguir el movimiento de sus manos cuando desaparecían las fichas. Sólo cuando se fue, con la clara intención de no volver, pudo relajarse.

Inconscientemente hizo que las fichas bailaran entre los dedos, un torbellino de colores que recorría sus nudillos. Estaba tan absorto en sus pensamientos que se sobresaltó cuando la puerta de abrió. Las fichas se le escurrieron de entre los dedos y se quedaron ahí, en el suelo de linóleo. Testigos mudos que le harían perder su trabajo.

Por suerte era Tim, uno de los vigilantes de las tragaperras. Alto y esmirriado. Un buen tipo con un solo defecto; hablaba demasiado. Y por su aspecto, colorado y enfadado, parecía que tenía una buena historia que contaría sin necesidad de preguntar.

Homer respiró tranquilo, a Tim le encantaba el sonido de su propia voz, mientras siguiera parloteando no le prestaría la más mínima atención;  ni a él ni a las fichas desperdigadas por el suelo.

En efecto, mientras Homer fingía ponerse los zapatos para recoger las fichas, Tim comenzó a hablar:

- Tendrías que ver la que se ha montado ¿Conoces a Doris, la de las tragaperras?

Doris era una mujer mayor, con las piernas llenas de varices. Todos los días acudía al casino, jugaba y se iba a la misma hora. A Homer le causaba cierto desasosiego. Tenía los ojos tristes, aunque ganara.

- Pues resulta que participó en el sorteo de noches de hotel gratis ¡y ha ganado! Total, que el relaciones públicas quería que le acompañara al hall para entregarle el premio delante de todo el mundo, pero la tía no quería dejar las tragaperras. Estábamos intentándola convencer, diciéndole que serían sólo unos minutos, cuando un tío echó una moneda a la máquina y le tocaron 200$. Joder, ¡tendrías que haberla visto! Se lanzó como una salvaje contra él ¡Creí que le iba a despellejar con las uñas! Y no paraba de gritar que el premio era suyo, que lo necesitaba. Ni los de seguridad podían con ella a pesar de lo menuda que es. Ha armado una buena, gritando y llorando con una histérica. Todo un espectáculo. Al final ha tenido que venir el encargado para explicarle que el premio era del hombre, que a todo esto también gritaba como un loco diciendo que iba a demandar al casino, a Doris y a todo el que se le cruzara por el camino. Joder, menudo follón. Siempre me tocan a mí y eso que era mi tarde libre pero el jefe me obligó a cambiarle el turno a Logan.

Homer asentía con la cabeza, escuchando a medias. Los ojos rastreando el suelo en busca de fichas perdidas. Cuando notó que Tim había terminado su discurso, quejándose de su mala suerte, se apresuró a desviar su atención.

- ¿Y al final qué ha pasado?

- El encargado ha endosado a la vieja la reserva de hotel. Ha mandado a uno de los chóferes que la sacara de ahí de inmediato.

Por primera vez desde que entró en la habitación, Tim se fijó en el particular atuendo de Homer y exclamó:

- Hostias, tío, hoy en tu debut, ¿no?

Y se lanzó a un monólogo incoherente acerca de un primo suyo que sabía hacer trucos de cartas y los utilizaba para ligar. Al final terminó su diatriba con un "mucha mierda" que hizo que Homer pusiera los ojos en blanco

- Eso es para los actores, idiota.

Tim le dio unas palmadas en el brazo y se despidió. Justo cuando iba a salir vio por el rabillo del ojo que una de las fichas había rodado debajo de las taquillas.

-¿Qué es eso de ahí abajo?

Homer sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Por su mente volaron excusas y explicaciones bizarras pero no le dio tiempo a reaccionar; Tim ya se había arrodillado y con la cabeza pegada al suelo, como si fuera un sabueso, inspeccionaba el hueco, lleno de polvo y telarañas.

-¡Joder, creo que es una ficha de 10 $! -Alzó la cara, con una gran sonrisa y los ojos brillantes- Debería informar sobre esto al jefe, no es la primera vez que los empleados sisan fichas, pero que se joda, por haberme cambiado el turno. Quédatela tú, como si fuera un talismán para esta noche. ¡Hoy es tu día de suerte!

Tim se levantó, sacudiéndose con vehemencia las rodilleras de sus pantalones. Justo antes de abandonar la sala le guiñó el ojo, como si todo el asunto de la ficha fuera un gran secreto compartido

-

Cuando se cerró la puerta Homer dejó escapar una carcajada de puro nerviosismo ¡Joder, cómo podía ser tan tonto un encargado de vigilancia! Se tapó la cara con las manos y se dio cuenta de que tenía la frente empapada. ¡El muy idota le había hecho sudar como un puto cerdo! Cuando logró tranquilizarse se arrodilló y metió el brazo por debajo del armario metálico. Su mano derecha tanteaba el suelo pegajoso como una araña ciega, estirándose para alcanzarla Sintió un fogonazo de dolor que le hizo encoger los dedos. Algún alambre suelto de la taquilla se había hundido en la piel tierna del dorso de la mano. Dibujando un rastro sanguinolento desde los nudillos a la muñeca. Posiblemente necesitara puntos.

Nunca dependió más que de sus manos y ahora, en el momento más importante, todo se desvanecía por la codicia de unas fichas de casino

***

Las bambalinas suponían un extraño mundo en el que fantasía y realidad se superponen. Siempre a media luz, con sombras que hablaban entre susurros porque el público no debía percatarse de las pequeñas tragedias que sucedían tras el escenario.

Esperaba medio oculto en un rincón. Nervioso y enfadado. Urgencias estaba colapsada, parecía que aquella había sido una noche propicia para los suicidas. Al final decidió hacerse un vendaje casero y llamar a un taxi. El tráfico era un infierno, a pesar de la hora. Había volado sobre la ciudad en la parte de atrás de un coche con olor a vómito mientras el conductor se quejaba sobre californianos que no sabían beber. A pesar de saltarse todos los semáforos en rojo había llegado tarde y el promotor del espectáculo le había echado la bronca. Además, la mano le dolía. Se le había hinchado y no podía abrir y cerrarla con fluidez

Las bailarinas salieron del escenario en un revoloteo de lentejuelas y plumas de colores. Riendo como niñas traviesas

Anne se alejó del grupo para acercarse a él. Su increíble cuerpo bañado en sudor y purpurina.

Un rápido beso en los labios y una pregunta:

-¿Nervioso?

Hizo un gesto despectivo con la mano y los ojos de Anne miraron horrorizados la herida sanguinolenta

-¿Qué te ha pasado? -Y por algún extraño motivo parecía terriblemente asustada -¿Te duele?¿Podrás actuar?

Homer dio una vaga explicación y con seguridad prometió que nada le alejaría del escenario.

Anne le acarició con afecto las mejillas devastadas por un acné juvenil feroz. Todavía no entendía qué había visto en él, en todos los sentidos. Primero como hombre y después como profesional. Había sido ella la que le había recomendado en la sala de espectáculos. La que creyó en él de tal forma que le consiguió un casting.

Sin apartar la mano de su cara le aconsejó con voz dulce;

-No te dejes cegar por los focos -Aquella era la frase que siempre repetía- Simplemente disfrútalo.

Homer la sonrió con suficiencia. Eso hizo que Anne frunciera el ceño. Bajo la voz hasta convertirla en un susurro conspiratorio:

-A veces creo que eres demasiado ambicioso y eso me da miedo, no quiero que te parezcas a mí -Se mordió los labios con indecisión- Hay algo que nunca le he contado a nadie. Hace tiempo, una mujer me prometió llevarme a lo más alto. Dijo que podía intuir el talento en mí. Sus palabras exactas fueron que olía mis actitudes para la música y el ritmo y créeme, se comportaba como si realmente pudiera sentirlo, como si eso la excitara y la llenara de fuerzas.

Homer no pudo evitar hacer un chiste

- Vamos, que era una cazatalentos lesbiana.

Anne no pareció encontrarle la gracia. Se calló unos momentos, como si dudara en proseguir. Antes de que Homer se disculpara ella siguió hablando. Aliviada, como si fuera una confesión:

- Nunca me dijo que perteneciera a una agencia o algo por el estilo, pero se tomó muy en serio eso de ayudarme. Me animaba constantemente a componer, a escribir canciones, a practicar. Fueron los meses más creativos de mi vida. Además, conocía a mucha gente "útil", me consiguió actuaciones y contratos. Pero hubo algo que me asustó. Era como si controlara todos los aspectos de mi vida, absorbía mi tiempo. Cuando quise terminar con nuestra "asociación" ella me advirtió que sin su ayuda Las Vegas quedaría vetada para mí. Tenía razón, al final me tuve que conformar con ser bailarina.

Homer sabía lo mal que lo pasaba ella al tener que exhibirse, noche tras noche, semi desnuda ante las miradas hambrientas del público.

Sin embargo,  por algún motivo que él no llegaba a adivinar, Anne parecía inusualmente ilusionada aquella noche

-Ya verás, las cosas van a cambiar. Yo perdí mi oportunidad, pero he comprado la tuya.

Las preguntas de Homer quedaron silenciadas por un beso  antes de  volver a abandonarle en la oscuridad. Los nervios le agarrotaron el estómago. Abrió y cerró la mano. Parecía que la herida se había comenzado a hinchar. "No importa" pensó "el espectáculo debe continuar".

Unos pequeños comentarios:

- ¿Os acordáis de Anne, verdad? Espero que vayáis tomando nota de los personajes que van apareciendo porque la historia es larga y Las Vegas no es tan grande como parece
- Sobre el nombre de Homer. Ya sé lo que pensáis ¿No había un nombre más horroroso? La respuesta es no, pero os voy a explicar los extraños vericuetos mentales a través de los que llegué a él. Por alguna extraña razón decidí que mi mago barriobajero debía ser de origen griego (no me preguntéis por qué, no tiene sentido). Busque nombres y su significado pero no di con ninguno que me gustara hasta que encontré el de Homero. Quiere decir ciego pero tiene otro significado mucho más interesante; promesa. Me pareció adecuado para mi pequeño Homero sin o.

te diré mi nombre, mago, originales, historia

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